Los límites de la Fundación (32 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

Pelorat miró a Trevize con asombro.

—Sólo creo que sería lógico.

—Por supuesto que lo cree, si ha sido influido.

—Pero no he sido…

—Naturalmente usted juraría que no lo había sido si lo hubiera sido.

—Si me acorrala de este modo, es imposible refutar sus afirmaciones. ¿Qué va a hacer? —dijo Pelorat.

—Me quedaré en Sayshell. Y usted también. No sabe pilotar la nave, de modo que si Compor ha influido en usted, se ha equivocado de persona.

—Muy bien, Golan. Nos quedaremos en Sayshell hasta que tengamos otras razones para marcharnos. Al fin y al cabo, lo peor que podemos hacer, peor que quedarnos o marcharnos, es pelearnos. Vamos, viejo amigo, si hubiera sido influido, ¿sería capaz de cambiar de opinión y acompañarle gustosamente, como pienso hacer ahora?

Trevize reflexionó durante unos momentos y luego, como si hubiese llegado a una conclusión satisfactoria, sonrió y alargó la mano.

—Convenido, Janov. Ahora regresemos a la nave y mañana empezaremos de nuevo. Si se nos ocurre cómo.

47

Munn Li Compor no recordaba cuándo fue reclutado. Por un lado, era un niño en aquella época; por otro, los agentes de la Segunda Fundación borraban meticulosamente sus huellas hasta donde era posible.

Compor ostentaba el grado de «observador» y, para un miembro de la Segunda Fundación, era instantáneamente reconocible como tal.

Esto significaba que Compor conocía la mentálica y podía conversar con miembros de la Segunda Fundación en su propio estilo hasta cierto grado, pero pertenecía al rango más bajo de la jerarquía.

Podía tener breves visiones de las mentes, pero no podía manipularlas. La educación que había recibido nunca había llegado hasta tan lejos. Era un observador, no un hacedor.

Esto lo convertía, como máximo, en un agente de segunda clase, pero a él no le importaba…, demasiado. Conocía su importancia en el esquema de las cosas.

Durante los primeros siglos de su existencia, la Segunda Fundación había subestimado la labor que le aguardaba. Se había imaginado que sus escasos miembros podrían controlar toda la Galaxia y que para mantener el Plan Seldon sólo sería necesario un ligerísimo toque de vez en cuando, aquí y allí.

El Mulo les había despojado de estas ilusiones. Su repentina aparición había cogido por sorpresa a la Segunda Fundación (y, naturalmente, a la Primera, aunque eso no importaba) y les había dejado indefensos. Tardaron cinco años en organizar un contrataque, y aun entonces a costa de numerosas vidas.

Con Palmer se alcanzó la plena recuperación, también a un elevado precio, y finalmente él tomó las medidas apropiadas. Decidió que las operaciones de la Segunda Fundación se multiplicaran sin que, al mismo tiempo, aumentaran excesivamente las posibilidades de detección, por lo que instituyó el cuerpo de observadores.

Compor no sabía cuántos observadores había en la Galaxia ni siquiera cuántos había en Términus. No era asunto suyo. Teóricamente no debía haber ninguna conexión detectable entre dos observadores, a fin de que la pérdida de uno no condujera a la pérdida del otro. Todas las conexiones debían realizarse con las jerarquías superiores de Trántor.

Compor tenía la ambición de ir a Trántor algún día. Aunque lo consideraba sumamente improbable, sabía que de vez en cuando se requería la presencia de un observador en Trántor para ser ascendido, pero eso era raro. Las cualidades necesarias para un buen observador no bastaban para aspirar a formar parte de la Mesa.

Estaba Gendibal, por ejemplo, que era cuatro años menor que Compor. Debió de ser reclutado de niño, igual que Compor, pero él fue llevado directamente a Trántor y ahora era orador. Compor no se engañaba respecto a los motivos. Había estado en contacto con Gendibal durante los últimos tiempos y había experimentado el poder mental de aquel joven. No habría podido resistirse a él ni un segundo.

Compor no siempre era consciente de pertenecer a un rango inferior. Casi nunca había oportunidad para ello. Al fin y al cabo (como en el caso de otros observadores, suponía él), sólo era inferior según las reglas de Trántor. En sus propios mundos no trantorianos, en sus propias sociedades no mentálicas, a los observadores les resultaba fácil alcanzar un alto rango.

Compor, por ejemplo, nunca había tenido dificultades para ir a buenas escuelas o encontrar buena compañía. Había conseguido utilizar su mentálica de un modo sencillo para incrementar su capacidad intuitiva (esta capacidad natural fue el motivo por el que le reclutaron, estaba seguro de ello) y, de esta manera, revelarse como una estrella de la persecución hiperespacial. Se convirtió en héroe en la universidad y ello lo colocó en el primer peldaño de su carrera política. Una vez la presente crisis estuviera resuelta, podría llegar tan lejos como quisiera.

Si la crisis se resolvía favorablemente, como sin duda ocurriría, ¿no se recordaría que fue Compor el primero en fijarse en Trevize; no como ser humano (eso habría podido hacerlo cualquiera), sino como mente?

Había conocido a Trevize en el colegio y, al principio, sólo había visto en él a un compañero jovial e ingenioso. Sin embargo, una mañana, cuando aún estaba medio dormido y se debatía entre la conciencia y la inconsciencia, pensó que era una lástima que Trevize. nunca hubiese sido reclutado.

Naturalmente, Trevize no habría podido ser reclutado porque había nacido en Términus y no, como Compor, en otro mundo. E incluso prescindiendo de esto, era demasiado tarde. Sólo los muy jóvenes son suficientemente flexibles para recibir una educación mentálica, la penosa introducción de ese arte, era más que una ciencia, en cerebros adultos, ya moldeados y formados, sólo tuvo lugar durante las dos primeras generaciones después de Seldon.

Pero entonces, si Trevize no reunía las características necesarias para ser reclutado y, además, había sobrepasado la edad idónea, ¿qué suscitó el interés de Compor por el asunto?

En su siguiente encuentro, Compor sondeó la mente de Trevize y descubrió lo que le había llamado la atención. La mente de Trevize tenía rasgos que no concordaban con las reglas que a él le habían enseñado. Lo eludió una y otra vez. Mientras seguía el curso de sus pensamientos, encontró lagunas… No, no podían ser verdaderas lagunas, verdaderos saltos de inexistencia. Eran lugares donde la mente de Trevize se sumergía demasiado para ser observada.

Compor no supo determinar lo que ello significaba, pero observó la conducta de Trevize a la luz de lo que había descubierto y empezó a sospechar que Trevize tenía la insólita facultad de llegar a conclusiones correctas basándose en lo que parecían datos insuficientes.

¿Tenía esto algo que ver con las lagunas? Seguramente era materia para un mentalismo más allá de sus propios poderes; para la misma Mesa, quizá. Tuvo la alarmante sensación de que la capacidad de decisión de Trevize era desconocida, en su totalidad, incluso para él mismo, y que podría ser capaz de…

De hacer, ¿qué?. Los conocimientos de Compor no bastaban. Casi pudo captar el significado de lo que Trevize poseía, pero no del todo. Sólo llegó a la conclusión intuitiva, o quizá fue una mera suposición, de que Trevize podía convertirse en una persona de la mayor importancia.

Tenía que confiar en esa posibilidad y arriesgarse a parecer menos que calificado para su puesto. Al fin y al cabo, si estuviese en lo cierto…

Ahora que pensaba en ello, no estaba seguro de cómo había encontrado el valor para seguir adelante. No podía traspasar las barreras administrativas que circundaban a la Mesa. Casi se había resignado a perder su buena reputación. Se había abierto camino (sin esperanza) hasta el miembro más joven de la Mesa y, finalmente, Stor Gendibal había respondido a su llamada.

Gendibal lo había escuchado con paciencia y a partir de aquel momento se estableció una relación especial entre ellos. Por indicación de Gendibal, Compor mantuvo relaciones con Trevize y, por orden de Gendibal, preparó cuidadosamente la situación a causa de la cual Trevize fue exiliado. Y a través de Gendibal Compor aún podía ver realizado su sueño de ser trasladado a Trántor.

Sin embargo, todos los preparativos habían tenido como objeto enviar a Trevize a Trántor. La negativa de Trevize a hacerlo así había cogido a Compor totalmente por sorpresa y (en opinión de Compor) tampoco Gendibal la había previsto.

En todo caso, Gendibal se dirigía rápidamente hacia allí y, para Compor, ello intensificaba la sensación de crisis.

Compor emitió su hiperseñal.

48

Gendibal fue despertado de su sueño por un toque en la mente. Fue un toque efectivo y en modo alguno perturbador. Como afectó directamente al centro despertador, sólo se despertó.

Se incorporó en la cama, y la sábana se deslizó sobre su torso bien formado y musculoso. Había reconocido el toque; las diferencias eran tan características para los mentalistas como las voces para quienes se comunicaban primariamente por el sonido.

Gendibal emitió la señal normal, preguntando si era posible un pequeño retraso, y volvió a recibir la llamada de «no emergencia».

Entonces, sin prisas innecesarias, Gendibal se libró a la rutina matinal. Aún estaba en la ducha de la nave, cuya agua utilizada caía en los mecanismos de recirculación, cuando volvió a hacer contacto.

—¿Compor?

—Sí, orador.

—¿Ha hablado con Trevize y el otro?

—Pelorat. Janov Pelorat. Sí, orador.

—Bien. Déme otros cinco minutos y pasaremos al proceso visual.

Se cruzó con Sura Novi mientras se dirigía hacia los mandos. Ella lo miró inquisitivamente e hizo ademán de hablar, pero él colocó un dedo sobre sus labios y la muchacha guardó silencio. Gendibal aún sentía una cierta turbación al observar la intensidad de adoración/respeto de su mente, pero eso ya empezaba a formar parte de su medio ambiente habitual.

Había acoplado un pequeño zarcillo de su mente a la de ella y ahora no habría modo de afectar su mente sin afectar la de ella. La simplicidad de su mente (Gendibal no podía evitar sentir un enorme placer estético al contemplar su simetría sin adornos) hacía imposible que una mente ajena se interpusiera sin ser detectada. Sintió una oleada de gratitud por el cortés impulso que le había asaltado cuando estaban juntos frente a la universidad, y que había empujado a la muchacha a recurrir a él precisamente cuando podía ser más útil.

—¿Compor? —dijo.

—Sí, orador.

—Relájese, por favor. Tengo que examinar su mente. No pretendo ofenderle.

—Como desee, orador. ¿Puedo preguntar el motivo?

—Asegurarme de que está intacto.

—Sé que tiene adversarios políticos en la Mesa, Orador, pero no creo que ellos… —repuso Compor.

—No especule, Compor. Relájese… Sí, está intacto. Ahora, si quiere cooperar conmigo, estableceremos contacto visual.

Lo que siguió fue, en el sentido habitual de la palabra, una ilusión, ya que nadie más que alguien ayudado por el poder mentálico de un miembro bien entrenado de la Segunda Fundación habría podido detectar absolutamente nada, ni por medio de los sentidos ni por medio de ningún dispositivo detector físico.

Fue el desarrollo de una cara y su aspecto a partir de los contornos de una mente, e incluso el mejor mentalista sólo podía producir una imagen imprecisa y algo incierta. La cara de Compor apareció en el aire, como vista a través de una fina pero evasiva cortina de gasa, y Gendibal supo que su propia cara había surgido de manera idéntica frente a Compor.

Por medio de hiperondas físicas, habría podido establecerse una comunicación por imágenes tan claras que dos oradores a más de mil pársecs de distancia podían creer que estaban frente a frente. La nave de Gendibal se hallaba equipada para ello.

Sin embargo, la visión mentalista tenía sus ventajas. La principal era que no podía ser interceptada por ningún dispositivo conocido por la Primera Fundación. Y tampoco ningún miembro de la Segunda Fundación podía interceptar la visión mentalista de otro. Era posible seguir el movimiento mental, pero no el delicado cambio de expresión facial que constituía la esencia de la comunicación.

En cuanto a los Anti-Mulos… Bueno, la pureza de la mente de Novi bastaba para asegurarle que no había ninguno en las proximidades.

—Explíqueme detalladamente, Compor, la conversación que ha mantenido con Trevize y ese tal Pelorat. Detalladamente, al nivel de la mente —dijo.

—Desde luego, orador —contestó Compor.

No tardó demasiado rato. La combinación de sonido, expresión y mentalismo condensaba notablemente las cosas, a pesar de que al nivel de la mente había mucho más que decir que si hubiera sido un mero intercambio de palabras.

Gendibal observó atentamente. En la visión mentalista había pocas, o ninguna, redundancia. En la visión verdadera, o incluso en la hipervisión física a través de los pársecs, se veían muchos más detalles de los absolutamente necesarios para la comprensión, y uno podía pasar por alto gran cantidad de cosas sin perderse nada importante.

Sin embargo, a través de la gasa de la visión mentalista, se obtenía una seguridad absoluta a costa del lujo de pasar los detalles por alto. Cualquier detalle era importante.

Siempre había cuentos de terror que pasaban de instructor a alumno en Trántor, cuentos destinados a inculcar a los jóvenes la importancia de la concentración. El que se repetía con más frecuencia era el menos digno de confianza. Versaba sobre el primer informe del progreso del Mulo antes de que conquistara Kalgan, sobre el funcionario que había recibido el informe y sólo había tenido la impresión de un animal parecido a un caballo porque no había visto o comprendido el leve destello que significaba «nombre personal». Por lo tanto, el funcionario decidió que el asunto era demasiado intrascendente para comunicarlo a Trántor. Cuando llegó el siguiente mensaje, era demasiado tarde para tomar medidas inmediatas y tuvieron que pasar cinco años.

Lo más probable era que el suceso nunca hubiese ocurrido, pero eso no importaba. Era una historia dramática y servía para que los estudiantes adquiriesen el hábito de la intensa concentración. Gendibal recordaba que en su propia época de estudiante cometió un error de recepción que, en su mente, parecía insignificante e incomprensible. Su profesor, el viejo Kendast, un tirano hasta la raíz del cerebelo, se había limitado a decir burlonamente: «¿Un animal semejante a un caballo, joven Gendibal?», y esto había bastado para sumirle en la vergüenza.

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