Read Los cazadores de mamuts Online
Authors: Jean M. Auel
Caminaron juntos hacia él para dirigirse al primer hogar. Ayla se detuvo para contemplar el biombo; se quedó visiblemente impresionada, admirada. Jondalar se rezagó al pasar por el Hogar del Zorro. Ranec vio que Ayla enrojecía de contento al verle, pero enseguida bajó la vista; Jondalar no disimulaba su enfado y sus celos, en tanto que Ranec se esforzaba por mostrarse lleno de confianza y cinismo. Los ojos del tallista se desviaron automáticamente hacia la serena mirada del hombre que marchaba detrás de Jondalar, el anciano que representaba la esencia de la espiritualidad en el Campamento, y por algún motivo se sintió desconcertado.
Al acercarse al primer hogar, Ayla comprendió por qué no había visto grandes preparativos para el festín. Nezzie estaba supervisando el vaciado de un hoyo para asar, abierto en el suelo, lleno de hojas marchitas y heno humeante; los aromas que surgían del foso hacían la boca agua a todo el mundo. Los preparativos se habían iniciado antes de que todos fueran a buscar arcilla, y la comida se cocinó mientras ellos trabajaban. Ahora sólo faltaba servirla a los miembros del Campamento, siempre dispuestos a hacer gala de un apetito voraz.
Primero se sirvieron ciertas raíces redondas y duras, que soportaban bien las cocciones largas; siguieron cestos llenos con una mezcla de tuétano, moras y varios cereales triturados, junto con aceitosos piñones. El resultado, tras haber cocido horas al vapor, tenía una consistencia de budín que conservaba la forma del cesto una vez fuera de éste. No era dulce, aunque las moras le daban un delicioso sabor frutal, pero sí delicioso. Después sacaron una pierna entera de mamut, impregnada de vaho y de una gruesa capa de grasa, que se deshacía de tierna.
Como el sol se estaba poniendo y el viento era cada vez más fuerte, todos corrieron al interior del albergue, cargados con la comida. Esta vez, ante la invitación a tomar el primer bocado, Ayla no se mostró tan tímida. El banquete era en su honor; aunque todavía le costaba sentirse el centro de atención, le hacía feliz conocer los motivos.
Deegie fue a sentarse a su lado, y Ayla no pudo por menos de contemplarla. La muchacha se había recogido la espesa cabellera castaño-rojiza, trenzándola sobre la cabeza, con una sarta de cuentas de marfil, talladas a mano, que lanzaban destellos contrastantes. Vestía una especie de túnica larga, de cuero flexible, que le caía desde el cinturón en suaves pliegues; estaba teñida de un intenso color marrón, con un acabado brillante. No tenía mangas, pero era ancha a la altura de los hombros, dando la impresión de mangas cortas. Flecos hechos con largos pelos rojizos de mamut le caían por la espalda y por delante, donde se observaba un corte en forma de V, llegándole más abajo de la cintura.
Realzaba el escote una triple hilera de cuentas de marfil y un collar de pequeñas conchas cónicas, espaciadas por tubos cilíndricos de caliza y trozos de ámbar. En el antebrazo derecho, Deegie lucía un brazalete de marfil, con un diseño geométrico que se repetía en el cinturón en tonos rojos, amarillos y pardos, tejido con pelos de animal. Del cinturón pendían un cuchillo de pedernal con mango de marfil, con su vaina de cuero crudo, y la parte inferior de un cuerno de uro negro, en forma de taza, talismán del Hogar del Uro.
La falda había sido cortada en diagonal, comenzando en los costados por arriba de las rodillas, hasta terminar en pico por delante y por detrás. El ruedo estaba decorado por tres hileras de cuentas de marfil, una banda de piel de conejo y otra banda de piel confeccionada con los lomos rayados de varias ardillas. De este borde pendían más flecos hechos con pelo largo de mamut, que llegaban hasta la mitad de la pantorrilla. Como la muchacha no llevaba polainas, las piernas asomaban entre los flecos, cubiertas por sus botas altas, de color pardo oscuro, que en la parte correspondiente al pie eran de tipo mocasín y que tenían un brillo excepcional.
Ayla se encontró preguntándose cómo harían para que el cuero brillara de aquel modo, mientras que el que ella usaba tenía la textura natural y suave del ante. No se cansaba de mirar a Deegie, llena de admiración. Le parecía la mujer más hermosa que había visto en su vida.
–Deegie, hermosa... ¿túnica?
–Podrías llamarla así. En realidad, es un vestido de verano que me hice para la Reunión del último año, cuando Branag se me declaró. Iba a ponerme otra cosa, pero cambié de idea. Sabía que estaríamos dentro y que, con las celebraciones, haría calor.
Jondalar fue a reunirse con ellas; por lo visto, también él encontraba muy atractiva a Deegie. Cuando la sonrió, el encanto que le hacía irresistible expresó su admiración, provocando la invariable respuesta. Deegie le sonrió con calor, invitadoramente.
Talut se les acercó con una enorme bandeja llena de comida. Ayla quedó boquiabierta. El jefe lucía un sombrero fantástico, tan alto que llegaba a rozar el techo. Estaba fabricado con cuero teñido de distintos colores, diferentes tipos de piel (incluida una larga cola de ardilla que le colgaba por la espalda) y los extremos delanteros de dos colmillos de mamut, relativamente pequeños, los cuales sobresalían a ambos lados de su cabeza, unidos en el medio como los de la arcada del albergue. La túnica, que le caía hasta las rodillas, era de un marrón intenso, al menos en las partes que quedaban a la vista, pues la pechera estaba ricamente decorada por un complejo diseño de cuentas de marfil, dientes de animales y diversas clases de conchas.
Lucía además un pesado collar hecho con garras de león cavernario y un canino, intercalados con ámbar; en el pecho, una placa de marfil, con enigmáticas incisiones. Un ancho cinturón de cuero negro ceñía su cintura por medio de correas que terminaban, por delante, en unas borlas. De él pendían una daga, un cuchillo de pedernal y un objeto redondo, en forma de rueda, del que colgaba un saquito, algunos dientes y la borla del rabo de un león cavernario. Unos flecos de pelo de mamut, que casi barrían el suelo, revelaban que sus polainas estaban tan adornadas como la túnica.
Su brillante calzado negro ofrecía un interés especial, no por los motivos que lo decoraban, puesto que carecía de ellos, sino por la ausencia de toda costura visible. Daba la impresión de que se trataba de una sola pieza de cuero suave, justo de la medida de su pie. Aquél era uno más de los enigmas que Ayla aspiraba a resolver más adelante.
–¡Jondalar! Veo que has encontrado a las dos mujeres más bellas de la reunión –dijo Talut.
–En efecto –respondió el joven, sonriendo.
–Apostaría a que estas dos pueden hacerse valer en cualquier reunión –continuó el jefe–. Tú que has viajado, ¿qué opinas?
–No lo discuto. He visto muchas mujeres, pero en ninguna parte más bellas que aquí.
Al decir esto, Jondalar miraba directamente a Ayla. Luego sonrió a Deegie, que se echó reír. Disfrutaba del juego, pero no albergaba dudas sobre los sentimientos del visitante. Y Talut siempre le hacía cumplidos exagerados. Ella era de su casta, su legítima heredera, hija de su hermana, quien a su vez era hija de la propia madre del jefe. Él amaba a los hijos de su hogar y proveía sus necesidades, pero eran de Nezzie, herederos de Wymez, el hermano de ésta. Nezzie había adoptado también a Ranec, puesto que su madre había muerto, y eso hacía de él tanto el hijo del hogar de Wymez como su legítimo vástago y heredero, pero se trataba de una excepción.
Todos los miembros del Campamento habían acogido de buen grado la oportunidad de exhibir sus galas; Ayla trataba de no fijar sus ojos en ellos para contemplarlos a sus anchas. Llevaban túnicas de diversa longitud, con o sin mangas, de una gran variedad de colores y con adornos individuales. Las de los hombres eran más cortas, más decoradas y estaban complementadas por algún tipo de sombrero. Las mujeres, en general, habían optado por el bajo cortado en V, aunque la prenda de Tulie se parecía, antes bien, a una falda con cinturón, usada con polainas. La muchacha no usaba sombrero, pero su cabellera estaba peinada y decorada con tal profusión que era como si lo llevara.
Entre todas las túnicas, la más singular era la de Crozie. En vez de terminar en punta delante, estaba cortada en diagonal en toda su amplitud, con una punta redondeada a la derecha y una incisión, redondeada también, a la izquierda. Pero lo más asombroso era su color. El cuero era blanco, no como el blanco del marfil, sino como el de la nieve; entre otros adornos, lucía las plumas blancas de la gran cigüeña septentrional.
Hasta los niños habían sido ataviados para la ceremonia. Cuando Ayla vio a Latie al fondo del grupo que la rodeaba a ella y a Deegie, la invitó a acercarse para mostrarle su atuendo; en realidad, deseaba invitarla a quedarse con ellas. Latie, admirada por la aplicación que Ayla había dado a las cuentas y a las conchas de Deegie, resolvió disponer las suyas del mismo modo. Ayla sonrió; como no se le ocurriera mejor manera de lucirlas, había acabado por enroscar las sartas entre sí para envolvérselas a la cabeza, cruzando la frente, tal como hacía con la honda. Todos se apresuraron a incluir a Latie en las bromas, y la niña sonrió cuando Wymez le dijo que estaba encantadora, un cumplido inusitado para el lacónico fabricante de herramientas. En cuanto la niña se unió a ellos, Rydag la siguió de inmediato, y Ayla lo sentó en su regazo. El pequeño llevaba una túnica parecida a la de Talut, aunque mucho menos ornamentada, pues no habría podido cargar con una ínfima parte de tanto peso. El atuendo ceremonial de Talut pesaba varias veces más que el propio Rydag. Pocos hombres habrían sido capaces de sostener ni siquiera el sombrero.
Ranec, en cambio, tardaba en aparecer. Ayla notó varias veces su ausencia y le buscó con la vista. Al fin la cogió por sorpresa. Todos habían disfrutado exhibiendo sus ropas ante ella, para ver su reacción, pues Ayla no disimulaba su admiración. Ranec había estado observándola de lejos y quiso causar un efecto inolvidable, por lo que volvió al Hogar del Zorro para cambiarse. Después de vigilarla desde el Hogar del León, acababa de deslizarse a su lado mientras estaba distraída con la conversación. Cuando ella se volvió de pronto, descubriéndole allí, su mirada de asombro le reveló que había logrado el efecto buscado.
El corte y el estilo de su túnica eran originales; la cintura estrecha y las amplias mangas delataban su origen extranjero: no era una prenda de los Mamutoi. Había pagado un precio muy alto para conseguirla, pero desde la primera vez que la vio sospechó que la iba a necesitar. Algunos años atrás, uno de los del Campamento del Norte había realizado un viaje de negocios hacia una población situada al oeste, en cierto modo emparentada con los Mamutoi. El jefe había recibido la túnica como prenda de los lazos que les unían y de futuras relaciones de amistad. No estaba dispuesto a deshacerse de ella, pero Ranec se había mostrado tan interesado y había ofrecido un precio tan elevado que no pudo negarse a sus pretensiones.
La mayoría de las prendas de los miembros del Campamento del León estaban teñidas en tonos marrones, rojos o amarillos oscuros, profusamente decorados con cuentas de marfil, dientes, conchas y ámbar y realzadas con pieles y plumas. La túnica de Ranec era de un tono marfileño cremoso, más suave que el blanco puro, lo que creaba un asombroso contraste con su piel oscura. Pero lo más llamativo era la ornamentación. Tanto la espalda como la pechera habían sido utilizados como base de unas pinturas, ejecutadas con púas de puercoespín y finos cordones con los colores primarios, brillantes, violentos.
La pechera mostraba el retrato abstracto de una mujer sentada, hecha con círculos concéntricos rojos, anaranjados, azules, negros y marrones; un conjunto de círculos representaba el vientre; dos más, los pechos. Arcos de otros círculos dentro de círculos indicaban las caderas, los hombros y los brazos. La cabeza era un triángulo, con la barbilla en punta y la parte superior aplanada; en vez de facciones, mostraba enigmáticas líneas. En el centro de los círculos que representaban los pechos y el vientre había un granate, obviamente para indicar el ombligo y los pezones. En los bordes que limitaban la superficie aplanada de la cabeza llevaba incrustadas piedras de colores: turmalinas verdes y rosas, granates, aguamarinas. La espalda mostraba a la misma mujer vista desde atrás, con círculos concéntricos enteros o parciales representando nalgas y hombros. La misma serie de colores se repetía varias veces en el amplio borde de las mangas.
Ayla quedó pasmada, enmudecida, con los ojos muy abiertos. Hasta Jondalar estaba sorprendido. Había viajado mucho, conocido a gentes diferentes con distintas indumentarias de diario o de ceremonia. Estaba familiarizado con la técnica del bordado a púa y admiraba el procedimiento del teñido, pero nunca había visto una prenda tan impresionante ni con tanto colorido.
–Ayla –dijo Nezzie, retirándole el plato–, Mamut quiere hablar contigo un momento.
Al levantarse la muchacha, todos comenzaron a recoger los restos de la comida y los platos, a fin de prepararse para la ceremonia. Durante el largo invierno que apenas había comenzado, se celebrarían buen número de festines y ceremonias, para dar interés y variedad a este período relativamente inactivo: la celebración de los Hermanos y Hermanas, el banquete de la Noche Larga, el certamen de las Risas y varios festivales en honor de la Madre. Sin embargo, la adopción de Ayla era una ocasión inesperada y, por tanto, más apreciada aún.
Mientras todos iniciaban la marcha hacia el Hogar del Mamut, Ayla preparó los materiales para encender fuego, tal como el anciano la había indicado. Luego esperó, súbitamente nerviosa y excitada. Se le había explicado el desarrollo de la ceremonia, en líneas generales, para que supiera qué esperar y lo que se esperaba de ella; pero no se había criado con los Mamutoi. Sus inclinaciones y sus normas de conducta no formaban parte de su naturaleza. Al parecer, Mamut se había dado cuenta de su preocupación y había tratado de tranquilizarla, pero ella seguía atormentándose ante el temor de hacer algo inadecuado.
Sentada en una esterilla, cerca del hogar, observó a los que la rodeaban. Por el rabillo del ojo vio que Mamut bebía de un solo trago el contenido de una taza. Notó que Jondalar estaba sentado en la plataforma de dormir de ambos, solo. Parecía preocupado y no muy feliz, lo cual la llevó a preguntarse si no cometía un error al convertirse en Mamutoi. Cerró los ojos y elevó un pensamiento a su tótem. Si el Espíritu del León Cavernario no lo quería así, ¿le habría enviado una señal?