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Authors: Michael Coleman

Tags: #Infantil, #Policíaco

Los bandidos de Internet (8 page)

Hicks se inclinó y, por el tono de su voz, era evidente que estaba haciendo un gran esfuerzo por mantener la calma.

—La caja fuerte, Rob. ¿Dónde está?

—No... no lo sé.

—¿No lo sabes o no lo quieres decir?

—No... no me acuerdo —dijo Rob finalmente.

Rob vio que Hicks ponía cara de satisfecho.

—Pues entonces intenta recordar. ¡Y rápido!

Con un movimiento brusco, Hicks agarró a Rob por los hombros y lo empujó con fuerza contra el respaldo de la silla.

—¡Brett, suelta al muchacho! —gritó Elaine Kirk.

—¡Cállate!

—Déjalo en paz. ¡Por favor! Dijiste que no ha bría violencia.

Rob dirigió la mirada hacia el rostro asustado de su profesora. ¿Estaba viendo un comportamiento de Hicks desconocido para ella hasta entonces?

Hicks soltó al muchacho.

—¿Dónde está la caja fuerte? —repitió despacio. A Rob le pareció que cada palabra era una amenaza.

—Rob —rogó Elaine Kirk con voz asustada—, si lo sabes, díselo.

Brett Hicks asentía con una sonrisa afectada en el rostro.

—Hazle caso a tu profesora, Rob. Te está dando un buen consejo...

El sonido estridente del teléfono lo interrumpió. Hicks se volvió y miró el teléfono rojo situado encima de la mesa del señor Zanelli como si se tratara de una serpiente. Como seguía sonando, le tapó la boca rápidamente a Rob.

—Responde —ordenó a Elaine Kirk. Con indecisión, la profesora descolgó el auricular y se lo acercó al oído.

—¿Diga? Residencia de los Zanelli. Rob quería gritar, hablar, pero la mano de Hicks lo tenía bien aprisionado. Lo único que podía hacer era emitir un sonido grave desde la boca del estómago, pero era imposible que, quienquiera que llamara, lo oyera.

Por lo que decía Elaine Kirk, Rob se dio cuenta de que quien llamaba era su madre.

—Hola, señora Zanelli. Sí, todo bien. ¿Cómo dice? ¿Que a lo mejor llegan tarde? —Elaine Kirk les lanzó una mirada—. No, tranquila. Me puedo quedar hasta que lleguen a casa. ¿Que no será antes de las seis? No importa, señora Zanelli. Hasta luego. Adiós.

Hicks lo soltó cuando Elaine colgó el auricular y entonces Rob se recostó pesadamente en su silla de ruedas.

—Eso supone que tenemos cuatro o cinco horas más, Rob —dijo Hicks con voz pausada—. Piensa lo que puedo hacerte a ti y a este sitio en cuatro o cinco horas. —Hizo una pausa para que calculara la gravedad de la amenaza—. Así que, ¿dónde está la caja fuerte?

Rob decidió que había llegado el momento.

Se inclinó un poco hacia delante en su silla y observó con detenimiento el revestimiento de madera del estudio de su padre, decorado con espiras y verticilos dispuestos alrededor de grandes flores circulares. Estaba por ahí, sabía que sí. En los días tranquilos que habían precedido al accidente era capaz de encontrarla casi sin mirar.

«Sí, ésa es», pensó. Alargó el brazo y recorrió con los dedos la madera grabada en dirección a una flor en concreto. Se paró un solo instante y entonces apretó con fuerza el centro de la flor.

Poco a poco, una sección del revestimiento corrió hacia un lado. Detrás de ella se encontraba la caja fuerte, provista de la esfera y la manecilla características que sobresalían de la puerta cuadrada.

El rostro de Brett Hicks dibujó una sonrisa. —Bien hecho. —Se inclinó para mirar fijamente a Rob—. Has sido muy sensato.

—Venga, Brett —dijo Elaine Kirk con aspecto de sentirse aliviada—. Ábrela y salgamos de aquí.

Hicks asintió. Con gran rapidez sacó una pequeña lata de gas y un soplete de una bolsa de lona sin dejar de hablar.

—¿Sabes qué he estado haciendo desde que tu viejo me despidió? ¿Yo, un programador de élite? Reparar coches. Soldar carrocerías oxidadas. Porque, después de lo que ocurrió, no puedo encontrar trabajo de informático. Todo gracias a tu viejo.

Acoplando un pequeño tubo al extremo del soplete, Hicks giró un botón situado en la parte superior de la lata. Encendió una cerilla y la sostuvo en el extremo del soplete. Enseguida apareció una llama azul chispeante.

—Pero tiene gracia, porque lo de soldar coches me ha enseñado algo muy útil. —Levantó el soplete—. ¿Sabes qué es esto?

—Un soplete oxiacetilénico —dijo Rob.

—Muy bien. Tenías razón, Elaine. Es listo.

Elaine Kirk le respondió con una débil sonrisa.

—Un soplete oxiacetilénico, de los que se utilizan para soldar. Pero también corta metales como si fueran mantequilla. —Hicks se volvió hacia la caja fuerte—. Metales como el de esta puerta. No sé qué grosor tiene pero la atravesaré rápido. ¡Y saber que dispongo de todo el tiempo de mundo es un gran alivio! —Miró de nuevo a Elaine Kirk—. Llévatelo, Elaine. Te llamaré cuando haya acabado.

Rob dejó que empujaran su silla. No sabía cuánto iba a tardar Hicks en atravesar la puerta de la caja fuerte. Lo único que podía esperar es que tardara lo suficiente para que Tamsyn descifrara el mensaje y buscara ayuda.

Ojalá consiguiera ayuda...

7

Toronto, Canadá

7.45 horas (12.45 horas en el Reino Unido)

A Lauren King le encantaba levantarse temprano en Toronto. Solía entrar sigilosamente en la sala de estar del pequeño apartamento en el tercer piso en el que vivía con su abuela Alice. Entonces se ponía a mirar por la ventana, a observar cómo iba aumentando el tráfico en la calle Yonge mientras los trabajadores se dirigían a sus respectivas oficinas del centro de la ciudad.

Y luego su ordenador emitía su característico pitido y ella se separaba inmediatamente de la ventana y se dedicaba a cosas más serias. Lauren King tenía once años y unos gustos bien definidos.

Lauren se conectó a Internet y rápidamente consultó su buzón para ver si aquella tal Tamsyn había respondido al mensaje que le había enviado el día anterior. Nada. Salió del programa de correo electrónico y empezó a mirar uno de los aproximadamente doce grupos de noticias a los que estaba suscrita.

—¿Qué hora te crees que es, jovencita? —preguntó una voz bondadosa detrás de ella.

Lauren se volvió y levantó la mirada hacia su regordeta abuela. Alice King la había adoptado después de que sus padres murieran ahogados en un accidente de navegación.

—Casi las ocho, Allie —le dijo, llamándola de la forma que siempre había llamado a su abuela.

—¿Tienes tiempo para el ordenador antes de ir a la escuela? —preguntó Alice—. ¿No te parece que deberías apagarlo y arreglarte?

Lauren le dedicó una mirada de complicidad.

—¿Para conectarte tú, Allie? ¿Piensas que no sé qué haces mientras estoy en la escuela? El otro día descubrí que te habías bajado al disco duro dos novelas de detectives.

—¿Y por qué no? —sonrió ella—. Que sea un poco mayor no significa que no pueda surfear por la Red como tú.

—Navegar por la Red, Allie. Se dice navegar por

la Red.

—Surfear, navegar, ¿qué más da? ¡Es divertido! —Alice se dirigió hacia la cocina—. Diez minutos más, ¿de acuerdo?

—De todas formas, hoy no es tu día de suerte, Allie —respondió su nieta—. La escuela está cerrada, ¿recuerdas? Formación de profesorado.

El mensaje de Tamsyn llegó segundos después. El pitido que indicaba su llegada hizo que Lauren abriera inmediatamente el programa de correo electrónico.

Estaba leyendo el mensaje de Tamsyn y la nota de ZMASTER adjunta cuando Alice volvió a entrar en la sala con una bandeja de tortitas y jarabe de arce.

—Se acabó el tiempo —afirmó Alice—. Venga, jovencita. —Se sentó a su pequeña mesa—. ¿Me has oído, nena? Se acabó el tiempo.

Lauren ni se inmutó.

—¿Qué tipo de broma es ésta? —murmuró. Alice se levantó y se acercó a Lauren. En pantalla estaba el mensaje de Tamsyn, con el de ZMASTER debajo.

—Emoticonos —le dijo Alice al ver los códigos de Rob.

—No sé quién es esta tal Tamsyn pero Rob le ha mandado un mensaje extraño. Ella cree que va en serio. —Exhaló un suspiro—. No sé. Está claro que Rob se lo ha mandado a ella. Esta vez la información de ruta es correcta.

—¿Cómo?

—Lo que pone en el encabezamiento, Allie. Lo que te indica la procedencia del mensaje. Ayer intentaron enviarme algo fingiendo que se trataba de Rob, pero me di cuenta.

—No me refiero a eso —afirmó Alice—. No he dicho «¿cómo?» por eso. Lo he dicho por esos emoticonos. —Se puso las gafas y observó el mensaje de Rob.

:((¬:D:Vi)

—Ha escrito NECESITO AYUDA —dijo Lauren—. Y creen que los dos primeros emoticonos significan «Estoy muy triste. No es broma». No saben qué significan los dos últimos. Y yo tampoco.

—¿A no? Bueno —Alice rió entre dientes—, no puedo desperdiciar la oportunidad de averiguar algo que tú no sabes. Venga, deja que tu abuelita lo intente. —Ladeó la cabeza—. ¿A qué se parece esa V?

:V

—¿Un embudo? —sugirió Lauren—. ¿Un cono?

Alice arrugó la nariz.

—¿Qué me dices de un megáfono?

—¿Qué es un megáfono?

—Algo que utilizaba la gente para amplificar la voz antes de que se inventaran los micrófonos. Lauren miró la pantalla.

—¿Entonces ese símbolo podría significar «Estoy gritando»?

—O llamando —dijo Alice. Entrecerró los ojos—. O tal vez sólo «llamar».

—¿Llamar qué? Lo que signifique el último, supongo. —Lauren movió la cabeza—. Éste es nuevo para mí.

—Para mí también —confesó Alice. Volvió a la dear la cabeza—. La «i» suena como «ojo» en inglés.
[1]
lo mejor tiene algo que ver con los ojos. Parece alguien con un ojo cerrado. ¿Eh, qué me dices de un pirata?

—¿Llamar a un pirata? —inquirió Lauren—. Venga, Allie. Eso no tiene ningún sentido. Rob es un chico listo.

Alice se levantó y se colocó delante del espejo de la sala de estar. Cerró un ojo.

—Bueno —dijo—. ¿Qué parece que esté haciendo?

—Mirar por un telescopio —sugirió Lauren—. O por un microscopio. Aguzando la vista con un solo ojo, eso es.

—Es como si estuviera espiando a alguien —dijo Alice.

Lauren lanzó una mirada penetrante a su abuela.

—¿Llamar a un espía? No, eso tampoco tiene mucho sentido.

—¡Un espía no! —exclamó Alice, girándose de repente—. ¡A un ojo! ¡A un ojo privado! ¡Apuesto algo a que se refiere a eso!

Lauren miró a su abuela.

—¿Un ojo privado? Quieres decir... ¿un detective?

—Un policía, en otras palabras.

—«Tamsyn, necesito ayuda. Estoy muy triste. N es broma. Llama a la policía» —leyó Lauren observan^ i la pantalla—. Allie, ¿de verdad crees que significa esto?

—Si existe la más remota posibilidad de que así sea, tenemos que hacer algo. —Alice acercó una silla a la de su nieta—. ¿Se te ocurre alguna forma de ayudar a esta chica?

Lauren cogió una caja de disquetes que había junto al ordenador y la abrió.

—Puedo enviarle un archivo que Rob me mandó hace algún tiempo. Contiene un plano de la zona en la que vive. Está en uno de estos disquetes.

—¿En uno de estos disquetes? —dijo atónita.

—Sí, ¿qué ocurre, Alice?

—Pues que... —tragó saliva—, he utilizado estos disquetes últimamente.

Cibercafé, Nueva York, EE.UU.

8.10 horas (13.10 horas en el Reino Unido)

Mitch se restregó los ojos y consultó su reloj. Las ocho y diez de la mañana. ¡Aquello era inhumano! Hay que ver lo que era capaz de hacer con tal de dar un paseo por el ciberespacio.

Entró a la cafetería por la puerta trasera y encendió la luz. Oyó que el jefe ya estaba trabajando en el almacén.

—¡Buenos días, señor Lewin!

—¡Buenos días, Mitch! —dijo una voz—. No navegues mucho esta mañana, ¿de acuerdo? Tienes mucho trabajo.

Al adentrarse en la cafetería vio a qué se refería su jefe. Tenía que limpiar las mesas, fregar el suelo y, ¿por cuánto? Por un sueldo bastante reducido... ¡pero con Internet gratis! Por eso valía la pena.

Mitch había visto el cibercafé un día, cuando volvía a casa después de hacer footing en Central Park. Lo estaban decorando porque sólo faltaba un mes para la inauguración. En unos veinte minutos Mitch había convencido al dueño de que le diera un trabajo.

Gracias a eso tenía que levantarse cada día a horas intempestivas, cuando cualquier otro joven de diecisiete años se habría estado en la cama. Pero para Mitch se trataba de un sueño hecho realidad. Para la mayoría de los jóvenes de su barrio la única forma de conseguir un ordenador era robándolo.

Se conectó y enseguida encontró el mensaje de Lauren.

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