Tengo la responsabilidad de mantener la fuerza destructiva controlada para usarla solo para ayudar a las personas, para protegerlas. No importaba que estuviera aterrorizado, no importaba que mi mano estuviese ardiendo de dolor. No importaba que mi coche hubiese sido seccionado otra vez o que alguien hubiese intentado matar a una de las pocas personas de la ciudad a las que considero un amigo de verdad.
Tenía que contenerme. Ir con cuidado. Pensar con claridad.
—¿Harry? —me preguntó Butters después de un minuto—, ¿estás bien?
—Sí, dame solo un minuto.
—No lo entiendo —dijo, y su voz tampoco sonó muy tranquila—. ¿Qué acaba de pasar?
—No quieras saberlo.
—Sí que quiero.
—Confía en mí —le dije—. Es mejor que no te involucres en este tipo de negocios.
—¿Por qué no?
—Porque saldrás herido. O te matarán. No busques problemas.
Dejó salir un relincho frustrado.
—Esa gente vino a por mí. No soy yo el que va a por ellos. ¡Venían a por mí!
Tenía parte de razón, pero aun así, Butters no era alguien a quien me gustaría ver involucrado en un conflicto con gente como Grevane y sus muertos o su compañero de piel avejentada. Los mortales normalmente no resultan muy bien parados cuando se relacionan con los malos del otro mundo. En mi vida he visto docenas de hombres y mujeres morir en estas circunstancias, a pesar de haber intentado ayudarlos por todos los medios.
—Esto no puede ser verdad —dijo Butters—. Sé que tú y Murphy habéis hablado de todo este rollo sobrenatural y de magia negra. Y yo mismo había visto cosas que tenían una explicación difícil. Pero… nunca había imaginado que algo como esto pudiera pasar.
—Serás más feliz así —le dije—. Joder, si pudiera elegir, no dudaría en olvidar todo lo que sé sobre este tema.
—¿Seré más feliz teniendo miedo? —me preguntó casi tímidamente—. ¿Seré más feliz preguntándome si tal vez mis jefes tenían razón todo el tiempo y en realidad estoy loco? ¿Seré más feliz estando en peligro y sin tener ni idea de qué hacer?
No tenía una respuesta rápida para todo aquello. Me miré las manos. El temblor casi había cesado.
—Ayúdame a entender esto, Harry —me pidió—. Por favor.
Bueno, a la mierda.
Me pasé los dedos de la mano derecha por el pelo. Grevane había ido a por Butters específicamente. Había estado esperándolo a él y le había destrozado la furgoneta para asegurarse de que el hombrecillo no pudiera escapar. Había dicho abiertamente que necesitaba a Butters y, por si fuera poco, que lo quería de una pieza.
Todo esto significaba que Butters estaba realmente en peligro. Y hasta ahora he aprendido que no siempre puedo proteger a todo el mundo. Muchas veces la cago, como todos. Cometo errores estúpidos.
Si guardara silencio, si obligara a Butters a taparse los ojos, no sería capaz de defenderse. Si tomaba una mala decisión y algo le ocurría sería mi culpa por no haberle dado todas las posibilidades para sobrevivir. Mis manos se mancharían con su sangre.
No podía tomar esa decisión sin contar con él. No era su padre, ni su ángel de la guarda ni su rey soberano. No había sido bendecido con la sabiduría de Salomón ni con la previsión de un profeta. Si elegía el camino de Butters por él, de alguna manera estaría haciendo lo mismo que Grevane, o lo mismo que cualquier ser, humano o no humano, que busca controlar a otros.
—Si te cuento esto —dije despacio—, puede que sea malo para ti.
—¿Malo en qué sentido?
—Puede que te fuerce a guardar secretos que mucha gente mataría por saber. Puede cambiar la forma en la que piensas y sientes. Podría joderte la vida de verdad.
—¿Joderme la vida? —Se quedó mirándome durante unos segundos y después dijo, con cara de póquer—: Mido uno sesenta, tengo treinta y siete años, estoy soltero, soy un médico forense que necesita recoger su
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de la tintorería para poder ponérselo en la actuación de mañana con su banda, de un solo hombre, en el Oktoberfest. —Se colocó las gafas con el dedo índice, cruzó los brazos y me dijo—: Ponme a prueba.
Las palabras eran tranquilas, pero había algo de temor e inmovilidad bajo esa superficie. Butters era lo suficientemente listo como para tener miedo. Pero también era un luchador. Lo respetaba por las dos cosas.
—Vale —asentí—. Hablemos.
Butters no había tenido tiempo de coger su abrigo cuando nos fuimos, y la última vez que la calefacción del Escarabajo funcionó fue antes de la caída del muro de Berlín. Me metí en la tienda, compré dos cafés y desenrosqué el cable que mantenía el maletero cerrado. Desenterré una manta limpia, aunque gastada, que guardo en el maletero para tapar la escopeta de cañón corto. La llevo por si acaso algún día necesito darles una lección a las tropas de asalto de Napoleón. Teniendo en cuenta cómo estaba transcurriendo la noche, cogí también la escopeta y la dejé en el asiento de atrás.
Butters aceptó la manta y el café muy agradecido, aunque temblaba con tanta fuerza como para derramar un poco de la bebida. Bebí un poco de café y dejé el vaso en el portabebidas que había instalado en el salpicadero. Nos pusimos en marcha. No me parecía buena idea quedarnos quietos mucho tiempo en el mismo sitio.
—Bien —le dije a Butters—. Hay dos cosas que tienes que aceptar si quieres entender qué es lo que está pasando.
—Dispara.
—Primero, la más dura: la magia es real.
Noté como se quedaba mirándome durante un momento.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Existe un mundo paralelo a la vida cotidiana de la humanidad. Hay poderes, naciones, monstruos, guerras, disputas, alianzas…, de todo. Los magos son parte de ello. Por lo tanto, hay un montón de cosas que ya has oído a través de diferentes historias y otras de las que nunca has oído hablar.
—¿Qué tipo de cosas?
—Vampiros. Hombres lobo. Hadas. Demonios. Monstruos. Todo es real.
—¡Ja! —dijo Butters—. ¡Ja, ja, ja! Estás de broma, ¿no?
—Nada de bromas. Venga, Butters, sabes de sobra que hay cosas raras ahí fuera. Has visto las pruebas.
Se pasó una mano temblorosa por el pelo.
—Bueno, sí. Algunas. Pero, Harry, me estás hablando de otro mundo por completo. Es decir, si lo que me quieres decir es que hay gente que tiene la capacidad de sentir e interactuar con el entorno de formas que todavía no entendemos, puedo concebirlo. Puede que tú a eso lo llames magia, otro lo puede llamar percepción extrasensorial, habrá quien lo llame «la fuerza», pero, al fin y al cabo, no es nada nuevo. Tal vez sean personas cuya configuración genética las haga más capaces de emplear estas capacidades. Tal vez incluso les permita cosas como la reproducción del ADN de manera más eficaz que a otras personas, y por eso pueden vivir durante mucho tiempo. Pero esto no es lo mismo que decir que hay un ejército de monstruos extraños viviendo delante de nuestras narices y que no nos hemos dado cuenta.
—¿Qué hay de esos cadáveres que analizaste? —le pregunte—. «Apariencia humana. No humanos». En absoluto.
—Bueno —dijo Butters a la defensiva—, el universo es enorme. Creo que es algo arrogante creer que somos los únicos seres pensantes que hay en él.
—Esos cadáveres eran cuerpos de vampiros de la Corte Roja, y no quieras encontrar a uno con vida. Hubo una época en la que había muchísimos en la ciudad. Ahora no hay tantos, pero hay muchos más en el lugar del que vienen. Los vampiros son de una única clase. Y esta clase es la del depredador sobrenatural. Butters, hay una jungla ahí fuera, y las personas no están nada cerca de la parte más alta de la cadena alimentaria.
Butters sacudió la cabeza.
—¿Y me estás diciendo que nadie lo sabe?
—¡Oh! Mucha gente lo sabe —señalé—. Pero los que lo saben no van por ahí comentándolo.
—¿Por qué?
—Porque, para empezar, no quieren que les encierren en un loquero bajo observación durante tres meses.
—Ah —dijo Butters ruborizándose—. Sí, esa situación me suena. ¿Y qué pasa con la gente normal que ve cosas? Como los avistamientos o los encuentros sobrenaturales y asuntos así.
Resoplé.
—Esta es la segunda cosa que tienes que entender. La gente no quiere aceptar una realidad que los aterroriza. Algunas personas abren los ojos y se involucran, como hizo Murphy. Pero la mayoría de ellos no quiere tener nada que ver con lo sobrenatural, así que lo apartan a un lado y no hablan de ello. No piensan en ello. No quieren que sea real, así que tratan de convencerse de que no lo es.
—No —dijo Butters—. Lo siento, pero no me lo creo.
—No tienes que creértelo —le dije—. Es verdad. Como especie, somos una auténtica legión de idiotas. Somos más que capaces de ignorar los hechos si las conclusiones nos llevan a situaciones demasiado incómodas. O temibles.
—Espera un minuto. Estas diciendo que todo el mundo, los estudios científicos de las múltiples civilizaciones, los avances teóricos y prácticos, todo lo que está basado en la idea de observar el universo y el estudio de sus leyes es… ¿qué? ¿Un error porque considera que la magia es una superstición?
—No es solo un error —le dije—. Es un error garrafal. A la gente le da miedo enfrentarse a la verdad. Les produce terror admitir que hay un universo desconocido.
Dio un trago de café y sacudió la cabeza.
—No sé.
—Venga, Butters —le dije—. Piensa en la historia. ¿Durante cuánto tiempo creyeron las instituciones eruditas de las civilizaciones que la Tierra era el centro del universo? Y cuando apareció gente con pruebas de que no era así, hubo motines en las calles. Nadie quería creer que vivimos en una manchita de piedra común que hay en una galaxia olvidada sin nada especial. También se suponía que el mundo era plano, hasta que se demostró que no lo era cuando alguien navegó de un lado a otro. Nadie creía en los microbios, hasta que años y años más tarde por fin alguien vio uno. Los biólogos se burlaron de las historias que hablaban de bestias salvajes parecidas a los hombres que vivían en las montañas de África, pese a que había testigos oculares que lo aseguraban, y lo tacharon de absoluta fantasía, justo hasta el instante en que alguien dejó caer un cadáver de un gorila de las montañas en su mesa de disección.
Se mordió los labios y miró las farolas.
—Una vez tras otra, la historia ha demostrado que cuando la gente no quiere creer algo, tiene una enorme capacidad para ignorarlo por completo.
—Estás diciendo que la raza humana vive en la negación.
—Casi todo el tiempo —le respondí—. No es algo malo. Es lo que somos. Pero en el otro mundo eso no les importa, las cosas siguen pasando. En todas las familias hay una historia de fantasmas. Casi todas las personas con las que he hablado en mi vida han vivido alguna situación que no saben cómo explicar. Pero eso no quiere decir que luego vayan por ahí contándolo, porque todo el mundo sabe que ese tipo de cosas no existen. Si te pones a decir que sí que existen, lo único que vas a conseguir son miradas condescendientes y camisas de fuerza.
—Todo el mundo —dijo con voz todavía escéptica—. Todo el tiempo. Simplemente guardan silencio e intentan olvidarlo.
—Te propongo una cosa, Butters. Vamos a ir al Departamento de Policía de Chicago y les cuentas que acabas de ser atacado por un nigromante y cuatro zombis. Les explicas que estuvieron persiguiendo un coche a toda velocidad y que asesinaron al guardia de seguridad, el cual enseguida se levantó y lanzó tu mesa contra la pared. —Hice una pausa para dejar entrar al silencio—. ¿Qué crees que harán?
—No sé —contestó inclinando la cabeza hacia delante.
—Cosas antinaturales ocurren todo el tiempo —le dije—. Pero nadie habla de ellas. Por lo menos, no abiertamente. El mundo sobrenatural está en todas partes. Solo que nadie nos lo anuncia.
—Tú lo haces —dijo Butters.
—Pero no hay mucha gente que me tome en serio. En la mayoría de los casos, incluso los que aceptan mi ayuda, simplemente me pagan la factura y se marchan dispuestos a ignorar mí existencia y volver a sus vidas normales.
—¿Cómo puede alguien hacer eso? —preguntó Butters.
—Porque da miedo —le dije—. Piensa en ello. Descubres monstruos, y a su lado los de las películas de terror parecen teleñecos, y no hay absolutamente nada que puedas hacer para protegerte de ellos. Descubres que suceden un montón de cosas que serías más feliz si no supieras. Así que, antes de vivir con miedo, tiras para delante con la situación. Después de un tiempo puedes convencerte a ti mismo de que quizá solo te lo imaginaste. O de que tal vez estés exagerando el recuerdo. Racionalizas todo lo que puedes y olvidas lo que está en tu mano para volver a tu vida. —Miré el guante de mi mano y le dije—: No es culpa suya, tío, no los juzgues.
—Quizás —dijo—. Pero no entiendo cómo esos seres que cazan y matan seres humanos pueden estar entre nosotros sin que lo sepamos.
—¿Cuántos erais en el acto de graduación en tu universidad!
Butters parpadeó.
—¿Qué?
—Tú contéstame.
—Eh, unos ochocientos.
—Vale —asentí—. El año pasado, solo en los Estados Unidos, se denunciaron más de novecientas mil desapariciones, personas que nunca han sido encontradas.
—¿En serio?
—Sí —le dije—. Puedes comprobarlo en el FBI. La población total es de unos trescientos millones de personas; por lo tanto, significa que aproximadamente hay una persona desaparecida de cada trescientas veinticinco. Cada año. Hace más o menos unos veinte años que te graduaste, ¿no? Eso quiere decir que entre cuarenta y cincuenta personas de tu clase han desaparecido. Simplemente desaparecido. Nadie sabe dónde están.
Butters se revolvió incómodo en su asiento.
—¿Y?
Levanté una ceja y lo miré.
—Y están desaparecidos. ¿Adónde han ido?
—Bueno, están desaparecidos. Si están desaparecidos, nadie lo sabe.
—Exactamente —afirmé.
No dijo nada.
Dejé que nos inundara el silencio durante un minuto, solo para plantear mi idea. Y la retomé enseguida:
—Tal vez sea una coincidencia, pero esta tasa de pérdida coincide más o menos con la de los animales gregarios muertos en la sabana africana a manos de los grandes depredadores.
Butters encogió las rodillas y se las llevó al pecho, acurrucándose todo lo posible bajo la manta.
—¿De verdad?
—Sí —le dije—. Nadie habla de esto. Pero toda esa gente sigue sin aparecer. Tal vez muchos de ellos solo cortaron sus ataduras y dejaron sus vidas anteriores atrás. Otros, tal vez, perdieron sus vidas en accidentes de algún tipo y nunca se encontraron sus cuerpos. El caso es que la gente no lo sabe. Porque da demasiado miedo pensar en ello y porque es muchísimo más fácil volver a tu vida y tratar de olvidarlo. Ignorarlo. Es más fácil.