Parecía que el mundo hubiera sido levantado y reconstruido. Se había convertido en un lugar diferente, ajeno a los deseos de los hombres que lo habitaban. Alguna máquina terrible había empezado a girar en la ardiente oscuridad de sus entrañas, y detenerla resultaría tan imposible como detener al sol en su camino. Un filósofo podría llamarla «la fuerza de la historia»; un hombre más práctico simplemente le daría el nombre de «guerra». Fuera cual fuera el término, estaba a punto de destrozar el mundo que los hombres habían conocido hasta entonces, para construir con sus fragmentos algo nuevo y terrible.