Hace dos mil doscientos años que no ha vuelto. Tiene nostalgia. Tiene tantos recuerdos. Mientras viaja, se ilustra, averigua, ve vídeos de la Tierra en la actualidad. Parece que todo ha cambiado. Arcan se levanta de su sillón de jefe de las galaxias. Lee literatura terrestre.
Le gusta Baudelaire, tan negativo, tan vengativo. Se pone música en la cama. Arcan ha descubierto la música de los Sex Pistols, y le encanta esa música tan arrebatadora, tan energética, tan en consonancia con la energía fundadora de la materia. Se enamora de los Sex Pistols, pero sabe que cuando llegue a la Tierra ya habrán dejado de actuar. Estarán muertos y olvidados, sus ADN convertidos en polvo sobre la nada.
Arcan está mirando por las ventanillas de su nave, el vacío cósmico, los planetas, estrellas decrépitas, muriéndose de viejas, los meteoritos, las naves de otros colegas que también viajan, fantasmas humanos dando vueltas en forma de gases tóxicos, bestias que viajan sin nave, desnudas, quemándose absurdamente la piel, mendigos del cosmos, esta gran anarquía como principio moral de la materia. La materia, terca y robusta. La materia, testaruda y violenta.
Leonor Mariscal consigue su cita con Billy II. Lleva sus retratos de Arcan metidos en dos grandes carpetas azules que tienen que pasar rigurosos controles de seguridad. Billy II se queda fascinado ante el rostro del Arcángel San Gabriel. Pasa su dedo índice por los labios de Gabriel y siente paz.
La primera vez que estuve no había nada, piensa Arcan.
No había nada, puentes y circos romanos, eso sí.
Entonces, me costó mucho más tiempo llegar, era inexperto.
Tardé unos 456 años. Cogí una ruta desesperadamente lenta, e hice escala en un planeta muy parecido a la Tierra, donde también vivían seres morales, que me recibieron con cánticos y alabanzas.
Cualquier criatura mortal te recibe con cánticos y alabanzas.
Marc y John viajan a Zaragoza desde Berlín. Son androides alemanes. En Zaragoza va a ser el encuentro y los androides lo saben. Reciben imágenes de Zaragoza en sus pantallas con una flecha fosforescente que dice en español «aquí, aquí». Leonor Mariscal es invitada a cenar en el Vaticano. Billy II quiere rezar con ella. Billy II titubeaba en su fe, pero Leonor Mariscal le ha devuelto la fuerza de la pasión de la fe. Leonor dice: «Os habíais olvidado de la pasión de la fe». Traduce a Leonor ante el Pontífice una monja española que se llama Sofía Sánchez. Leonor insiste a Sofía para que traduzca con exactitud la idea de que la pasión debe ser el cimiento de la fe, y que esto es un pensamiento revolucionario.
Arcan se abisma en su memoria, en sus millones de años haciendo viajes, cumpliendo encargos.
Sigue mirando por la ventanilla. A veces baja la ventanilla y aspira en sus pulmones la desafiante materia oscura.
Sus pulmones son eléctricos.
Su cabeza es materia espiritual, una llaga de calor radiactivo.
Tiene nostalgia de los hombres. Nostalgia de los soldados romanos.
Le gustaba Roma. Sus emperadores, sus leyes, su esfuerzo gravitatorio. Y aquellos judíos tan pequeños de estatura.
Roma era excelente. Era esfuerzo, era lujo y proeza. Le da pena que ya no exista Roma. La invención del Ejército fue una invención inspirada por el propio Arcan. La idea de la colectividad organizada para matar a los otros. Entiende Arcan que esa idea es el motor de la Historia.
Arcan fue feliz en Roma. Le gustaba asistir a las ejecuciones públicas. Le gustaban las crucifixiones. Eran espectáculos gratuitos. Y daban conocimiento. Un ser humano que ha visto una crucifixión se convierte en sabio, aunque sea analfabeto. Por lo que ve, ya no existen espectáculos gratuitos de conocimiento.
Le gustaba ver a aquellos emperadores sin tedio en la mirada. Los seres humanos le enamoran. La idea de que haya seres es tan hermosa. Qué divertido es ser.
Puede que Arcan —piensa Arcan— sea el único comprobante de que existe la Historia.
Leonor Mariscal le explicaba a Billy II el sufrimiento histórico del pueblo peruano. Le habla de la esperanza depositada en la fe de que el segundo viaje del Arcángel sirva para que toda Sudamérica recobre la fe. Se le encendían los ojos. Sofía Sánchez, que, además de traductora del español al italiano, es teóloga, decía que el Arcángel redimirá la Historia. Billy II cogía la mano de Leonor y su fe renacía. Leonor ama a Arcan. Sofía Sánchez experimenta la luz. Billy II está fascinado con las visiones de Leonor.
Arcan barre la aeronave, y ve películas. Ve películas humanas de ciencia ficción y de extraterrestres. Observa que en esas películas nadie barre las aeronaves. Nadie las limpia.
Nadie saca el polvo de los ordenadores.
Nadie se ocupa del grasiento polvo intergaláctico que se adueña, cuando se viaja a velocidades superiores a las de la luz, de todas las paredes externas de la aeronave. El pensamiento viaja a velocidades mucho más grandes que la velocidad de la luz, lo que equivale a decir que el pensamiento es el viaje en sí. Pero en la práctica de estos viajes, todo se ensucia. Por eso, limpiar las cosas es, esencialmente, algo trascendental, necesario. Siempre hay que limpiar las cosas. Que todo brille. La humanidad entera ha dedicado miles de generaciones de seres humanos a la limpieza, a limpiar casas, castillos, calles, cocinas, restaurantes, cines, habitaciones, coches, naves industriales, hoteles. Y sin embargo, renuncia a la limpieza de las aeronaves.
En eso observa Arcan la falsedad de estas películas y la inconsistencia de la imaginación humana: nadie limpia las aeronaves que cruzan el espacio sideral. Arcan se pasa el día barriendo, limpiando, fregando la aeronave. Alguien tiene que limpiarla.
Y en el fondo, los grandes asuntos interplanetarios no se pueden resolver sin una limpieza profunda de las complejas aeronaves, de las gigantescas habitaciones donde se toman acuerdos de desmesurada validez a través del tiempo, de los dormitorios donde se descansa durante milenios, de los barrocos pasillos que van de una divinidad a otra, de un arcángel a otro arcángel.
Arcan ama las escobas, las fregonas, los cubos, los mágicos productos de la limpieza, siempre a la vanguardia tecnológica en desinfección, en olores agradables, en bienestar.
Una lágrima se desploma por su mejilla de acero ahora mismo.
Llora Arcan de tristeza, o de nostalgia.
Arcan ve vídeos pornográficos.
Billy II le pide a Leonor Mariscal asistir en persona a la segunda venida de Gabriel. Leonor le explica que él no ha sido contactado. Están los tres en el gran despacho azul del Vaticano. Están Billy, Leonor y Sofía. Sofía también quiere ir. Leonor llora amargamente porque ya es amiga de Billy y de Sofía y comprende su ardiente deseo de ver al Gran Gabriel, el amor puro.
—Existe el amor puro —les dice con seguridad Leonor—, es como el viento y el mar hechos vuelo y significado.
—¿Y la paz? —pregunta Sofía.
—La paz es la sangre del amor.
—¿Existe la paz más allá de la muerte? —pregunta Billy II.
—No lo sé —dice Leonor.
Mira Arcan otra vez por la ventanilla: huracanes rojos, antimateria en forma de crespones azules, árboles de roca, ramas, lagos con aguas putrefactas, seres sin ser, antiseres con ser, toda esa viscosidad baldía y tediosa. El Universo es aburrimiento, piensa Arcan.
Se estrellan mosquitos intergalácticos contra la aeronave y se ve la sangre en los cristales delanteros.
De vez en cuando, Arcan se pone en contacto con
Santa Misa,
una especie de Hipernave General, una Gran Comandancia del Universo. Hace pedidos. Pide combustible e información náutica y de paso pide por el alma de los mosquitos intergalácticos y por el espíritu de las prostitutas terrestres que ve en los vídeos pornográficos y que ya estarán muertas cuando él llegue a la Tierra. Pide permiso a
Santa Misa
para parar de vez en cuando en planetas y estrellas que se cruzan en su viaje.
Santa Misa
siempre le concede estas peticiones.
Arcan, atlético y juvenil, alto y delgado, firme y sólido, posa su aeronave en espacios maravillosos. Sale de la aeronave y pasea por planetas anónimos y completamente desconocidos. A veces hay mares en esos planetas y Arcan se da un baño. Le gusta bañarse en mares de planetas absurdos. En mares gigantescos que jamás han sido visitados. Millones de kilómetros cuadrados sin hollar. Se baña en océanos sin nombre de constelaciones que jamás visitó inteligencia alguna. Siente mucha piedad a la hora de romper la virginidad de tantos océanos innominados. Si quiere, puede nadar a cinco mil kilómetros por hora, o puede nadar a cincuenta kilómetros por hora, según le apetezca. Da igual el clima. Da igual que las aguas estén a ocho grados que a ochenta, que estén ardiendo o que estén heladas. Arcan se baña y nada y bucea como un adolescente juguetón. En algunos de esos planetas hay vida animal, y el Arcan, entonces, da de comer a esas bestias que viven en los océanos. Les da de comer metáforas, ilusiones, parábolas, alegorías, pues no dispone de otros alimentos. A veces acaricia a alguna de esas bestias. A veces les concede el don del lenguaje y de repente animales parecidos a los cocodrilos o a los monos se ponen a hablar y preguntan y Arcan les narra historias sobre el origen de lo que son, historias que se inventa en ese mismo instante. Pero tiene que seguir viaje a la Tierra. Procura perder el menor tiempo posible, si bien es natural que pare de vez en cuando. Incluso recibe mensajes muy amables de
Santa
Misa
recomendándole que descanse y recibe incluso consejos sobre qué planetas pueden ser objeto de una excitante visita. Ocurre que
Santa Misa
adora a Arcan.
Santa Misa
protege a Arcan. Un gran amor. El amor con que
Santa Misa
distingue a Arcan puede ser medido en términos nucleares. Todo puede ser medido. Arcan está muy alto en la Escala del Amor. Su Amor es de una potencia abrumadora.
Y la nave se ensucia, tantas materias pegadas a sus motores, tanta antimateria cercando las chapas de
Haizum
. La limpieza exterior es la más trabajosa. Quitar todas esas cosas inclasificables que chocan contra
Haizum
.
A veces, Arcan desconecta a
Haizum
de su contacto con
Santa Misa
y se extingue, desaparece de los radares.
Billy II llora por las noches en el Vaticano. Llora y se consume. No entiende por qué el Arcángel San Gabriel no lo ha contactado.
Max Vilas camina por las calles de Zaragoza con una sonrisa inquietante.
Marc y John siguen discutiendo mientras viajan en tren de Berlín a Zaragoza.
Es tan largo el viaje de Arcan. Está mirando ahora fotos de mujeres terrestres en la pantalla de su ordenador. Son fotos de mujeres de distintas edades. Mujeres de veinticinco, de treinta, de treinta y cinco, de cuarenta, de cuarenta y cinco, de cincuenta, de cincuenta y cinco años. Intenta comprender el envejecimiento. Se está apasionando. Comprende que no es igual el envejecimiento de las mujeres que el envejecimiento de los hombres. La primera vez que estuvo en la Tierra, los seres humanos no se hacían fotografías. Ve ahora a una mujer de treinta y nueve años. Es guapa, pero está envejeciendo. Es una mujer casi rubia. ¿Estará viva aún? Piensa en contactarla. Es española, y se llama Letizia Ortiz. Es hermosa, muy delgada. Averigua más cosas sobre ella. La idea de contactarla se hace insistente en el pensamiento de Arcan. Imprime fotos de Letizia en tres dimensiones. Analiza su envejecimiento. Contabiliza sus enfermedades, sus glóbulos rojos. Entra en su memoria. Proyecta su memoria en tres dimensiones. Es una memoria fuerte. De la memoria pasa a su vida sentimental: tiene delante a su marido en tres dimensiones. El marido se llama Felipe de Borbón. Arcan habla con el marido de Letizia. Vislumbra ahora Arcan el historial médico del marido de Letizia. Arcan se queda perplejo. Menudo ser, dice Arcan. Le toca ahora a la vida laboral del marido de Letizia. La vida laboral del marido de Letizia se confunde con toda una colectividad: España. Arcan tiene que proyectar la vida laboral de un país entero, y ese país se llama España. Arcan se está poniendo nervioso. Salen cosas muy raras. Sale miedo, odio, ignorancia y alegría. Y qué hace allí la alegría. No va a contactar a nadie así, tan complicado. Arcan apaga el ordenador y se pone a barrer. Se ha puesto nervioso, así que barre. Ya le advirtieron en
Santa Misa
que podía encontrarse con proyecciones aparentemente individuales pero que en realidad son colectivas. Tampoco es la primera vez que le ocurre. Lo que pasa es que de una sesión a otra sesión se le olvida todo, porque tiene asuntos más graves y más importantes que recordar.
Marc y John recorren el barrio del Actur. Hoy es el día. Marc lleva recibiendo intensos mensajes de Arcan desde hace unos meses. Se palpa en el ambiente de los médiums la llegada de un gran extraterrestre. Hay un estado de nerviosismo generalizado. Arcan disfruta pensando que aquellos a quienes visitó hace dos mil doscientos años son menos que una ficción. Y piensa en la identidad de estos desdichados a quienes tiene que visitar ahora. Y en si no serán los mismos unos y otros, y en que qué más da quiénes sean. Intenta recordar algunos rostros de aquellos tipos que vio hace dos mil doscientos años, es imposible recordar nada. Le asusta la idea de que a lo mejor no estuvo aquí hace dos mil doscientos años sino en otro planeta. Confunde las misiones. Pero sí, fue aquí, claro.
Arcan sabe con claridad, con precisión, que ya está llegando. Acaba de atravesar Alfa Centauri, ya está aquí. Volverá a ver hombres y mujeres, y niños. Le encantaban los niños. Ya está en el Sistema Solar. Se queda mirando el Sol, Júpiter, Urano. Toca con una mano robótica la fotosfera del Sol y conecta la mano a su sistema nervioso y siente un placer incandescente, y ama el Sol. Ya se acuerda de la otra vez. Siente un gran deslumbramiento al ver la atmósfera terrestre. Ve los mares, las nubes, las montañas. Toca los mares y las nubes y las montañas con una sonda ultraligera conectada a su sistema nervioso. Analiza los mares: millones de seres vivos pasan por delante de sus ojos, millones de peces. Los peces: qué prodigiosa variedad, qué enigma tan furioso. Ya sabe todo lo que tenía que saber. Desde
Santa Misa
le han enviado las instrucciones finales. Las instrucciones finales están contenidas en un soneto titulado
Love
de un poeta francés llamado John Baudelaire. El título del poema está en inglés. Y el poema dice así: