»Por tanto, se encontraron en el «Sheridan Theatre, Hammersmith», el martes 15 de febrero.
»Al principio, cada cual supuso que el otro había preparado el encuentro, pero cuando Frey se dio cuenta de que les habían reunido con un engaño, tomó una resolución tajante. Tal vez sospechó que la señora Fennan lo había atraído a una trampa, o advirtió que estaba vigilado. No lo sabremos nunca. En cualquier caso, la asesinó. El método que utilizó está descrito por el informe del forense en el sumario: “Una presión aislada se aplicó a la laringe, especialmente a los cuernos del cartílago tiroides, lo que produjo la muerte casi inmediata. Parece ser que el atacante de la señora Fennan no era lego en estos asuntos.”
»Frey fue perseguido hasta un lanchón amarrado junto a Cheyne Walk, y, durante la violenta resistencia que opuso a su detención, cayó al río, de donde su cuerpo ha sido recuperado.»
El club poco respetable de Smiley solía estar vacío los domingos, pero la señora Sturgeon no echaba la llave a la puerta por si acaso se le antojaba aparecer a alguno de sus caballeros. Adoptaba hacia sus caballeros la misma actitud severa y posesiva de sus días de patrona en Oxford, cuando imponía a sus afortunados huéspedes más respeto que toda la reunión de profesores y decanos. Una vez hizo que Steed-Asprey echara diez chelines en el cepillo de los pobres por haber llevado siete invitados sin avisar, y después les dio una cena inolvidable.
Se sentaron en la misma mesa que la otra vez. Mendel parecía un poco más consumido, un poco más viejo. Apenas habló durante la comida, manejando el cuchillo y el tenedor con la misma cuidadosa precisión que aplicaba a cualquier tarea. Guillam agotó la mayor parte de la conversación, pues también Smiley se mostraba menos hablador que de costumbre. Se encontraban a gusto en compañía y ninguno sentía demasiado la necesidad de hablar.
–¿Por qué lo haría ella? -preguntó Mendel de pronto.
Smiley movió la cabeza lentamente:
–Creo que lo sé, pero sólo podemos conjeturarlo. Creo que soñaba con un mundo sin conflictos, ordenado y defendido por la nueva doctrina. Una vez la irrite y me gritó: «Soy la judía errante -dijo-, la tierra de nadie, el campo de batalla para vuestros soldaditos de juguete». Al ver la nueva Alemania reconstruida a imagen de la antigua, vio que volvía de nuevo el orgullo pomposo, como dijo, y creo que eso fue demasiado para ella. Creo que consideró la inutilidad de su sufrimiento y la prosperidad de sus perseguidores, y se rebeló. Cinco años antes, me dijo, conocieron a Dieter durante unas vacaciones, esquiando en Alemania. En aquellos días, el restablecimiento de Alemania como importante potencia occidental estaba ya muy avanzado.
–¿Era comunista?
–No creo que le gustaran las etiquetas. Supongo que quería ayudar a construir una sola sociedad que pudiera vivir sin conflictos. La paz se ha vuelto una sucia palabra, ¿no? Creo que ella perseguía la paz.
–¿Y Dieter? -preguntó Guillam.
–Dios sabe lo que quería Dieter. Honor, creo, y un mundo socialista. -Smiley se encogió de hombros-. Soñaban con la paz y la libertad. Ahora son asesinos y espías.
–¡Dios Santo! -dijo Mendel.
Smiley volvió a quedar callado, mirando el interior de su vaso. Por último dijo:
–No puedo esperar que lo comprendáis. Sólo habéis visto el final de Dieter. Yo vi el comienzo. Ha recorrido el círculo entero. Creo que nunca superó la idea de haber sido un traidor en la guerra. Tenía que compensarlo. Era uno de esos edificadores del mundo que parece que no hacen otra cosa más que destruir: eso es todo.
Guillam intervino oportunamente:
–¿Y qué hay de la llamada de las ocho y media?
–Creo que es bastante evidente. Fennan quería verme en Marlow y se había tomado un día libre. No pudo haberle dicho a Elsa que se iba a tomar un día libre. De lo contrario, ella habría tratado de explicármelo con una mentira cualesquiera. Pidió una llamada telefónica con objeto de tener una excusa para ir a Marlow. Esto es, sin embargo, lo que yo supongo.
El fuego chisporroteaba en la ancha chimenea.
Smiley tomó el avión de medianoche para Zurich. Era una noche hermosa, y a través de la ventanilla, a su lado, observó el ala gris, inmóvil sobre el cielo iluminado por las estrellas, un atisbo de eternidad entre dos mundos. Esta visión le tranquilizó, calmó sus temores y sus dudas, le hizo sentirse fatalista respecto al inescrutable designio del universo. Todo parecía importar muy poco: la patética petición de amor, o el regreso a la soledad.
Pronto se hicieron visibles las luces de la costa francesa. Al mirarlas, empezó a sentir allá abajo, en otros, la vida estática: el olor rancio de las «Gauloises Bleues», del ajo y la buena comida, las sonoras voces en el
bistro
. Maston estaba a un millón de millas, encerrado entre sus áridos papeles y sus relucientes políticos.
Smiley ofrecía una extraña figura a sus compañeros de viaje: un hombrecillo gordo, más bien sombrío, que de repente sonrió y pidió una bebida. El joven rubio que iba a su lado le examinó atentamente con el rabillo del ojo. Conocía muy bien ese tipo de hombre: el cansado burócrata que se va al extranjero a divertirse un poco. Le pareció bastante repugnante.
[1]
Teen-agers, en alemán. Es decir, muchachos y muchachas de quince a diecinueve años.