—No, llévelo ahora. Y envíelo por correo aéreo. Bernstein tendrá especial interés en publicarlo cuanto antes. Nosotros podremos pasar sin usted durante el tiempo que tarde en llegar a correos; y espero que no tenga que ser por más tiempo.
—¿Qué quiere decir, doctor?
—¿Piensa quedarse y seguir trabajando para mí?
—Desde luego. ¿Por qué no tengo que quedarme? ¿Acaso mi trabajo no es satisfactorio?
—Sabe perfectamente que lo es. Y que yo deseo que se quede. Pero Margie, ¿por qué tiene que hacerlo? Su marido ha ganado lo bastante en las últimas cinco semanas para que ustedes dos puedan vivir con comodidad por lo menos durante dos años. Como la vida es ahora más barata, creo que los dos pueden vivir casi como reyes con unos cinco mil dólares al año.
—Pero...
—Ya sé que todavía no tiene el dinero, pero tienen lo bastante para empezar. Y dado que lo que usted gana aquí es más que suficiente para pagar los gastos de la estancia de Luke, sus ahorros deben seguir intactos. Además, estoy seguro de que Bernstein les enviará otros adelantes, aun antes de que se publique el libro.
—¿Está tratando de librarse de mí, doctor Snyder?
—Ya sabe que no, Margie. Es que no comprendo que haya personas que deseen trabajar sin necesitarlo. Yo no lo haría.
—¿Está seguro? Mientras la raza humana, con los marcianos a sus espaldas, necesita más que nunca ayuda médica, ¿usted se retiraría ahora si tuviera los medios suficientes?
El doctor Snyder suspiró.
—Ya comprendo lo que quiere decir, Margie. Realmente, creo que podría retirarme si vendiera la clínica. Pero nunca pensé que una enfermera pudiera pensar así.
—Pues ésta sí. Además, ¿qué haría con Luke? No podría marcharme de aquí si él no lo hace. ¿Y usted cree que está en condiciones de marcharse?
El suspiro del doctor Snyder fue realmente profundo esta vez.
—Margie, creo que eso es lo que me ha estado preocupando todo este tiempo, más que ninguna otra cosa, excepto los marcianos. Y de pasada, diría que es raro que en estos momentos nos veamos libres de ellos.
—Había seis marcianos en la habitación de Luke cuando fui a buscar el original de la novela.
—¿Haciendo qué?
—Bailaban encima de él. Estaba tendido en la cama, pensando en una nueva idea para su próxima novela.
—¿Es que no piensa tomarse primero unos días de descanso? No quisiera que trabajase en exceso. ¿Qué haríamos si se pusiera enfermo?
—Piensa tomarse unas vacaciones, empezando mañana. Pero dice que antes quiere tener por lo menos una idea del argumento y quizás el título de su próxima obra. Cree que si hace eso su subconsciente pude trabajar con la idea mientras él descansa, y que cuando esté listo para poner manos a la obra le será más fácil el desarrollo del argumento.
—Pero eso no permite descansar a su subconsciente. ¿Hay muchos escritores que trabajen de ese modo?
—Conozco a algunos que lo hacen así. Pero quería hablar con usted respecto a esas vacaciones cuando terminara mi trabajo. ¿Quiere que lo haga ahora?
—Puede considerar que su trabajo ha terminado, de manera que ya puede empezar.
—Luke y yo lo hablamos ayer noche, después de decirme que definitivamente iba a terminar la novela hoy. Está dispuesto a quedarse aquí, pero bajo dos condiciones. Primera, que yo también tenga esa semana de vacaciones. Y segunda, que le quiten esa cerradura de la puerta, de modo que pueda salir cuando quiera. Prefiere descansar aquí antes que en cualquier otro lugar, y dijo que podríamos considerarlo nuestra segunda luna de miel si yo podía arreglar que me concedieran esa semana de vacaciones.
—Concedido Y tampoco hay ninguna razón para seguir con la cerradura en su puerta. A veces siento como si Luke fuese la única persona cuerda en toda la institución. Desde luego, es el que demuestra mayor serenidad y equilibrio mental, además de ser quien gana dinero más aprisa. ¿Sabe algo ya de su próximo libro?
—Me dijo que la acción se desarrollaría en Taos, Nuevo México, en..., creo que era en 1847. Dijo que tendría que documentarse un poco para esta nueva obra.
—El asesinato del gobernador Brent. Un período muy interesante. Yo puedo ayudarle a conseguir la documentación que necesita. Tengo varios libros que le servirán de mucho.
—Muy bien. Eso me ahorrará un viaje a la biblioteca pública o a una librería. Y ahora...
Margie se puso en pie e hizo intención de coger el paquete, pero se sentó de nuevo.
—Doctor —dijo—, hay algo más de lo que necesito hablarle, a menos que usted tenga...
—Siga. Mi trabajo puede esperar. Y ni siquiera tenemos un marciano con nosotros.
Miró a su alrededor para asegurarse de ello. No había ninguno.
—¿Doctor, qué es lo que Luke piensa realmente? He conseguido evitar hablar de ello hasta ahora, pero no podré hacerlo siempre. Y si los marcianos llegan a mezclarse en la conversación..., bueno, ya sé lo que debo hacer. Luke sabe que yo veo y oigo a los marcianos. No puedo evitar sobresaltarme de vez en cuando. Y también sabe que insisto en apagar la luz y en llevar tapones para los oídos cuando...
—Cuando ambas cosas son convenientes —sugirió el doctor Snyder.
—Sí. Pero él se da cuenta de que yo los veo y oigo y él no. ¿Acaso piensa que estoy loca? ¿Qué todo el mundo está loco excepto Luke Deveraux? ¿O qué?
El doctor Snyder se quitó las gafas para limpiárselas.
—Es una pregunta muy difícil de contestar, Margie.
—¿Por qué no conoce la repuesta o porque la explicación es difícil?
—Un poco por ambas cosas. Los primeros días que Luke estuvo entre nosotros, hablé bastante con él. Me dijo que se encontraba un poco confuso en relación con ese tema..., supongo que algo más que confuso. Pero estaba seguro de que no existían los marcianos. Él mismo había estado loco o había sufrido alucinaciones cuando decía verlos. Pero no podía explicar porque si es que existe una alucinación masiva para todos los demás, él se había recobrado y los demás no.
—Pero entonces... debe pensar que todo el mundo está loco menos él.
—¿Usted cree en fantasmas, Margie?
—Desde luego que no.
—Hay muchas personas que creen en ellos, millones de personas. Y hay miles que les han visto, escuchado, hablado con ellos..., o al menos piensan que lo han hechos. Ahora bien, ¿si usted cree que está en plena posesión de sus facultades porque no cree en los fantasmas, quiere decir que todos los que creen están locos?
—Por supuesto que no, pero esto es distinto. Sólo se trata de personas de gran imaginación que piensan que han visto a los fantasmas.
—Y nosotros somos personas de gran imaginación que pensamos que tenemos a los marcianos entre nosotros.
—Sin embargo, todo el mundo ve a los marcianos. Excepto Luke.
El doctor Snyder se encogió de hombros.
—Sin embargo ése es su razonamiento, si quiere llamarlo así. La analogía con los fantasmas es suya, no mía, aunque es una buena analogía, hasta cierto punto. En realidad, algunos amigos míos están seguros de que han visto fantasmas; no creo que eso signifique que estén locos, ni que yo lo esté porque no los he visto.
—Pero..., no se puede fotografiar a los fantasmas ni registrar sus voces.
—Hay personas que aseguran haber hecho ambas cosas. Es posible que usted no haya leído muchos libros sobre las últimas investigaciones psíquicas. No es que sugiera que deba hacerlo, sólo trato de hacerle ver que la analogía de Luke no está desprovista por completo de justificación.
—¿Entonces usted no cree que Luke esté loco?
—Oh, desde luego que lo está. De lo contrario, todos los demás incluyéndonos a usted y a mí, estamos locos. Y eso me es imposible creerlo.
Margie suspiró.
—Me temo que eso no me ayudará mucho si alguna vez él quiere hablar de este asunto.
—Es muy posible que nunca quiera hacerlo. Cuando habló conmigo, no parecía muy deseoso de explicar sus puntos de vista. Si algún día lo hace, déjele que hable y limítese a escuchar. No intente discutir con él ni tampoco le siga la corriente de un modo demasiado evidente. Pero si empieza a cambiar de algún modo, avíseme en el acto.
—De acuerdo. Pero ¿por qué, ya que usted no piensa curarle?
—¿Por qué? —El doctor Snyder arrugó el ceño—. Mi querida Margie, su esposo está loco. En este momento es una clase de locura muy ventajosa, ya que probablemente es el hombre más afortunado de la Tierra, ¿pero qué pasaría si su forma de locura cambiase?
—¿Es posible que la paranoia cambia a otra forma?
El doctor Snyder hizo un gesto de excusa.
—Sigo olvidándome de que no es necesario que hable con usted como un lego en psiquiatría. Lo que quise decir es que su delirio sistematizado puede cambiar a oro distinto y menos afortunado.
—¿Cómo por ejemplo volver a creer en los marcianos y negar la existencia de los seres humanos?
El doctor Snyder sonrió.
—No es fácil un cambio tan radical, querida. Pero es muy posible —agregó, dejando de sonreír— que llegue a no creer ni en unos ni en otros.
—Sin duda está bromeando, doctor.
—No, no bromeo. Realmente es una forma muy común de paranoia. Y además, una creencia sostenida por mucha gente. ¿Ha oído hablar del solipsismo?
—La palabra me parece familiar.
—Es latina, de solus, que significa solo, e ipse, yo. Yo sólo. La creencia filosófica en que el yo es lo único que existe. El resultado lógico de empezar a razonar con cogito, ergo sum, o sea, pienso, luego existo, y encontrar que es imposible aceptar cualquier otro paso como lógico. La creencia de que tanto el mundo como las personas que me rodean son producto de mi imaginación.
Margie sonrió.
—Ahora lo recuerdo. Fue un tema que surgió en luna de las clases de la universidad. Y recuerdo que me pregunté: ¿y por qué no?
—La mayoría de las personas se hacen esa pregunta en una u otra ocasión, aunque nunca lleguen a tomárselo muy en serio. Pero es algo tentador, y además resulta completamente imposible demostrar su falsedad. Para un paranoico, se trata de una ilusión ya hecha que no necesita ser racionalizada, ni siquiera sistematizada. Y dado que Luke ya no cree en los marcianos, eso sólo supondría un paso más.
—¿Cree posible que llegue a dar ese paso?
—Todo es posible, querida. Todo lo que podemos hacer es observar atentamente y estar preparados para cualquier cambio imprevisto. Y usted es la que se encuentra en mejor situación para advertir cuándo se aproxima ese cambio.
—Le comprendo, doctor. Vigilaré con la mayor atención. Y le doy muchas gracias por todo.
Margie se puso en pie de nuevo. Esta vez recogió el paquete y salió de la oficina.
El doctor Snyder la contempló mientras se marchaba, y luego se quedó sentado mirando hacia el umbral por el que ella había desaparecido. Suspiró aún más profundamente que antes.
Maldito Deveraux, pensó. Insensible a los marcianos... y casado con una muchacha como aquélla. Ningún hombre debería tener tanta suerte. No era justo.
En cuanto a su esposa... Pero no quería pensar en su esposa, al menos no después de haber mirado a Margie Deveraux.
Continuó escribiendo el informe que iba a presentar aquella tarde en la reunión del recién formado Frente Psicológico Antimarciano.
Efectivamente, el Frente Psicológico Antimarciano funcionaba a toda velocidad, aunque todavía ahora, a mediados de julio, casi cuatro meses después de la Llegada, sin llegar a ninguna parte, en apariencia.
Pertenecían a él casi todos los psicólogos y psiquiatras de Estados Unidos. Y en todos los países se habían formado organizaciones similares. Todas esas organizaciones informaban sobre sus descubrimientos y teorías (desgraciadamente más teorías que descubrimientos) a un departamento especial de las Naciones Unidas —montado a toda prisa con ese objeto—, denominado Oficina Coordinadora de la Defensa Psicológica, cuya principal misión consistía en la traducción y distribución de los informes recibidos. Sólo la sección de traducciones ocupaba tres enormes edificios y daba empleo a miles de políglotas.
La afiliación al Frente y a las demás organizaciones similares era voluntaria y sin remuneración. Pero casi todos los que reunían las necesarias condiciones eran miembros, y la falta de remuneración no tenía mucha importancia, ya que todos los psicólogos y psiquiatras que podían conservar su sano juicio estaban ganando mucho dinero.
Desde luego no se celebraban grandes asambleas: una multitud de psicólogos resultaba tan poco práctica como cualquier otro numeroso grupo de personas con otro objetivo. Grandes contingentes de personas reunidas significaban también un gran número de marcianos, y el volumen de la interferencia hacía imposible el intercambio de ideas. La mayoría de los miembros del Frente trabajaban solos y enviaban sus informes por correo, recibían montones de informes de otros psicólogos y los ponían a prueba en sus pacientes siempre que las nuevas ideas parecieran interesantes.
Quizá progresaban, en cierto modo; al menos no había tantas personas que se volvieran locas. Pero también era posible que se debiera a que, como decían algunos, casi todas las personas incapaces de soportar a los marcianos ya habían hallado una forma de evasión en la locura.
Otros atribuían ese avance a los consejos cada vez más acertados que los psicólogos podían dar a los que aun se mantenían cuerdos. La incidencia del nivel de locura había descendido, decían, cuando se llegó a aceptar que era mucho más seguro tratar de ignorar a los marcianos hasta cierto punto. Era conveniente maldecirlos e irritarse con ellos de vez en cuando. De otro modo la presión iba en aumento en las mentes, como el vapor aumenta de presión dentro de una caldera sin válvula de seguridad, y entonces no se tardaba mucho en reventar.
Y también se atribuía el avance al consejo, igualmente razonable, de que no se tratase de ganar la amistad de los marcianos. Al principio muchas personas lo intentaron, y se cree que el mayor porcentaje de víctimas mentales fue entre ese grupo. Hubo muchísimos hombres y mujeres de buena voluntad que lo probaron aquella primera noche; algunos siguieron probando durante bastante tiempo. Unos pocos que debían de ser santos y personas de una serenidad maravillosa, nunca dejaron de intentarlo.
Sin embargo, sus esfuerzos eran inútiles porque los marcianos se movían mucho. Ningún marciano se quedaba mucho tiempo en un mismo sitio o en contacto con la misma persona, familia o grupo. Quizá fuese posible, aunque parece improbable, que un humano de extrema paciencia pudiera llegar a entablar relaciones amistosas con un marciano y se ganase su confianza, si ese ser humano tuviera la oportunidad de un largo contacto con un marciano dado.