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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Materia (51 page)

Ferbin se irguió en aquella gravedad que lo aplastaba.

–Nunca pensé que lo tuviera.

Hyrlis asintió.

–Como es natural. Bueno, yo también debo emprender pronto un viaje. Si no les veo antes de que se vayan, permítanme desearles a los dos un buen viaje y una llegada propicia.

–Vuestros deseos nos halagan, señor –dijo Ferbin con tono poco sincero.

Lo cierto fue que Hyrlis no estuvo allí para despedirlos cuando partieron.

Tras trece días largos, durante los cuales la nave y su tripulación dejaron en paz a Ferbin y Holse, que se pasaron buena parte del tiempo durmiendo o jugando a juegos diferentes, el crucero estelar
De ahí la fortaleza
los dejó en el Centro de Tránsito Globular narisceno de Sterut.

Allí, una nave vagabunda morthanveld sin nombre, solo con un largo número de serie que ambos olvidaron de inmediato, los recogió en una de sus rutas semicirculares y semiregulares y continuó viaje con ellos hacia el gran mundo nido morthanveld de Syaung-un.

19. Comunicados

O
ramen se encontraba junto a la ventana, contemplando la ciudad desde sus aposentos del palacio de Pourl. La mañana era brillante y brumosa y Neguste, que cantaba con ganas pero desafinando bastante, estaba en la habitación de al lado, preparándole un baño, cuando Fanthile llamó a la puerta. Neguste, que era obvio que creía que el volumen era la compensación ideal para los que carecían de oído, no oyó la puerta, así que respondió Oramen en persona.

Fanthile y él permanecieron en el balcón del apartamento mientras Oramen leía una nota que le había llevado el secretario de palacio.

–¿Rasselle? –dijo–. ¿La capital deldeyna?

Fanthile asintió.

–Al marido de vuestra madre le han ordenado que acuda allí, como alcalde. Llegarán en los próximos días.

Oramen dejó escapar un profundo suspiro y miró primero a Fanthile y después la ciudad. Los canales destellaban a lo lejos y unos estandartes de vapor y humo se elevaban de un bosque disperso de chimeneas de fábricas.

–¿Sabéis que Tyl Loesp ha sugerido que yo vaya a las cataratas Hyeng-zhar? –dijo el príncipe sin mirar al secretario de palacio.

–Lo he oído, señor. Se encuentran a unos días de Rasselle, según me han dicho.

–Estaría a cargo de las excavaciones –suspiró Oramen–. Tyl Loesp cree que eso contribuiría a unir los pueblos y las instituciones del Noveno y el Octavo, que mi presencia contribuiría al esfuerzo de reclutar más sarlos para el gran proyecto de investigación de las misteriosas ruinas que hay allí. Y también me proporcionaría un propósito serio en la vida, algo como es debido que mejoraría mi reputación entre el pueblo llano.

–Sois el príncipe regente, señor –dijo el secretario de palacio–. Algunos pensarían que eso ya proporciona reputación suficiente.

–Algunos, quizá, pero los tiempos han cambiado, Fanthile. Quizá incluso sea la nueva era de la que hablaba mi padre en la que las hazañas prácticas importan más que las bélicas.

–Hay informes de que ciertas dependencias lejanas ponen en duda varios de los decretos de Tyl Loesp, señor. Werreber ya quiere formar un nuevo ejercito para contribuir a infundir cierta disciplina en las provincias. El caballero del que hablamos haría bien en no desmantelar todas las fuerzas.

El clamoroso triunfo de Tyl Loesp se había conmemorado apenas unos días antes y partes de la ciudad seguían recuperándose. Había sido una celebración a una escala y con una intensidad que Pourl jamás había visto, desde luego no bajo el gobierno de su difunto rey. Tyl Loesp se había ocupado de que se ofrecieran banquetes en cada calle, una semana entera de bebida gratis en todas las tabernas y una recompensa para cada habitante del interior de las murallas. Se habían celebrado juegos, deportes, competiciones y conciertos de todo tipo, todos abiertos al público en general, y había estallado un mosaico de pequeños motines en varias partes de la ciudad que habían requerido la actuación de agentes de policía y milicia.

Se había organizado un enorme desfile que había consistido en el ejército victorioso, todo brillante y pulido, sonriente y completo bajo un mar de estandartes al viento, con sus bestias de guerra engalanadas con ricas gualdrapas y una multitud de soldados deldeynos capturados, además de piezas de artillería, vehículos militares y máquinas de guerra. Se habían ensanchado calles, derribado edificios y cubierto ríos y hondonadas para disponer de una avenida lo bastante larga y ancha como para dar cabida al gran desfile.

Tyl Loesp había cabalgado a la cabeza de todos, con Werreber y sus generales un poco más atrás. En el campo de desfiles, donde aquella procesión de varios kilómetros había terminado, el regente había anunciado un año sin impuestos (lo que más tarde resultó que era un año corto sin ciertos impuestos, en su mayor parte bastante vagos), una amnistía para pequeños delincuentes, la disolución de varios regimientos auxiliares, con la subsiguiente licencia (con pensiones) de casi cien mil hombres, y la ampliación de la misión en el Noveno, lo que significaría que tanto él como el príncipe regente se pasarían un periodo de tiempo considerable en Rasselle y las provincias deldeynas, para llevar los beneficios del gobierno y la sabiduría sarla a esas reducidas pero muy fructíferas y prometedoras tierras.

A Oramen, sentado en la tribuna, a la sombra de las banderas y estandartes, junto con el resto de la nobleza, le habían advertido sobre esta última provisión solo una hora antes, para que no pareciera demasiado sorprendido.

Había sentido una oleada inicial de furia al ver que se limitaban a decírselo en lugar de consultárselo, o al menos preguntárselo, pero eso había pasado pronto. No había tardado en preguntarse si tal traslado, tal alejamiento de Pourl quizá no fuera una buena idea. Con todo, que se lo ordenaran así...

–Podríais negaros a ir –señaló Fanthile.

Oramen le dio la espalda a la vista de la ciudad.

–Podría, en teoría, supongo –dijo.

–¡Ya está listo el baño, señor! ¡Ah, hola, señor secretario de palacio, mi señor! –exclamó Neguste al entrar en la habitación, a sus espaldas, con paso firme.

–Gracias, Neguste –dijo Oramen, su criado le guiñó un ojo y se retiró.

Fanthile señaló con la cabeza la nota que tenía Oramen en la mano.

–¿Toma eso la decisión por vos, señor?

–Ya había decidido que podría ir –dijo Oramen. Después sonrió–. La idea de Hyeng-zhar me fascina, Fanthile. –Se echó a reír–. ¡No estaría mal controlar todo ese poder, en cierto sentido!

Fanthile no quiso dejarse impresionar.

–¿Me permitís hablar con franqueza, señor?

–Sí, por supuesto.

–A Tyl Loesp quizá le preocupe que si os deja a vos aquí mientras él refuerza su dominio sobre Rasselle, os permita construir una estima demasiado independiente entre los nobles, el pueblo e incluso el parlamento. El hecho de llevaros a un sitio tan remoto, por muy impresionante que pudiera ser la atracción de ese lugar, podría parecerles a algunos casi una especie de exilio. Podríais negaros a ir, señor. Estaríais en vuestro derecho. Según algunos argumentos, vuestro lugar está aquí, entre el pueblo que podría llegar a amaros más si os conoce mejor. He oído quién estará allí, a vuestro alrededor. Ese tal general Foise, para empezar, que es uno de los hombres devotos de Tyl Loesp. Como todos los demás. Quiero decir que son todos hombres suyos. Son leales a él más que a Sarl, a la memoria de vuestro padre o incluso a vos.

Oramen sintió un gran alivio. Esperaba una riña o algo igual de desagradable.

–¿Esa es toda vuestra franqueza, mi querido Fanthile? –le preguntó con una sonrisa.

–Es como veo las cosas, señor.

–Bueno, Tyl Loesp puede disponer de mí como crea conveniente, por ahora. Le seguiré el juego. Que disfrute de su momento. Esos hombres que mencionáis quizá crean que su lealtad es para con él, pero siempre que él sea leal a su vez, cosa de la que no cabe la menor duda, entonces ni cambian las cosas ni se hace daño alguno. Seré rey a su debido tiempo y (aun teniendo en cuenta todo eso que se habla sobre la supervisión parlamentaria de la nueva era) me tocará entonces disfrutar a mí de mi momento.

–Ese caballero quizá se acostumbre a disponer las cosas a su gusto. Es posible que desee prolongar su momento.

–Quizá, pero una vez que me convierta en rey, sus alternativas se limitan mucho, ¿no os parece?

Fanthile frunció el ceño.

–Lo que sé desde luego es que me gustaría creerlo, señor. Si puedo, con toda honestidad, permitirme sostener ese mismo punto de vista es otra historia. –Señaló de nuevo la nota que todavía sostenía Oramen–. Creo que ese tipo podría estar forzando vuestras acciones, señor y pienso que quizá termine disfrutando de esa costumbre, si es que no la disfruta ya.

Oramen respiró hondo. El aire olía tan bien y tan fresco allí arriba. Al contrario que en las profundidades de la ciudad donde, por molesto que fuera, era donde uno podía divertirse más. El príncipe dejó escapar el aire de los pulmones.

–Oh, dejad que Tyl Loesp disfrute de su triunfo, Fanthile. Ha continuado la labor de mi padre como él hubiera deseado y yo sería un patán (y también lo parecería a los ojos de vuestro precioso pueblo) si me pusiera a patalear ahora, cuando todavía soy, ante tantos ojos, un jovencito bisoño. –Le dedicó una sonrisa alentadora al rostro inquieto del anciano–. Me someteré a la corriente de Tyl Loesp mientras sea así de fuerte; podría magullarme si no lo hiciera. Me enfrentaré a su resaca cuando crea conveniente. –Agitó la carta que le había dado Fanthile–. Iré, Fanthile. Creo que debo hacerlo. Pero os agradezco toda vuestra ayuda y vuestros consejos. –Después le devolvió la nota al secretario de palacio–. Y ahora, viejo amigo, debo irme de una vez a darme ese baño.

–Abrid los ojos, príncipe –dijo Fanthile y por un momento (¡asombroso!) no se apartó para dejar pasar al príncipe regente–. No sé qué mal se cierne sobre nosotros desde la muerte de vuestro padre pero hay un olor que flota sobre demasiado de lo que ha ocurrido. Todos tenemos que tener cuidado para que no nos infecte su nocividad. Podría demostrar que todos y cada uno de nosotros somos demasiado mortales. –Esperó otro momento, como si quisiera ver si habían penetrado sus palabras, después asintió con una reverencia y, con la cabeza todavía baja, se hizo a un lado.

Oramen no sabía qué decir que no avergonzara al tipo todavía más tras semejante estallido, así que se limitó a pasar a su lado de camino a su aseo.

Una semana después había emprendido el viaje hacia las Hyeng-zhar.

Con los preparativos y todo el jaleo general del traslado, no había vuelto a ver a Fanthile antes de dejar Pourl. La mañana del día que debía irse, poco después de enterarse de que iba a tener su propia guardia personal, dos robustos y fieles caballeros, Oramen había recibido una nota de Fanthile pidiéndole que fuera a verlo, pero no había habido tiempo.

Jerle Batra recibió la señal durante un descanso en las negociaciones de paz, que estaban resultando demasiado largas. Él no se había implicado directamente en las discusiones (cualquiera se atrevía a imaginar lo que los indigentes podrían pensar de un cruce entre un arbusto parlante y una verja dilatable) pero las supervisaba mientras algunos de los otros componentes de la misión hacían lo que podían para mantener a la gente centrada. Al final, tenían que ser los propios nativos los que lo hicieran funcionar pero de vez en cuando ayudaban unos cuantos empujoncitos juiciosos.

Se alzó un par de kilómetros en el aire desde la carpa que había en medio de la gran ciudad de tiendas de campaña que se había instalado en la gran llanura de hierba y que era donde se estaban llevando a cabo las negociaciones. Allí arriba el aire olía dulce y limpio. Y también deliciosamente fresco. Con aquella forma se experimentaban los cambios de temperatura muy rápido, y es que se podía sentir el viento atravesándote. No había nada parecido.

~
Mi querido y viejo amigo,
comunicó. La señal iba y venía de la plataforma de recreo
Quonber,
que en esos instantes estaba casi justo encima de ellos pero en los límites del espacio.
¿A qué... etcétera?

~
Jerle Ruule Batra,
dijo una voz conocida.
Buen día.

El
Es mi fiesta y canto si quiero
era un UCG de clase Escarpa que llevaba asociado de forma muy estrecha a Circunstancias Especiales casi tanto tiempo como el propio Jerle Batra. Batra no tenia ni idea de dónde estaba en realidad la nave en el sentido más físico de la palabra pero el viejo aparato se había tomado la molestia de enviarle un constructo de personalidad de escala funcional para hablar con él allí, en Prasadal. Lo que implicaba que el asunto era de una importancia más que notable.

~
Te lo deseo a ti también,
envió,
estés donde estés.

~
Gracias. ¿Cómo va tu conferencia de paz?

~
Poco a poco. Tras agotar las posibilidades de asesinato en masa que podían emplear unos contra otros, parece que ahora los nativos intentan matarse de aburrimiento. Es posible que al fin hayan descubierto su auténtica vocación.

~
Con todo, hay motivos para ser optimistas. Mis felicitaciones a todos. ¡Y me han dicho que tienes un hijo!

~
Por supuesto que no tengo ningún hijo. Estoy cuidando de un niño para hacerle un favor a una colega. Eso es todo.

~
No obstante, eso es más de lo que se podría haber esperado de ti.

~
Me lo pidió. No podía negarme.

~
Qué interesante. Con todo, al grano.

~
Desde luego.

~
Escucha esto.

A continuación se oyó una versión comprimida del mensaje enviado por el
Ahora probamos a mi manera
a su viejo VSM, el
Clasificado,
describiendo un extraño encuentro con lo que parecía (pero no era) una nave oct sobre el planeta Zaranche.

~
Muy bien.
El interés de aquello era mínimo y Batra no entendía qué relación podía tener con él.
¿Y?

~
Se cree que toda la flota oct que hay sobre Zaranche, salvo una nave de clase Primaria, suponemos que la primera en llegar, no estaba en realidad allí. Era una flota fantasma.

~
Pero los oct están en esa etapa, ¿no?,
envió Batra.
Siguen intentando darse bombo, siguen intentando ponerse los zapatos de mamá y parecer más grandes.

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