Pelorat dijo:
—Y supongo que la mente colectiva, por así decirlo, de la conciencia colectiva es mucho más fuerte que una mente individual, del mismo modo que un músculo es mucho más fuerte que una célula muscular individual. En consecuencia Gaia puede capturar nuestra nave a distancia controlando nuestra computadora, a pesar de que ninguna mente individual del planeta habría podido hacerlo.
—Lo ha entendido perfectamente, Pel —dijo Bliss.
—Y yo también lo he entendido —declaró Trevize—. No es tan difícil. Pero ¿qué quieren de nosotros? No hemos venido a atacarles. Hemos venido en busca de información. ¿Por qué nos han apresado?
—Para hablar con ustedes.
—Podría haber hablado con nosotros en la nave.
Bliss meneó la cabeza con gravedad.
—Yo no soy quien debe hacerlo.
—¿No forma parte de la mente colectiva?
—Sí, pero no puedo volar como un pájaro, zumbar como un insecto o crecer tanto como un árbol. Hago lo que es mejor para mí y lo mejor no es que les dé la información…, aunque habrían podido asignarme fácilmente esa tarea.
—¿Quién decidió no asignársela?
—Todos lo hicimos.
—¿Quién nos dará la información?
—Dom.
—Y ¿quién es Dom?
—Pues bien —contestó Bliss—, su nombre completo es Findomandiovizamarondeyaso…, y algo más.
Distintas personas le llaman por distintas sílabas en distintas ocasiones, pero yo le conozco como Dom y creo que ustedes dos también deben usar esa sílaba. Probablemente es el que tiene una parte más grande de Gaia de todos los habitantes del planeta y vive en esta isla. Pidió verles y se le concedió.
—¿Quién se lo concedió? —preguntó Trevize, y se respondió en seguida a sí mismo —: Sí, lo sé; todos ustedes.
Bliss asintió.
—¿Cuándo veremos a Dom, Bliss? —dijo Pelorat.
—Ahora mismo. Si quiere seguirme, le conduciré hasta él, Pel. Y, naturalmente, a usted también, Trev.
—Y entonces, ¿nos dejará? —preguntó Pelorat.
—¿No quiere que lo haga, Pel?
—La verdad es que no.
—Ahí tienen —dijo Bliss, mientras la seguían por un camino pavimentado que bordeaba el huerto—. Los hombres en seguida se apasionan por mí. Incluso los mesurados ancianos se sienten llenos de ardor juvenil.
Pelorat se echó a reír.
—Yo no contaría con mucho ardor juvenil, Bliss, pero si lo tuviera no podría emplearlo mejor que con usted.
—Oh, no menosprecie su ardor juvenil. Puedo hacer maravillas —dijo Bliss.
Trevize preguntó con impaciencia:
—Una vez lleguemos adonde vamos, ¿cuánto rato tendremos que esperar a ese Dom?
—El estará esperándoles a ustedes. Al fin y al cabo, Dom mediante Gaia ha trabajado varios años para traerles aquí.
Trevize se detuvo en seco y dirigió una rápida mirada a Pelorat, que dijo en silencio con los labios: «Usted tenía razón.»
Bliss, que miraba fijamente hacia delante, dijo con calma:
—Sé, Trev, que usted ha sospechado que yo/nosotros/Gaia estaba interesada en usted.
—¿Yo/nosotros/Gaia? —inquirió suavemente Pelorat.
Ella se volvió para sonreírle.
—Tenemos todo un conjunto de pronombres distintos para expresar los matices de individualidad que existen en Gaia. Podría explicárselo, pero hasta entonces «yo/nosotros/Gaia» les indicará de un modo simplificado lo que quiero decir. Por favor Trev, siga andando. Dom les espera y no quiero obligarle a mover las piernas en contra de su voluntad. Es una sensación muy desagradable cuando no se está acostumbrado.
Trevize siguió andando. La ojeada que lanzó a Bliss revelaba su profunda desconfianza.
Dom era un anciano. Recitó las doscientas cincuenta y tres sílabas de su nombre con una fluidez musical de tono y énfasis.
—En cierto sentido —dijo—, es una breve biografía de mí mismo. Explica al oyente, o al lector, o al sensor, quién soy yo, qué papel he desempeñado en el conjunto y qué he realizado. Sin embargo, durante más de cincuenta años me he conformado con que me llamaran Dom. Cuando hay otros Dom presentes, pueden llamarme Domandio, y en mis diversas relaciones profesionales se utilizan otras variantes. Una vez cada año gaiano, el día de mi cumpleaños, se recita mentalmente mi nombre completo, tal como yo se lo he recitado de viva voz. Es muy efectivo, pero resulta personalmente desconcertante.
Era alto y delgado, casi escuálido. Sus hundidos ojos brillaban con una anómala expresión juvenil, a pesar de que se movía muy lentamente. Su afilada nariz era estrecha y larga y se ensanchaba en la parte inferior. Sus manos, aunque surcadas por hinchadas venas, no mostraban indicios de artritis. Llevaba una larga túnica tan gris como su cabello. Descendía hasta sus tobillos y sus sandalias dejaban los dedos de los pies al descubierto.
Trevize preguntó:
—¿Qué edad tiene, señor?
—Haga el favor de llamarme Dom, Trev. El empleo de otros títulos induce a la formalidad e inhibe el libre intercambio de ideas entre usted y yo. En años galácticos ya he sobrepasado los noventa y tres, pero la verdadera celebración será dentro de pocos meses, cuando llegue al nonagésimo aniversario de mi nacimiento en años gaianos.
—No le habría echado más de setenta y cinco, se… Dom —dijo Trevize.
—Según los criterios gaianos no soy nada extraordinario, ni en los años que tengo ni en los que aparento, Trev… Pero, vamos a ver, ¿hemos comido?
Pelorat bajó la mirada hacia su plato, donde quedaban los restos de una comida preparada del modo más insulso, y dijo con timidez:
—Dom, ¿me permite hacerle una pregunta embarazosa? Naturalmente, si es ofensiva, haga el favor de decírmelo, y la retiraré.
—Adelante —contestó Dom, sonriendo—. Estoy dispuesto a explicarles cualquier cosa de Gaia que despierte su curiosidad.
—¿Por qué? —inquirió Trevize de inmediato.
—Porque son huéspedes de honor… ¿Puedo oír la pregunta de Pel?
—Ya que todas las cosas de Gaia participan de la conciencia colectiva, ¿cómo es que usted, un elemento de la colectividad, puede comer esto, que sin duda era otro elemento?
—¡Cierto! Pero todas las cosas recirculan. Debemos comer y todo lo que se come, plantas y animales, así como los aderezos inanimados, son parte de Gaia. Pero es que, verá, nada se mata por placer o deporte, nada se mata con sufrimientos innecesarios.
Y me temo que no intentamos exaltar nuestras preparaciones alimenticias, pues ningún gaiano comería más de lo necesario. ¿No ha disfrutado de esta comida, Pel? ¿Trev? Bueno, las comidas no son para disfrutar.
»Además, lo que se come, al fin y al cabo, sigue formando parte de la conciencia planetaria. En cuanto a las porciones que se incorporan a mi cuerpo, participarán en mayor grado de la conciencia total.
Cuando yo muera, también me comerán, aunque sólo sean las bacterias de la putrefacción, y entonces participaré en un grado mucho menor del total.
Pero algún día, algunas partes de mí serán partes de otros seres humanos, partes de muchos.
—Una especie de transmigración de almas —dijo Pelorat.
—¿De qué, Pel?
—Hablo de un antiguo mito que es corriente en algunos mundos.
—Ah, no lo conozco. Tendrá que explicármelo en alguna ocasión.
—Pero su conciencia individual, lo que hay en usted que es Dom, nunca volverá a reunirse totalmente —dijo Trevize.
—No, claro que no. Pero ¿acaso importa? Seguirá formando parte de Gaia y eso es lo que cuenta. Entre nosotros hay místicos que se preguntan si deberíamos tomar medidas para desarrollar recuerdos colectivos de existencias pasadas, pero el sentir de Gaia es que eso no puede hacerse de un modo práctico y no serviría de nada. Únicamente empañaría la conciencia actual, Como es lógico, cuando cambien las circunstancias, el sentir de Gaia también puede cambiar, pero no creo que eso ocurra en el futuro previsible.
—¿Por qué debe morir, Dom? —preguntó Trevize—. Mírese a los noventa años. ¿No podría la conciencia colectiva…?
Por primera vez, Dom frunció el ceño.
—Nunca —dijo—. Yo no puedo contribuir en nada más. Cada nuevo individuo es una reorganización de moléculas y genes en algo nuevo. Nuevos talentos, nuevos dones, nuevas contribuciones a Gaia. Debemos tenerlos, y el único modo de lograrlo es hacer sitio. Yo he hecho más que la mayoría, pero incluso yo tengo límite y está acercándose. No hay más deseo de vivir más allá del propio límite que de morir antes de él.
Y entonces, como si se percatara de que había dado un sesgo demasiado sombrío a la conversación, se levantó y alargó los brazos hacia los dos.
—Vengan, Trev… Pel… acompáñenme a mi estudio y les enseñaré algunos de mis objetos artísticos personales. Espero que no culpen a un viejo por estas pequeñas vanidades.
Abrió la marcha hacia otra habitación donde, sobre una mesita circular, había un grupo de lentes ahumadas unidas en parejas.
—Estas —dijo Dom —son participaciones diseñadas por mí. No soy uno de los maestros, pero me especializo en inanimados, algo que los maestros no suelen hacer.
Pelorat preguntó:
—¿Puedo coger una? ¿Son frágiles?
—No, no. Tírelas al suelo si quiere. O quizá sea mejor que no lo haga. El golpe podría menguar la agudeza visual.
—¿Cómo se usan, Dom?
—Póngaselas sobre los ojos. Se le adherirán. No transmiten luz. Todo lo contrario. Oscurecen la luz que de otro modo podría distraerle, aunque la percepción llega a su cerebro por medio del nervio óptico. Esencialmente su conciencia se agudiza y puede participar en otras facetas de Gaia. En otras palabras, si mira aquella pared, experimentará lo mismo que experimenta la pared.
—Fascinante —murmuró Pelorat—. ¿Puedo intentarlo?
—Desde luego, Pel. Escoja una al azar. Cada una es distinta y muestra la pared, o cualquier otro objeto inanimado que mire, en un aspecto distinto de la conciencia del objeto.
Pelorat se colocó un par sobre los ojos y se adhirieron en seguida. Se sobresaltó con el contacto y luego permaneció inmóvil durante largo rato.
Dom dijo:
—Cuando termine, ponga las manos a ambos lados de la participación y apriételas una hacia la otra. Se desprenderá.
Pelorat lo hizo así, parpadeó con rapidez, y se frotó los ojos.
—¿Qué ha experimentado? —preguntó Dom.
Pelorat contestó:
—Es difícil describirlo. La pared parecía relucir y titilar y, a veces, parecía volverse fluida. Parecía tener aristas y simetrías cambiantes. Lo… lo siento, Dom, pero no lo he encontrado agradable.
Dom suspiró.
—Usted no participa en Gaia, de modo que no ve lo que yo veo. Me lo temía. ¡Lástima! Le aseguro que, aunque estas participaciones son apreciadas fundamentalmente por su valor estético, también tienen sus usos prácticos. Una pared feliz es una pared de larga vida, una pared práctica, una pared útil.
—¿Una pared feliz? —dijo Trevize, con una leve sonrisa.
Dom explicó:
—Una pared puede experimentar una débil sensación que es análoga a lo que «feliz» significa para nosotros. Una pared es feliz cuando está bien diseñada, cuando descansa firmemente sobre sus cimientos, cuando su simetría equilibra sus partes y no produce tensiones desagradables. Es posible hacer un buen diseño basándose en los principios matemáticos de la mecánica, pero el empleo de una participación adecuada puede ajustarlo a dimensiones virtualmente atómicas. En Gaia no hay ningún escultor que pueda realizar una obra de arte de primera clase sin una participación bien hecha y las que yo hago se consideran excelentes… si no está mal que lo diga yo mismo.
»Las participaciones animadas, que no son mi especialidad —continuó Dom con el tipo de excitación que puede esperarse de alguien que habla sobre su pasatiempo favorito—, nos proporcionan, por analogía, una experiencia directa del equilibrio ecológico. El equilibrio ecológico de Gaia es muy sencillo, igual que en todos los mundos, pero aquí, al menos, tenemos la esperanza de hacerlo más complejo y así enriquecer enormemente la conciencia total.
Trevize alzó una mano para anticiparse a Pelorat y le indicó que guardara silencio.
—¿Cómo sabe que un planeta puede tener un equilibrio ecológico más complejo si todos lo tienen sencillo? —dijo.
—Ah —repuso Dom, con expresión astuta—, quiere ponerme a prueba. Usted sabe tan bien como yo que el hogar original de la humanidad, la Tierra, tenía un equilibrio ecológico enormemente complejo. Sólo los mundos secundarios, los mundos derivados, son sencillos.
Pelorat no pudo seguir callado.
—Este es el problema al que he dedicado mi vida. ¿Por qué sólo la Tierra tuvo una ecología compleja? ¿Qué la distinguía de otros mundos? ¿Por qué los millones y millones de mundos de la Galaxia, mundos que eran capaces de albergar vida, sólo desarrollaron una vegetación insignificante, junto con pequeñas formas de vida animal sin inteligencia?
—Tenemos una teoría al respecto; una fábula, quizá. No puedo garantizar su autenticidad. De hecho, a primera vista, parece ficción —repuso Dom.
En este punto Bliss, que no había participado en la comida, entró en la habitación, sonriendo a Pelorat. Llevaba una blusa plateada, muy transparente.
Pelorat se levantó de inmediato.
—Creía que nos había abandonado.
—De ningún modo. Tenía informes que redactar, trabajo que hacer. ¿Puedo unirme a ustedes, Dom?
Dom también se había levantado (aunque Trevize permanecía sentado).
—Eres bien recibida y cautivas estos ojos envejecidos.
—Para cautivarle a usted me he puesto esta blusa. Pel está por encima de esas cosas y a Trev le desagradan.
Pelorat protestó:
—Si cree que estoy por encima de esas cosas, Bliss, quizá algún día le dé una sorpresa.
—Sería una sorpresa deliciosa —repuso Bliss, y se sentó. Los dos hombres la imitaron—. No dejen que yo les interrumpa, por favor.
—Estaba punto de contar a nuestros huéspedes la historia de la Eternidad —dijo Dom—. Para comprenderla, antes deben comprender que pueden existir muchos universos distintos, un número virtualmente infinito. Cada acontecimiento que tiene lugar puede tener lugar o no tener lugar, o puede tener lugar de este modo o de aquel otro, y cada una de las numerosísimas alternativas resultará en un futuro curso de acontecimientos que son distintos, al menos, hasta cierto grado.
»Bliss podría no haber entrado precisamente ahora; o podría haber estado con nosotros un poco antes; o mucho antes; o habiendo entrado ahora, podría llevar una blusa distinta; o incluso con esta blusa, podría no haber sonreído a los viejos con picardía como es su bondadosa costumbre. En cada una de estas alternativas, o en cada una de las incontables alternativas de este mismo acontecimiento, el Universo habría tomado un camino distinto, así como en lo referente a todas las otras variaciones de todos los otros acontecimientos, aunque sean insignificantes.