Materia (55 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Supuse que usted regresaría con muchas de sus competencias eliminadas o reducidas. Se que regresa sin nave ni dron, ni cualquier otro tipo de ayuda y por tanto me gustaría ofrecerle mis servicios. No como sirviente diario, mensajero o cosa similar (nuestros anfitriones morthanveld no lo tolerarían) sino como último recurso, si quiere. Desde luego como amigo en caso de necesidad. Sursamen, y sobre todo el Octavo, parecen sitios peligrosos en estos tiempos, y una persona que viaje sola, por muy capaz que sea, quizá necesite todos los amigos que pueda reunir.

Yo, es decir, la nave, se encuentra en estos momentos a cierta distancia pero mantiene el mismo ritmo que el
Inspiración, fusión, punto final
para permanecer a una distancia razonable de este avatoide y facilitar su recuperación inmediata en caso de necesidad. Sin embargo, es mi intención, en breve, dirigirme a Sursamen directamente y este avatoide, u otro (ya que tengo varios), estará allí. El avatoide y yo mismo estamos listos para proporcionarle la ayuda que pueda necesitar.

No es necesario que responda ahora. Por favor, píenselo el tiempo que necesite y tome una decisión cuando esté preparada. Cuando se encuentre con mi avatoide en Sursamen puede decirme lo que piensa a través de él. Desde luego que lo entenderé si no quiere saber nada de mí. Está usted en todo su derecho. Sin embargo, puede tener la certeza absoluta de contar con mi continuado respeto y ha de saber, estimada dama, que estoy por completo a su servicio.

En breve pondré fin a esta señal; por favor, decida si desea fingir que he leído de algún modo sus pensamientos, solo por si se da el caso de que nos están observando.

La señal finaliza en el cero implícito: cuatro, tres, dos, uno...

Djan Seriy se quedó mirando a los ojos al joven que tenía enfrente.
Vaya, por el Dios del Mundo del pozo,
pensaba,
todos mis compañeros de cama en potencia son máquinas. Es deprimente.

Solo había pasado medio minuto desde que habían empezado a mirarse fijamente a los ojos. Djan se echó hacia atrás sin prisas, con una sonrisa, y sacudió la cabeza.

–Creo que su truco no funciona conmigo, señor.

Quike sonrió.

–Bueno, no funciona con todo el mundo –dijo. Alzó la copa, que emitió un tono resonante agudo y agradable–. ¿Quizá me permita volver a intentarlo en algún otro momento?

–Quizá. –Entrechocaron las copas y el sonido gemelo resultó sorprendentemente melifluo. Djan ya había descartado la idea de tomarse en serio la oferta que había hecho el joven antes de que las copas dejaran de sonar.

Continuó conversando con él durante un tiempo y escuchó el relato de varias de sus exploraciones y aventuras durante el curso de sus muchos viajes. No era una situación desagradable, la agente no tenía que fingir interés y era divertido intentar averiguar en las historias de Quike qué partes tenían visos de realidad y las había experimentando la nave en cuestión directamente (suponiendo que hubiera de verdad una nave), qué partes las había vivido el avatoide mientras la nave miraba y cuáles se habían inventado para intentar engañar a cualquiera que estuviera escuchando y convencerlo de que todo se refería a un humano de verdad y no a una nave más avatar en forma humana.

A cambio, Djan le contó algo de su vida en Sursamen cuando era niña y adolescente y respondió a la mayor parte de las entusiastas preguntas que le planteó Quike, aunque esquivó ciertas áreas e intentó no dar ninguna indicación de cómo reaccionaría con el tiempo a su ofrecimiento.

Pero por supuesto que iba a rechazar su ayuda, la ayuda de la nave. Si el
Problema candente
estaba trabajando solo y sin ayuda de nadie, entonces es que era un auténtico ingenuo o estaba chiflado; y ninguna de las dos cosas inspiraba mucha confianza. En caso contrario era de suponer que representaba a una parte de CE o a algo incluso más enrarecido y solo fingía ser un auténtico ingenuo o estar chiflado, lo que era todavía más preocupante. Y si Quike y el
Problema candente
pertenecían a CE, ¿entonces por qué no la habían informado sobre su aparición antes de que dejara Prasadal, o al menos antes de abandonar el último vestigio de la Cultura en sí y de que se la fueran pasando de una nave a otra hasta Morthanveld?

¿Qué estaba pasando allí? Lo único que ella quería era volver a casa y presentarle sus respetos a su difunto padre y a su hermano, se suponía que también muerto, volver a encontrarse un poco con su pasado y poner fin a algo (no estaba muy segura de a qué pero quizá eso se le ocurriría más tarde). Dudaba que pudiera serle de mucha ayuda a su hermano superviviente, Oramen, pero si podía ofrecerle algún pequeño servicio, lo haría. Pero más o menos eso era todo. Después se iría, regresaría a la Cultura y, si la readmitían, volvería a CE y a un trabajo que, a pesar de todas sus frustraciones, dilemas y congojas, le encantaba.

¿Por qué una nave de la Cultura estaba intentando implicarse en su regreso a Sursamen, ya para empezar? En el mejor de los casos, todo aquello seguía siendo por un asunto bastante ínfimo: una mugrosa disputa por la sucesión dentro de una tribu de muy escasa importancia y embarazosamente violenta y antidemocrática cuyo principal interés a ojos de otros era que resultaba que vivían dentro de un tipo de mundo hasta cierto punto escaso y exótico. ¿Se esperaba de ella que hiciera algo en Sursamen? Y en ese caso, ¿qué? ¿Qué podría esperarse que hiciera ella, sin informe alguno, carente de misión concreta y sin colmillos, por así decirlo?

Bueno, no lo sabía, pero sospechaba con sobrados motivos que estaría loca si hacía otra cosa que no fuese intentar pasar desapercibida, hacer lo que había dicho que iba a hacer y nada más. Ya estaba metida en un lío bastante grande solo por abandonar la misión de Prasadal e irse a casa con un permiso por motivos familiares sin tener que añadir algo más al pliego de cargos. El adiestramiento de CE estaba lleno de historias de agentes que se habían salido de repente de madre y habían emprendido misiones extrañas inventadas por ellos. Por lo general no terminaban muy bien.

Solo había unas cuantas historias que se inclinaban en la dirección contraria, sobre agentes que habían renunciado a oportunidades obvias de hacer alguna intervención beneficiosa sin informe alguno y sin una orden o instrucción concreta. La implicación era, como siempre, ceñirse al plan pero estar listo para improvisar. (Y también, escuchar a tu dron u otro compañero, se esperaba de ellos que fueran más sensatos y menos emotivos que tú, esa era una de las razones principales de que estuvieran ahí.)

Ceñirse al plan. No solo obedecer órdenes. Si te pedían que hicieras algo según un plan, entonces tal y como lo veía la Cultura, al menos deberías haber tenido la oportunidad de dar tu opinión sobre ese plan. Y si las circunstancias cambiaban durante el curso del proceso, entonces se esperaba que tuvieras la iniciativa y el criterio necesario para alterar el plan y actuar en consecuencia. No seguías obedeciendo órdenes de forma ciega cuando, debido a una alteración en el contexto, las órdenes contradecían de modo obvio el logro del objetivo que perseguías, o bien cuando violaban ya fuera el sentido común o el sentido del decoro. En otras palabras, el responsable seguías siendo tú.

A los reclutas de CE, y sobre todo a los reclutas de CE que llegaban a la organización tras criarse en otras sociedades, a veces les parecía que aquellas personas que habían jurado solo obedecer órdenes lo tenían muy fácil, se les permitía mantenerse en el propósito que persiguieran sin desviarse ni un ápice en lugar de tener que hacer eso y además luchar con las implicaciones éticas. Sin embargo, dado que esta diferencia de acercamiento resultaba ser una de las razones principales para que la Cultura en general y CE en particular fueran moralmente superiores a todos los demás, por lo general se consideraba que era un pequeño precio operativo a pagar por la supuesta gratificación mayor de ser capaz de estar muy por delante en las apuestas éticas si te comparabas con tus iguales en términos de civilización.

Así que Djan iba a ceñirse al plan. Y el plan era: volver a casa, comportarse, regresar y aplicarse. Lo cual debería ser bastante sencillo, ¿no?

Se unió a las carcajadas del señor Quike cuando este llegó al final de una historia que Djan apenas había escuchado. Bebieron un poco más del licor en las delicadas copitas cantarínas y la agente sintió que se iba emborrachando un poco, una sensación agradable en la que su cabeza resonaba al ritmo del cristal con una especie de complicidad algodonosa.

–Bueno –dijo al fin–. Será mejor que me vaya. Ha sido muy interesante hablar con usted.

Quike se levantó al mismo tiempo que ella.

–¿De veras? –dijo. De repente parecía angustiado, incluso ofendido–. Ojalá se quedara.

–¿Ah, sí? –preguntó Djan con frialdad.

–En cierto modo esperaba que se quedase –confesó el joven. Lanzó una carcajada nerviosa–. Creía que lo estábamos pasando bien. –Quike observó la expresión desconcertada del rostro femenino–. Creía que estábamos coqueteando.

–¿Sí? –dijo Djan. Le apetecía poner los ojos en blanco, no era la primera vez que le pasaba. Debía de ser culpa suya.

–Bueno, sí –dijo él, casi con una carcajada. Después agitó una mano para señalar una puerta interna–. Mi dormitorio es más, bueno, acogedor que este espacio más bien austero. –El joven esbozó su sonrisa de niño pequeño.

–No me cabe duda –dijo Djan.

La agente observó que las luces se estaban atenuando. Un poco tarde, pensó.

Bueno, otro giro de tuerca. Examinó sus sentimientos y supo que, a pesar de la brusquedad y de que estaba cansada, lo cierto era que estaba un poco interesada.

El joven se acercó a ella y le cogió una mano.

–Djan Seriy –le dijo en voz baja–, no importa la imagen de nosotros mismos que intentemos proyectar al mundo, a los demás, incluso ante nosotros mismos, seguimos siendo todos humanos, ¿no es cierto?

La agente frunció el ceño.

–¿Lo seguimos siendo?

–Lo somos. Y ser un ser humano, ser algo parecido a un ser humano, es ser consciente de lo que uno carece, saber lo que uno necesita, saber lo que uno debe buscar para encontrar algo parecido a la plena satisfacción entre extraños, todos solos en la oscuridad.

Djan se miró en aquellos hermosos y lánguidos ojos y vio en ellos (bueno, si hay que ser fríos, y con más precisión, en la disposición exacta de sus rasgos faciales y estado muscular) una insinuación de necesidad real, incluso de auténtica avidez.

¿Hasta qué punto tenía que parecerse un avatoide a un auténtico humano, enrevesado e imperfecto como solían ser, para poder pasar la minuciosa inspección que permitía una civilización de tecnología equivalente como la de los morthanveld? Quizá lo suficiente como para tener todos los defectos habituales de la metahumanidad y su cuota completa de necesidades y deseos. Ya fuera un sofisticado avatar construido desde el nivel celular, un clon alterado de forma sutil a partir de un ser humano original o cualquier otra cosa, el señor Quike seguía siendo, al parecer, un hombre y al mirarse en sus ojos y ver esa desesperación anhelante, ese deseo ávido (con su trasfondo de hosquedad lista para todo y de ansia dolorida dispuesta a convertirse en desdén ofendido en el mismo instante del rechazo) Djan solo estaba experimentando lo que infinidad de generaciones de mujeres habían experimentado a lo largo de todas las épocas. Y, ah, esa sonrisa, esos ojos, esa piel, esa voz cálida y envolvente.

En este punto,
pensó la agente,
seguro que una auténtica chica de la Cultura diría que sí.

Suspiró con pesar.
Sin embargo yo sigo siendo (en el fondo y a pesar de mis pecados) hija de mi padre y sarla.

–Quizá en otra ocasión –le dijo.

Se fue en un taxi cápsula adaptado a todas las especies. Se quedó allí sentada, en medio de aquel aire de olor extraño, cerró los ojos y se conectó con su encaje neuronal a los sistemas de información pública de la Gran Nave para revisar los días siguientes. No había habido ningún cambio en el programa, seguían rumbo al mundo nido de Syaung-un, al que debían llegar en dos días y medio.

Se planteó mirar las páginas de citas o contactos rápidos humanoides (había más de trescientos mil humanoides a bordo, se diría que habría alguien...) pero seguía sintiéndose demasiado cansada e inquieta, y no en el buen sentido de la palabra.

Regresó a su alojamiento, donde el dron doblemente disfrazado le dio las buenas noches con un susurro.

Djan le deseó las buenas noches a su vez con el pensamiento y después se acostó con los ojos cerrados pero, incapaz de dormir y tampoco muy dispuesta a ello, continuó usando su encaje neuronal para interrogar al dataverso de la nave. Hizo comprobaciones (de lejos, a través de distancias y traducciones de sistemas que introducían demoras de cinco o seis segundos) con los agentes que había dejado introducidos en el dataverso de la Cultura. Le desilusionó un poco y a la vez fue un auténtico alivio ver que no había ninguna grabación indiscreta y demasiado íntima del Octavo, ni, de hecho, de ninguno de los niveles interiores de Sursamen. Lo que hubiera ocurrido allí, había ocurrido una vez y nunca más se había visto.

Se desconectó del interfaz de la Cultura. Un último sistema ambulante de agentes esperaba para informarla desde el dataverso local. Le decía que su hermano Ferbin no estaba muerto después de todo. Estaba vivo y se encontraba en un vapor morthanveld cuya llegada al mundo nido de Syaung-un estaba programada para algo menos de un día después que ella.

¡Ferbin!
En la oscuridad silenciosa de su camarote, la agente parpadeó y abrió los ojos de repente.

21. Muchos mundos

A
Choubris Holse le había pasado una cosa rara. Había empezado a interesarle algo que no estaba, si es que había entendido bien ese tipo de cosas, ni a un millón de pasos de ser filosofía. Y dadas las opiniones nada contenidas expresadas por Ferbin sobre ese tema, aquello equivalía casi a una traición.

Había empezado con los juegos a los que habían estado jugando los dos en la nave nariscena
De ahí la fortaleza
para pasar el rato de camino al mundo nido de Syaung-un. Las partidas se jugaban flotando dentro de pantallas esféricas que estaban conectadas al cerebro de la propia nave. Holse se había dado cuenta de que esas naves no eran simples navíos, es decir, aparatos vacíos en los que se metían cosas, sino que eran cosas, seres por derecho propio, al menos del mismo modo que era un ser un mersicor, un lyge o cualquier otra montura, y quizá con mucho más motivo.

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