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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Materia (57 page)

La última trenza abierta de cilindros constituía por sí sola y con toda facilidad materia suficiente para producir un pozo de gravedad dentro del que se había creado una atmósfera oportunista enrarecida pero significativa a lo largo de varios decieones de existencia, una atmósfera que llenaba la pulsera abierta de hebras de hábitats retorcidos de una especie de pelusa calinosa de gas de desechos y escombros esparcidos. Los morthnnveld podrían haberlo limpiado todo, por supuesto, pero decidieron no hacerlo. El consenso era que dotaba la zona de unos efectos de luz de lo más agradables.

El
De ahí la fortaleza
los dejó en un satélite narisceno del tamaño de una luna pequeña (un grano de arena al lado de un mar que rodeaba el globo) y una pequeña lanzadera los llevó a toda velocidad a la trenza abierta del inmenso mundo encordado en sí; la estela susurraba contra el casco de la nave y la estrella del centro del mundo resplandecía entre una neblina a través de la filigrana de cables de Syaung-un, cada cable lo bastante sólido, parecía, para anclar todo un planeta.

A Ferbin le pareció el equivalente de toda una civilización, casi una galaxia entera, contenida dentro de lo que sería, en un sistema solar normal, la órbita de un solo planeta. ¿Qué vidas sin cuenta se vivían dentro de esas trenzas oscuras e interminables? ¿Cuántas almas nacían, vivían y morían dentro de esos monstruosos torzales rizados de tubos, sin ver (quizá sin sentir nunca la necesidad de ver) ningún otro mundo, paralizados para siempre en la vastedad de aquel prodigioso hábitat que los rodeaba y que era imposible explorar? ¿Qué vidas, qué destinos, qué historias debían de haber tenido lugar dentro de aquel aro que rodeaba a la estrella, aquel aro que se retorcía, plegaba y desplegaba sin cesar jamás?

Los depositaron en una zona portuaria y caótica llena de muros transparentes tanto cóncavos como convexos, cajones hidráulicos curvados y tubos; toda la disposición era como una burbuja de gas metida dentro de un enorme cilindro lleno de agua y todo dispuesto para cubrir las necesidades de los pueblos que necesitan oxígeno para respirar, como los nariscenos y ellos. Una máquina de un tamaño parecido a un torso humano se acercó flotando a ellos y se anunció como Nuthe 3887b, un mecanismo de recibimiento morthanveld acreditado que pertenecía al Fondo Benevolente de los Primeros y Originales Viajeros Indigentes del Espacio Profundo Alienígena y que les dijo que sería su guía. Parecía servicial y era de colores alegres y brillantes, pero Ferbin jamás se había sentido más lejos de casa, ni más pequeño e insignificante.

Aquí estamos perdidos,
pensó mientras Holse charlaba con la máquina y le pasaba sus escasas y patéticas posesiones.
Podríamos desaparecer en esta selva de civilización y progreso y nunca más nos verían. Podríamos disolvernos en su interior para siempre, comprimidos, reducidos a la nada por esta pura escala incomprensible. ¿Qué es la vida de un hombre si tal inmensidad casual puede existir siquiera?

Los óptimos contaban en magnitudes, medían en años luz y hacían censos de su población por trillones, mientras que más allá de ellos los sublimados y los ancianos, a los que bien podrían unirse un día, pensaban no en años ni décadas, ni siquiera en siglos y milenios, sino en centieones y decieones como poco, y en centiaeones y deciaeones por lo general. La galaxia, entretanto, el propio universo, envejecía en eones, unidades de tiempo tan lejos de la compresión humana como un año luz de un simple paso.

Estaban perdidos de verdad, pensó Ferbin con una especie de terror que le encogía el corazón y le provocaba un temblor por todo el cuerpo; olvidados, minimizados hasta la nada, colocados y clasificados como seres que están muy por debajo del más ínfimo nivel de relevancia solo por entrar en ese lugar espectacular, atronador y pasmoso, quizá incluso solo por llegar a comprender toda su inmensidad.

Así que fue una pequeña sorpresa tanto para Ferbin como para Holse que los saludara, antes de que Holse hubiera terminado de charlar con la máquina morthanveld, un caballero bajito, grueso y sonriente con unos tirabuzones largos y rubios que los llamó por su nombre en un sarlo excelente y bien articulado y con un tono de voz que podría ser el de un viejo amigo.

–No, para un morthanveld un mundo nido es un símbolo de sencillez, de intimidad –les informó su nuevo amigo mientras viajaban en un pequeño coche tubo por un túnel transparente y vaporoso que serpenteaba por uno de los tubos de hábitats de varios kilómetros de grosor–. ¡Por extraño que parezca! –añadió. El hombre les había dicho que se llamaba Pone Hippinse y él también estaba acreditado para recibir a los recién llegados, dijo, aunque solo había conseguido tal distinción poco tiempo antes. Para ser una máquina, Nuthe 3887b dio una impresión bastante clara de sentirse molesta por la llegada de Hippinse–. El nido que un morthanveld macho teje cuando está intentando atraer a una consorte es una especie de torés de leña menuda de algas –continuó Hippinse–. Una especie de gran círculo. –Les mostró cómo era un círculo usando las dos manos.

Iban de camino a otra zona portuaria para lo que Hippinse describió como un «vuelo corto» en una nave espacial alrededor de una pequeña parte del inmenso aro que los llevaría a una instalación para invitados humanos más apropiada. La instalación (la Quinta Hebra de Grado 512, la 512/5 para la mayor parte de la gente) contaba con todas las recomendaciones de Hippinse.

–Estrictamente hablando... –empezó a decir Nuthe 3887b.

–Bueno, para un morthanveld una de estas cosas –dijo Hippinse, que sin hacer ningún caso de la maquinita agitaba los brazos para indicar todo el mundo nido– es una especie de símbolo de su matrimonio con el cosmos, ¿entienden? Hacen su emparrado conyugal en el espacio en sí y expresan así su conexión con la galaxia o lo que sea. En realidad es bastante romántico. Pero es un sitio inmenso; a ver, inmenso de verdad, de los que te deja patidifuso. Hay más morthanveld solo en este mundo nido que ciudadanos de la Cultura en cualquier otra parte, ¿sabían eso? –Dio la impresión de quedarse pasmado en nombre de sus invitados–. Y quiero decir incluyendo la Facción de Paz, los ulteriores, los elench y todos los demás grupos escindidos, categorías asociadas de modo informal, y grupos de parásitos afiliados casi por casualidad a los que resulta que les gusta el nombre de la Cultura. ¡Asombroso! Bueno, menos mal que he venido yo. –Les hizo una extraña mueca a Ferbin y a Holse que podría haber sido cordial, consoladora, conspirativa o cualquier otra cosa distinta.

Holse miraba a Pone Hippinse e intentaba adivinar qué era lo que pretendía.

»Quiero decir, chicos, que es mejor alejarlos de las atenciones de los medios de comunicación, los yonquis de las noticias y los aboriginistas, gente así. –Hippinse eructó y se quedó callado.

Ferbin aprovechó la oportunidad para hacer una pregunta.

–¿Adónde vamos, con exactitud?

–A la instalación –dijo Hippinse mientras le echaba una mirada a Nuthe 3887b–. Hay alguien que quiere verlos. –Les guiñó un ojo.

–¿Alguien? –preguntó Ferbin.

–No puedo decirles nada; estropearía la sorpresa.

Ferbin y Holse intercambiaron una mirada.

Holse frunció el ceño y se volvió con gesto deliberado hacia la máquina morthanveld, que flotaba en el aire a un lado de los tres humanos sentados.

–Esa instalación a la que nos dirigimos... –empezó a decir.

–Es un lugar perfecto para... –comenzó a decir Hippinse pero Holse, que se había sentado de costado en ese momento, levantó una mano para acallarlo, de hecho, la levantó casi delante de la cara del guía.

–Si no os importa, señor, estoy hablando con esta máquina.

–Bueno, yo solo iba a decir... –dijo Hippinse.

–Habladnos de ella –le dijo Holse en voz muy alta a la máquina–. Habladnos de esa instalación a la que se supone que vamos.

–... Que pueden encerrarse allí sin que nadie les moleste... –continuó Hippinse.

–La Quinta Hebra de Grado 512, o 512/5, es una instalación de procesamiento y traslado de humanoides –les dijo la máquina cuando Hippinse se calló por fin.

Holse frunció el ceño.

–¿Qué clase de procesamiento?

–Establecimiento de identidad, elaboración de acuerdos legales sobre comportamientos alienígenas en el mundo, puesta en común de conocimientos...

–¿Qué significa eso de puesta en común de conocimientos? –Holse había ayudado una vez a un policía municipal con sus investigaciones sobre el robo de una vajilla del ayuntamiento del condado local. Había sido una experiencia bastante más violenta y dolorosa de lo que implicaba la frase «ayudar con las investigaciones». Le preocupaba que la «puesta en común de conocimientos» fuera una mentira parecida vestida con palabras bonitas.

–Cualquier dato que se tenga se ruega que se comparta con las reservas de conocimientos del mundo nido –dijo Nuthe 3887b–, una cuestión filantrópica o caritativa, por regla general.

Holse seguía sin parecer muy contento.

–¿Y ese proceso duele? –preguntó.

–¡Por supuesto que no! –dijo la máquina, que parecía escandalizada.

Holse asintió.

–Continuad.

–La instalación de la Quinta Hebra de Grado 512 es una instalación patrocinada por la Cultura –les dijo la máquina. Tanto Ferbin como Holse se echaron hacia atrás e intercambiaron una mirada.

–¡Estaba llegando a eso! –exclamó Hippinse en un estallido repentino de exasperación contenida mientras agitaba los brazos.

Se trasladaron a la instalación en una nave pequeña y gruesa que se tragó entero el vehículo en el que viajaban. La nave dio una sacudida y partieron.

Una pantalla les mostró la vista que tenían delante durante los veinte minutos de viaje; Hippinse parloteaba sin cesar, señalaba lugares especiales, sobre todo patrones de cables famosos o bien ejecutados o diseños grabados en los cables, naves espaciales notables que llegaban o partían, efectos de la atmósfera estelar y unas cuantas de las estructuras de favelas que no formaban parte oficial del mundo pero que se habían construido dentro de la red de cilindros que rodeaban Syaung-un y en el interior de la protección parcial, tanto física como simbólica, que ofrecía el enrejado de tan poderosos cilindros y su consiguiente envoltura de gases.

La Quinta Hebra de Grado 512 era una especie de miniorbital cercado por completo, construido de forma que se pareciese al mundo nido lo más posible. Solo tenía ochocientos kilómetros de anchura y (hasta que estabas justo encima) parecía bastante insignificante en medio de los bucles y giros de los cilindros principales del gigantesco mundo: apenas un anillo diminuto entre la inmensidad abierta de los supercables entretejidos y sumergidos en su calima accidental de atmósfera encontrada.

Más de cerca, la instalación se parecía un poco a la rueda de una bicicleta. Atracaron en el eje y Nuthe 3887b se quedó a bordo de la nave después de desearles lo mejor. El largo cabello rubio de Hippinse flotó alrededor de su cabeza como una nebulosa de rizos, se lo apartó de la cara y se lo sujetó en un moño con una pequeña redecilla. La achaparrada nave liberó el coche de los humanos y este se metió flotando por un radio curvado y hueco, como una torre fina y retorcida, por la que luego bajó.

–Les gusta poder ver a través de las cosas,
¿
no? –dijo Holse mientras observaba a través del suelo transparente del coche, el lado transparente del radio hueco y el aparentemente inexistente techo del hábitat en miniatura que tenían debajo.

–Los morthanveld tienen la manía de la claridad –les dijo Hippinse–. A la Cultura no se le ocurriría ser tan grosera como para trazar sus lugares de modo diferente. –Bufó y después sacudió la cabeza.

Por dentro, la instalación era un pequeño mundo cinta propio, un bucle de paisaje que rotaba y estaba salpicado de parques, ríos, lagos y pequeñas colinas, con el aire lleno de máquinas voladoras de aspecto delicado. Tanto Ferbin como Holse sintieron que la gravedad iba aumentando a medida que descendían.

A medio camino, al acercarse a un conglomerado de lo que parecían enormes cuentas de cristal medio plateado pegadas al radio como una especie de excrecencia acuática, el coche empezó a perder velocidad. Se precipitó de la luz brillante y calinosa a la oscuridad y se detuvo con suavidad en el fondo del racimo de globos plateados.

–¡Caballeros! –anunció Hippinse mientras aplaudía con las manos regordetas–. ¡Nuestro destino!

Entraron en el interior iluminado con un brillo tenue y perfumado con un aroma agradable que se abría ante ellos y siguieron un pasillo curvo que se iba ensanchando (la gravedad era un poco superior a lo que ellos estaban acostumbrados, pero perfectamente tolerable) hasta un espacio abierto dominado por rocas enormes, pequeños arroyos y amplios estanques, todo ello supervisado por una serie de plantas gigantescas de color verde amarillento y marrón azulado unidas por redes de follaje. Varios pájaros plateados revoloteaban sin ruido por la escena. Encima de ellos, el enrejado retorcido del mundo nido giraba con una elegancia silenciosa, firme y monumental.

Entre las plantas, arroyos y estanques había repartidos humanos de una amplia variedad de tipos corporales y colores de piel. Uno o dos miraron con despreocupación en su dirección y después volvieron a apartar la vista. Unos cuantos estaban totalmente desnudos, muchos casi por completo. Parecían estar, hasta el último hombre y mujer, en perfectas condiciones físicas, hasta los de aspecto más alienígena conseguían dar una sensación de lustrosa salud, y su porte era tan relajado que la visión de su desnudez no era tan escandalosa como podrían haber esperado los dos sarlos. Con todo, Ferbin y Holse se miraron. Holse se encogió de hombros. Un hombre y una mujer pasaron junto a ellos con una sonrisa, ninguno de los dos llevaba más que unas joyas.

Ferbin miró a Holse otra vez y carraspeó.

–Se diría que está permitido –dijo.

–Siempre que no sea obligatorio, señor –respondió Holse.

Una máquina pequeña con la forma de una especie de rombo casi cuadriculado se acercó a ellos flotando y se dirigió a ellos en un sarlo perfecto.

–Príncipe Ferbin, Choubris Holse, P. C. Hippinse, bienvenidos.

Los tres saludaron a la maquinita.

Una mujer (de una elegancia compacta, morena, ataviada con una combinación larga y lisa de color azul que solo dejaba al descubierto los brazos y la cabeza) se acercaba a ellos. Ferbin se dio cuenta de que estaba frunciendo el ceño. ¿Era ella de verdad? Más mayor, muy diferente...

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