—¡Meras conjeturas, alcaldesa!
—Las conjeturas cesaron cuando siguió a Trevize a través de múltiples saltos tan fácilmente como si sólo hubiera sido uno.
—Tenía la computadora para ayudarle, alcaldesa.
Pero Branno echó la cabeza hacia atrás y se rio.
—Mi querido Liono, está tan ocupado tramando complicadas conjuras que olvida la eficacia de los procedimientos sencillos. Envié a Compor en pos de Trevize, no porque necesitara seguir a Trevize. ¿Qué necesidad había? Trevize, por mucho que quisiera ocultar sus movimientos, no podía dejar de llamar la atención en cualquier mundo que visitara. Su avanzada nave de la Fundación, su marcado acento de Términus, sus créditos de la Fundación, le rodearían automáticamente con un brillo de notoriedad. Y en caso de alguna emergencia, recurrida automáticamente a los representantes de la Fundación, como hizo en Sayshell, donde supimos todo lo que hizo en cuanto lo hizo… e independientemente de Compor.
»No —prosiguió con aire reflexivo—, Compor fue enviado al espacio para poner a prueba a Compor. Y ha dado resultado porque le asignamos deliberadamente una computadora defectuosa; no suficientemente defectuosa para impedir la maniobrabilidad de la nave, pero sí para ayudarle a seguir un salto múltiple. A pesar de ello, Compor consiguió hacerlo sin dificultades.
—Veo que no me cuenta muchas cosas, alcaldesa, hasta que decide que debe hacerlo.
—Sólo le oculto aquellos asuntos, Liono, que no le perjudicará no saber. Le admiro y le utilizo, pero mi confianza tiene un límite, como la de usted por mí…, y, por favor, no se moleste en negarlo.
—No lo haré —repuso Kodell secamente—, y algún día, alcaldesa, me tomaré la libertad de recordárselo. Mientras tanto, ¿debería saber algo más? ¿Cuál es la naturaleza de la nave que le detuvo? Sin duda, si Compor es miembro de la Segunda Fundación, esa nave también lo era.
—Siempre es un placer hablar con usted, Liono. Ve las cosas con mucha rapidez. La Segunda Fundación no se molesta en borrar sus huellas. Tiene defensas en las que confía para hacer esas huellas invisibles, aun cuando no lo son. A un miembro de la Segunda Fundación jamás se le ocurriría emplear una nave de fabricación extranjera, aunque supiera cuán fácilmente podemos identificar el origen de una nave por el dibujo de su utilización energética. Siempre pueden borrar ese conocimiento de la mente que lo haya adquirido, de modo que, ¿por qué molestarse en ocultarse? Pues bien, nuestra nave de reconocimiento pudo determinar el origen de la nave que se acercó a Compor a los pocos minutos de avistarla.
—Y supongo que ahora la Segunda Fundación borrará ese conocimiento de nuestras mentes.
—Si pueden —dijo Branno—, pero quizá descubran que las cosas han cambiado.
—Antes ha dicho que sabía dónde estaba la Segunda Fundación. Que primero se encargaría de Gaia, y después de Trántor. Por ello deduzco que esa otra nave era de origen trantoriano —manifestó Kodell.
—Supone bien. ¿Está sorprendido?
Kodell meneó lentamente la cabeza.
—Pensándolo bien, no. Ebling Mis, Toran Darell y Bayta Darell estuvieron en Trántor durante la época en que el Mulo fue detenido. Arkady Darell, la nieta de Bayta, nació en Trántor y volvía a estar en Trántor cuando se cree que la misma Segunda Fundación fue detenida. En su relato de los acontecimientos, hay un tal Preem Palver que desempeñó un papel clave, apareciendo en los momentos convenientes, y era un comerciante trantoriano. Es obvio que la Segunda Fundación estaba en Trántor, donde, incidentalmente, vivía el mismo Hari Seldon cuando instituyó ambas Fundaciones.
—Muy obvio, pero nadie sugirió nunca esa posibilidad. La Segunda Fundación se encargó de que así fuera. A eso me refería al declarar que no tenían que borrar sus huellas, cuando podían lograr fácilmente que nadie mirase hacia esas huellas, o borrar el recuerdo de esas huellas después de que hubieran sido vistas.
Kodell dijo:
—En ese caso, no miremos demasiado rápidamente hacia donde ellos pueden querer que miremos. ¿Cómo supone que Trevize dedujo que la Segunda Fundación existía? ¿Por qué no lo detuvo la Segunda Fundación?
Branno levantó los dedos y los contó.
—Primero, Trevize es un hombre poco corriente que, por su turbulenta incapacidad para la cautela, tiene algo que no he sido capaz de comprender. Quizá sea un caso especial. Segundo, la Segunda Fundación no lo ignoraba. Compor empezó a espiar a Trevize y le denunció. Confiaron en mí para detener a Trevize sin que la Segunda Fundación tuviera que arriesgarse a tomar parte. Tercero, cuando no reaccioné como esperaban, ni ejecución, ni encarcelamiento, ni borradura de memoria, ni sondeo psíquico de su cerebro, cuando me limité a enviarle al espacio, la Segunda Fundación fue más lejos. Enviaron una de sus propias naves tras él.
Y añadió con reservada satisfacción:
—Si, un pararrayos excelente.
—¿Y nuestro próximo paso? —preguntó Kodell.
—Desafiaremos a ese miembro de la Segunda Fundación que ahora está ante nosotros. De hecho, ya nos dirigimos lentamente hacia él.
Gendibal y Novi estaban sentados, uno junto al otro, observando la pantalla.
Novi se sentía atemorizada. Para Gendibal, eso era evidente, así como el hecho de que intentaba combatir ese temor por todos los medios. Gendibal no podía hacer nada para ayudarla en su lucha, pues no consideraba prudente tocar su cerebro en este momento, ya que quizás oscureciese la respuesta que ella exhibía ante el débil campo mentálico que los rodeaba.
La nave de guerra de la Fundación iba acercándose con lentitud, pero inexorablemente, Era una nave grande, con una tripulación que tal vez ascendiera a seis personas, a juzgar por la experiencia referente a naves de la Fundación. Gendibal estaba seguro de que sus armas bastarían para contener y, en caso necesario, aniquilar a toda la flota de la Segunda Fundación, si esa flota tenía que confiar únicamente en la fuerza física.
Comoquiera que fuese, el avance de la nave, incluso contra una sola nave tripulada por un miembro de la Segunda Fundación, permitía sacar ciertas conclusiones. Aunque la nave tuviese poder mentálico, no sería lógico que se enfrentara a la Segunda Fundación de este modo. Lo más probable era que avanzase por ignorancia, y ésta podía darse en distintos grados.
Podía significar que el capitán de la nave ignoraba que Compor había sido sustituido o, si lo sabía, ignoraba que el sustituto era un miembro de la Segunda Fundación, o tal vez incluso ignoraba qué era la Segunda Fundación.
¿Y si la nave tenía poder mentálico (Gendibal se proponía considerarlo todo) y, no obstante, avanzaba de este modo tan confiado? Eso sólo podía significar que estaba controlada por un megalómano o que tenía un poder mayor del que Gendibal consideraba posible.
Pero lo que él consideraba posible no era un factor terminante…
Tocó con cuidado la mente de Novi. Novi no podía percibir conscientemente los campos mentálicos, mientras que Gendibal, desde luego, podía hacerlo, pero la mente de Gendibal no podía lograrlo con tanta delicadeza o detectar un campo mental tan débil como la de Novi. Era una paradoja que debería estudiarse en el futuro y quizá diera frutos que a la larga resultaran mucho más importantes que el problema inmediato de una astronave cada vez más próxima.
Gendibal se había asido a esta posibilidad, intuitivamente, cuando observó por vez primera la extraordinaria uniformidad y simetría de la mente de Novi, y se enorgulleció de su intuición. Los oradores siempre se habían sentido orgullosos de sus poderes intuitivos, pero, ¿hasta qué punto eran producto de su incapacidad para medir campos por métodos físicos y, por lo tanto, de su ineptitud para comprender qué era lo que hacían en realidad? Resultaba fácil encubrir la ignorancia con la mística palabra «intuición». Y, ¿hasta qué punto se debía esta ignorancia a la subestimación de la física frente a la mentálica?
Y, ¿hasta qué punto era eso un orgullo ciego?
Cuando fuese primer orador, pensó Gendibal, esto cambiaría. Tenía que haber una reducción del abismo físico entre las Fundaciones. La Segunda Fundación no podía afrontar eternamente la posibilidad de destrucción cada vez que el monopolio mentálico les fallara un poco.
En realidad, quizás el monopolio estuviera fallándoles ahora mismo. Quizá la Primera Fundación había progresado o existía una alianza entre la Primera Fundación y los Anti-Mulos. (Era la primera vez que se le ocurría esta idea y se estremeció.)
Sus pensamientos al respecto pasaron por su mente con la rapidez propia de todo orador, y mientras pensaba, también siguió vigilando el resplandor de la mente de Novi, la respuesta al campo mentálico escasamente penetrante que los rodeaba. Este no se intensificaba a medida que la nave de la Fundación se acercaba.
Eso no significaba, por sí solo, que la nave no fuese mentálica. Era bien sabido que el campo mentálico no se ajustaba a las leyes ordinarias de la distancia. No se intensificaba sustancialmente a medida que la distancia entre el emisor y el receptor disminuía. En este sentido difería de los campos electromagnético y gravitatorio. Sin embargo, aunque los campos mentálicos variaban menos con la distancia que los diversos campos físicos, tampoco eran del todo insensibles a la distancia. La respuesta de la mente de Novi debería revelar un aumento detectable a medida que la nave se acercaba, algún momento. (¿Cómo era posible que en cinco siglos, desde Hari Seldon, ningún miembro de la Segunda Fundación hubiese pensado nunca en elaborar una relación matemática entre la intensidad mentálica y la distancia? Esta indiferencia por la física debía cesar y cesaría, juró silenciosamente Gendibal.)
Si la nave era mentálica y si sabía con certeza que estaba acercándose a un miembro de la Segunda Fundación, ¿no aumentaría al máximo la intensidad de su campo antes de avanzar? Y en ese caso, ¿no registraría la mente de Novi una respuesta mayor de algún tipo?
¡Sin embargo, no era así!
Gendibal eliminó confiadamente la posibilidad de que la nave fuese mentálica. Avanzaba por simple ignorancia y, como amenaza, apenas contaba.
Claro que el campo mentálico seguía existiendo, pero tenía que originarse en Gaia. Esto resultaba bastante inquietante, pero el problema inmediato lo constituía la nave. Primero había que eliminarlo y después podría volver su atención hacia el mundo de los Anti-Mulos.
Esperó. La nave haría algún movimiento o se acercaría lo suficiente para que él pudiese emprender un ataque efectivo.
La nave seguía acercándose, ahora bastante de prisa, y seguía sin hacer nada. Al fin Gendibal calculó que la fuerza de su acometida sería suficiente. No produciría dolor, apenas ninguna molestia; todos los que estuvieran a bordo se limitarían a descubrir que los músculos de su espalda y extremidades sólo respondían perezosamente a sus deseos.
Gendibal redujo el campo mentálico controlado por su mente. Este se intensificó y saltó sobre el abismo que separaba las dos naves a la velocidad de la luz. (Las dos naves se hallaban suficientemente cerca para que el contacto hiperespacial, con su inevitable pérdida de precisión, fuese innecesario.)
Y entonces Gendibal retrocedió con asombro.
La nave de la Fundación poseía un eficiente escudo mentálico que ganaba densidad en la misma proporción que su propio campo ganaba intensidad. Después de todo, la nave no se acercaba por ignorancia… y contaba con una inesperada arma pasiva.
—¡Ah! —dijo Branno—. Ha intentado un ataque, Liono. ¡Mire!
La aguja del psicómetro se movió y tembló en su ascenso irregular.
El desarrollo del escudo mentálico había ocupado a los científicos de la Fundación durante ciento veinte años en el más secreto de todos los proyectos científicos, excepto quizás el solitario desarrollo del análisis psicohistórico de Hari Seldon. Cinco generaciones de seres humanos habían trabajado en el perfeccionamiento gradual de un dispositivo que no estaba respaldado por ninguna teoría satisfactoria.
Pero no habría sido posible ningún avance sin la invención del psicómetro que actuaba de guía, indicando la dirección y cantidad de avance en todas las etapas. Nadie podía explicar cómo funcionaba, pero todo indicaba que medía lo inmensurable y daba números a lo indescriptible. Branno tenía la sensación (compartida por algunos de los propios científicos) de que si algún día la Fundación podía explicar el funcionamiento del psicómetro, igualarían a la Segunda Fundación en control mental.
Pero eso se refería al futuro. En el presente, el escudo tendría que bastar, respaldado como estaba por una abrumadora preponderancia en armas físicas.
Branno envió el mensaje, pronunciado en una voz masculina de la que se habían erradicado todas las alusiones emocionales, hasta hacerla neutra y terminante:
«Llamando a la nave Estrella Brillante y sus ocupantes. Han tomado violentamente una nave de la Armada de la Confederación de la Fundación en un acto de piratería. Se les ordena entregar la nave y rendirse inmediatamente o hacer frente al ataque.»
La contestación llegó en voz natural:
—Alcaldesa Branno de Términus, sé que está en la nave. El Estrella Brillante no fue tomado en una acción pirática. Fui invitado a subir a bordo por su capitán legal, Munn Li Compor de Términus. Solícito una tregua para debatir cuestiones muy importantes para ambos.
Kodell susurró a Branno:
—Déjeme hablar a mí, alcaldesa.
Ella levantó el brazo con ademán despectivo.
—La responsabilidad es mía, Liono.
Tras ajustar el transmisor, habló en un tono casi tan forzado y exento de emociones como la voz artificial que había hablado antes:
—Hombre de la Segunda Fundación, comprenda su posición. Si no se rinde inmediatamente, podemos mandar su nave fuera del espacio en el tiempo que necesita la luz para ir de nuestra nave a la de usted, y estamos dispuestos a hacerlo. No perderemos nada haciéndolo, pues usted no sabe nada por lo que debamos mantenerle con vida. Sabemos que es de Trántor y, una vez nos hayamos ocupado de usted, nos ocuparemos de Trántor. Le concederemos unos minutos para que diga lo que tenga que decir, pero ya que no puede revelamos nada útil, no le escucharemos demasiado rato.
—En ese caso —repuso Gendibal—, hablaré rápidamente y sin rodeos. Su escudo no es perfecto y no puede serlo. Lo han sobrestimado a él y me han subestimado a mí. Puedo manejar su mente y controlarla. No con tanta facilidad, quizá, como si no hubiese ningún escudo, pero con suficiente facilidad.