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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Aprendió sobre Contacto, la parte de la Cultura que salía a descubrir e interactuar con otras civilizaciones, especialmente las nuevas civilizaciones de desarrollo rápido, y sobre esa división un tanto calumniosa, hasta cierto punto disoluta y se podría decir que misteriosa que se llamaba Circunstancias Especiales. Tardó algún tiempo en comprender que se esperaba de ella que tuviera al menos la oportunidad de convertirse en parte de esta prestigiosa, aunque no del todo respetable, organización. Ese se suponía que iba a ser, coligió, un honor de lo más singular y poco habitual y casi la única distinción que merecía la pena y que tenía que ofrecer la Cultura que no estaba a disposición de todos. Sin embargo, y una vez más, ella se mostró suspicaz al instante.

Durante algún tiempo, el aspecto de la vida en el orbital que más la había maravillado había sido la geografía: montañas, acantilados y barrancos, cumbres, pedregales y campos de cantos rodados. Que nada de eso fuera natural en realidad, que todo ello hubiera sido diseñado y fabricado con escombros encontrados en el sistema solar cuando se hizo el mundo solo la maravilló todavía más. Hizo senderismo por las altas montañas y aprendió a esquiar. Practicó varios deportes y descubrió que incluso disfrutaba formando parte de un equipo. Por alguna razón eso era algo que no se esperaba.

Cuando al fin se convenció de que su nuevo y achaparrado yo no era tan horrendo hizo amigos y tuvo amantes. No todas las parejas funcionaron, ni siquiera, por así decirlo, en el aspecto mecánico, había una amplia variedad de formas corporales. Otro tratamiento que eligió monitorizaba su útero para alertarla si se daba la remotísima posibilidad de que copulara con alguien que su sistema físico encontrara lo bastante compatible como para concebir con él. Se había preguntado si eso no sería también mentira, pero nunca había ocurrido nada.

Jugó con sus propios sueños y tomó parte en sueños compartidos que eran juegos gigantes que no utilizaban nada más exótico que unas almohadas o gorros de noche especiales que le daban acceso a esas extrañas subrealidades. Se dio cuenta de que dormía mucho más que la mayor parte de sus amigos y que se perdía una parte potencial de la vida. Pidió otro tratamiento, que resolvió el problema como si nunca hubiera existido. Dormía profundamente durante unas cuantas horas cada una de aquellas noches fiables y regulares que funcionaban como un reloj y despertaba cada mañana fresca como una rosa.

Tomó parte en otras experiencias que eran uno especie de alucinaciones, parecían juegos pero que ella sabía que eran también lecciones y evaluaciones y que sumergían su yo consciente en simulaciones de la realidad que a veces se basaban en acontecimientos y experiencias anteriores reales y otras eran realidades creadas de forma deliberada, igual que el orbital y su asombroso y vertiginoso paisaje. Algunas la dejaban inquieta al ver las cosas terribles que la gente (panhumanos y otros, pero todos personas) podía hacerle a otra gente. Lo que se insinuaba, sin embargo, era que tales realidades espantosas eran una aflicción y que se podía curar, al menos en parte. La Cultura representaba el hospital, o quizá toda un sistema sanitario, Contacto era el médico y CE, el anestésico y la medicación. A veces el escalpelo.

Casi el único aspecto de su vida al que se adaptó casi sin pensarlo fue la ausencia total de dinero que había en la Cultura. Después de todo, había sido princesa y ya estaba acostumbrada.

Vio a algunos de sus amigos adoptar estados que no podía compartir y, después de un gran recelo inicial, pidió más tratamientos que hicieron que algunas glándulas de su cuerpo que ella ni sabía que tenía se alteraran a lo largo de unas decenas de días hasta que se encontró con que poseía una serie de simples glándulas dentro de su cerebro y una modesta colección de mezclas de sustancias químicas indicativas entre las que podía elegir y que podía liberar en su torrente sanguíneo y su cerebro siempre que quisiera.

Eso había sido muy interesante.

Entre los sarlos, al menos en el Octavo, cada droga había tenido un efecto secundario indeseable y desagradable. En la Cultura, nada. Conseguías lo que querías y nada más. Siguió mostrándose bastante escéptica, sin poder convencerse de que tal luz fuera posible sin una sombra añadida. Ya no necesitaba al dron Turminder Xuss, que partió para ocuparse de otros. En lugar del dron, utilizaba una terminal anular para ponerse en contacto con el dataverso.

Empezó a coleccionar enmiendas y tratamientos como podría haber acumulado joyas. Incluso hizo que le anularan un par de tratamientos, hizo que se los quitaran por completo, solo para asegurarse de que los procesos eran reversibles de verdad. Un nuevo tutor, un tutor que estaba presente en muy escasas ocasiones pero que en cierto sentido parecía ostentar mayor rango que los otros, un ser con aspecto de arbusto que en otro tiempo había sido un hombre, llamado Batra, decía con tono divertido que era una niña suspicaz. Con tono divertido y quizá hasta de aprobación. Ella tenía la sensación que se suponía que tenía que sentirse halagada, pero le había preocupado más el suave insulto que contenía la palabra «niña».

Las personas cambiaban, se iban, las relaciones terminaban. Le preguntó a una de sus mentoras qué había que hacer para cambiar de sexo. Otro tratamiento. Durante casi un año creció un poco, se ensanchó más, le creció el vello en lugares extraños y observó, fascinada, que sus genitales dejaban de ser una fisura para convertirse en una aguja. Despertó un par de noches empapada en sudor, horrorizada por lo que le estaba pasando, palpándose y preguntándose si aquello no era más que una chiste muy elaborado y si la estaban convirtiendo en un bicho raro a propósito, para gastarle una broma, pero siempre había alguien con quien hablar que había pasado por la misma experiencia, tanto en persona como a través de pantallas y simulaciones, y no faltaba el material archivado para explicárselo todo y tranquilizarla.

Tuvo un par de amantes intermitentes y no demasiado molestos incluso mientras cambiaba y después, ya como hombre, tuvo muchos más, sobre todo mujeres. Era cierto, eras mucho mejor amante y más considerado cuando habías sido antes igual que tu pareja. Una mañana despertó, después de una noche agotadora, con un pequeño grupo de viejos amigos y nuevos conocidos parpadeando bajo la luz del sol de un día nuevo y brillante, se asomó a un gran balcón y un mar resplandeciente para contemplar una gran montaña columnaria que le recordó a una torre de su planeta natal y despertó a todos los demás con sus carcajadas.

Nunca supo muy bien por qué decidió cambiar de sexo otra vez. Durante mucho tiempo se planteó regresar a Sursamen como hombre, ver qué pensaban de él entonces. Aparte de cualquier otra cosa, había un par de damas en la corte a las que siempre había tenido mucho cariño y por las que en ese momento sentía algo más. A esas alturas sabía que su hermano Elime había muerto y él era el hijo mayor del rey, el siguiente rey, en cierto sentido. Podría regresar y reclamar el trono en su momento. Para entonces, con otros tratamientos, podría disponer de artes marciales y atributos superiores a los de cualquier guerrero que hubiera vivido en el Octavo. Sería imparable, podría incluso apoderarse del trono si quería. Eso sería graciosísimo. ¡Ah, las caras que podrían algunos!

Pero eso, en el mejor de los casos, sería cruel, pensó. Y en el peor, los resultados podrían variar entre el melodrama y la más sangrienta de las tragedias. En cualquier caso, ser el rey de los sarlos ya no le parecía lo más grande a lo que podía aspirar un alma, ni siquiera se acercaba.

Cambió y volvió a convertirse en mujer. La lección que se refería a ser una amante considerada no cambió.

Adoptó su nombre completo. En el reino de su padre se había llamado Djan Seriy Hausk'a yun Pourl, yun Dich, que se traducía por «Djan consorte de príncipe hija de Hausk de Pourl, del Octavo».

Pero en el orbital, ya que se consideraba una ciudadana de la Cultura (aunque fuera una ciudadana que había nacido y se había criado en otro lugar) adoptó el nombre de Meseriphine-Sursamen/VIIIsa Djan Seriy Anaplian dam Pourl.

El maraino, el exquisito metalenguaje formado por la Cultura, utilizaba su serie de números secundarios para denotar los niveles de los mundos concha. La parte de Anaplian procedía del nombre de su madre: Anaplia. La palabra Seriy (que indicaban que la habían educado para ser digna de casarse con un príncipe) la conservó a modo de broma. Expresó su decepción al enterarse de que no había ceremonia que conmemorara la adopción del nombre completo. Sus amigos y colegas inventaron una para ella.

Se sometió a más tratamientos que le dieron control sobre muchos más aspectos de su cuerpo y su mente. Con ellos envejecería muy poco a poco y, en realidad, no tenía que envejecer en absoluto. También estaba a prueba de cualquier enfermedad natural bajo aquel o cualquier otro sol e incluso la pérdida de algo tan importante como un miembro sería solo una molestia temporal ya que le crecería otro nuevo, sin más. Además, tenía todo el despliegue de glándulas narcóticas, con todos los beneficios y responsabilidades que eso conllevaba. Obtuvo sentidos optimizados de modo que, por ejemplo, su visión se hizo más clara y le proporcionaba información sobre los rayos infrarrojos y ultravioletas, podía percibir las ondas de radio y era capaz de comunicarse sin intermediarios con las máquinas a través de una cosa llamada encaje neuronal que había crecido alrededor y a través de su cerebro como una finísima red tridimensional; podía desactivar el dolor y la fatiga (aunque su cuerpo parecía despreciarlos de todos modos), sus nervios cambiaron para parecerse más a cables y movían los impulsos mucho más rápido que antes mientras que sus huesos asimilaron hebras de carbono para hacerlos más fuertes y sus músculos se sometieron a cambios químicos y mecánicos a una escala microscópica que los hicieron más eficaces y más potentes. Cada uno de los órganos importantes de su cuerpo se hizo más eficaz, más tolerante, más capaz, resistente y adaptable, incluso aunque muchos de ellos se redujeron de tamaño.

Entró a formar parte de Contacto y se unió a la tripulación de la Unidad de Contacto General
Fenómeno atmosférico transitorio.
Se había podido permitir el lujo de elegir y había rechazado el
Experimentando una significativa caída de gravedad
y el
Qué barco tan grande, tío
porque tenían unos nombres ridículos. Se destacó en el servicio durante solo cinco años a bordo del UCG antes de que llegara la invitación para unirse a Circunstancias Especiales. A eso le siguió un periodo de adiestramiento adicional sorprendentemente corto, casi todas las habilidades que iba a necesitar ya las tenía preimplantadas. Volvió a reunirse con el dron Turminder Xuss, al que siempre había considerado su compañero. Descubrió que aquella antigua máquina llegaba con todo un pequeño escuadrón de misiles cuchillo, de ataque y reconocimiento. A todos los efectos y sin ayuda de nadie, era un pequeño arsenal de destrucción de amplio espectro.

CE añadió sus propias capas finales y refinadas de características añadidas a su ya enloquecedora mezcla de mejoras corporales que la hicieron más poderosa todavía: tenía unas uñas que podían emitir rayos láser para enviar señales, cegar o matar; también tenía un reactor diminuto dentro del cráneo que podía, entre otras cosas, proporcionarle la energía necesaria para mantenerla viva y consciente durante años sin oxígeno, tenía una estructura de fibra completa soldada a todos sus huesos que podía percibir distorsiones en la madeja del propio espacio; contaba también con un nivel de control consciente sobre su cuerpo y, casi por casualidad, sobre cualquier máquina electrónica que tuviera a cincuenta metros, que excedía al de cualquier jinete sobre su montura o al de cualquier campeón de la esgrima sobre su hoja...

Un día se dio cuenta de que se sentía como un dios.

Pensó entonces en Sursamen y su antiguo yo y supo que ya no había vuelta atrás.

Iba a volver. Y estaba perdiendo algunas de esas habilidades y atributos, algunas de esas mejoras militares.

–Me está castrando –le dijo a Jerle Batra.

–Lo siento. Los morthanveld recelan mucho de los agentes de Circunstancias Especiales.

–Ah, no me diga. –Anaplian sacudió la cabeza–. No somos ninguna amenaza para ellos. –Miró al hombre que parecía un arbusto pequeño–. Bueno, porque no lo somos, ¿verdad?

–Pues claro que no. Al contrario. –Batra hizo como que se encogía de hombros–. Es cuestión de cortesía.

–Pues a mí me parece una descortesía.

–Lo lamento.

–Puede que nos estemos pasando con tantas contemplaciones, ¿sabe?

–En cualquier caso...

Se encontraban en la plataforma
Quonber,
a lomos de unas olas gélidas de aire, por encima de una cadena montañosa muy alta. Varios kilómetros más abajo, un glaciar de color blanco grisáceo veteado con líneas de rocas hechas añicos se abría camino con curvas y ondulaciones hacia los límites de un cielo de color tungsteno.

Las contemplaciones a las que Djan Seriy se refería eran el respeto casi exagerado que la Cultura en general había empezado a mostrar poco antes a los morthanveld. Los morthanveld, tecnológicamente hablando, estaban al mismo nivel que la Cultura, y las dos civilizaciones habían coexistido en paz desde que se habían encontrado miles de años antes, compartían extensos vínculos culturales y cooperaban en una amplia variedad de proyectos. No se podía decir que fueran aliados (los acuáticos se habían mantenido escrupulosamente neutrales durante la guerra idirana, por ejemplo) pero opinaban lo mismo en la mayor parte de los asuntos.

El desconcierto de Djan Seriy lo provocaba el hecho de que a algunas de las mentes más inteligentes y autocomplacientes de la Cultura, (y la de las mentes era una categoría que no tenía una población precisamente pequeña), que gozaban de lo que era de forma patente un exceso de tiempo libre, se les había ocurrido una nueva y reluciente teoría: que la Cultura no era solo estupenda y maravillosa y un orgullo para todos los involucrados, sino que también representaba de algún modo una especie de etapa culminante para todas las civilizaciones, o al menos para todas aquellas que decidían evitar dirigirse directamente a la sublimación en cuanto la tecnología se lo permitía (la sublimación significaba que toda tu civilización se despedía, se podía decir que del todo, del mundo material y optaba por una especie de divinidad honoraria).

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