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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Verde (22 page)

Pocos meses más tarde, un tercer espejo, mucho más pequeño que la soletta, se estacionó y empezó a rotar en las capas altas de la atmósfera marciana. Era otra lupa compuesta de tablillas miradores, y parecía un ovni de plata. Atrapaba parte de la luz que la soletta reflejaba hacia el planeta y la concentraba aún más, sobre puntos de la superficie que no alcanzaban el kilómetro de ancho. Y se deslizaba como un planeador sobre el mundo, manteniendo ese rayo de luz concentrado, hasta que unos diminutos soles parecían brotar de la tierra, y la roca se fundía, convirtiéndose en líquido. Y después, en fuego.

El movimiento clandestino era demasiado pequeño para Sax Russell. Quería reincorporarse al trabajo. Podía haberse introducido en el demimonde, tal vez como profesor en la nueva universidad de Sabishii, que funcionaba fuera de la red y encubría a muchos de sus viejos colegas, y proporcionaba educación a los niños de la resistencia. Pero después de reflexionar, decidió que no quería enseñar ni quedarse en la periferia: quería regresar a la terraformación, al corazón mismo del proyecto, o tan cerca como fuese posible. Y eso significaba el mundo de la superficie. Hacía poco que la Autoridad Transitoria había formado un comité para coordinar todo el trabajo de terraformación, y un equipo encabezado por Subarashii se había hecho cargo de la vieja labor de síntesis que una vez había dirigido Sax. Esto era un contratiempo, porque Sax no hablaba japonés. Pero la parte biológica del programa había sido concedida a los suizos, y era dirigida por un colectivo de compañías biotécnicas llamado Biotique, con oficinas centrales en Ginebra y Burroughs, y muy vinculada a la transnacional Praxis. Lo primero que tenía que hacer era introducirse en Biotique bajo un nombre falso y conseguir que lo asignaran a Burroughs. Desmond se hizo cargo de esa operación, y creó una persona informática para Sax similar a la que años antes creara para Spencer cuando éste se trasladó al Mirador de Echus. La identidad de Spencer y mucha cirugía estética le habían permitido trabajar con éxito en los laboratorios de materiales de Echus, y más tarde en Kasei Vallis, el corazón de la seguridad transnacional. Por eso Sax confiaba en el sistema de Desmond. En la nueva identidad de Sax figuraban sus datos de identificación física —genoma, retina, voz y huellas dactilares— con ligeras alteraciones, para que pudieran encajar con Sax al tiempo que escapaban a cualquier búsqueda comparativa en las redes. Esos datos iban con un nuevo nombre con un pasado terrano completo, referencias, registro de inmigración y un subtexto viral que confundiría cualquier intento de identificación comparativa de los datos físicos. El paquete entero fue remitido a la oficina suiza de pasaportes, que había estado expidiendo pasaportes a estos visitantes sin hacer preguntas. Y en el mundo balcanizado de las redes transnacs parecía que la cosa funcionaba.

—Oh, sí, esa parte no presenta ningún problema —dijo Desmond—. Pero ustedes, los Primeros Cien, son como estrellas de cine. Necesitarás una cara nueva también.

Sax accedió. Comprendía que era necesario y su cara nunca había significado nada para él. Y esos días la cara que veía en el espejo no se parecía mucho a lo que él creía recordar. Así que puso a Vlad a trabajar, enfatizando la utilidad potencial de su presencia en Burroughs. Vlad se había convertido en uno de los teóricos principales de la resistencia contra la Autoridad Transitoria, y captó en seguida la idea de Sax.

—A muchos no nos quedará más remedio que vivir en el demimonde —dijo—, pero es una buena idea que haya algunos infiltrados en Burroughs. Así que bien puedo practicar la cirugía estética en un caso como el tuyo, en el que no hay nada que perder.

—¡En el que no hay nada que perder! —exclamó Sax—. Pero los contratos verbales son vinculantes, así que espero salir de todo el asunto más guapo.

Y para su sorpresa así ocurrió, aunque fue imposible decirlo hasta que desaparecieron los espectaculares moretones. Le pusieron funda a los dientes, le inflaron el delgado labio inferior y le dieron a su nariz chata un airoso puente y un poco de curvatura. Redujeron los pómulos y acentuaron la barbilla. Incluso le cortaron algunos músculos para que no parpadeara tanto. Cuando bajó la inflamación, parecía de verdad una estrella de cine, como dijo Desmond. Un ex jockey, dijo Nadia. Un ex profesor de baile, dijo Maya, que llevaba muchos años asistiendo religiosamente a las reuniones de Alcohólicos Anónimos. Sax, que nunca había gustado de los efectos del alcohol, la despidió con un ademán.

Desmond le hizo unas fotografías y las añadió a la nueva identidad, y luego insertó esta invención en los archivos de Biotique, junto a una orden de traslado de San Francisco a Burroughs. La persona apareció en las listas de pasaportes suizos una semana más tarde, y Desmond rió entre dientes al verla.

—¡Mira eso! —dijo, señalando el nuevo nombre de Sax—. ¡Stephen Lindholm, ciudadano suizo! Esos muchachos nos están encubriendo, no hay duda. Te apuesto lo que quieras a que realizaron un control de persona y confrontaron tu genoma con archivos viejos, y a pesar de las alteraciones que he hecho dedujeron quién eres en realidad.

—¿Estás seguro?

—Hombre, ellos no lo van a decir así de claro. Pero estoy convencido de que lo saben.

—¿Y eso es bueno?

—En teoría, no. Pero en la práctica, si te han descubierto, es agradable ver que se comportan como amigos. Y es bueno tener a los suizos por amigos. Ésta es la quinta vez que expiden un pasaporte para una de mis personas. Incluso tengo uno para mí, y dudo de que fueran capaces de averiguar quién soy yo de verdad, porque a diferencia de ustedes, los Primeros Cien, yo nunca tuve identidad. Interesante, ¿no crees?

—Desde luego.

—Los suizos son gente interesante. Tienen sus propios planes, y aunque no sé cuáles son me gusta el aspecto que tienen. Creo que han tomado la decisión de encubrirnos. Quizá sólo quieren averiguar quiénes somos. Nunca lo sabremos con certeza, porque adoran los secretos. Pero no importa el por qué cuando sabes el cómo.

Sax hizo una mueca ante ese parecer, pero se sintió tranquilo al pensar que estaría a salvo bajo la protección suiza. Eran gente como el, racionales, cautos, metódicos.

Unos días antes de volar con Peter hacia el norte, a Burroughs, dio un paseo por el lago de Gameto, algo que raras veces había hecho en todos los años que llevaba allí. El lago era en verdad un buen trabajo. Hiroko era una diseñadora de sistemas elegante. Cuando ella y su equipo desaparecieron de la Colina Subterránea, hacía tanto tiempo, Sax se había sentido muy perplejo; no comprendía la razón de la huida, y había temido que se opusieran a la terraformación. Cuando consiguió persuadir a Hiroko de que contestase a sus mensajes, se sintió tranquilizado en parte: ella comprendía el objetivo principal de la terraformación, y en verdad su concepto de la viriditas era una versión distinta de la misma idea. Pero Hiroko disfrutaba siendo críptica, lo que era muy poco científico por su parte. Y durante los años que pasó escondida había llegado al extremo de retener información. Incluso en persona no era nada fácil comprenderla, y sólo después de años de colaboración Sax estaba seguro de que también ella deseaba una biosfera marciana que sustentara a los humanos. Ése era todo el acuerdo que él pedía. Y no podía pensar en un aliado mejor para ese proyecto, como no fuera el presidente de ese nuevo comité de la Autoridad Transitoria. Y probablemente el presidente era también un aliado. En verdad, no había muchos que se opusieran.

Pero allí en la playa estaba sentado un opositor, tan feroz como una garza. Ann Clayborne. Sax vaciló, pero ella ya lo había visto. Siguió caminando y se detuvo junto a ella. Ann levantó la vista hacia él, y luego volvió a mirar el lago blanco.

—Tienes un aspecto muy diferente —dijo.

—Sí. —Aún le tiraban un poco los pómulos y la boca, aunque los moretones habían desaparecido. Era como si llevara una máscara, y de pronto se sintió incómodo.— Pero soy el mismo —añadió.

—Pues claro. —Ella no lo miraba.— Así que te vas al mundo exterior, ¿no?

—Sí.

—¿Para reincorporarte a tu trabajo?

—Sí.

Ella lo miró.

—¿Para qué crees que sirve la ciencia?

Sax se encogió de hombros. Era la vieja discusión de siempre, sin importar cómo empezara. Terraformar o no terraformar, ésa era la cuestión... Él había contestado esa pregunta hacía mucho tiempo, igual que ella, y deseó que pudiesen sencillamente concordar o disentir, y dejarlo estar. Pero Ann era infatigable.

—Para comprender las cosas —contestó Sax.

—Pero terraformar no es comprender.

—La terraformación no es una ciencia. Nunca dije que lo fuera. Es lo que la gente hace con la ciencia. Ciencia aplicada, o tecnología. Lo que eliges hacer con lo que aprendes a través de la ciencia. Llámalo como quieras.

—Entonces es una cuestión de valores.

—Supongo que sí. —Sax trató de poner en orden sus pensamientos concernientes a ese esquivo tema.— Supongo que nuestro... nuestro desacuerdo es otra faceta de lo que la gente llama dicotomía hechos- valores. La ciencia se ocupa de los hechos y trabaja con teorías que convierten los hechos en paradigmas. Los valores forman parte de otro sistema, son una construcción humana.

—La ciencia también es una construcción humana.

—Es cierto. Pero la conexión entre los dos sistemas no está clara. Partiendo de los mismos hechos, podemos llegar a diferentes valores.

—Sin embargo, la misma ciencia está llena de valores —insistió Ann—

. Hablamos de teorías poderosas y elegantes, hablamos de resultados limpios, o de un experimento hermoso. Y la sed de saber es en sí misma una especie de valor, ya que afirma que el conocimiento es mejor que la ignorancia o el misterio. ¿No es así?

—Supongo que sí —dijo Sax, reflexionando.

—Tu ciencia es un conjunto de valores —continuó Ann—. El objetivo de la ciencia que tú practicas es establecer leyes, regularidades, exactitud y certeza. Quieres explicar las cosas. Quieres contestar los porqués, remontándote hasta el Big Bang. Eres un reduccionista. La austeridad, la elegancia y la economía son valores para ti, y simplificar te parece todo un logro, ¿no es así?

—Pero es que en eso consiste el método científico —objeto Sax—. No soy sólo yo, así es como trabaja la propia naturaleza. Es pura física. Tú también lo haces.

—La física también incluye valores humanos.

—No estoy tan seguro. —Extendió una mano para detenerla un momento.— No digo que la ciencia no tiene valores. Pero materia y energía se comportan de una manera determinada. Si quieres hablar de valores, será mejor que te limites sólo a ellos. Es cierto que de algún modo se derivan de los hechos. Pero eso es otra cuestión, una especie de sociobiología, o bioética. Sería mejor hablar de los valores en concreto. El mayor bien para el mayor número, algo así.

—Hay ecologistas que dirían que acabas de hacer la descripción científica de un ecosistema saludable. Otra manera de decir ecosistema culminante.

—Eso es un juicio de valor, pienso. Una especie de bioética. Interesante pero... —Sax le echó una mirada curiosa y decidió cambiar de táctica.— ¿Por qué no intentar conseguir un ecosistema culminante aquí, Ann? No puedes hablar de ecosistema sin seres vivos. Lo que había en Marte antes de que llegásemos no era ecología. Era geología solamente. Incluso podría decirse que hubo el comienzo de una ecología hace mucho tiempo, que por algún motivo se arruinó y se detuvo, y ahora nosotros lo estamos intentando de nuevo.

Ann gruñó, y Sax se interrumpió. Sabía que ella creía en una especie de valor intrínseco de la realidad mineral de Marte. Era una versión de lo que la gente llamaba ética de la tierra, pero sin la biota de la tierra. La ética de la roca. Ecología sin vida. ¡Un valor intrínseco, en verdad!

Suspiró.

—Quizás eso no es más que un valor que se impone, que favorece a los sistemas vivos sobre los sistemas no vivos. Supongo que es imposible escapar a los valores, como tú dices. Es extraño... Siento que sólo deseo comprender las cosas, por qué funcionan como lo hacen. Pero si me preguntas por qué quiero saberlo, o qué me habría gustado que sucediera, cuál es mi objetivo de trabajo... —Se encogió de hombros, esforzándose por comprenderse a sí mismo.— Es difícil expresarlo. Sería algo así como que una red gana en información. Una red gana en orden.

Para Sax ésa era una buena descripción funcional de la vida, de su defensa contra la entropía. Le tendió la mano a Ann, esperando que ella lo entendiese, que concordase al menos con el paradigma del debate, con la definición del objetivo último de la ciencia. Ambos eran científicos después de todo, era una empresa compartida por los dos...

Pero ella sólo dijo:

—Por eso devastas el rostro de un planeta entero. Un planeta que guarda un registro impoluto de casi cuatro mil millones de años de antigüedad. Eso no es ciencia. Es construir un parque temático.

—Eso es usar la ciencia en pro de un valor en particular. Un valor en el que creo.

—Como las transnacionales.

—Imagino que sí.

—Desde luego las favorece.

—Ayuda a todo lo que está vivo.

—A menos que lo mate. El suelo se ha desestabilizado; se producen derrumbes a diario.

—Es cierto.

—Y provocan muertes. Plantas, gente. Ya ha ocurrido.

Sax agitó una mano, y Ann levantó la cabeza bruscamente y le echó una mirada furibunda.

—¿Qué es eso, el asesinato necesario? ¿Qué clase de valor es ése?

—No, no. Son accidentes, Ann. La gente tiene que quedarse en el lecho de roca, lejos de las zonas de derrumbe. Por un tiempo al menos.

—Pero vastas extensiones se convertirán en barro, o serán anegadas por completo. Estamos hablando de la mitad del planeta.

—El agua se escurrirá por las pendientes y creará cuencas fluviales.

—Tierra inundada, querrás decir. Y un planeta completamente distinto. ¡Oh, eso es un valor, desde luego! Y aquellos que defienden el valor de Marte tal como está... Lucharemos contra ustedes, a cada paso.

Él volvió a suspirar.

—Desearía que no lo hicieras. A estas alturas, una biosfera nos ayudaría más a nosotros que a las transnacionales. Las transnac pueden operar desde las ciudades tienda y explotar los minerales de la superficie con robots, mientras que nosotros concentramos casi todos nuestros esfuerzos en ocultarnos y sobrevivir. Si pudiésemos vivir libremente en la superficie, sería mucho más fácil cualquier tipo de resistencia.

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