Los cazadores de mamuts (49 page)

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Authors: Jean M. Auel

Comprendió que la ceremonia estaba a punto de iniciarse cuando Talut y Tulie se acercaron para ponerse a ambos lados de ella. Mamut volcó cenizas frías en el último fuego que ardía en el recinto. Aunque el ritual ya se había celebrado en ocasiones anteriores y los del Campamento sabían a qué atenerse, la espera en la oscuridad era una experiencia desconcertante. Ayla sintió una mano en el hombro y provocó la chispa, que hizo estallar un coro de suspiros de alivio.

Cuando el fuego quedó bien encendido, se incorporó. Talut y Tulie se adelantaron un paso, uno a cada lado, cada cual con una vara de marfil en las manos. Mamut permanecía detrás de Ayla.

–En el nombre de Mut, la Gran Madre Tierra, nos hemos reunido para recibir a Ayla en el Campamento del León de los Mamutoi –dijo Tulie–. Pero hacemos más que dar la bienvenida a esta mujer en el Campamento del León. Llegó aquí como extranjera; deseamos hacer de ella una de nosotros, convertirla en Ayla de los Mamutoi.

Talut habló a continuación:

–Somos cazadores del gran mamut lanudo, que nos ha sido dado por la Madre. El mamut es alimento, abrigo, refugio. Si honramos a la Madre, ella hará que el Espíritu del Mamut se renueve y retorne en cada temporada. Si la deshonramos y no sabemos apreciar el Don del Espíritu del Mamut, el mamut se marchará para no volver. Así se nos ha dicho.

»El Campamento del León es como el gran león cavernario: cada uno de nosotros pisa sin miedo y con orgullo. También Ayla pisa sin miedo y con orgullo. Yo Talut, del Hogar del León, jefe del Campamento del León, ofrezco a Ayla un sitio entre los Mamutoi del Campamento del León.

–Es un gran honor el que se le ofrece. ¿Qué la hace digna de tanta distinción? –inquirió una voz, entre los allí reunidos.

Ayla reconoció la voz de Frebec. Por suerte, le habían dicho que la pregunta formaba parte de la ceremonia.

–Por el fuego que ves, Ayla ha demostrado su valor. Ha descubierto un gran misterio, una piedra de la que se puede extraer fuego, y ha ofrecido gratuitamente su magia a cada uno de los hogares –respondió Tulie.

–Ayla es mujer de grandes dones y talentos –agregó Talut–. Al salvar vidas, ha demostrado su valía como curandera hábil. Al traer comida, ha demostrado su valía como cazadora, con la honda y con un arma nueva, llegada con ella, el lanzavenablos. Por los caballos que están detrás de esta arcada, ha probado su maestría como dominadora de animales. Traería estima a cualquier hogar y prestigia al Campamento del León. Es digna de los Mamutoi.

–¿Quién habla en favor de esta mujer? ¿Quién será responsable de ella? ¿Quién le ofrecerá el parentesco de su Hogar? –invocó Tulie, en voz alta y clara, mirando a su hermano.

Sin embargo, antes de que Talut pudiera responder, se oyó otra voz.

–¡El Mamut habla en favor de Ayla! ¡El Mamut se hará responsable! ¡Ayla es hija del Hogar del Mamut! –dijo el viejo chamán, con una voz más grave, más fuerte y más autoritaria de lo que Ayla hubiera sospechado nunca.

Se oyeron exclamaciones sorprendidas y murmullos en la oscuridad. Todos pensaban que sería adoptada por el hogar del León. Aquello era algo inesperado... ¿o quizá no? Ayla nunca había dicho que fuera chamán ni que deseara serlo; no se comportaba como si estuviera familiarizada con lo desconocido y lo incognoscible; no estaba iniciada para manejar poderes especiales. No obstante, era una Mujer Que Cura. Poseía un dominio especial sobre los caballos y, tal vez, sobre otros animales. Podía ser una Buscadora, tal vez una Llamadora. Aun así, el Hogar del Mamut representaba la esencia espiritual de aquellos hijos de la Tierra que se denominaban a sí mismos cazadores de mamuts. Ayla ni siquiera sabía expresarse bien en el idioma de los Mamutoi. ¿Cómo podía, sin conocer sus costumbres, sin saber nada de Mut, interpretar para ellos las necesidades y los deseos de la Madre?

–Talut iba a adoptarla, Mamut –observó Tulie–. ¿Por qué debe ir al Hogar del Mamut? No se ha dedicado a Mut y no está adiestrada para servir a la Madre.

–No he dicho que lo esté ni que lo vaya a estar jamás, Tulie, aunque está mejor dotada de lo que imaginas y sería lo más prudente prepararla, por su propio bien. Tampoco he dicho que será hija del Hogar del Mamut; he afirmado que es hija del Hogar del Mamut. Nació para él, elegida por la propia Madre. Sólo ella puede decidir si quiere ser adiestrada o no, pero eso no importa en absoluto. Ayla no necesita dedicarse a la Madre; eso no está en sus manos. Adiestrada o no, su vida estará al servicio de la Madre. Hablo en su favor no para prepararla, a menos que ella lo desee. Quiero adoptarla como hija de mi Hogar.

Mientras escuchaba al anciano, Ayla experimentó un súbito escalofrío. No le gustaba la idea de que su destino hubiera sido decretado, fuera de su alcance, elegido para ella a la hora de nacer. ¿Qué significaba eso de que había sido elegida por la Madre, de que su vida transcurriría en servicio suyo? ¿Acaso también era una escogida por la Madre? Creb le había dicho, al explicarle lo que eran los tótems, que había un motivo para que el Espíritu del Gran León Cavernario la hubiera escogido. Dijo también que necesitaría una poderosa protección. ¿Significaría aquello ser escogida por la Madre? ¿Por eso necesitaba protección? ¿O quería decir que, si se convertía en Mamutoi, el León Cavernario dejaría de ser su tótem, de protegerla? Este pensamiento resultaba inquietante. Ella no quería perder su tótem. Sacudió la cabeza, tratando de sacudirse aquel mal presentimiento.

Si Jondalar se sentía inquieto con respecto a aquella adopción, el repentino giro de los acontecimientos aumentó su intranquilidad. Oyó los comentarios en voz baja de los presentes y se preguntó si sería cierto que Ayla iba a ser una de ellos. Incluso cabía en lo posible que fuera una Mamutoi antes de extraviarse; Mamut decía que había nacido para el Hogar del Mamut.

Ranec estaba radiante. Quería que Ayla formara parte del Campamento, pero si la adoptaba el Hogar del León, sería su hermana. Y él no tenía ningún deseo de tenerla por hermana. Quería unirse a ella, cosa imposible entre hermanos. Como ambos serían hijos adoptivos y no compartían, obviamente, la misma madre, había pensado buscar otro hogar en adopción para seguir cortejándola, por mucho que le disgustara cortar su vínculo con Nezzie y Talut. Pero si la adoptaba el Hogar del Mamut, eso no sería necesario. Le complacía especialmente el hecho de que fuera adoptada como hija de Mamut y no como alguien destinada a Servir, aunque ni siquiera eso le habría hecho desistir.

Nezzie se sentía algo desilusionada, pues ya consideraba a Ayla como hija suya. Pero lo más importante era que la muchacha permaneciera entre ellos. Si Mamut la quería adoptar, eso la haría aún más aceptable para el Consejo, en la Reunión de Verano. Talut le echó una mirada; como ella asintiera, cedió ante Mamut. Tulie tampoco tenía ninguna objeción que hacer. Los cuatro conferenciaron apresuradamente, y Ayla se manifestó de acuerdo. Por algún motivo que no acertaba a definir, le gustaba ser la hija de Mamut.

Cuando volvió a reinar el silencio en el albergue en penumbra, Mamut levantó la mano, con la palma hacia dentro.

–¿Quiere la mujer, Ayla, adelantarse?

La muchacha se acercó, con las rodillas temblorosas y el estómago revuelto.

–¿Quieres formar parte de los Mamutoi? –preguntó él.

–Sí –respondió Ayla, con voz entrecortada.

–¿Honrarás a Mut, la Gran Madre, reverenciando a todos Sus Espíritus, especialmente al Espíritu de Mamut, sin ofenderlo jamás? ¿Te esforzarás en ser digna de los Mamutoi, en honrar al Campamento del León, respetando siempre al Mamut y a lo que su Hogar del Mamut representa?

–Sí –apenas podía decir palabra. No estaba segura de poder cumplir con todo aquello, pero al menos lo intentaría.

Mamut se volvió hacia los presentes.

–¿Acepta el Campamento a esta mujer?

–La aceptamos –respondieron todos al unísono.

–¿Hay alguien que la rechace?

Hubo un prolongado silencio. Ayla no estaba muy segura de que Frebec no alzara su voz oponiéndose, pero nadie replicó.

–Talut, jefe del Campamento del León, ¿quieres grabar la marca? –el tono de Mamut sonaba solemne.

Cuando Ayla vio que el pelirrojo sacaba su cuchillo de la vaina, su corazón se aceleró. No se lo esperaba. No sabía lo que iba a hacer Talut con el cuchillo, pero sin duda no le gustaría. El corpulento jefe le cogió un brazo, apartó la manga y trazó rápidamente una marca recta en el antebrazo, haciendo brotar la sangre. Ayla sintió el dolor, pero no hizo ni una sola mueca. Con la sangre aún fresca en el cuchillo, Talut hizo una incisión recta en el trozo de marfil que pendía de su propio cuello, sostenido por Mamut, dejando una marca roja. Luego el anciano pronunció algunas palabras que Ayla no entendió. Ignoraba que los demás tampoco las comprendían.

–Ayla es ahora una más entre la gente del Campamento del León, una más entre los Cazadores de Mamuts –dijo Talut–. Esta mujer es y será por siempre Ayla de los Mamutoi.

Mamut cogió un cuenco pequeño y vertió un líquido irritante en la incisión de su brazo (ella comprendió que se trataba de una solución antiséptica), antes de ponerla de cara al grupo.

–Demos la bienvenida a Ayla de los Mamutoi, miembro del Campamento del León, hija del Hogar del Mamut...

Hizo una pausa y añadió:

–Elegida por el espíritu del Gran León Cavernario.

El grupo repitió las palabras. Ayla se dio cuenta de que, por segunda vez en su vida, era recibida y aceptada, convertida en miembro de un pueblo cuyas costumbres apenas conocía. Cerró los ojos, oyendo en su mente el eco de aquellas palabras. Y entonces captó su significado. ¡Mamut había incluido su tótem! ¡Ya no era Ayla del Clan, no había perdido su tótem! Seguía bajo la protección del León Cavernario. Más aún: ya no era Ayla Sin Pueblo. ¡Era Ayla de los Mamutoi!

Capítulo 18

–Siempre podrás hacer valer tu pertenencia al santuario del Hogar del Mamut, Ayla, donde quiera que estés. Por favor, acepta este símbolo, hija de mi hogar.

Mamut se quitó del brazo un aro de marfil, tallado con líneas en zigzag, y ató los extremos perforados al brazo de Ayla, por debajo del pequeño corte. Luego le dio un cálido abrazo.

Ayla, con lágrimas en los ojos, fue a la plataforma-cama donde estaban dispuestos sus regalos, los limpió y cogió un cuenco de madera. Era redondo y sólido, pero de una finura uniforme; no lucía pinturas ni talla; tan sólo un diseño sutil de la misma veta, simétricamente equilibrado.

–Por favor, acepta regalo cuenco de medicinas de hija de hogar, Mamut –dijo–. Y si permites, hija de hogar llenará el cuenco cada día con medicina para dolores en junturas de dedos, brazos y rodilla.

–¡Ah! Me encantaría contar este invierno con algún remedio para aliviar mi artritis –declaró él, con una sonrisa, mientras pasaba el cuenco a Talut, quien lo estudió con un gesto de asentimiento y lo entregó después a Tulie.

La jefa lo examinó con aire crítico; al principio le pareció demasiado simple por la falta de adornos a los que estaba habituada. Pero al mirarlo con más atención, deslizando las yemas de los dedos por la pulida superficie, reparó en la perfección de su forma y simetría; era, sin duda, una obra bien ejecutada, tal vez la mejor muestra de artesanía en su clase que había visto en su vida. Conforme el cuenco pasaba de mano en mano, despertaba interés y curiosidad entre la gente, que se preguntaba si los otros presentes que la muchacha había traído serían tan bellos y originales.

A continuación se adelantó Talut, para dar a Ayla un gran abrazo, y le entregó un cuchillo de pedernal con mango de marfil, en una funda de cuero crudo teñido de rojo. El marfil presentaba un intrincado diseño, similar al del cuchillo que Deegie lucía en su cinturón. Al sacar el cuchillo de su vaina, la muchacha adivinó inmediatamente que la hoja había sido hecha por Wymez y sospechó que el mango había sido tallado por Ranec.

Ayla ofreció a Talut una pesada piel oscura, que provocó en el hombrón una amplia sonrisa cuando desplegó aquella gran capa que estaba hecha con la piel entera de un bisonte. Cuando se lo puso sobre los hombros, el espeso pelaje le hizo parecer aún más corpulento, efecto que le complació. Luego reparó en el modo en que se adaptaba a sus hombros, cayendo en dóciles pliegues, y examinó con atención el interior suave y blanco del cálido manto.

–¡Mira esto, Nezzie! –exclamó–. ¿Habías visto alguna vez un cuero tan suave bajo una piel de bisonte? ¡Y qué cálido es! No quiero que se utilice para hacer otras prendas, ni siquiera una pelliza. Lo voy a usar tal como está.

Ayla sonrió al observar su satisfacción, contenta de que su regalo fuese tan apreciado. Jondalar, algo más atrás, miraba por encima de varias cabezas agazapadas, disfrutando igualmente de aquella reacción; la esperaba, pero no por eso se alegraba menos de que sus previsiones se vieran realizadas.

Nezzie dio a Ayla un caluroso abrazo y le entregó un collar de conchas acaracoladas, cuyos tamaños y colores habían sido gradualmente ordenados, separados por pequeños fragmentos de dura tibia de zorro ártico; colgando en el centro, a modo de pendiente, se veía un gran colmillo de león cavernario. Ayla lo sostuvo mientras Tronie se lo ataba a la espalda; luego bajó la vista para admirarlo, levantando el diente del león, maravillada por la forma en que había sido perforado en la raíz.

Acto seguido la joven apartó la cortina frente a la plataforma y sacó un cesto muy grande, cubierto, que puso a los pies de Nezzie. Parecía bastante sencillo, ya que las hierbas con que estaba tejido no habían sido teñidas; ningún motivo geométrico de color, ninguna figura de pájaro o animales decoraba los laterales ni la tapa. Pero fijándose bien, la mujer reparó en el diseño sutil y en la destreza de la artesanía. Sin duda era lo bastante impermeable como para servir en la cocina.

Al levantar Nezzie la tapa para examinarlo por dentro, todo el campamento expresó su sorpresa. El cesto estaba dividido en secciones, mediante flexible corteza de abedul, y lleno de comida. Había allí pequeñas manzanas duras, zanahorias silvestres, dulces y sabrosas, nudosas y mondadas chufas ricas en almidón, cerezas deshuesadas y desecadas, brotes de «hemerocallis» desecados pero aún verdes, rechonchos y tiernos granos de arveja en sus vainas desecadas, setas secas, tallos secos de cebollas verdes y algunas legumbres no identificadas. Nezzie la sonrió satisfecha después de examinar la selección. Era un regalo perfecto.

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