—¿Y como me has encontrado?
—Supe por Margie que estabas en Long Beach. Parece ser que la llamaste hace unas semanas, pero después no volviste a hacerlo, y ella no tenía tu dirección. Todas las noches he estado dando vueltas por los bares. Sabía que te encontraría tarde o temprano.
—Es un milagro que lo lograras —dijo Luke—. Es la primera vez que entro en un bar desde que hablé con Margie. Y la última hasta que..., quiero decir que habría sido la última por Dios sabe cuanto tiempo si no me hubieras encontrado esta noche. Pero sigue contando lo que te dijo Bernie.
—Que te dijera que te olvidases de la novela de ciencia ficción. La ciencia ficción ha muerto. Los seres extraterrestres constituyen precisamente una de las cosas de las que la gente no quiere oír hablar. Ahora tienen marcianos hasta en casa. Pero el público sigue leyendo, y hay una gran afición por las novelas policíacas y en mayor medida por las del Oeste. Que te dijera que si habías empezado esa novela de ciencia ficción... ¿A propósito, lo has hecho?
—No.
—Bien. De todos modos, Bernie se mostró justo sobre este asunto; dijo que él la había encargado y te había adelantado dinero, y que si ya tenías algo hecho te pagaría a tanto por palabra todo lo que tuvieras escrito, pero que luego podías romper las páginas manuscritas y tirarlas. Ya no lo necesita, y quiere que dejes de trabajar en eso.
—No me será difícil cuando ni siquiera tengo una idea para el argumento. Una vez pensé que ya la tenía, allí en tu cabaña, pero se desvaneció. Fue la misma noche en que llegaron los marcianos.
—¿Cuáles son ahora tus planes, Luke?
—Mañana voy a...
De pronto se interrumpió. Con un cheque por más de cuatrocientos dólares en el bolsillo ya no necesitaba la ayuda del gobierno. ¿Qué planes tenía? Con la baja de precios debida a la depresión podía vivir durante meses con aquel dinero. De nuevo solvente, hasta podría ir a ver a Margie. Si lo deseaba. ¿Lo deseaba de veras?
—No lo sé —dijo, y aquello era la respuesta a las preguntas de Carter y a las propias.
—Bien, yo si lo sé. Sé lo que debes hacer si aún conservas algo de sentido común. Crees que estás acabado como escritor porque ya no puedes escribir ciencia ficción. Pero no es así. Es posible que no puedas escribir ciencia ficción por la misma razón que nadie puede leerla. Es algo muerto. Pero, ¿qué tienen de malo las novelas del Oeste? Una vez escribiste una; ¿o fue más de una?
—Una novela y unos cuantos cuentos y novelas cortas. Pero no me gusta el Oeste.
—¿Te gusta cavar zanjas?
—Pues... no. No mucho.
—Mira esto.
La cartera de Carter Benson estaba otra vez en su mano, y sacó algo para enseñárselo a Luke. Parecía otro cheque. Era otro cheque. Había luz suficiente para que Luke pudiera leerlo. Mil dólares a la orden de Luke Deveraux, firmado por W. B. Moran, tesorero, Editores Bernstein, Inc.
Carter extendió la mano y volvió a coger el cheque.
—Todavía no es tuyo, hijo. Bernie me lo envió para que te lo diera como adelanto de otra novela del Oeste, si estabas dispuesto a escribirla. Me dijo que si lo haces y no es peor que Infierno en Eldorado, por lo menos sacarás cinco mil dólares.
—Dámelo —dijo Luke.
Volvió a sostener el cheque en sus manos, mirándolo con cariño. El bache había pasado. Las ideas empezaban a empujarle hacia la máquina de escribir. Una llanura del Oeste, solitaria bajo la luz del atardecer, un vaquero cabalgando en el rifle en el arzón.
—Así me gusta —dijo Carter—. ¿Vamos a beber algo para celebrarlo?
—Sí. O mejor dicho..., espera un momento. ¿Te importaría mucho si no lo hiciéramos? ¿O por lo menos lo dejáramos para otra ocasión?
—Lo que tú digas. ¿Por qué? ¿Te sientes dispuesto a empezar?
—En efecto. Me siento lleno de ánimos, y creo que debo empezar esa novela mientras dure mi entusiasmo. Además, todavía estoy sereno; éste es mi cuarto vaso, así que aún no es demasiado tarde. ¿No te importa, verdad?
—No. Lo comprendo y estoy contento de que te sientas así. No hay nada como pasar una nueva página. —Carter dejó su vaso en la repisa de la ventana que estaba a su lado y sacó un librito de notas y un lápiz—. Dame tu dirección y tu número de teléfono antes de que se me olvide.
Luke le dio ambas cosas. Luego le tendió la mano.
—Gracias, sinceramente. Y no tendrás que escribir a Bernie, Carter. Yo mismo le escribiré mañana para decirle que la novela del Oeste ya está empezada.
—Magnífico. Ah, otra cosa. Margie está preocupada por ti. Pude darme cuenta por su manera de hablar cuando la telefoneé. Tuve que prometer que le daría tu dirección si te encontraba. ¿Te parece bien?
—Desde luego. Pero no es necesario que lo hagas. Yo mismo la llamaré mañana.
Apretó de nuevo la mano de Carter y se marchó de allí con paso rápido.
Se sentía tan excitado que hasta que no estuvo en las escaleras que llevaban a su habitación no se dio cuenta de que aún conservaba en la mano el vaso medio lleno de whisky y que, aunque había caminado muy deprisa, lo había llevado con tanto cuidado por las calles que no se había vertido ni una gota. Se echó a reír y se detuvo en el rellano para terminar de bebérselo.
Una vez en la habitación, se quitó la chaqueta y la corbata y se subió las mangas de la camisa hasta el codo. Puso la máquina de escribir y una pila de papel encima de la mesa y acercó una silla. Colocó el papel en la máquina. Sólo papel de copias. Había decidido hacer primero un borrador, de modo que no sería necesario detenerse para buscar ningún dato. Todos los detalles que requiriesen alguna información podrían ser atendidos en la versión definitiva.
¿Y el título? No se necesita un buen título para una novela del Oeste. Basta con que indique acción y tenga el «sonido» del Oeste. Algo así como Revólveres en la frontera o Revólveres en el Pecos.
Bien, se quedaría con aquello de Revólveres en, sólo que no quería volver a escribir una novela de la frontera —Infierno en Eldorado ya había tratado de ese tema—, y no sabía nada sobre el territorio de Pecos. Quizás haría mejor en escribir algo de Arizona; había viajado bastante por Arizona y podría manejar las descripciones mucho mejor.
¿Qué ríos había en Arizona? ¡Hum!, vamos a ver, el Pequeño Colorado, pero eso era demasiado largo. El nombre, no el río. Y también un arroyo llamado de las Truchas, pero Revólveres en el Truchas sonaría estúpido.
Ya lo tenía. El Gila. Revólveres en el Gila. Eso parecería emocionante a los que no sabían que el Gila era un río muy modesto. Pero aunque lo supieran, seguía siendo un título estupendo.
Centró el título en mayúsculas al principio de la página. Debajo escribió: «Por Luke Devers». Aquél era el seudónimo que había usado en Infierno en Eldorado y las otras novelas del Oeste que había escrito, los cuentos y los relatos cortos. Deveraux parecía demasiado envarado para una novela de aventuras. Bernie probablemente querría que lo volviera usar. Si no era así, si creía que la reputación que Luke tenía en el campo de la ciencia ficción con su propio nombre podría ayudarle a vender sus novelas del Oeste. Luke tampoco tenía ningún inconveniente en que lo hiciera. Bernie podía usar el nombre que quisiera por aquellos mil dólares de adelanto y los otros cuatro mil de posibles ingresos. Eso era mucho más de lo que ganaba con la ciencia ficción.
Un poco más abajo escribió en el centro de la página: «Capítulo primero», y luego subió el papel otras cuantas líneas y empujó el carro hacia la izquierda. Listo para empezar.
Iba a escribir sin detenerse, y dejaría que el argumento, por lo menos los detalles del argumento, se fueran desenvolviendo mientras escribía.
De cualquier modo, no hay muchos argumentos para una novela del Oeste. Vamos a ver, podría usar el mismo argumento básico que ya había utilizado en uno de sus cuentos cortos, Tormenta sobre el Llano. Dos ranchos rivales, uno propiedad del villano y otro del héroe. Esta vez, los ranchos estarían a ambas orillas del río Gila, y eso haría que el título fuese perfecto. El villano, desde luego, tenía un gran rancho y pistoleros a sueldo; el héroe, un rancho pequeño y quizá unos cuantos vaqueros que no eran pistoleros. Y una hija, claro está. En una novela larga se necesita una dama.
El argumento aparecía a toda velocidad. Luego el cambio de punto de vista. Empezaría con un punto de vista desde arriba de un pistolero contratado por el villano, que llega para unirse al equipo del gran rancho. Pero el pistolero es en el fondo un buen muchacho, y se enamora de la hija del ranchero bueno. Y cambiará de bando para decidir la batalla a favor de los buenos cuando se entere de que... Eso era. No podía fallar.
Los dedos de Luke se posaron sobre el teclado, apretó el tabulador para marcar el párrafo y empezó a escribir:
Mientras Don Marston se acercaba a la figura que le esperaba en el sendero, la incierta silueta se convirtió en un pistolero de ojos duros que tenía en la mano un corto Winchester cruzado sobre el arzón de la silla y...
El carro de la máquina empezó a avanzar, primero despacio y luego más y más aprisa, mientras Luke se entregaba al ardor de su obra creadora. Con el tableteo de las teclas se olvidó de todo, excepto de la avalancha de palabras.
Y de repente, un marciano, uno de los más pequeños, apareció sentado a caballo del carro de la máquina, como si cabalgase un potro.
—¡Yupiii! —aulló—. ¡Vamos, Silver! ¡Arre! ¡Más aprisa, Mack, más aprisa!
Luke gritó.
Y...
—¿Catatonia, doctor? —preguntó el interno.
El médico de la ambulancia se frotó la barba por un instante contemplando la inmóvil figura tendida sobre la cama de Luke.
—Es algo muy extraño —dijo—. Estado catatónico por el momento, ciertamente; pero es probable que sólo se trae de una fase, como cualquier otra fase paranoica.
Se volvió a la patrona de Luke, que estaba de pie en la entrada de la habitación.
—¿Dice que primero escuchó un grito?
—Sí. Pensé que era en esta habitación y salí al pasillo para escuchar, pero su máquina de escribir seguía funcionando, de modo que pensé que todo iba bien y me volví a mi cuarto. Y luego, dos o tres minutos más tarde, oí ruido de cristales rotos, así que abría la puerta y entré. La ventana estaba destrozada, y él tendido en la escalera de incendios. Tuvo suerte de que hubiera esa escalera de incendios, tirándose por la ventana como lo hizo.
—Muy extraño —dijo el doctor.
—Se lo van a llevar, ¿no, doctor? Especialmente cuando está sangrando tanto.
—Desde luego que nos lo llevaremos. Pero no se preocupe por la sangre. Sólo son heridas superficiales.
—Pero las manchas en mis sábanas no son superficiales. ¿Y quién va a pagarme la ventana rota?
El doctor suspiró.
—Eso es algo que no me concierne, señora. Pero será mejor que detengamos la hemorragia de sus heridas antes de trasladarlo. ¿Sería tan amable de hervir un poco de agua?
—Desde luego, doctor.
Cuando se marchó la mujer, el interno miró al doctor con curiosidad.
—¿Realmente quería que hirviera agua o...?
—Claro que no, Pete. Preferiría que se hirviera la cabeza, pero ella no estaría de acuerdo. Siempre hay que pedir a las mujeres que hiervan agua, si uno quiere verse libre de su presencia.
—Parece que da resultado. ¿Quiere que limpie estos cortes con agua oxigenada aquí mismo o nos lo llevamos a la ambulancia?
—Límpielos aquí mismo, Pete. Quiero examinar un poco la habitación. Además, cabe la posibilidad de que recobre el sentido y pueda bajar las escaleras por sí solo.
El doctor se acercó a la mesa donde aún estaba la máquina de escribir con el papel puesto. Empezó a leer y se detuvo un momento en el nombre.
—Por Luke Devers —dijo—. Suena vagamente familiar, Pete. ¿Dónde habré oído ese nombre hace poco?
—No lo sé, doc.
—El principio de una historia del Oeste. Diría que es una novela, ya que ha puesto Capítulo primero. Durante los tres primeros párrafos todo va bien, y luego hay un sitio donde la tecla atravesó el papel. Diría que llegó hasta ese punto cuando algo le ocurrió. Un marciano, sin duda.
—¿Hay alguna otra razón para que la gente se vuelva loca, doc?
El doctor suspiró.
—Antes existían muchas razones. Pero creo que ahora ya no hacen que la gente se vuelva loca. Bien, aquí debió de ser donde lanzó ese grito. Y luego, tal como la patrona apuntó, siguió escribiendo unas cuantas líneas más. Venga aquí y léalo.
—Un segundo, doc. Éste es el último corte.
Un minuto después, el interno se acercó a la máquina de escribir.
—Tiene sentido hasta aquí —dijo el doctor—. Aquí es donde la tecla atravesó el papel. Y después...
—Vamos Silver vamos Silver vamos Silver vamos Silver vamos Silver arre vamos arre Silver va Silver mos arre arre a la tierra del sur en la tierra de Silver vamos arre —leyó el interno.
—Parece un telegrama que un sheriff enviase a su caballo. ¿Entiende algo, doc?
—No mucho. Creo que guarda alguna relación con lo ocurrido pero no veo cuál. Bien, aún no tengo mucha experiencia en este distrito, Pete. ¿Hay que llenar algún formulario o nos lo llevamos sin más?
—Primero miremos su cartera.
—¿Para qué?
—Si tiene el dinero suficiente, tendrá que ir a uno de los sanatorios particulares. Y si tiene alguna nota con «En caso de accidente avisar a...», primero tenemos que notificárselo a la persona indicada; quizá sus parientes se hagan cargo de los gastos, y entonces nosotros quedamos libres de toda responsabilidad. Tenemos el hospital tan lleno que hemos de buscar todos los medios posibles para que vaya a otra parte.
—¿Ha encontrado la cartera?
—Sí. La lleva en el bolsillo de atrás. Un momento.
El interno dio la vuelta a la figura inmóvil tendida en la cama y sacó la cartera. La llevó a la luz antes de abrirla.
—Tres dólares —dijo.
—¿No son cheques esos papeles?
—Es posible.
El interno los cogió y los desplegó, primero uno y después el otro. Silbó suavemente.
—Más de mil cuatrocientos dólares. Si los cheques son buenos...
El doctor estaba mirando por encima de su hombro.
—Lo son, a menos que sean una falsificación. Esa es una editorial muy conocida. Oiga..., están extendidos a favor de Luke Deveraux. Luke Devers debe de ser un seudónimo, pero aun así es lo bastante parecido para que me sonara familiar.