Los dos tentáculos decapitados se estremecieron, y por un momento se volvieron translúcidos al mismo tiempo que la corona de energía verde oscilaba y se amortecía. Pero antes de que Gotrek pudiera aprovecharlo, volvieron a solidificarse y atacarlo. Él les asestó tajos y se desplazó alrededor de la escotilla.
El corazón de Félix dio un salto. ¡Por Sigmar, aquello iba a salir bien! Sólo quedaban por cercenar otros dos cañones y el mortero, y el horror quedaría tan debilitado que Gotrek podría derrotarlo con un mero toque de hacha.
Un tercer tentáculo rematado por un cañón salió súbitamente por la escotilla. Gotrek saltó hacia él, a la vez que esquivaba los ataques de los otros dos, y le dirigió un tajo. El tentáculo se echó hacia atrás y el hacha erró. El Matador volvió a lanzarse hacia adelante, pero de repente se encontró colgando cabeza abajo, en el aire. El primer tentáculo lo había atrapado por un tobillo.
—¡Gotrek!
Félix avanzó a la carrera y le asestó tajos al tentáculo, mientras Gotrek se agitaba y maldecía. El ataque no logró nada. Echó atrás la espada para volver a atacar, pero el segundo tentáculo lo derribó de un golpe.
El primero alzó a Gotrek muy arriba, y comenzó a hacerlo girar. ¡Tenía intención de lanzarlo afuera de la barquilla! Félix se esforzó por levantarse. Iba a llegar demasiado tarde.
Con una violenta contorsión, Gotrek le asestó un tajo al tentáculo, justo por debajo de su pie, y lo cercenó en medio de una fuente de sangre y chispas. El Matador voló hacia el otro lado de la cubierta y se estrelló contra la barandilla; luego, rodó por encima de ella y comenzó a deslizarse hacia la nada.
—¡Gotrek!
El Matador logró cogerse a la barandilla con la mano libre. Félix corrió hacia él y le ofreció una mano, que Gotrek aceptó para volver a subir al techo. Ambos se volvieron.
En el intervalo, el horror había salido completamente a través de la escotilla. Se apoyaba sobre tres patas gruesas como troncos de árbol, y su piel, que fluía constantemente, destellaba en rojo a la luz del sol poniente, mientras por toda ella se formaban y desaparecían bocas gimientes. Los dos cañones restantes pendían a los lados, con las bocas asomando de la viscosa sustancia que los contenía, mientras entre ellos iba y venía energía verde. Los otros dos tentáculos se alzaban por detrás como cobras gemelas. La cabeza de mortero se volvió hacia Gotrek y Félix, amenazadora.
El Matador flexionó las piernas en una postura de lucha. Pasó a lo largo de la hoja del hacha un pulgar del que manó sangre. Sonrió salvajemente.
—¡Ahora, demonio, morirás!
Cargó hacia él, rugiendo un grito de guerra en khazalid. Félix corrió tras él, encomendando su alma a Sigmar.
El horror rojo fue al encuentro de ambos, intentando golpearlos con sus brazos de hierro y dejando grandes abolladuras en el techo de la barquilla, mientras los tentáculos avanzaban, serpenteando, para intentar apresarlos. Gotrek devolvía golpe por golpe; aporreó a los cañones y cercenó un tentáculo, que se retrajo al instante. También Félix les asestaba tajos a los tentáculos, con la esperanza de mantenerlos alejados de Gotrek para que pudiera cercenar otro de los brazos. La espada apenas si los arañaba. Era como si intentara cortar una rama de árbol.
De repente, vio destellar fuego verde en el fondo del mortero.
—¡Gotrek! ¡Cuidado!
Gotrek levantó la mirada, y alzó el hacha cuando el mortero vomitó llamas y humo. La bala impactó contra el plano de la hoja, resbaló por ella y rebotó sobre la cubierta, antes de precipitarse al vacío. Pero la fuerza del disparo fue excesiva. Lanzó la parte posterior del hacha contra una sien de Gotrek, que dio un traspié al doblársele las piernas.
El horror lo derribó con un tentáculo, y el Matador resbaló, de espaldas, por las planchas metálicas remachadas. Félix corrió hacia el enano, al mismo tiempo que el horror avanzaba hacia ellos.
El Matador se puso de pie, pero su equilibrio estaba tocado. Sacudió la cabeza para despejársela y estuvo a punto de volver a caer. Por encima del parche ocular estaba creciéndole un bulto sangrante. El horror volvió a acometerlos con una lluvia de golpes demoledores. Gotrek retrocedió con paso tambaleante, bloqueando y agachándose, pero sólo con la mitad de sus fuerzas normales. Félix reculaba con él. El horror continuaba avanzando, empujándolos hacia el morro de la barquilla.
Más allá de la batalla, Lichtmann salió por la escotilla, con los ojos llameando de furia.
—Los cañones que acabáis de arrojar al vacío contenían las almas del magíster Valintin Schongauer y del mago Ermut Ziegel, hombres mucho más grandiosos de lo que vosotros seréis jamás. ¡Pagaréis por su pérdida!
—¡Te pagaré en acero, brujo! —gruñó Gotrek, que se agachó para esquivar otro golpe de cañón. Aún tenía las piernas inseguras.
Lichtmann sonrió con desprecio.
—Sí que lo harás. Me quedaré con tu hacha y la fundiré como ofrenda a Tzeentch. —Alzó la garra carbonizada, entonando un hechizo. La mano destelló con fuego.
Félix se encogió, aterrorizado, y casi se puso delante de un tentáculo que intentaba apresarlo. ¡Una sola bola de fuego de las de Lichtmann, y el globo podría estallar! ¡Un momento! ¡Eso era! Miró al hechicero, y señaló hacia arriba.
—¡Hacedlo! —dijo—. ¡Hacedloy acabad con todos nosotros!
Lichtmann detuvo el encantamiento. Alzó los ojos hacia el globo, frunció el entrecejo, y luego se encogió de hombros.
—No importa. Hay más de una manera de darle forma a una llama.
Se encaminó hacia la lucha al mismo tiempo que desenvainaba la daga de oro con la mano izquierda y murmuraba un nuevo encantamiento. Cerró la garra negra en un puño, y las llamas que la rodeaban se hicieron más brillantes.
Félix lo miró con desconfianza. Un hombre armado sólo con una daga no debería preocuparlo, pero había visto cómo Lichtmann decapitaba a dos hombres con aquella arma, con la misma facilidad con que podría haber cortado el tallo de una rosa. Había sentido el calor que irradiaba de ella. Al menos, con Karaghul, él llegaba más lejos.
Pero justo cuando el pensamiento se formó en la mente de Félix, las llamas que rodeaban el puño de Lichtmann se extendieron para convertirse en una espada ardiente. El brujo cargó hacia él.
Félix dio un paso atrás y paró el golpe; casi chocó con Gotrek, que se agachaba para esquivar un sibilante latigazo del horror. La espada de llamas impactó contra la espada rúnica de Félix, y de ella saltaron chispas como si fueran agua, y lo regaron, entre siseos. Félix se tambaleó cuando las chispas le hirieron la cara y las manos. ¡La espada de llamas pesaba! Golpeaba como si fuera un espadón, y Lichtmann parecía inhumanamente fuerte. La daga de oro avanzó rauda hacia el estómago de Félix, que hurtó el cuerpo y fue lanzado hacia un lado por uno de los tentáculos. Lanzó tajos a ciegas hacia todas partes, para intentar mantener a Lichtmann a distancia hasta haberse recobrado.
El hechicero rió y continuó atacándolo.
—Os estáis quedando sin cubierta, herr Jaeger.
Le relumbraban los ojos. De hecho, todo su aspecto estaba cambiando. Su cabello rojizo era ahora naranja fuego y relumbraba, largo y desmelenado, y a su rostro antes lampiño estaban creciéndole rizado bigote y barba anaranjados.
Junto a él, el horror intentaba golpear al Matador con un torbellino de hierro relumbrante y tentáculos rojos. Por todas partes destellaban arcos de energía del Caos. Gotrek bloqueaba todos los ataques y su hacha parecía estar en seis sitios a la vez, pero aún no se había recuperado del todo y no podía penetrar la defensa del demonio. Retrocedió un paso, luego otro, con el musculoso torso enrojecido hasta la cintura a causa del profundo tajo que le atravesaba el pecho.
Félix desvió a un lado la espada de llamas y le dirigió a Lichtmann una estocada al pecho. Él la desvió con la daga de oro y luego intentó clavársela en la cara a Félix. La vil arma siseó como una serpiente. Félix se echó atrás y levantó la espada, que abrió un tajo en el antebrazo de Lichtmann.
El brujo bramó de dolor y le lanzó golpes enloquecidos. Félix los paró desesperadamente y retrocedió otro paso. Sintió algo que le presionaba la parte posterior de las piernas, y miró detrás de sí. Era la barandilla. Al otro lado, la verde alfombra del Drakwald giró vertiginosamente, muy abajo.
Gotrek se echó atrás cuando uno de los brazos de hierro del demonio se estrelló contra la cubierta y abrió una enorme brecha en las planchas de latón. Rebotó contra uno de los gruesos cables que ascendían hasta el globo, y entonces tampoco él tuvo adonde ir.
—¡Ja! —rió Lichtmann—. ¡Adiós, valientes estúpidos!
Él y el horror atacaron al mismo tiempo; el brujo acometió a Félix con la espada y la daga, y el horror descargó sus brazos de hierro hacia la cabeza de Gotrek. El Matador se lanzó hacia la izquierda. Félix, hacia la derecha, y cayó de cara. Se oyó un tañido como de una guitarra enorme, y la barquilla se sacudió.
Félix rodó hasta quedar de espaldas y miró hacia arriba. Lichtmann se alejaba del borde con paso vacilante, protegiéndose la cara con los brazos, mientras uno de los cables de acero, que se había soltado, latigueaba de un lado a otro detrás de él.
El horror se lanzó tras Gotrek, que en ese momento rodaba hasta ponerse de pie junto a la barandilla. Los brazos de los cañones volvieron a lanzarse hacia él. El Matador se agachó. Se rompieron otros dos cables.
Lichtmann cayó de rodillas cuando la barquilla descendió bruscamente treinta centímetros, mientras los cables partidos latigueaban como serpientes. El horror se tambaleó de lado y casi cayó por el borde de la ladeada barquilla; pero luego se detuvo apoyándose en los tentáculos y continuó detrás de Gotrek. Los cables restantes crujían y rechinaban de modo alarmante a medida que el demonio avanzaba por el borde.
—¡No, hermanos! —gritó Lichtmann, que intentaba ponerse de pie sobre la pendiente metálica—. ¡No dañéis la nave! ¡Debemos llegar a Middenheim!
El horror no pareció oírlo. Intentó golpear otra vez. Se rompió un cuarto cable, y Gotrek cayó con fuerza, con la frente sangrándole en abundancia. El morro de la barquilla descendió más y la cubierta se inclinó de modo alarmante. Rechinaron y se estiraron otros cables.
Félix oyó que había cosas que se desplazaban y golpeaban debajo de él, en las profundidades de la nave aérea. Se puso de pie y corrió hacia el Matador. Sus pies resbalaron en la pendiente, y volvió a caer.
El Matador se levantó, con la cara quemada y ampollada convertida en una máscara de sangre, la cual salía de una brecha que le cruzaba la frente como una blanca sonrisa. Félix sufrió una arcada al darse cuenta de que estaba viendo el cráneo de Gotrek.
El horror aulló y alzó los dos brazos de hierro para aporrear al Matador hasta convertirlo en pulpa, pero perdió el equilibrio y se fue de espaldas hacia el borde.
Con un rugido de furia, el Matador se lanzó pendiente abajo hacia el horror, que lo atacó con enloquecidos golpes de los dos cañones. Gotrek se agachó para esquivarlos y le asestó un tajo ascendente con el hacha. Cortó de cuajo el brazo izquierdo, con un destello de fuego verde. El enorme cañón cayó justo sobre la cabeza de Gotrek y su brazo derecho alzado, y lo derribó contra la cubierta, y luego rodó por la pendiente y se precipitó al vacío. Gotrek resbaló, boca abajo, tras él. Inmóvil.
Lichtmann y Félix miraban fijamente el cuerpo de Gotrek, que se detuvo contra la barandilla del extremo de proa de la barquilla, y quedó allí, quieto. Félix estaba paralizado por la conmoción. ¡Por Sigmar, ¿acababa de presenciar la muerte del Matador?!
Lichtmann rió triunfalmente y le dedicó a Félix una ancha sonrisa.
—Ha sido un buen intercambio, ¿no os parece, herr Jaeger? —preguntó—. ¿Un brazo por la vida de un enemigo? —Se volvió a mirar al horror, que permanecía de pie, a su lado—. Échalo abajo.
El demonio descendió por la pendiente, con los tentáculos extendidos hacia el Matador.
El corazón de Félix parecía que le aporreaba las costillas. Tenía que hacer algo. ¡Tenía que impedírselo! ¿Qué podía hacer?
—Al menos, el Matador no habrá muerto en vano! —gritó; luego dio media vuelta y ascendió por la pendiente, hacia la escalerilla. Los pies le resbalaban a cada paso—. ¡Prepárate a arder, hechicero!
—¡Deteneos! —gritó Lichtmann. Y luego:— ¡Detenlo!
Félix oyó que los pesados pasos del horror lo seguían, y miró hacia atrás, sin atreverse a abrigar esperanzas, pero entonces gimió de alivio. Gotrek continuaba tendido junto a la barandilla. Lichtmann y el horror habían dejado al Matador para perseguirlo a él.
Ahora, sólo con que Gotrek despertara y acabara con ellos, pensó Félix, todo estaría arreglado. No tendría que cumplir la amenaza. No tendría que volar la nave aérea. No tendría que morir. No…, no tendría que enfrentarse con el hecho de que el Matador hubiese muerto.
Volvió a mirar atrás. El horror le ganaba terreno; estrellaba el cañón restante contra la cubierta metálica para apoyarse en él como si fuera un bastón, y dejaba tras de sí un rastro de abolladuras en forma de anilla. Lichtmann lo seguía de cerca, iluminado desde abajo por la espada de llamas.
Félix llegó a la escotilla, recogió la lata de combustible y la lámpara que había dejado en la caja para granadas, y luego corrió a la escalerilla. Comenzó a subir con una sola mano, a la máxima velocidad de que era capaz y que, en las condiciones en que se encontraba, no era una velocidad terrible. La lata resonaba al golpear contra los barrotes de la jaula de seguridad a cada peldaño que ascendía, y eso lo estorbaba.
—¿Estáis seguro de que queréis hacer este sacrificio, herr Jaeger? —le gritó Lichtmann—. Vos no sois un Matador.
Félix maldijo e intentó acelerar el ascenso, pero su vapuleado cuerpo no respondía. Los demonios iban a llegar a la escalerilla antes de que él hubiese alcanzado la parte superior, que aún quedaba a una docena de peldaños más arriba.
—Aunque no lo sea, también puedo morir haciendo lo correcto.
Diez peldaños más. Nueve.
—Muy noble, herr Jaeger —le gritó Lichtmann, que seguía al horror—. Un sacrificio digno de Sigmar.
Ocho. Siete.
—Un gesto grandioso sobre el que se cantará durante toda la eternidad.
Seis. Cinco.
Lichtmann y el horror llegaron a la base de la escalerilla. Lichtmann le sonrió despectivamente.
—A condición de que logréis hacerlo.