Los límites de la Fundación (49 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Trevize se movió con desasosiego.

—Creo que es una especulación común de mecánica cuántica… y muy antigua, además.

—Ah, la conoce. Pero prosigamos. Imagínense que los seres humanos pueden inmovilizar el número infinito de universos, pasar de uno a otro según su voluntad, y escoger cuál debe ser el «real», cualquiera que sea el significado de esa palabra en este caso.

—Oigo sus palabras e incluso me imagino el concepto que describe, pero no puedo creer que nada de todo esto pueda llegar a ocurrir —objetó Trevize.

—En general, yo tampoco —dijo Dom—, por lo cual he aclarado que parecería una fábula. Sin embargo, la fábula asegura que hubo quienes salieron del tiempo y examinaron los innumerables ramales de la realidad potencial. Estas personas se llamaron «eternos» y cuando salieron del tiempo se encontraron en la llamada «Eternidad».

»Ellos se encargaron de escoger la realidad más adecuada para la humanidad. Modificaron muchísimas cosas, y la historia cuenta muchos detalles, pues debo decirles que ha sido escrita en forma de una epopeya sumamente larga. Al fin encontraron (así lo afirman) un universo en el que la Tierra era el único planeta de toda la Galaxia donde había un sistema ecológico complejo, así como el desarrollo de una especie inteligente capaz de elaborar una avanzada tecnología.

»Decidieron que ésta era la situación en la que la humanidad estaría más segura. Inmovilizaron ese ramal de acontecimientos como realidad y luego suspendieron las operaciones. Ahora vivimos en una Galaxia poblada sólo por seres humanos y, en alto grado, por las plantas, animales y vida microscópica que los seres humanos llevan consigo, voluntariamente o no, de un planeta a otro, y que suelen hacer desaparecer la vida indígena.

»En algún lugar recóndito de la probabilidad hay otras realidades en las que la Galaxia es sede de muchas inteligencias, pero son inalcanzables. Nosotros estamos solos en nuestra realidad. A partir de cada acción y cada suceso de nuestra realidad, parten nuevos ramales, de los que sólo uno en cada caso es una continuación de la realidad, de modo que hay un gran número de universos potenciales, quizás un número infinito, que se derivan del nuestro, pero todos ellos son presuntamente parecidos por albergar la Galaxia de una sola inteligencia donde vivimos… O quizá debería decir que todos menos un pequeñísimo porcentaje son parecidos en este aspecto, ya que es peligroso excluir algo cuando las posibilidades son casi infinitas.

Se detuvo, se encogió de hombros, y añadió:

—Al menos, ésta es la historia. Se remonta a antes de la fundación de Gaia. No garantizo su autenticidad.

Los otros tres habían escuchado atentamente.

Bliss asintió con la cabeza, como si fuese algo que ya hubiera oído con anterioridad y se limitara a verificar la exactitud del relato de Dom.

Pelorat reaccionó con una solemnidad silenciosa durante casi un minuto y luego cerró el puño y lo descargó sobre el brazo de su silla.

—No —dijo, con voz ahogada—, eso no influye en nada. No hay modo de demostrar la autenticidad de la historia por la observación o la razón, así que nunca será nada más que una especulación, pero aparte de esto… ¡Supongamos que es cierto! El universo donde vivimos sigue siendo un universo en el que sólo la Tierra ha desarrollado una vida rica y una especie inteligente, de manera que en este universo, tanto si es el único como sólo uno entre un número infinito de posibilidades, tiene que haber algo único en la naturaleza del planeta Tierra. Aún deberíamos querer saber cuál es esa singularidad.

En el silencio que siguió, fue Trevize quien finalmente se agitó y meneó la cabeza.

—No, Janov —dijo—, las cosas no son así. Digamos que las posibilidades son de una en mil millones de trillones, una en 10
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, de que entre los mil millones de planetas habituales de la Galaxia sólo la Tierra, por una extraña casualidad, desarrollara una ecología rica y, posteriormente, inteligencia. Si es así, uno en 10
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de los diversos ramales de las realidades potenciales representaría esa Galaxia y los «eternos» lo escogieron. Por lo tanto, vivimos en un universo donde la Tierra es el único planeta capaz de desarrollar una ecología compleja, una especie inteligente, y una avanzada tecnología, no porque la Tierra tenga algo especial, sino porque dio la casualidad de que se desarrollara en la Tierra y en ningún otro sitio.

»De hecho —continuó Trevize con aire pensativo—, supongo que hay ramales de realidad en los que sólo Gaia ha desarrollado una especie inteligente, o sólo Sayshell, o sólo Términus, o sólo algún planeta que en esta realidad no tiene vida de ninguna clase. Y todos esos casos muy especiales son un pequeñísimo porcentaje del número total de realidades en las que hay más de una especie inteligente en la Galaxia. Supongo que si los "eternos" hubiesen buscado más, habrían encontrado un ramal potencial de realidad en la que cada planeta habitable habría desarrollado una especie inteligente.

—¿No podría argumentar también que se había encontrado una realidad en la que la Tierra no era como en otros ramales, pero tenía las condiciones necesarias para el desarrollo de la inteligencia? De hecho, puede ir más lejos y decir que se había encontrado una realidad en la que toda la Galaxia no era como en otros ramales, pero tenía un estado de desarrollo tal que sólo la Tierra podía generar inteligencia —dijo Pelorat.

Trevize repuso:

—Podríamos afirmarlo así, pero creo que mi versión es más lógica.

—Naturalmente, esto no es más que una conclusión subjetiva… —empezó Pelorat con cierta vehemencia, pero Dom le interrumpió, diciendo:

—Bueno, bueno, eso es pararse en quisquillas. No malogremos lo que está resultando, al menos para mí, una velada agradable e interesante.

Pelorat hizo un esfuerzo para tranquilizarse y recobrar la ecuanimidad. Al fin sonrió y manifestó:

—Como usted diga, Dom.

Trevize, que había lanzado varias ojeadas a Bliss, sentada recatadamente con las manos en la falda, ahora preguntó:

—Y ¿cómo llegó este mundo a ser lo que es, Dom? ¿Gaia, con su conciencia colectiva?

Dom echó la cabeza hacia atrás y se rio con estridencia. Su cara se llenó de arrugas al decir:

—¡Más fábulas! Pienso en ello a veces, cuando leo los informes que tenemos sobre la historia humana. Por muy bien guardados y archivados y computadorizados que estén, se vuelven borrosos con el tiempo. Las historias se multiplican. Las leyendas se acumulan… como el polvo. Cuanto mayor es el lapso de tiempo, más polvorienta es la historia, hasta que degenera en fábulas.

—Los historiadores estamos familiarizados con el proceso, Dom —dijo Pelorat—. Hay una cierta preferencia por las fábulas. «El falso dramatismo desplaza a la insulsa verdad», dijo Liebel Gennerat hace unos quince siglos. Ahora se le llama Ley de Gennerat.

—¿En serio? —se extrañó Dom—. Y yo creía que esa teoría era una invención mía. Bueno, la Ley de Gennerat llena nuestra historia pasada de encanto e incertidumbre. ¿Saben lo que es un robot?

—Lo averiguamos en Sayshell —contestó Trevize con sequedad.

—¿Vieron alguno?

—No. Nos hicieron la pregunta, y cuando respondimos negativamente, nos lo explicaron.

—Comprendo. Así pues, ya saben que la humanidad vivió con robots, pero no salió bien.

—Eso nos contaron.

—Los robots fueron adoctrinados con las llamadas Tres Leyes de la Robótica, que se remontan a la prehistoria. Hay varias versiones sobre lo que pudieron ser esas Tres Leyes. El parecer ortodoxo afirma lo siguiente: 1) Un robot no debe dañar a un ser humano o, por medio de la inacción, permitir que un ser humano sea dañado; 2) Un robot debe obedecer las órdenes de los seres humanos, excepto cuando esas órdenes contravengan la Primera Ley; 3) Un robot debe proteger su propia existencia, mientras dicha protección no contravenga la Primera o Segunda Ley.

»A medida que los robots fueron adquiriendo más inteligencia y versatilidad, interpretaron esas leyes, en especial la primera, con creciente generosidad y asumieron, cada vez más, el papel de protectores de la humanidad. La protección ahogó a las personas y se hizo insoportable.

»Los robots eran esencialmente bondadosos. Sus esfuerzos eran claramente humanos y tenían por objeto el bien de todos, lo que en cierto modo les hizo aun más insoportables.

»Cada mejora de los robots empeoraba la situación. Los robots tenían facultades telepáticas, pero eso significaba que incluso podían leer el pensamiento humano, de modo que la conducta humana se hizo aún más dependiente de la fiscalización de los robots.

»Los robots fueron pareciéndose cada vez más a los seres humanos, pero siguieron siendo robots en su conducta, y el ser humanoides les hacía aun más repulsivos. Así pues, naturalmente, eso debía terminar.

—¿Por qué «naturalmente»? —preguntó Pelorat, que había escuchado con gran atención.

—Es cuestión de seguir la lógica hasta sus últimas consecuencias —dijo Dom—. Con el tiempo, los robots progresaron hasta llegar a ser suficientemente humanos para comprender por qué los seres humanos no querían que se les privara de todo lo humano con la excusa de su propio bien. A la larga, los robots se vieron obligados a admitir que quizá la humanidad se sentiría más a gusto cuidando de sí misma, aunque lo hiciera con negligencia e ineficacia.

»Por lo tanto, se dice que fueron los robots quienes establecieron de algún modo la Eternidad y se convirtieron en "eternos". Localizaron una realidad en la que consideraron que los seres humanos podían estar seguros, en la medida de lo posible, solos en la Galaxia. Después, habiendo hecho lo que podían para protegerlos y con objeto de cumplir la primera ley en su más estricto sentido, los robots dejaron de funcionar por su propia voluntad, y desde entonces hemos sido seres humanos… avanzando, como podemos, sin ayuda de nadie.

Dom hijo una pausa. Miró a Trevize y Pelorat, y luego preguntó:

—Bueno, ¿creen todo eso?

Trevize meneó lentamente la cabeza.

—No. No hay nada parecido a esto en ninguna crónica histórica de la que yo haya oído hablar. ¿Y usted, Janov?

—Hay algunos mitos que son semejantes en ciertos aspectos —dijo Pelorat.

—Vamos, Janov, hay mitos que se ajustarían a cualquier cosa que pudiéramos inventar, si les diéramos una interpretación suficientemente ingeniosa. Estoy hablando de historia, datos fidedignos.

—Oh, bueno. Que yo sepa, de eso no hay nada.

—No me sorprende —dijo Dom—. Antes de que los robots se retiraran, muchos grupos de seres humanos se internaron en el espacio para colonizar mundos sin robots, con objeto de tomar sus propias medidas para alcanzar la libertad. Procedían especialmente de la superpoblada Tierra, con su larga historia de resistencia a los robots. Los nuevos mundos fueron fundados con otros criterios y los fundadores no quisieron ni recordar su amarga humillación de niños sometidos a niñeras-robots. No llevaron ningún registro y olvidaron.

—Eso es inverosímil —objetó Trevize.

Pelorat se volvió hacia él.

—No, Golan. No es inverosímil. Las sociedades crean su propia historia y tienden a borrar los comienzos difíciles, olvidándolos o inventando heroicos rescates totalmente ficticios. El gobierno imperial trató de ocultar el pasado preimperial para reforzar la mística atmósfera de régimen eterno. Por otra parte, casi no hay datos sobre la época anterior a los viajes hiperespaciales, y usted sabe que la misma existencia de la Tierra es hoy desconocida para la mayoría de la gente.

—No puede usar ambas alternativas, Janov. Si la Galaxia ha olvidado los robots, ¿cómo es que Gaia los recuerda? —dijo Trevize.

Bliss intervino con una súbita carcajada de soprano.

—Nosotros somos diferentes.

—¿Sí? —dijo Trevize—. ¿En qué sentido?

Dom terció:

—Vamos, Bliss, déjame esto a mí. Nosotros somos diferentes, hombres de Términus. Entre todos los grupos de refugiados que huyeron de la dominación de los robots, los que finalmente llegamos a Gaia (siguiendo las huellas de los que llegaron a Sayshell) éramos los únicos que habíamos aprendido el arte de la telepatía de los robots.

»Es un arte, se lo aseguro. Es inherente a la mente humana, pero debe desarrollarse de un modo muy sutil y difícil. Se necesitan muchas generaciones para alcanzar todo su potencial, pero una vez bien iniciado, progresa por sí solo. Nosotros lo iniciamos hace veinte mil años y el sentir de Gaia es que ahora todavía no hemos alcanzado todo su potencial. Hace mucho tiempo nuestro desarrollo de la telepatía nos hizo percatar de la conciencia colectiva; primero sólo de los seres humanos, después de los animales, después de las plantas, y finalmente, no hace muchos siglos, de la estructura inanimada del mismo planeta.

»Como nos remontamos hasta los robots, no los olvidamos. No los consideramos nuestras niñeras sino nuestros profesores. Comprendimos que nos habían abierto la mente a algo que ni por un momento desearíamos ignorar. Los recordamos con gratitud.

—Pero tal como en otros tiempos fueron niños para los robots, ahora son niños para la conciencia colectiva. ¿No han perdido humanidad ahora, tal como la perdieron entonces? —dijo Trevize.

—Es distinto, Trev. Lo que hacemos ahora es por propia elección… nuestra propia elección. Esto es lo que cuenta. No nos ha sido impuesto desde fuera, sino que se ha desarrollado desde dentro. No lo olvidamos nunca. Y también somos diferentes en otro aspecto. Somos únicos en la Galaxia. No hay ningún mundo como Gaia.

—¿Cómo están tan seguros?

—Lo sabríamos, Trev. Detectaríamos una conciencia mundial como la nuestra incluso en el otro extremo de la Galaxia. Podemos detectar los comienzos de tal conciencia en su Segunda Fundación, por ejemplo, aunque sólo desde hace dos siglos.

—¿En tiempos del Mulo?

—Sí. Uno de los nuestros. —Dom torció el gesto—.

Era un anormal y nos dejó. Nosotros fuimos suficientemente ingenuos para no creerlo posible, de modo que no actuamos a tiempo para detenerlo. Luego, cuando volvimos nuestra atención hacia los mundos exteriores, adquirimos conciencia de lo que ustedes llaman la Segunda Fundación y la abandonamos a su suerte.

Trevize no reaccionó durante unos momentos, y después murmuró:

—¡Ahí van nuestros libros de historial —Meneó la cabeza y dijo en voz más alta —: Eso fue una cobardía por parte de Gaia, ¿no cree? Él era responsabilidad de ustedes.

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