—Y nosotros somos miembros de la Fundación. Nuestras disculpas.
Quintesetz agitó la mano con afabilidad.
—No guardo ningún rencor después de cinco generaciones. Si alguien lo hace, peor para él. ¿Les apetece comer algo? ¿O beber? ¿Les gustaría un poco de música de fondo?
—Si no le importa —dijo Pelorat—, me gustaría ir al grano, siempre que las costumbres sayshellianas lo permitan.
—Las costumbres sayshellianas no constituirán una barrera, se lo aseguro. No tiene ni idea de lo casual que es todo esto, doctor Pelorat. Sólo hace dos semanas que leí su articulo sobre las fábulas de los orígenes en la Revista Arqueológica y me llamó la atención como síntesis notable… aunque, demasiado breve.
Pelorat enrojeció de placer.
—¡Cuánto me satisface que lo haya leído! Naturalmente, tuve que condensarlo, pues la revista no habría publicado un estudio completo. He pensado hacer un tratado sobre el tema.
—Espero que lo haga. En todo caso, tan pronto como lo hube leído, sentí el deseo de verle. Incluso se me ocurrió ir a Términus para hacerle una visita, aunque eso habría sido difícil de arreglar…
—¿Por qué? —preguntó Trevize.
Quintesetz se mostró confuso.
—Lamento decir que Sayshell no está ansioso por unirse a la Confederación de la Fundación y más bien desaprueba las comunicaciones sociales con ella. Somos neutrales por tradición, ¿saben? Ni siquiera el Mulo nos molestó, excepto para arrancarnos una declaración formal de neutralidad. Por este motivo, cualquier solicitud de permiso para visitar territorio de la Fundación en general, y Términus en particular, es recibida con desconfianza, aunque un erudito como yo, dedicado a los asuntos académicos, seguramente acabaría consiguiendo pasaporte. Pero nada de esto ha sido necesario. Ustedes han venido a mí. Apenas puedo creerlo. Me pregunto a mí mismo: ¿Por qué? ¿Ha oído hablar de mí, como yo he oído hablar de usted?
Pelorat respondió:
—Conozco su trabajo, S.Q., y en mis archivos tengo extractos de sus, artículos. Por eso he venido a verlo. Estoy investigando al mismo tiempo la cuestión de la Tierra, que es el supuesto planeta de origen de la especie humana, y el primer período de exploración y colonización de la Galaxia. En particular, he venido aquí para preguntar por la fundación de Sayshell.
—Por su artículo —dijo Quiniesetz—, supongo que está interesado en mitos y leyendas.
—Incluso más en la historia, los hechos reales, si es que existe, de lo contrario, en los mitos y leyendas.
Quintesetz se levantó y empezó a pasear rápidamente de un lado a otro de su despacho, se detuvo a mirar a Pelorat, y reanudó los paseos.
Trevize dijo con impaciencia:
—¿Y bien, señor?
Quintesetz exclamó:
—¡Curioso! ¡muy curioso! Precisamente ayer fue…
Pelorat le apremió:
—¿Qué fue precisamente ayer?
Quintesetz repuso:
—Le he dicho, doctor Pelorat… Por cierto, ¿puedo llamarle J.P.? El empleo del nombre completo no me parece natural.
—Hágalo, por favor.
—Le he dicho, J.P., que había admirado su artículo y que había querido verlo. La razón por la que quería verlo era que usted parecía tener una vasta colección de leyendas relativas al principio de los mundos y, sin embargo, no tenía las nuestras.
En otras palabras, quería verlo para contarle exactamente lo que usted ha venido a averiguar.
—¿Qué tiene esto que ver con ayer, S.Q.? —preguntó Trevize.
—Tenemos leyendas, una leyenda, muy importante para nuestra sociedad, pues se ha convertido en nuestro misterio…
—¿Un misterio? —interrumpió Trevize.
—No me refiero a un enigma o algo así. Creo que éste sería el sentido de la palabra en el idioma galáctico. Aquí tiene un significado distinto. Significa «algo secreto»; algo cuyo pleno significado sólo conocen algunos iniciados; algo sobre lo que no se debe hablar con extranjeros,… Y ayer fue el día.
—¿El día de qué, S.Q.? —preguntó Trevize, exagerando su aire de paciencia.
—Ayer fue el Día de Vuelo.
—Ah —dijo Trevize—, un día de meditación y sosiego, durante el qué todo el mundo debe quedarse en casa.
—Algo así, en teoría, aunque en las grandes ciudades, las regiones más sofisticadas, hay pica observancia de las costumbres antiguas… Pero veo que ya están enterados.
Pelorat, a quien el tono de Trevize había inquietado, se apresuró a concretar:
—Algo hemos oído, ya que llegamos ayer.
—Precisamente ayer —dijo Trevize con sarcasmo—. Escuche, S.Q., como sabe, no soy académico, pero me gustaría hacerle una pregunta. Usted ha dicho que se estaba refiriendo a un misterio, del que no se podía hablar con extranjeros. Entonces, ¿por qué nos habla de él? Nosotros somos extranjeros.
—Así es. Pero yo no celebro la festividad y el grado de mi superstición en esta materia es muy escaso. Sin embargo, el artículo de J.P, reforzó el presentimiento que tengo desde hace tiempo. Los mitos y leyendas no surgen de la nada. Ni eso, ni ninguna otra cosa. Siempre hay algo de verdad detrás de todo, aun cuando esté deformada, y a mí me gustaría saber la verdad que se esconde tras nuestra leyenda del Día de Vuelo.
Trevize preguntó:
—¿Es seguro hablar de ello?
Quintesetz se encogió de hombros.
—No demasiado, supongo. Los elementos conservadores de nuestra población se horrorizarían. Sin embargo, no controlan el gobierno y no lo han hecho desde hace un siglo. Los secularistas son fuertes y lo serían aún más si los conservadores no se aprovecharan de nuestro, si me disculpan, prejuicio contra la Fundación. Por otra parte, ya que estoy comentando el asunto por motivos estrictamente académicos, la Liga de Académicos me respaldaría, en caso de necesidad.
—Entonces —dijo Pelorat—, ¿nos hablará de su misterio, S.Q.?
—Sí, pero permítanme asegurarme de que no nos interrumpirán o, lo que es lo mismo, no nos escucharán. Como dice el refrán, aunque haya que enfrentarse al toro, no es necesario tocarle el hocico.
Pulsó varias teclas de un instrumento que había sobre la mesa y declaró:
—Ahora estamos incomunicados.
—¿Está seguro de que no le espían? —preguntó Trevize.
—¿Cómo?
—Por medio de una grabadora o cualquier aparato que le tenga bajo observación, visual o auditivo, o ambas cosas.
Quintesetz se mostró escandalizado.
—¿Aquí, en Sayshell? ¡De ningún modo!
Trevize se encogió de hombros.
—Si usted lo dice…
—Continúe, por favor, S.Q. —rogó Pelorat.
Ouintesetz frunció los labios, se recostó en su butaca (que cedió ligeramente bajo la presión) y unió las yemas de los dedos. Parecía estar meditando sobre la manera de empezar.
—¿Saben lo que es un robot? —dijo.
—¿Un robot? —inquirió Pelorat—. No.
Quintesetz miró en dirección a Trevize, que. meneó ligeramente la cabeza.
—Sin embargo, ¿saben lo que es una computadora?
—Por supuesto —contestó Trevize con impaciencia.
—Pues bien, una herramienta computadorizada móvil…
—Es una herramienta computadorizada móvil.
—Trevize seguía estando impaciente—. Hay innumerables variedades y no conozco ningún término generalizado para designarlas más que herramienta computadorizada móvil.
—… que tiene el mismo aspecto de un ser humano es un robot. —S.Q, terminó su definición con ecuanimidad—. Lo que distingue a un robot es que es humaniforme.
—¿Por qué humaniforme? —preguntó Pelorat con asombro.
—No estoy seguro. Es una forma sumamente ineficaz para una herramienta, se lo garantizo, pero me limito a repetir la leyenda. «Robot» es una palabra antigua de un idioma desconocido, aunque nuestros eruditos dicen que lleva la connotación de «trabajo».
—No se me ocurre ninguna palabra —comento Trevize con escepticismo —que tenga un sonido semejante a «robot» y pueda relacionarse con «trabajo».
—En galáctico no existe, indudablemente —dijo Quintesetz—, pero esto es lo que afirman.
Pelorat argumentó:
—Puede haber sido una etimología inversa. Estos objetos se utilizan para trabajar, por lo que la palabra debía significar «trabajo». En todo caso, ¿por qué nos cuenta todo esto?
—Porque en Sayshell existe la teoría firmemente arraigada de que, cuando la Tierra era un mundo único y la Galaxia estaba deshabitada, se inventaron y generalizaron los robots. Entonces hubo dos clases de seres humanos: naturales e inventados, de carne y de metal, biológicos y mecánicos, complejos y simples…
Quintesetz hizo una pausa y añadió con una triste carcajada:
—Lo siento. Es imposible hablar de robots sin citar el Libro de Vuelo. Los habitantes de la Tierra inventaron los robots… y no necesito decir más. Está muy claro.
—Y ¿por qué inventaron los robots? —preguntó Trevize..
Quintesetz se encogió de hombros.
—¿Quién puede saberlo después de tanto tiempo? Quizá fueran pocos y necesitaran ayuda, sobre todo en la gran labor de explorar y poblar la Galaxia.
Trevize dijo:
—Es una sugerencia razonable. Una vez la Galaxia estuvo colonizada, los robots dejaron de ser necesarios. Hoy día no hay herramientas humanoides computadorizadas móviles en toda la Galaxia.
—Sea como fuere —dijo Quintesetz—, la historia es la siguiente, si me permiten simplificarla y prescindir de muchos adornos poéticos que, francamente, yo no acepto, aunque la población en general lo haga o simule hacerlo. Alrededor de la Tierra se crearon mundos coloniales que giraban en torno a estrellas cercanas, y esos mundos coloniales eran mucho más ricos en robots que la misma Tierra. Había más necesidad de robots en los mundos nuevos y vírgenes.
De hecho, la Tierra se replegó, dejó de fabricar robots, y se sublevó contra ellos.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Pelorat.
—Los mundos exteriores eran más fuertes. Con la ayuda de sus robots, los niños derrotaron y controlaron la Tierra, la Madre. Perdónenme, pero no puedo abstenerme de hacer citas. Pero hubo algunos habitantes de la Tierra que huyeron de su mundo; con mejores naves y mejores métodos de viaje hiperespacial. Huyeron a estrellas y mundos muy lejanos, más allá de los cercanos mundos que habían colonizado. Se fundaron nuevas colonias, sin robots, en las que los seres humanos podían vivir libremente. Estos fueron los llamados Tiempos de Vuelo, y el día en que los primeros terrícolas llegaron al Sector de Sayshell, a este mismo planeta en realidad, es el Día de Vuelo, celebrado anualmente desde hace muchos miles de años.
Pelorat manifestó:
—Mi querido amigo, lo que usted está diciendo, entonces, es que Sayshell fue fundado directamente por la Tierra.
Quintesetz reflexionó y titubeó durante unos momentos. Luego, respondió:
—Esta es la creencia oficial.
—Evidentemente —dijo Trevize—, usted no la acepta.
—A mí me parece que… —empezó Quintesetz y después explotó —: ¡Oh, Grandes Estrellas y Pequeños Planetas, no lo sé! Es demasiado inverosímil, pero constituye un dogma oficial y por mucho que se haya secularizado nuestro gobierno, hay que aparentar estar de acuerdo. En fin, vayamos al grano. En su artículo, J.P., no hay indicaciones de que usted conozca esta historia… de robots y dos oleadas de colonización, una menor con robots y otra más importante sin robots.
—Desde luego no la conocía —dijo Pelorat—. Ahora la oigo por primera vez y, mi querido S.Q., le estaré eternamente agradecido por contármela. Me sorprende que nada de esto haya aparecido en ninguno de los documentos…
—Demuestra —dijo Quintesetz —la efectividad de nuestro sistema social. Es nuestro secreto sayshelliano, nuestro gran misterio.
—Tal vez —observó Trevize con sequedad—. Sin embargo, la segunda oleada de colonización, la oleada exenta de robots, debió desplegarse en todas direcciones. ¿Por qué existe este gran secreto sólo en Sayshell?
Quintesetz contestó:
—Es posible que exista en otros lugares y también sea un secreto muy bien guardado. Nuestros propios conservadores creen que sólo Sayshell fue colonizado desde la Tierra y que todo el resto de la Galaxia fue colonizada desde Sayshell. Por supuesto, probablemente eso es un disparate.
Pelorat dijo:
—Estos enigmas subsidiarios pueden resolverse más adelante. Ahora que tengo un punto de partida, puedo buscar informaciones similares en otros mundos. Lo que cuenta es que he descubierto la pregunta que debo hacer y, naturalmente, una buena pregunta es el medio para obtener infinitas respuestas. ¡Qué suerte que…!
Trevize le interrumpió:
—Sí, Janov, pero seguramente el buen S.Q, no nos ha contado toda la historia. ¿Qué fue de las primeras colonias y sus robots? ¿Lo explican sus tradiciones?
—No con detalle, pero si en esencia. Al parecer, los humanos y humanoides no pueden vivir juntos. Los mundos con robots murieron. No eran viables.
—¿Y la Tierra?
—Los humanos la abandonaron y se establecieron aquí, y seguramente (aunque los conservadores disentirían) también en otros planetas.
—No es posible que todos los seres humanos abandonaran la Tierra. El planeta no pudo quedar desierto.
—Posiblemente no. No lo sé.
Trevize inquirió con brusquedad:
—¿Era radiactivo cuando lo dejaron?
Quintesetz se mostró atónito.
—¿Radiactivo?
—Eso es lo que pregunto.
—Que yo sepa, no. Nunca he oído tal cosa.
Trevize se llevó un nudillo a los dientes y reflexionó. Finalmente dijo:
—S.Q., se está haciendo tarde y creo que ya hemos abusado demasiado de su amabilidad. —Pelorat hizo un gesto como si se dispusiera a protestar, pero Trevize puso una mano encima de su rodilla y Pelorat, aunque de mala gana, calló.
Quintesetz contestó:
—He tenido sumo gusto en ayudarles.
—Lo ha hecho, y si hay algo que nosotros podamos hacer a cambio, no tiene más que decirlo.
Quintesetz se rió quedamente.
—Si el buen J.P. quiere ser tan amable de no mencionar mi nombre en relación con lo que pueda escribir sobre nuestro misterio, se lo agradeceré.
Pelorat contestó con vehemencia:
—Podría recibir los honores que merece, y quizá ser más apreciado, si le permitieran visitar Términus e incluso, tal vez, quedarse allí en calidad de profesor visitante de nuestra universidad durante un tiempo. Quizá logremos arreglarlo. Es posible que a Sayshell no le guste la Fundación, pero también es posible que no quieran rechazar una solicitud formal para que venga a Términus con objeto de asistir, digamos, a un coloquio sobre algún aspecto de la historia antigua.