Los límites de la Fundación (50 page)

Read Los límites de la Fundación Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

—Tiene razón. Pero cuando al fin volvimos los ojos hacia la Galaxia, nos percatamos de algo que hasta entonces habíamos ignorado, de modo que la tragedia del Mulo nos salvó la vida. Fue entonces cuándo nos dimos cuenta de que una peligrosa crisis terminaría abatiéndose sobre nosotros. Y así ha sido…, pero no antes de que pudiéramos tomar medidas, gracias al incidente del Mulo.

—¿Qué clase de crisis?

—Una crisis que nos amenaza con la destrucción.

—No lo creo. Ustedes contuvieron al Imperio, al Mulo y a Sayshell. Tienen una conciencia colectiva capaz de atraer a una nave en el espacio a una distancia de millones de kilómetros. ¿Qué pueden temer? Mire a Bliss. Ella no parece estar alterada. Ella no cree que haya una crisis.

Bliss había colocado una torneada pierna sobre el brazo de la butaca y agitó los dedos de los pies en dirección a él.

—Claro que no estoy preocupada, Trev. Usted lo arreglará.

Trevize exclamó:

—¿Yo?

—Gaia le ha traído aquí por medio de numerosas manipulaciones. Es usted quien debe enfrentarse a nuestra crisis —dijo Dom.

Trev se lo quedó mirando y, poco a poco, su estupefacción se transformó en rabia.

—¿Yo? ¿Por qué, en todo el espacio, yo? No tengo nada que ver con esto.

—No obstante, Trev —dijo Dom, con una calma casi hipnótica—, es usted. Sólo usted. En todo el espacio, sólo usted.

18. Colisión
75

Stor Gendibal iba acercándose a Gaia casi tan prudentemente como lo había hecho Trevize, y ahora que su estrella era un disco perceptible y sólo podía ser observado a través de potentes filtros, se detuvo a reflexionar.

Sura Novi estaba sentada a un lado, y lo miraba de vez en cuando con timidez.

—¿Maestro? —dijo suavemente.

—¿Qué hay, Novi? —preguntó él, distraído.

—¿Eres desgraciado?

La miró rápidamente.

—No. Estoy preocupado. ¿Recuerdas esa palabra? Estoy tratando de decidir si debo seguir adelante o esperar un poco más. ¿Te parece que debo ser valiente, Novi?

—Creo que tú siempre eres valiente, maestro.

—A veces ser valiente es ser tonto.

Novi sonrió.

—¿Cómo puede un maestro sabio ser tonto? Eso es un sol, ¿verdad, maestro? —Señaló hacia la pantalla.

Gendibal asintió.

Tras una breve vacilación, Novi dijo:

—¿Es el sol que brilla sobre Trántor? ¿Es el sol hameniano?

Gendibal contestó:

—No, Novi. Es otro sol completamente distinto. Hay muchos soles, millones de soles.

—¡Ah! Lo sabía con la cabeza. Sin embargo, no podía decidirme a creerlo. ¿Cómo es, maestro, que uno puede saber algo con la cabeza y, aun así, no creerlo?

Gendibal esbozó una sonrisa.

—En tu cabeza, Novi… —empezó y, automáticamente, al decir esto, se encontró él mismo en la cabeza de la muchacha. La frotó suavemente, como hacía siempre, cuando se encontraba allí, un simple toque calmante de los zarcillos mentales para mantener a la hameniana en paz y tranquilidad, y después habría vuelto a salir, como hacía siempre, si algo no le hubiese retenido.

Lo que percibió no era descriptible más que en términos mentálicos pero, metafóricamente, el cerebro de Novi resplandecía. Era el resplandor más débil posible.

No estaría allí a no ser por la existencia de un campo mentálico impuesto desde fuera, un campo mentálico de una intensidad tan débil que el excelente funcionamiento receptor de la entrenada mente del propio Gendibal apenas pudo detectar, incluso en la absoluta uniformidad de la estructura mentálica de Novi.

—Novi, ¿cómo te encuentras? —dijo con viveza.

La muchacha le miró con asombro.

—Me encuentro bien, maestro.

—¿Te sientes aturdida, confusa? Cierra los ojos y no te muevas hasta que yo diga «ahora».

Novi cerró obedientemente los ojos. Gendibal ahuyentó con cuidado todas las sensaciones ajenas a su mente, calmó sus pensamientos, suavizó sus emociones, frotó…, frotó… No dejó nada más que el resplandor y era tan débil que casi habría podido persuadirse de que no estaba allí.

—Ahora —dijo, y Novi abrió los ojos.

—¿Cómo te encuentras, Novi?

—Muy tranquila, maestro. Descansada.

Sin duda era demasiado débil para tener algún efecto perceptible sobre ella.

Se volvió hacia la computadora y forcejeó con ella.

Tuvo que admitir que él y la computadora no encajaban muy bien. Quizás era porque estaba demasiado acostumbrado a utilizar directamente la mente para poder trabajar a través de un intermediario. Pero buscaba una nave, no una mente, y la búsqueda inicial podía hacerse más eficientemente con la ayuda de la computadora.

Y encontró el tipo de nave que sospechaba podía estar presente. Se hallaba a medio millón de kilómetros de distancia y era muy parecida a la suya en diseño, pero mucho más grande y elaborada.

Una vez la hubo localizado con la ayuda de la computadora, Gendibal dejó que su mente actuara directamente. La envió hacia fuera y percibió el equivalente mentálico de «percibir» a la nave, por dentro y por fuera.

Luego envió su mente hacia el planeta Gaia, acercándose a él varios millones de kilómetros más, y se retiró. Ningún proceso bastó para revelarle, inequívocamente, cuál era la fuente del campo.

—Novi, querría que te sentaras a mi lado mientras ocurre lo que vaya a ocurrir —dijo.

—Maestro, ¿hay peligro?

—No debes preocuparte por nada, Novi. Me encargaré de que estés sana y salva.

—Maestro, no estoy preocupada por mí, Si hay peligro, quiero poder ayudarte.

Gendibal se ablandó y dijo:

—Novi, ya me has ayudado. Gracias a ti, me he percatado de un detalle muy importante. Sin ti, quizá me habría metido en una ciénaga y sólo habría podido salir con grandes dificultades.

—¿He hecho esto con mi mente, maestro, como me explicaste una vez? —preguntó Novi, atónita.

—Así es, Novi. Ningún instrumento habría sido más sensitivo. Mi propia mente no lo es; está demasiado llena de complejidad.

La cara de Novi reflejó una gran satisfacción.

—Estoy muy contenta de poder ayudar.

Gendibal sonrió y asintió con la cabeza; luego pensó sombríamente que necesitaría otro tipo de ayuda. Algo protestó en su interior. El trabajo era suyo, sólo suyo. Sin embargo, no podía ser sólo suyo. Las probabilidades se reducían…

76

En Trántor, Quindor Shandess notaba que la responsabilidad del cargo de primer orador descansaba sobre él con un peso sofocante. Desde que la nave de Gendibal se desvaneciera en la oscuridad más allá de la atmósfera, no había convocado ninguna reunión de la Mesa. Había estado inmerso en sus propios pensamientos.

¿Había sido prudente dejar que Gendibal se marchara solo? Gendibal era inteligente, pero no lo suficiente para no ceder a la tentación de confiarse demasiado. El mayor defecto de Gendibal era la arrogancia, como el mayor defecto del propio Shandess (pensó con amargura) era el cansancio de la edad.

Una y otra vez, se le ocurrió pensar que el precedente de Preem Palver, que viajó por toda la Galaxia para arreglar las cosas, era peligroso. ¿Podía algún otro ser un Preem Palver? ¿Siquiera Gendibal? Y Palver se había llevado a su esposa.

Por supuesto, Gendibal se había llevado a aquella hameniana, pero eso no le ayudaría en nada. La esposa de Palver había sido oradora por derecho propio.

Shandess se sentía envejecer día a día mientras esperaba noticias de Gendibal, y a medida que pasaban los días sin que éstas llegaran, sentía una tensión creciente.

Debería haber sido una flota de naves, una flotilla.

No. La Mesa no lo habría permitido.

Y sin embargo…

Cuando finalmente recibió la llamada, estaba durmiendo. Su sueño era agitado y no le aportaba ningún alivio. La noche había sido ventosa y le había costado dormirse. Como un niño, había creído oír voces en el viento.

Su último pensamiento antes de conciliar el sueño había sido dimitir, un deseo que no podía realizar, pues en este momento Delarmi le sucedería.

Y entonces recibió la llamada y se incorporó en la cama, totalmente despierto.

—¿Está usted bien? —preguntó.

—Muy bien, primer orador —contestó Gendibal—. ¿Qué le parece si establecemos contacto visual para una comunicación más condensada?

—Más tarde, quizá —repuso Shandess—. En primer lugar, ¿cuál es la situación?

Gendibal habló con lentitud, pues percibió el reciente despertar del otro y notó un profundo cansancio.

—Estoy cerca de un planeta habitado llamado Gaia, cuya existencia no consta en ningún archivo galáctico, que yo sepa —dijo.

—¿El mundo de esos que han estado trabajando para perfeccionar el Plan? ¿Los Anti-Mulos?

—Posiblemente, primer orador. Hay varias razones para creerlo así. Primera, la nave de Trevize y Pelorat se ha acercado mucho a Gaia y lo más probable es que haya aterrizado allí. Segunda, a medio millón de kilómetros de mí, hay una nave de guerra de la Primera Fundación.

—No puede haber tanto interés sin motivo.

—Primer orador, puede que no sea un interés independiente. Yo estoy aquí porque sigo a Trevize, y la nave de guerra puede estar aquí por la misma razón. Sólo queda preguntarse por qué está Trevize aquí.

—¿Se propone seguirle hasta el planeta, orador?

—Había considerado esa posibilidad, pero ha ocurrido algo. Ahora estoy a cien millones de kilómetros de Gaia y percibo un campo mentálico en el espacio que me rodea, un campo homogéneo que es excesivamente débil. No habría podido percatarme de él a no ser por la mente de la hameniana. Es una mente extraordinaria; consentí en llevarla conmigo por esta razón.

—Así pues, tuvo razón al suponer que seria tan… ¿Cree que la oradora Delarmi lo sabía?

—¿Cuando me instó a que me la llevara? No lo creo, pero me ha prestado un gran servicio, primer orador.

—Me alegro. ¿Opina usted, orador Gendibal, que el planeta es el foco del campo?

—Para estar seguro, tendría que tomar medidas desde puntos muy distanciados con objeto de comprobar si el campo tiene una simetría esférica general. Mi sonda mental unidireccional indica que es probable, pero no seguro. Sin embargo, no sería prudente seguir investigando en presencia de la nave de guerra de la Fundación.

—Sin duda no es ningún peligro.

—Puede serlo. Aún no estoy seguro de que no sea ella misma el foco del campo, primer orador.

—Pero ellos…

—Primer orador, con todo respeto, permítame interrumpirle. Nosotros no sabemos qué avances tecnológicos ha hecho la Primera Fundación. Actúan con una extraña confianza en sí mismos y quizá nos tengan reservada alguna sorpresa desagradable. Hay que averiguar si han aprendido a dominar la mentálica por medio de alguno de sus aparatos. En resumen, primer orador, me enfrento a una nave de mentálicos o a un planeta.

»Si es la nave, la mentálica puede ser demasiado débil para inmovilizarme, pero podría ser suficiente para retrasarme, y las armas puramente físicas de la nave podrían bastar entonces para destruirme. Por otra parte, si el foco es el planeta, el hecho de detectar el campo a tal distancia podría significar una intensidad enorme en la superficie, más de lo que incluso yo puedo controlar.

»En ambos casos, será necesario establecer una red, una red total, en la que todos los recursos de Trántor puedan ponerse a mi disposición.

El primer orador titubeó.

—Una red total. Eso no se ha utilizado nunca, ni siquiera se ha sugerido… excepto en tiempos del Mulo.

—Es muy posible que esta crisis sea incluso más grave que la del Mulo, primer orador.

—No sé si la Mesa consentirá.

—No creo que deba pedirles su consentimiento, primer orador. Debe proclamar el estado de emergencia.

—¿Qué excusa puedo dar?

—Cuénteles lo que yo le he contado, primer orador.

—La oradora Delarmi dirá que es usted un cobarde incompetente, llevado a la locura por sus propios temores.

Gendibal hizo una pausa antes de contestar. Luego manifestó:

—Me imagino que dirá algo así, primer orador, pero déjela decir todo lo que quiera porque yo sobreviviré. Lo que ahora está en juego no es mi orgullo o mi egoísmo, sino la misma existencia de la Segunda Fundación.

77

Harla Branno sonrió sombríamente y las arrugas de su cara se hicieron más profundas.

—Creo que podemos seguir adelante. Estoy preparada —dijo.

Kodell preguntó:

—¿Todavía está segura de que sabe lo que hace?

—Si estuviese tan loca como usted finge creer, Liono, ¿habría insistido en quedarse en esta nave conmigo?

Kodell se encogió de hombros y respondió:

—Probablemente. Entonces estaría aquí, señora alcaldesa, para intentar detenerla, distraerla, al menos hacerle perder tiempo, antes de que llegara demasiado lejos. Y, por supuesto, si no está loca…

—¿Sí?

—Pues entonces no querría que las historias del futuro la mencionaran a usted sola. Dejemos que declaren que yo estaba aquí con usted y que se pregunten, tal vez, a quién corresponde el mérito en realidad, ¿eh, alcaldesa?

—Muy astuto, Liono, muy astuto…, pero totalmente inútil. Yo he sido el poder oculto a lo largo de demasiados mandatos para que ahora crean que permitiría ese fenómeno en mi propia administración.

—Ya lo veremos.

—No, no lo veremos, pues esos dictámenes histéricos se producirán cuando ya estemos muertos. Sin embargo, no temo nada. Ni mi lugar en la historia, ni eso —y señaló la pantalla.

—La nave de Compor —dijo Kodell.

—La nave de Compor, sí —dijo Branno—, pero sin Compor a bordo. Una de nuestras naves de reconocimiento observó el cambio. La nave de Compor fue detenida por otra. Dos personas de la otra nave abordaron ésa y más tarde Compor salió y se trasladó a la otra.

Branno se frotó las manos.

—Trevize ha desempeñado su papel a la perfección. Le eché al espacio para que sirviera de pararrayos y así lo ha hecho. Ha atraído el rayo. La nave que detuvo a Compor pertenecía a la Segunda Fundación.

—¿Cómo puede estar segura de eso? —inquirió Kodell, sacando su pipa y empezando a llenarla lentamente de tabaco.

—Porque siempre me he preguntado si Compor no podía estar controlado por la Segunda Fundación. Su vida era demasiado halagüeña. Todo le salía bien, y era un gran experto en rastreo hiperespacial. Su traición a Trevize podía ser la política de un hombre ambicioso, pero lo hizo con demasiada minuciosidad, como si se jugara algo más que sus ambiciones políticas.

Other books

The Book of Jonas by Stephen Dau
Pee Wees on First by Judy Delton
Drop Dead on Recall by Sheila Webster Boneham
A Veil of Secrets by Hailey Edwards
Perfect Reader by Maggie Pouncey
Under the Cajun Moon by Mindy Starns Clark
The Impatient Groom by Sara Wood
The Root of Thought by Andrew Koob
Fantasy Warrior by Jaylee Davis
A Mankind Witch by Dave Freer