Los inmortales (19 page)

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Authors: Manuel Vilas

Tags: #Narrativa

—Siempre he creído que éste sobra —dijo Vírgil, señalando el mar con el dedo índice—. Su finalidad es recordarnos el Terror. Y eso que yo lo amo profundamente. Amo el mar, claro. Es hermosísimo. Pero sobra. No era necesaria su presencia. Con los ríos hubiera sido suficiente. La creación del mar es un extravío de la inteligencia de los dioses. No te apures, Fede, a los inmortales se nos permite criticar a los dioses, si es que existen.

Siguieron paseando y Vírgil fue adivinando el nombre y la fecha de defunción de todos los turistas con quienes se fueron, azarosamente, encontrando:

Primer turista: José María Aznar López, nacido en Madrid el 15 de septiembre de 1959, morirá en Madrid en 2049.

Segundo turista: Felipe González Márquez, nacido en Madrid el 9 de febrero de 1965, morirá en Madrid en 2061.

Tercer turista: Letizia Ortiz Rocasolano, nacida en Barcelona en 1976, morirá en Barcelona en 2073.

Vírgil se quedó pensativo y dijo: «Es un tanto aburrido esto de la adivinación en España, tu querido país, Fede, pues casi todo el mundo ha nacido o en Madrid o en Barcelona y la longevidad es ya pura rutina biológica, una longevidad de derechas, diría yo; y lo más angustioso es observar que casi todo el mundo acaba muriendo en el mismo sitio que le vio nacer, la clase media de tu país es muy conservadora en esto. Lo gracioso es que todo el mundo se muere, menos tú y yo, porque somos símbolos inmortales de Europa. Somos Europa, y si no te importa, yo bastante más que tú; sin nosotros, especialmente sin mí, la civilización occidental sólo sería unos grandes almacenes y unas cuantas cajas de ahorro. Somos símbolos. Somos estandartes y civilización. Me gusta la palabra “civilización”. Es la mejor palabra humana. Casi mejor que la palabra amor. Es muy guapa la tercera turista».

Regresaron al hotel. Había una soledad tan especial en el hotel que tanto Vírgil como Fede se sentían especialmente tranquilos, serenos, risueños, felices. Una felicidad de baja intensidad, como un leve hilillo de luz en el anochecer. El hotel se llamaba Don Juan. Cenaron unos espaguetis a la boloñesa que brillaban en el plato, por un efecto luminoso del queso rallado, la salsa de un rojo vivo, los trozos de carne y la luz de la lámpara. Vírgil advirtió el hecho sobrenatural de que los espaguetis brillasen. Comentaron casi al unísono el milagro de la unción perfecta de la pasta, la salsa, la carne y el queso. Cuatro elementos que habían conducido el estómago del hombre a la cercanía de la saciedad de los dioses. Vírgil hizo consideraciones sobre ese encuentro casual de la pasta, el tomate, el queso y la carne. Esa tetralogía de la saciedad bien fundamentada. No toda saciedad tiene fundamento.

Después de cenar tomaron unas copas. Se podía sentir el mar Mediterráneo en la lejanía. Vírgil sentía nostalgia de Roma cuando olía la brisa del Mediterráneo. Pidieron en el hotel que les encendieran los focos de la piscina y se dieron un baño. Fede llevaba un bañador Adidas, de color rojo. Vírgil un Nike de color negro, con una V de victoria dibujada en colores fosforescentes en la parte trasera. Pidieron un par de gintónics. Se sentaron en las hamacas, con los focos encendidos bajo el agua. Vírgil se había quedado ensimismado, a su memoria venían las calles de Roma, el olor del ejército, las noches de verano, la Luna que brillaba de otra forma antes del cristianismo.

—Dime, Vírgil, cómo será el fin del mundo, seguro que tú lo sabes —preguntó Fede, mientras se secaba con una toalla en la que ponía «hotel Don Juan».

—Buena pregunta. Será fastuoso. Será una fiesta hipersalvaje, de acero puro. La fiesta de acero, así se titulará. En el cielo se dibujará el rostro ensangrentado de Julio César, de Marco Antonio y de Horacio. Y también el de Homero. Todo ha de ser muy homérico. Al fin y al cabo, los griegos y nosotros somos como hermanos, divinos hermanos, como los americanos y los ingleses. Descenderán del cielo paracaidistas con paracaídas de color negro, como mi bañador, con una V dibujada en sus uniformes. Y serán dioses con armamento moderno. Con armas automáticas. El mar se convertirá en una superficie sólida, sobre la que patinarán las ninfas y los dioses. Y sonará música celestial. Júpiter irá hombre por hombre, mujer por mujer. Por ejemplo, si estás durmiendo, al despertarte tendrás un tipo a tu lado, y ese tipo será Júpiter. Si estás viendo la tele, de repente un tipo estará viendo la tele a tu lado y ese tipo será Júpiter. Uno por uno. Y Júpiter será el Amor.

—¿Qué hará con los niños?

—Lo mismo, se presentará a los niños como si fuese un niño.

—¡Genial! ¿Y qué hará contigo?

—Es increíble: sé lo que va a hacer con todo el mundo, pero no sé qué hará conmigo.

—¿Y qué hará conmigo?

—Amarte, todos los dioses te amarán porque eres bueno. Ya te lo he dicho. Ten paz, Fede, todo está bien y tú eres bueno, aunque un poco pesado, un poco coñazo.

—¿Todos seremos amados por los dioses?

—Me temía esa pregunta terrible. Seleccionarán. Si no, no cabríamos todos encima de la Tierra. Somos demasiados. Esa generosidad absurda de la naturaleza, esos billones de litros de semen creando criaturas para la muerte y la nada. Imagínate que vuelven todos los que han estado por aquí alguna vez. Si yo te contara… He visto a tanta gente. He visto a miles y miles de personas. He hablado con millones de personas a lo largo de estos dos mil años. He visto morir de todo. Seleccionarán, seguro que seleccionarán. La selección es el gran proceso de todo lo humano. La humanidad es selección. Mira, Fede, la historia de los seres humanos es, en el fondo, triste. Y la relación de los seres humanos con los dioses tampoco es seria. Pero ellos nos aman. Y nos seleccionan. En Roma, había docenas de celebérrimos poetas en mi época, y ya ves, sólo he quedado yo. Sólo puede quedar uno, es el lema de la inmortalidad. Siglos enteros de poesía y de poetas, y sólo queda un nombre, y ése es el mío. Es triste, en cierto modo: poetas romanos que se perdieron como lágrimas en la lluvia.

Al día siguiente se fueron a la playa de Cambrils. Se compraron una sombrilla y un taladrador para enterrar el palo de la sombrilla. Vírgil hizo tan hondo el agujero que la sombrilla quedó algo baja. Compraron dos sillas de playa y un bronceador de protección 56. Vírgil dijo que estaban engañando a Apolo, y que esa crema solar iba a ser su perdición. A Vírgil le encantó el taladrador y se puso a hacer agujeros por todas partes. Encargaron una paella en un chiringuito de la playa. Vírgil se quejó de que habían puesto pocos mejillones en la paella. Teorizó sobre la diferencia entre el mejillón de toda la vida y el novísimo mejillón de roca, más pequeño y más sabroso. Habló con convencimiento de la divinidad de los mejillones.

—No soporto a la gente que en las paellas se deja los mejillones. Esos seres se van directos a la basura. Neptuno no lo tolerará por más tiempo. Son sus hijos. Agitará las aguas, su ira será terrible. La cría industrial del mejillón ofende a los dioses. En realidad, Neptuno ya ha levantado las aguas, porque la causa de los últimos tsunamis es la ira de Neptuno por el maltrato del mejillón, y de otras especies similares, como las gambas, las almejas, las langostas, etcétera.

El camarero tuvo que llamarle la atención a Vírgil, porque iba revolviendo en los restos de las paellas de los comensales del chiringuito, y se comía los mejillones que estaban intactos. El camarero acabó echándolos del chiringuito. Vírgil felicitó a un matrimonio anciano que se había comido todos los mejillones de la paella, pero el matrimonio no entendió mucho lo que estaba pasando. Nadie salió en ayuda de Vírgil. Regresaron a la sombrilla. A Vírgil le encantaban los colores de la sombrilla. También se dedicó a hacerles fotos con el móvil a las chicas y a las mujeres que iban en
topless
. Lógicamente, esto acarreó problemas serios. Lo curioso es que Vírgil fotografiaba también a señoras maduras, incluso muy maduras.

—Todas las mujeres son excepcionales, querido Fede, lo menos que puedo hacer es fotografiarlas. Todos estos cuerpos desaparecerán en breve tiempo y conviene fotografiarlos. ¿Sabes que las mujeres ancianas no suelen recordar los coitos que vivieron en su juventud? Sólo las diosas son capaces de recordar con claridad todos sus coitos. Las viejas se vuelven reaccionarias. Nunca he conseguido entender esto, aunque la verdad es que me da igual. Tiene que ver con la destrucción o el deterioro del propio cuerpo. Les parece tan inverosímil que sus envejecidos cuerpos fueran alguna vez objeto de fornicio radical que deciden clausurar su memoria. Es algo monstruoso, pero tiene su belleza. A los hombres les pasa algo parecido, aunque en menor proporción. Son las ficciones de la vida, pero no es bueno que hable de ellas, porque los dioses castigan a quienes dudan de la luz del sol. Todo está vivo y es real. La paella es una comida maravillosa. Es una invención sobrenatural. Muy probablemente, el día del otorgamiento de la inmortalidad a los hombres mejores ofrezcan paella a todo el mundo, y al que se deje los mejillones lo mandarán directo al infierno. Cómo añoro Roma. Cómo añoro la plenitud, el dolor y la luz. La estúpida luz de la Tierra.

Vírgil cogió la mano de Fede con fuerza y le besó la mano. Fede llevaba un sello en el dedo anular, un anillo muy vistoso que Vírgil le había regalado. Se lo había comprado a unos moros. Era una baratija. Seguían tomando el sol, tumbados frente al mar de septiembre. Vírgil se levantó y fue hasta su bolso. Sacó las Ray-Ban y se las puso con una delicadeza especial.

—Qué hermoso está hoy el mar y qué hermosas son estas gafas —dijo Vírgil—, me siento pleno.

—Las Ray-Ban dan vida —dijo Fede—, qué guapo estás, Vírgil.

Vírgil y Fede se metieron en el agua. El Mediterráneo brillaba. Nadaron un rato. Luego alquilaron un patín. Se fueron lejos de la playa y allí se quitaron los bañadores y tomaron el sol desnudos. Se bañaron desnudos. Y jugaban a lo siguiente: tiraban el bañador desde el patín y tenían que ir nadando hasta el bañador y el que primero lo alcanzaba ganaba. Quedaron 3-4. Ganó Fede, que nadaba más deprisa. Casi pierden el bañador de Vírgil. A Fede le encantaba morder el bañador de Vírgil.

Regresaron al hotel Don Juan. Compartían habitación. Se ducharon juntos para librarse de la arena de la playa. Se ayudaron a quitarse la arena. Se reían. Vírgil le lavó la cabeza a Fede y Fede le lavó la cabeza a Vírgil. Emplearon un champú Loewe. Luego se quedaron desnudos, mirándose al espejo.

Vírgil era negro, de raza negra. Fede era oriental, de raza oriental.

—Nunca me acostumbraré a estas reencarnaciones tan azarosas y delirantes —dijo Vírgil—. Recuerdo que una vez me reencarné en un pigmeo. Me di un susto de muerte cuando me vi reflejado en un espejo de hielo. Y ahora ya ves, soy negro, qué ocurrencia. Y tú eres chino, Fede.

—La verdad es que me gusta más tu reencarnación que la mía —dijo Fede.

—Siempre nos gusta más la reencarnación del otro, siempre nos gusta más lo que no tenemos, pero ya te irás acostumbrando. Es una fiesta. Es lo mejor de la inmortalidad, nunca sabes en qué te vas a reencarnar. No lo sabe nadie. Sorpresa, siempre es una sorpresa. Nunca sabes qué cuerpo te dará Júpiter. Lo importante es que te dé un cuerpo juvenil y fuerte. Un cuerpo para amar, eso es lo único que importa. El capricho de los dioses toma forma en nuestra carne. Reza para que Júpiter te regale siempre un cuerpo juvenil. Lo demás es silencio.

El coche fantástico

Era el 18 de mayo del 2195 y Ponti estaba tan feliz que daba saltos de contento. Mother T le había regalado un coche fantástico por su cumpleaños. Ponti y Mother T acabaron enamorándose. Ponti dice que hacer el amor con el mismo ser humano durante décadas contiene el principio de la fusión. Ponti dice que eso es el verdadero amor. Fidelidad secular, dice Ponti. Un matrimonio que dure como mínimo un par de siglos. Ése será el amor del futuro. La fidelidad infinita. Hacer el amor durante doscientos años con la misma mujer. O con el mismo hombre. Es el gran hallazgo del cristianismo.

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