Los inmortales (18 page)

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Authors: Manuel Vilas

Tags: #Narrativa

Buscó puntos de intersección real, lugares para poder llevar a cabo la transmutación o la fusión fílmica. Había un lugar esplendoroso: el piso de Amador, en
Los lunes al sol.
El piso de Amador era un albañal, un piso que podía conectar con otro piso: el piso de la pensión que aparece en
El día de la bestia,
en la calle Mártires de Madrid, 3º C. Esos dos pisos podían servir de plataforma giratoria para que los personajes viajasen de una película a otra, de una España a la otra España. La España de la reflexión y la España del esperpento. ¿Qué España era mejor? En ninguna de las dos apetecía vivir.

Había más intersecciones. Ésta era la más perturbadora, la que podía hacer que personajes de
El día de la bestia
viajaran a la realidad del mundo del año 2013. Corman detuvo la imagen cuando en la pantalla se veía la habitación de Ángel Berriatúa en la pensión de la calle Mártires, la pensión que regentaba la madre de Santiago Segura, el rijoso José María de la película. La habitación del catedrático de Teología de Deusto estaba conectada simbólicamente con la habitación de Corman Martínez del Hostal Irene. Llamaron a la puerta en ese instante. Corman abrió la puerta y se encontró con un hombre y una mujer. Tardó un poco en reconocer a Irene, la dueña del hostal. Llevaba una botella de champán en una mano. Corman entendía que esa visita era una intromisión. Irene parecía una mujer compasiva, si bien su compasión no viniese a cuento. Se oían, como ruido de fondo, las dos películas a la vez. Corman no conocía al hombre que acompañaba a Irene, de lo que ella enseguida se dio cuenta y procedió a las presentaciones. Se trataba de su novio, aunque ella dijo amigo, un tal Manuel, tal vez un hombre de unos cincuenta años. Corman los invitó a pasar. Manuel se fijó enseguida en los dos DVD.

—Vaya, ¿estás viendo dos películas a la vez? —preguntó Manuel—. Es increíble, yo hago lo mismo. Pensaba que era el único a quien le gusta ver dos películas a la vez.

—La gente piensa que es imposible —dijo Corman.

En ese momento, Irene abrió la botella de champán.

—¡Feliz Navidad! —exclamó Irene.

—No, qué va, yo incluso he llegado a ver tres películas a la vez —dijo Manuel—, se trata de que gires el cuello a las velocidades precisas. Todo se basa en el cuello. No es deporte para personas con propensión a la tortícolis.

Los tres rieron.

—Es que mi amigo es escritor —dijo Irene.

—Ah, no lo sabía, ¿y cómo te apellidas? Igual he leído un libro tuyo —dijo Corman.

—No, es casi imposible que hayas leído un libro mío. Me apellido Vilas.

—¡Te equivocas completamente! —afirmó Corman.

Sonó el teléfono. Era la recepcionista, había surgido un problema con un grifo. Irene tuvo que salir de la habitación.

Corman Martínez y Manuel Vilas se quedaron solos. Se pusieron a ver las películas. Vilas sugirió a Corman que las viesen de manera caótica. Que en vez de verlas a la vez, las mezclasen. Eso hicieron. Irene telefoneó a la habitación y dijo que la reparación del grifo la había agotado, que estaba muy cansada y se iba a dormir.

Se mezclaban, en ese instante, en los dos DVD, la muerte de Amador con la muerte de José María. Parecía un aullido.

—¿Qué personaje es más desgraciado, Amador o José María? —preguntó Corman.

—Reflexionemos: a Amador lo abandona su mujer, es alcohólico y se tira por la ventana de su sórdido piso de protección oficial. Por otro lado, José María es un tarado, un ser irreal que sólo vive en la imaginación del director de la película. Creo que el más desgraciado es Amador, porque es más real.

—No sé, Vilas, yo he visto por ahí muchos Josemarías como el que sale en
El día de la bestia
. Yo creo que te has movido poco por los bajos fondos madrileños. Además, tienes que tener en cuenta que el aspecto físico de José María es monstruoso.

—Sí, es realmente asqueroso. Aunque más asqueroso me parece el abuelo de José María, ese personaje mudo, ese anciano que va enseñando un pene minúsculo por los pasillos de la pensión. Me recuerda a aquel tipo que hacía de Jefe Indio en
Alguien voló sobre el nido del cuco
.

—Puede ser, oye, y ¿qué mujer te parece más hermosa, la esposa de Luis Tosar en
Los lunes al sol
o la rubia tonta y virgen a la que el catedrático de Teología le extrae la sangre con la jeringuilla?

—Las dos tienen un toque de hermosura desgraciada.

—Sí, sí, es cierto, podrían ser madrinas de España.

—O España misma, como una alegoría de esas que salían en el teatro de Lope de Vega y Calderón de la Barca. Las inmortales alegorías del teatro español.

Vilas propuso a Corman sustituir el volumen de voz de
Los lunes al sol
por el de
El día de la bestia
.

—¡Es magnífico! —dijo Corman.

—La apoteosis de la soledad, ahora ya no se entiende nada, pero al no entenderse nada todo resulta más transparente —dijo Vilas.

En la imagen se veía a Javier Bardem, pero se oía la siniestra voz de Álex Angulo, el catedrático de Teología de Deusto.

—¿Quién es más representativo del pueblo español, el catedrático de Teología de la Universidad de Deusto, es decir, Álex Angulo, o Santa, es decir, Javier Bardem? —preguntó Vilas.

—Sin duda, el más representativo de la locura hispánica en todo tiempo y lugar es el catedrático de Teología de Deusto. Álex Angulo es el heredero natural de Pepe Isbert, ¿te acuerdas de Pepe Isbert? —preguntó Corman.

—Claro que me acuerdo, vaya estupidez. Vas a flipar, Corman —dijo Vilas.

Manuel Vilas se quitó la camisa, una camisa azul de Zara, y luego se quitó la camiseta, una camiseta azul de H&M. Le dijo a Corman que mirase su espalda, que mirase el tatuaje de su espalda. Se veía un rostro de un hombre mofletudo y sin cuello. Se leía esta leyenda: «I Love Pepe Isbert».

—Excelente, no podía imaginar una cosa así, excelente y crucial, ¿no serás un extraterrestre?, me has dejado maravillado —dijo Corman—, pero cómo te hiciste tatuar una cosa así, podías haber elegido a una actriz, no sé, a Sara Montiel o a Penélope Cruz.

—Quería ir al origen, al origen de todo. El tatuaje me lo hice en un curso de verano de la Universidad Menéndez Pelayo de Santander. El curso se titulaba «El cine español ante la segunda década del siglo XXI», fue este verano, así que es reciente. Uno de los ponentes era actor y también, inexplicablemente, diseñador de tatuajes. Hacía tatuajes en la habitación de su hotel. A mí me lo hizo gratis. Cobraba una pasta. Me lo hizo gratis porque, como yo era escritor, pensó que yo también era un artista o algo así. Dijo que los artistas éramos inmortales. Nos suele pasar a los escritores, que nos confunden con los artistas, y no sé por qué. Lo más lógico sería que nos confundieran con los camareros o con los taxistas.

—¿Y qué actores españoles tatuaba?

—Bardem estaba. Pero Álex Angulo no.

—Allí lo tienes: Bardem sí, Angulo no. Bueno, entonces como que gana
Los lunes al sol.

—No es tan fácil, porque también podías tatuarte a Santiago Segura, el gran José María de
El día de la bestia
. Yo elegí a Pepe Isbert, que era como elegir el Big Bang del cine español.

—Isbert puede ser el principio activo de Álex Angulo, pero no el de Bardem.

—El de Bardem sería Paco Rabal.

—Exacto.

—Espera —dijo Vilas.

Vilas se bajó los pantalones. Unos tejanos Gransur, de Carrefour. Después se bajó unos calzoncillos negros, de H&M.

—Mira mi culo —dijo Vilas.

Corman vio en la calva derecha del culo de Vilas el rostro tatuado de Paco Rabal, con una leyenda encima, con letras góticas, que decía: «I Love Paco Rabal».

—¡Maravilloso! —exclamó Corman—. Creo que ha llegado mi momento.

Corman se remangó las mangas de su pulóver. Sus dos antebrazos quedaron desnudos. En uno, en el izquierdo, se leía «I Love Fernando León de Aranoa», y en el derecho, «I Love Álex de la Iglesia».

—¿También estuviste en ese seminario? —preguntó Vilas.

—Sí, pero de alumno. A mí sí me cobraron por los tatuajes.

Vilas se dio cuenta de que había dos relojes encima de la mesa, el Swatch y el Fossil. Uno marcaba las seis de la madrugada, el otro también las seis. Coincidían hasta en el segundero. Era increíble: los dos relojes marcaban la misma hora, al segundo. Vilas se quedó hipnotizado por la coincidencia, por la rara perfección de esa simetría que le pareció ilusionante, como un cuento de Navidad. Los dos relojes eran de esfera muy grande, con agujas voluminosas, fosforescentes, lo que permitía ver con extrema claridad la hora. Corman se acercó hasta Vilas para ver con detenimiento la coincidencia, el paralelismo, la identidad. Estuvieron mirando los relojes durante cinco minutos, completamente en silencio, absortos ante la maquinaria de precisión de los dos relojes. Cuando los dos relojes marcaban las seis horas y seis minutos y seis segundos, Vilas se despidió de Corman y salió de la habitación. Corman se quedó un rato más viendo las dos películas. Ahora estaba viendo
El día de la bestia
con los diálogos de
Los lunes al sol
. Al cabo de un rato, Corman Martínez se sintió ridículo. Pensó que esas dos películas eran completamente prescindibles, que nadie las conocía, que hablaban de sociedades inexistentes; pensó que eran dos pésimas películas de ciencia ficción, ciencia ficción de serie B. Se haría borrar los tatuajes de sus brazos, aunque fuese con fuego. Pensó que toda España era una serie B. Volvería a la Fnac y compraría dos películas inmortales y universales de verdad, compraría
El acorazado Potemkin
y
El nacimiento de una nación
. Películas que realmente fuesen necesarias en la Historia de la Cinematografía Universal. Seguro que
Los lunes al sol
y
El
día de la bestia
tenían su equivalente en la cinematografía polaca, chilena, mexicana, iraní, ucraniana, rumana, hindú, china y búlgara. Pero sólo puede quedar una cinematografía sobre la Tierra. Sólo puede quedar una. Es la ley. La ley del Amor y de la Inmortalidad.

España ha muerto para mí, dijo Corman.

Vírgil

De vez en cuando, el Purgatorio abre sus compuertas y a algunos fantasmas vitalistas y juerguistas les es concedido el regreso al mundo. No se puede salir de los Estados Unidos del Purgatorio fácilmente. Hay que pasar severos controles de inmigración, humillantes aduanas espirituales.

El espíritu fantasmal del poeta latino Virgilio y el espíritu fantasmal del poeta español Federico García Lorca se fueron a pasar unos días al pueblo costero de Cambrils, en la española provincia de Tarragona. Se les vio salir gozosos de las circunvalaciones del Purgatorio. Con sus maletas y sus veraniegos pulóvers y sus sandalias rojas. Llevaban maletas de la marca Samsonite. Iban riendo y dando saltos de alegría. Virgilio ponderaba la dureza de las maletas Samsonite. Se iban de vacaciones, unas vacaciones muy merecidas. Era septiembre del año 2010. Sí, la vida después de la muerte es muy interesante y está llena de caprichos de las leyes de la naturaleza. Por otro lado, Vírgil y Fede —así se llamaban entre ellos— se habían hecho muy amigos en el Purgatorio, y eso que Fede era un muerto joven e inexperto y los muertos históricos como Vírgil suelen ser muy exigentes a la hora de hacer nuevos amigos. La muerte tiene contenidos pedagógicos, y los muertos viejos instruyen a los muertos jóvenes, y toda instrucción se basa en la paciencia del docente. Y Vírgil tenía poca paciencia. «Mi joven y guapo amigo difunto», así se dirigía a veces Vírgil a Fede, no sin un deje importante de ironía, aburrimiento y nostalgia.

Encontraron un hotel de carretera, fue un capricho de Vírgil. Se alojaron allí e, inexplicablemente, el hotel estaba medio vacío. Apenas había huéspedes o turistas. Sin embargo, el pueblo de Cambrils estaba atestado de veraneantes. Pasearon por Cambrils y se tomaron unos helados. Vírgil tenía verdadera pasión por el helado de leche merengada. Se pidieron helados con bengalas y adornos chinos. Tenían que hacer esfuerzos sobrehumanos para encarnar, corporeizar sus espíritus fantasmales y poder disfrutar de los helados, pero lo conseguían. Se encarnaban los dos, ya lo creo que se encarnaban, y al fin, disfrutaban del helado. Había mucha gente en los restaurantes y en las terrazas de los bares, pese a que ya era septiembre. Había tanta gente en septiembre que era difícil imaginar más gente aún en agosto. Pero Vírgil se puso melancólico y lapidario.

—El cuerpo navega hacia la destrucción —dijo Vírgil, sentado y encarnado en una terraza, frente al puerto de Cambrils, mientras se tomaba un helado de leche merengada—. Todos estos turistas están ya casi muertos, a un paso del Hades. Puedo ver el proceso con tanta claridad que lloro por esos niños que están jugando a nuestro lado. Puedo ver sus cuerpos devorados por la edad. La muerte se ayuda de la edad. La única manera de aceptar la muerte es a través del deterioro progresivo del cuerpo. Está escrito, los griegos ya lo cantaron. Las ninfas sabias se lo propusieron a Júpiter antes de la aparición de la vida inteligente. Le dijeron que la muerte se ayudara del envejecimiento y del deterioro. A Júpiter le pareció una buena idea. Yo sé mucho de ancianos. La ancianidad es alta celebración de la inteligencia de los dioses. La ancianidad es casi la inteligencia divina.

Siguieron paseando por Cambrils. Caminaron por el puerto. Se fueron hasta el faro. El mar estaba tranquilo. Cambrils parecía un paraíso. Todos los turistas estaban felices y sonrientes. Había mujeres hermosas en todas las terrazas. Mujeres alemanas, que medían uno ochenta, rubias y resplandecientes. Calzaban un 43. Parecían varones secretos.

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