Los ingenieros de Mundo Anillo (15 page)

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Authors: Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

—Es aceptable —dijo Chmeee sin volverse a mirar a Wu.

En aquellos momentos, les rodeaban como un centenar de gigantes y no acudía ninguno más.

—¿Están todos? —preguntó el kzin.

—Estos y mis guerreros son toda mi tribu. Hay veintiséis tribus en la pradera. Nos reunimos siempre que podemos, pero ninguna habla en nombre de las demás —dijo el rey gigante.

De aquel centenar sólo ocho eran machos, y todos afligidos por múltiples cicatrices; tres de ellos parecían verdaderos inválidos. El rey era el único que mostraba las arrugas y las canas propias de una edad más avanzada.

Las demás eran hembras… o mejor dicho, mujeres. Tendrían una estatura de metro noventa a dos diez, y parecían menudas en comparación con sus varones: de piel morena, mantenían actitudes orgullosas pese a su desnudez. Tenían el cabello dorado, que les caía en cascada espaldas abajo, aunque muy enredado y estropajoso. No llevaban adornos de ningún tipo. Sus piernas eran gruesas, y los pies grandes y callosos. Algunas tenían el pelo blanco. Las voluminosas tetas daban una indicación bastante aproximada de las edades respectivas. Contemplaron a los recién llegados con satisfacción y curiosidad, mientras el gigante de la armadura les contaba lo que sabía de ellos.

Chmeee desconectó la traductora y habló en voz baja:

—Si prefieres a otra hembra, ahora es el momento de decirlo.

—No. Vienen a ser todas… atractivas por igual.

—Todavía podemos poner término a esta situación. ¡Debes de estar loco, para hacer una promesa semejante!

—Estoy en condiciones de hacerla. ¡Eh! ¿No deseas vengarte de las quemaduras que recibiste en tu pellejo?

—¿Vengarme de una planta? Estás chiflado. Nuestro tiempo es precioso, y en cuanto a ellos, dentro de un año estarán todos muertos… los girasoles, los gigantes, los enanos carnívoros y todos los demás.

—Sí…

—Tu ayuda no es ninguna ayuda en realidad, y menos mal que ellos no lo saben. ¿Cuánto tardarás en realizar su proyecto? ¿Un día, un mes? Y estás retrasando el nuestro.

—Quizá sea verdad que estoy loco, Chmeee, pero he de continuar con esto. Desde que salimos de este Mundo Anillo no había tenido oportunidad de… sentirme digno de mí mismo. Necesito demostrar…

El rey gigante estaba diciendo:

—El propio Luis os confirmará ahora que el peligro de las plantas de fuego va a terminar para todos, y nos dirá lo que tenemos que hacer…

Wu, modesto por naturaleza, se escondió detrás del enorme kzin, y ninguno de los gigantes observó que estaba hablando con su mano. Medio minuto después, la Voz de Luis, retardada, tronó desde la nave:

—Escucha, pueblo: ha llegado la hora de que limpiéis de plantas de fuego la pradera, que es la tierra de todas las razas humanas. Mi obra os precederá en forma de nube. Es preciso que reunáis la semilla de lo que vayáis a plantar una vez exterminadas las plantas de fuego…

A la primera claridad del amanecer, cuando el sol era apenas un resplandor oculto detrás de una de las pantallas, los gigantes se pusieron en marcha.

Les gustaba dormir en contacto los unos con los otros. El rey había ocupado el centro de un círculo de mujeres, en cuya periferia se acomodó Wu, con su cabeza diminuta y medio calva recostada sobre el hombro de una mujer, y las piernas descansando sobre las largas y huesudas piernas de otro hombre. Debajo de tanta carne y tanto pelo, apenas se descubría un pedazo del piso de barro de la cabaña.

Cuando despertaron se pusieron a trabajar ordenadamente; los más próximos a la entrada, destrenzaron los miembros y fueron a recoger los sacos y las guadañas. Wu salió con los últimos.

A lo lejos, al pie de la nave, un gigante manco que tenía una cicatriz en la cara se despidió rápidamente de Chmeee y echó a correr hacia la casa comunal. Los centinelas de la noche dormían allí durante el día, y algunas viejas se quedaron también.

Los gigantes se volvieron y pusieron cara de asombro al ver que Wu empezaba a trepar por la pared.

El adobe no proporcionaba un apoyo muy firme, pero el techo estaba a menos de cuatro metros de altura. Luis se alzó entre dos girasoles.

Aquellas plantas tenían un tallo verde y nudoso, como de treinta centímetros de altura. A cada una le nacía una sola corola ovalada, de superficie pulida como un espejo y de veinte a treinta centímetros de diámetro. Del centro del espejo se alzaba un vástago verde acabado en un bulbo color verde oscuro. El dorso de la corola era correoso y entrecruzado por una especie de símil vegetal de las fibras musculares. Y todas las corolas arrojaban luz solar contra Luis Wu, sólo que la claridad todavía no era suficiente para dañarle.

Luis agarró uno de los gruesos tallos con ambas manos y tiró de él con precaución. No cedió; estaba firmemente arraigado en el techo. Se quitó la camisa y la interpuso entre la corola y el sol. La planta osciló de un lado a otro, indecisa, y finalmente la corola se replegó como para proteger el bulbo verde.

Recordando que tenía público, Wu procuró bajar con cierta elegancia. Un resplandor blanquecino le persiguió mientras iba a reunirse con Chmeee.

El kzin dijo:

—He pasado parte de la noche charlando con un centinela.

—¿Te has enterado de algo?

—Tienen toda la confianza puesta en ti, Luis. Son crédulos a más no poder.

—Lo mismo que los carnívoros. Me pregunto si no será algo más que hospitalidad.

—Creo que sí. Los carnívoros y los herbívoros están preparados para que asome por el horizonte, en cualquier momento, cualquier clase de individuos. Saben que existen pueblos de aspecto extraño y de poderes deiformes. Lo cual me lleva a pensar cuál será el próximo que conozcamos. ¡Brrrrr! Y el centinela sabía que nosotros no somos de la raza que construyó el Mundo Anillo. ¿Significa algo eso?

—Es posible. ¿Qué más?

—No habrá problemas con las demás tribus. Aunque sean un rebaño, tienen cerebro. Los que se queden en la sabana recogerán semillas para los que vayan a combatir los girasoles en su terreno. Repartirán las mujeres entre los jóvenes que se queden. Cuando hayas hecho tu obra de magia, como una tercera parte de ellos emigrará, y los demás tendrán pasto suficiente, no necesitarán atacar de nuevo a los pieles rojas.

—Muy bien.

—Le pregunté acerca de las condiciones meteorológicas a largo plazo.

—¡Excelente idea! ¿Y qué?

—Ese centinela es un anciano —dijo Chmeee—. Cuando era joven y tenía sus dos piernas… antes de que le convirtiera en un inválido lo que él llamó un «ogro», según la traductora… el sol tenía el mismo brillo y todos los días la misma duración. Ahora el sol parece más brillante unas veces y más apagado otras, y cuando brilla más, los días parecen más cortos, y viceversa. El recuerda cuándo empezó todo, Luis. Fue hace doce falans, lo que equivaldría a ciento veinte ciclos de la constelación: hubo un período de oscuridad. Durante un tiempo equivalente a la duración de dos o tres días no hubo amanecer. Entonces vieron las estrellas y una llama espectral que se extendía sobre sus cabezas. Luego, todo continuó con normalidad durante varios falans. Y tardaron mucho tiempo en darse cuenta de la irregularidad de los días, puesto que no poseen relojes.

—Está todo dentro de lo previsto. Excepto que…

—Pero, ¿y esa noche tan larga, Luis? ¿Cómo se explica eso?

Luis asintió.

—El sol estalló. El anillo de pantallas de sombras se cerró mediante algún mecanismo. Es posible que el hilo que lo retiene pueda rebobinarse mediante algún automatismo.

—Entonces fue el chorro de la protuberancia lo que desplazó el centro del Anillo. Ahora los días son cada vez más desiguales, lo que tiene asustadas a todas las razas que comercian con los gigantes.

—No es para menos.

—Me gustaría poder hacer algo —dijo el kzin, azotando el aire con la cola—. En vez de eso, nos dedicamos a luchar contra los girasoles. ¿Lo pasaste bien esta noche?

—Psé.

—Entonces, ¿por que no estás contento?

—Si te interesaba tanto, pudiste quedarte a mirar. Lo mismo que los demás. En esa casa comunal no hay paredes; duermen todos juntos. Y les gusta mirar.

—No aguanto su olor.

Luis rió.

—Es fuerte. No desagradable, sólo fuerte. Y tuve que subirme a un taburete. Y las mujeres son… dóciles.

—Como deben serlo las hembras.

—¡No así las humanas! Las de aquí ni siquiera son estúpidas. Aunque naturalmente no pude hablarles, me dediqué a escuchar —explicó Luis tocándose el lóbulo de la oreja—. Reeth organizó la brigada de limpieza, y lo hizo muy bien. ¡Eh! ¡Tenías razón! Su organización es exactamente igual que la de un rebaño. El rey gigante es el dueño de todas las hembras. Ninguno de los demás machos echa nunca una cana al aire, excepto las veces que el rey declara día feriado y se aleja para no darse por enterado de lo que ocurra. Cuando él regresa los festejos ya han terminado, y oficialmente no ha pasado nada. Todos estaban algo contrariados porque le devolvimos al campamento dos días antes de la fecha prevista.

—¿Cómo dices que son las hembras de los humanos?

—¡Ah! Lo del orgasmo… Todos los machos de los mamíferos tienen orgasmos, pero las hembras no, por lo general. Las de los humanos, en cambio, sí. Pero las mujeres gigantes se limitan a consentir. No… ¡ejem!, no participan.

—¿No lo has pasado bien?

—Desde luego que sí. Es hacer el amor, ¿no? Pero cuesta acostumbrarse a eso. No pude conseguir que Reeth disfrutase como yo, y es que no le es posible.

—No me das mucha pena —replicó Chmeee—, considerando que mi esposa más cercana está como a doscientos años luz. ¿Qué haremos ahora?

—Esperar al rey de los gigantes. A lo mejor se levanta un poco cansado, ya que ha pasado buena parte de la noche renovando vínculos con sus mujeres. Fue preciso que hiciera una demostración para enseñarme cómo. Estuvo impresionante —comentó Luis—. Cubrió… ¿no se dice así?… cubrió a una docena de mujeres, mientras yo procuraba no desmerecer, pero la verdad es que no fue un consuelo para mi amor propio el hecho de que… Dejémoslo —terminó Luis con una mueca burlona.

—¿Qué?

—Mi equipo reproductor no está hecho a la misma escala.

—El centinela me contó que las hembras de otras especies temen a los gigantes, puesto que éstos hacen rishathra dondequiera que se les presenta la ocasión. Disfrutan inmensamente con las conferencias de paz. Al centinela le contrarió mucho que Luis no te hubiese creado hembra.

—Luis tenía mucha prisa —replicó Wu, y entró en la nave.

Aquella noche, los sacos de los segadores habían descargado grandes montones de hierba a cierta distancia de la cabaña comunal. Los centinelas y el rey se comieron la mayor parte; los segadores debieron alimentarse mientras trabajaban. Luis contempló al rey de los gigantes mientras éste se desviaba un poco de su camino hacia el módulo para dar fin a la pila.

Los herbívoros consumían mucha parte de su tiempo comiendo, meditó Luis. ¿Cómo habrían conservado su inteligencia los humanoides en tales condiciones? Chmeee tenía razón: no se necesitaba la inteligencia para ser un devorador de hierbas. Pero tal vez sí para no ser comido. O quizá se necesitaba mucha astucia para sobrevivir frente a los girasoles.

Luis se sintió observado a su vez.

Se volvió. Nada.

La situación podía volverse comprometida si el rey de los gigantes se daba cuenta del engaño. Pero Luis estaba a solas en la cabina de mandos, si hacía abstracción del espionaje electrónico del Inferior. Siendo así, ¿cuál era el motivo de aquel cosquilleo en su nuca? Se volvió otra vez, al comprender que sólo estaba engañándose a sí mismo. Era el contactor. Le pareció como si la carcasa negra de plástico le contemplase desde el disco transportador en donde se hallaba.

Una dosis de cable, en efecto, le hubiera hecho sentirse como un verdadero dios. ¡Pero también echaría a perder toda su actuación! Recordó que Chmeee le había visto bajo los efectos del cable. «Como un alga marina desprovista de conciencia»… Decidió no hacer caso.

El rey gigante se presentaba sin armadura esta vez. Cuando él y Chmeee entraron en la bodega, el kzin alzó las manos con las palmas juntas hacia el techo, y salmodió: «Luis», mientras el gigante imitaba sus gestos.

—Búscame una de esas plataformas repulsoras —dijo Luis sin más preámbulos—. Ponedla en el suelo. Bien. Ahora quiero un trozo de malla superconductora. Está tres puertas más allá, en el armario grande. Bien. Envolved con ella la placa repulsora. Tapadla por entero, pero dejando un pliegue para poder acceder a los mandos. ¿Es fuerte esa malla, Chmeee?

—Un momento, Luis… ¿Lo ves? No se corta con el cuchillo. No creo que yo pudiese rasgarla.

—Bien. Ahora consígueme treinta kilómetros de hilo superconductor. Atad un extremo a la plataforma superconductora. Bien atado. Hacedle muchos nudos, no escatiméis el hilo. Muy bien. Enrollad ahora el resto del hilo para que no se enrede al largarlo. Necesitaremos el otro extremo. Tú te encargarás de eso, Chmeee. Y tú, Rey de los Herbívoros, me traerás la piedra más grande que seas capaz de transportar. Tú conoces esta región. Encuéntrala y tráela.

El rey gigante se quedó mirando con asombro… y luego bajó los ojos y obedeció. Chmeee dijo:

—Eso de tener que obedecer tan dócilmente me revuelve el estómago.

—Tú fuiste el autor de la idea, y además te mueres de ganas de averiguar mi plan. Pero…

—Podría obligarte a hablar si quisiera.

—Y yo puedo ofrecerte algo mejor que eso. Sube, por favor.

Chmeee se plantó ante la escotilla en dos saltos. Luis le preguntó:

—¿Qué ves ahí, sobre el disco transportador?

Chmeee recogió el contactor.

Con la voz ahogada por la angustia, Luis dijo:

—Destrúyelo.

Sin vacilar, el kzin arrojó de una volea el pequeño artefacto contra un mamparo. Ni siquiera se abolló. Entonces hurgó en la caja, consiguió abrirla y apuñaló los circuitos con el cuchillo hecho de metal de fuselaje que había usado momentos antes. Finalmente dijo:

—Ya no tiene arreglo.

—Bien.

—Esperaré abajo.

—No. Te acompaño. Quiero revisar vuestro trabajo, y quiero desayunar.

Sentía escalofríos, o mejor dicho, ni siquiera sabía muy bien lo que sentía. El rishathra había resultado bastante inferior a lo esperado, y el placer puro del cable se había perdido para siempre. Aunque… ¿una fondue de queso? Sí. Y la libertad, y el amor propio recobrado. Dentro de pocas horas iba a destruir una invasión de girasoles, y a darle una buena lección a Chmeee. Luis Wu, ex adicto a la corriente, cuyo cerebro, a pesar de todo, no se había convertido en serrín.

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