Compor terminó.
—Su juicio, por favor, sobre la reacción de Trevize. Usted le conoce mejor que yo, mejor que nadie —dijo Gendibal.
Compor contestó:
—Está muy claro. Las indicaciones mentálicas son inconfundibles. El cree que mis palabras y actos representan mi extrema ansiedad por enviarle a Trántor o al Sector de Sirio o a cualquier sitio que no sea aquel donde está. En mi opinión, significa que se quedará ahí. El hecho de que yo diera gran importancia a su traslado de lugar le obligó a darle la misma importancia, y como cree que sus propios intereses son diametralmente opuestos a los míos, actuará deliberadamente contra lo que él interpreta que es mi deseo.
—¿Está seguro?
—Completamente seguro.
Gendibal pensó en ello y decidió que Compor tenía razón.
—Estoy satisfecho. Ha sido usted muy ingenioso. Su relato sobre la destrucción radiactiva de la Tierra produjo la reacción deseada sin necesidad de manipular la mente de un modo directo. ¡Muy meritorio! Compor pareció luchar consigo mismo durante un momento.
—Orador —dijo—, no puedo aceptar sus alabanzas. Yo no he inventado ese relato. Es cierto. Hay realmente un planeta llamado Tierra en el Sector de Sirio y está realmente considerado como el hogar original de la humanidad. Era radiactivo, ya en un principio o más adelante, y fue empeorando hasta que el planeta murió. Todo esto se considera historia en el planeta natal de mis antepasados.
—¿De veras? ¡Qué interesante! —dijo Gendibal sin demasiada convicción—. Y aún mejor. Saber cuándo servirá una verdad es admirable, pues ninguna mentira puede ser expuesta con la misma sinceridad.
Palver declaró en cierta ocasión: «Cuanto más cercana a la verdad, mejor será la mentira, y la misma verdad, cuando puede utilizarse, es la mejor mentira.»
Compor repuso:
—Sólo hay una cosa más. Para obedecer las instrucciones de retener a Trevize en el Sector de Sirio hasta que usted llegara, y lograrlo a toda costa, tuve que ir tan lejos en mis esfuerzos que ahora sospecha que estoy bajo la influencia de la Segunda Fundación.
Gendibal asintió.
—Eso, creo yo, es inevitable en las actuales circunstancias. Su monomanía por el tema le haría ver la Segunda Fundación incluso donde no estuviera.
Sólo tenemos que tomar este factor en cuenta.
—Orador, si es absolutamente necesario que Trevize se quede donde está hasta que usted llegue, simplificaría las cosas que yo fuese a su encuentro, le tomase en mi nave, y le llevase. Requeriría menos de un día.
—No, Observador —contestó Gendibal con viveza—. No hará nada de eso. La gente de Términus sabe dónde está usted. Tiene un hiperrelé en su nave y no puede desconectarlo, ¿no es así?
—Sí, orador.
—Y si Términus sabe que ha aterrizado en Sayshell, su embajador en Sayshell lo sabe, y el embajador también sabe que Trevize ha aterrizado. El hiperrelé le dirá a Términus que usted ha partido hacia un punto determinado a cientos de pársecs de distancia y ha regresado; y el embajador les informará de que Trevize se ha quedado, sin embargo, en el sector.
Con estos datos, ¿qué supondrá la gente de Términus?
La alcaldesa de Términus es, sin ninguna duda, una mujer astuta, y lo último que queremos es alarmarla presentándole un difícil rompecabezas. No queremos impulsarle a enviar una parte de su flota. De todos modos, las probabilidades de que lo haga son sumamente grandes.
—Con todo respeto, orador… ¿Qué razones tenemos para temer a una flota si podemos controlar a su comandante? —dijo Compor.
—Por muy pocas razones que pueda haber, aún hay menos razones para temer si la flota no está aquí. No se mueva de ahí, observador. Cuando yo llegue, me reuniré con usted en su nave y entonces…
—¿Y entonces, orador?
—Y entonces tomaré el mando.
Gendibal continuó sentado tras poner fin a la visión mentalista, y permaneció así durante varios minutos, reflexionando.
Durante este largo viaje a Sayshell, inevitablemente largo en una nave que en modo alguno podía compararse a los sofisticados productos de la Primera Fundación, había repasado todos los informes que trataban de Términus. Los informes abarcaban casi una década.
Vistos en conjunto y a la luz de los recientes acontecimientos, no cabría ninguna duda de que Trevize habría sido una maravillosa adquisición para la Segunda Fundación, si la política de no reclutar a los nacidos en Términus no hubiera estado en vigor desde tiempos de Palver.
Era evidente que la Segunda Fundación había perdido muchos elementos valiosos a lo largo de los siglos. Resultaba imposible evaluar a cada uno de los cuatrillones de seres humanos que poblaban la Galaxia. Sin embargo, seguramente ninguno de ellos habría sido más prometedor que Trevize, e indudablemente ninguno habría podido estar en un punto más delicado.
Gendibal meneó ligeramente la cabeza. Trevize no debería haber sido descartado, nacido en Términus o no. Y el observador Compor había tenido el mérito de verlo, incluso después de que los años le hubieran deformado.
Naturalmente, ahora Trevize ya no les servía.. Era demasiado viejo para ser moldeado, pero seguía teniendo esa intuición innata, esa capacidad para adivinar una solución partiendo de datos totalmente inadecuados, y algo… algo…
El viejo Shandess, quien a pesar de su edad era primer orador y, en conjunto, había realizado una buena labor, vio algo en él, aun sin los datos correspondientes y el razonamiento que Gendibal había elaborado en el curso del viaje. Trevize, había pensado Shandess, era la clave de la crisis.
¿ Por qué estaba Trevize en Sayshell? ¿Qué se proponía? ¿Qué hacía?
¡Y no podían tocarle! Gendibal estaba seguro de eso. Hasta saber perfectamente cuál era el papel de Trevize, sería un gran error intentar modificarlo de algún modo. Con los Anti-Mulos, fueran quienes fuesen, o lo que fuesen, implicados en el asunto, un movimiento equivocado con respecto a Trevize (Trevize, por encima de todo) podría hacer que un microsol totalmente inesperado les explotara en la cara.
Notó que una mente revoloteaba en torno a la suya y la apartó distraídamente, como habría hecho con uno de los molestos insectos trantorianos, aunque con la mente en lugar de la mano. Percibió una instantánea oleada de dolor ajeno y levantó los ojos.
Sura Novi tenía la palma de la mano sobre la frente fruncida.
—Perdóname, maestro, yo tengo una súbita angustia de cabeza.
Gendibal se mostró inmediatamente contrito.
—Lo siento, Novi. No pensaba… o pensaba con demasiada concentración. —Enseguida, y con suavidad, calmó los alterados zarcillos mentales.
Novi sonrió con repentina animación.
—Ha pasado con súbito desvanecimiento. El afectuoso sonido de tus palabras, maestro, tiene un efecto bueno sobre mí.
—¡Me alegro! ¿Ocurre algo? ¿Por qué estás aquí?
—Se abstuvo de entrar en su mente con objeto de averiguarlo por sí mismo. Cada vez se sentía más reacio a violar su intimidad.
Novi titubeó. Se inclinó ligeramente hacia él.
—Yo estar preocupada. Tú estabas mirando a nada y haciendo sonidos y tu cara se crispaba. Yo me he quedado ahí, rígida como un palo, con miedo de que te caigas… enfermo… y no sabiendo qué hacer.
—No ha sido nada, Novi. No debes tener miedo.
—Le acarició una mano—. No hay nada que temer. ¿Lo entiendes?
El temor, o cualquier emoción fuerte, descomponía y malograba la simetría de su mente. El la prefería tranquila, apacible y feliz, pero vaciló ante la idea de ajustarla por medio de influencias exteriores.
Ella había atribuido el ajuste anterior al efecto de sus palabras y él pensó que lo prefería así.
—Novi, ¿por qué no puedo llamarte Sura?
Ella lo miró con súbita aflicción.
—Oh, maestro, no lo hagas.
—Pero Rufirant lo hizo el día que nos conocimos.
Ahora ya te conozco suficientemente bien…
—Sé muy bien que lo hizo, maestro. Ser cómo un hombre habla a una muchacha que no tiene hombre, no desposada, que no está… completa. Tú dices su primer nombre. Es más honorable para mí si tú dices «Novi» y yo estar orgullosa de que tú lo digas.
Y aunque ahora no tenga hombre, tengo maestro y estar contenta. Espero que para ti no ser ofensivo decir «Novi».
—Claro que no, Novi.
Su mente adquirió una hermosa serenidad al oírlo y Gendibal se sintió complacido. Demasiado complacido. ¿Debía sentirse tan complacido?
Con algo de vergüenza, recordó que el Mulo había sido afectado de la misma manera por aquella mujer de la Primera Fundación, Bayta Darell, para su propia perdición.
Esto, naturalmente, era distinto. Esta hameniana constituía su defensa contra mentes extrañas, y él quería que realizara su cometido con toda eficiencia.
No, eso no era verdad… Su función de orador se vería comprometida si dejaba de entender su propia mente o, aún peor, si la interpretaba mal deliberadamente para eludir la verdad. La verdad era que se sentía complacido cuando ella estaba tranquila, en calma y feliz de un modo endógeno, sin su intervención, y se sentía complacido porque ella le gustaba; y (pensó Gendibal con insolencia) no había nada malo en ello.
—Siéntate, Novi —le dijo.
Ella lo hizo así, balanceándose precariamente en el borde de la silla y sentándose lo más lejos que los confines de la habitación le permitieron. Su mente estaba llena de respeto.
—Cuando me has visto emitiendo sonidos, Novi, estaba hablando con alguien que se halla muy lejos de aquí, al estilo de los sabios.
Novi bajó la mirada y contestó tristemente:
—Veo, maestro, que hay muchas cosas de los serios que yo no entiendo y yo no imagino. Ser un arte difícil y alto como montaña. ¿Cómo es, maestro, que tú no reíste de mí?
Gendibal repuso:
—No es una vergüenza aspirar a algo aunque esté más allá de tu alcance. Ya eres demasiado mayor para convertirte en sabia, pero nunca se es demasiado mayor para aprender más de lo que se sabe y llegar a ser capaz de hacer más de lo que ya se puede.
Te enseñaré algunas cosas sobre esta nave. Cuando lleguemos a nuestro destino, sabrás mucho acerca de ella.
Se sintió satisfecho. ¿Por qué no? Estaba volviendo deliberadamente la espalda al estereotipo del pueblo hameniano. En todo caso, ¿qué derecho tenía el heterogéneo grupo de la Segunda Fundación a establecer tal estereotipo? Los jóvenes engendrados por ellos sólo estaban dotados para convertirse en miembros importantes de la Segunda Fundación en muy pocos casos. Los hijos de los oradores casi nunca estaban calificados para ser oradores. Tres siglos antes se sucedieron las tres generaciones de Linguester, pero siempre había habido la sospecha de que el segundo orador de esta serie no pertenecía realmente a ella. Y aunque ello fuese verdad, ¿por qué se colocaba la gente de la universidad en un pedestal tan alto?
Observó que los ojos de Novi brillaban y se alegró de que fuera así.
La muchacha dijo:
—Yo me esforzaré en aprender todo lo que tú enseñes a mí, maestro.
—Estoy seguro de ello —contestó él, y después vaciló. Se le ocurrió pensar que, en su conversación con Compor, no le había indicado en ningún momento que no estaba solo. No le proporcionó ningún indicio de que llevara una compañera.
Tal vez la presencia de una mujer pudiera darse por sentada; por lo menos, Compor no se sorprendería… Pero, ¿una hameniana?
Por espacio de un momento, pese a todo lo que Gendibal pudiera hacer, el estereotipo ganó fuerza y se alegró de que Compor nunca hubiese estado en Trántor y no reconociese a Novi como una hameniana.
Ahuyentó estos pensamientos. No importaba que Campar lo supiera o no, al igual que cualquier otra persona. Gendibal era un orador de la Segunda Fundación y podía hacer lo que se le antojara dentro de los límites del Plan Seldon, y nadie podía interferir.
—Maestro, cuando lleguemos a nuestro destino, ¿nos separaremos? —dijo Novi.
El la miró y contestó, quizá con más energía de la que pretendía:
—No nos separaremos, Novi.
Y la hameniana sonrió y en aquel momento fue como cualquier otra mujer de la Galaxia.
Pelorat arrugó la nariz cuando él y Trevize volvieron a entrar en el Estrella Lejana.
Trevize se encogió de hombros.
—El cuerpo humano despide muchos olores. La recirculación nunca se produce instantáneamente y los aromas artificiales sólo se superponen, no se remplazan.
—Y supongo que no hay dos naves que huelan igual, una vez hayan sido ocupadas durante un tiempo por distintas personas.
—Así es, pero ¿ha olido el planeta Sayshell después de la primera hora?
—No —admitió Pelorat.
—Entonces, tampoco olerá esto dentro de un rato. De hecho, si vive en la nave el tiempo suficiente, acogerá el olor que le reciba a su regreso como el distintivo de su hogar. Y por cierto, si después de esto se convierte en un vagabundo de la Galaxia, Janov, tendrá que aprender que es descortés comentar el olor de cualquier nave o, lo que es lo mismo, cualquier mundo con aquellos que vivan en esa nave o mundo. Entre nosotros, naturalmente, no importa.
—En realidad, Golan, lo gracioso del caso es que considero el Estrella Lejana como mi hogar. Por lo menos, es un producto de la Primera Fundación. —Pelorat sonrió—. Verá, nunca me he considerado patriota. Me gusta pensar que sólo reconozco a la humanidad como mi nación, pero debo decir que estar lejos de la Fundación incrementa mi amor por ella.
Trevize estaba haciendo su cama.
—No está tan lejos de la Fundación, ¿sabe? La Unión de Sayshell se halla casi rodeada por territorio de la Confederación. Aquí tenemos un embajador y una numerosa representación, de cónsules hacia abajo. A los sayshellianos les gusta hacernos frente con palabras, pero procuran no causarnos ninguna otra molestia… Váyase a dormir, Janov. Hoy no hemos averiguado nada y mañana tendremos que esforzarnos más.
Sin embargo, no había dificultad en oírse de una habitación a otra, y cuando la nave estuvo a oscuras, Pelorat, que no dejaba de dar vueltas en la cama, dijo en voz no muy alta:
—¿Golan?
—Sí.
—¿No está durmiendo?
—No mientras usted siga hablando.
—Sí que hemos averiguado algo. Su amigo, Compor…
—Ex amigo —gruñó Trevize.
—Sea lo que sea, ha hablado de la Tierra y nos ha dicho algo que yo no sabía a pesar de todas mis investigaciones. ¡Radiactividad!