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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Materia (42 page)

–¿Quitrilis?

El joven abrió los ojos. No estaba muerto.

Y delante, nada salvo las viejas profundidades del espacio moteadas de estrellas. ¿Eh?

Miró atrás. Un montón de naves apiladas, veintidós Primarias y una ultra cerca de él alejándose a toda prisa, como si acabaran de salir de ella, a toda velocidad por cierto.

–¿Hemos esquivado ese trasto? –dijo tragando saliva.

–No –dijo la nave–. La atravesamos entera porque no es una nave de verdad, es poco más que un holograma.

–¿Qué? –dijo Quitrilis sacudiendo la cabeza–. ¿Cómo? ¿Por qué?

–Buena pregunta –dijo la nave–. Me pregunto cuántas de las demás son también de mentira.

–Estoy vivo, hostia –dijo Quitrilis sin aliento. Desconectó la realidad virtual de la sala de control y se encontró sentado en el sillón, con los controles físicos delante de él y la pantalla envolvente mostrándole con algo menos de detalle lo que había estado viendo al parecer en vivo y en directo–. ¡Estamos vivos, joder, nave! –chilló.

–Pues sí. Qué raro. –El
Ahora probamos a mi manera
parecía desconcertado–. Voy a darle un toque a mi viejo Vehículo de Sistemas. Aquí está pasando algo.

Quitrilis agitó los brazos y sacudió los dedos de los pies.

–¡Pero estamos vivos! –chilló, eufórico–. ¡Estamos vivos!

–No es que lo niegue, Quitrilis. Sin embargo... Espera. ¡Nos están apunt...!

El rayo de la Primaria original, la primera en llegar, estalló a su alrededor y convirtió en plasma a la pequeña nave y al único humano que viajaba en su interior en solo unos cientos de milisegundos.

Esa vez Quitrilis Yurke no tuvo tiempo de pensar en nada.

Djan Seriy Anaplian, agente de la célebre/infame (táchese la que le parezca) sección Circunstancias Especiales de la Cultura, soñó por primera vez con Prasadal mientras estaba a bordo de la
Sembradora,
un VGS de clase Océano. Los detalles del sueño en sí carecían de importancia, lo que la preocupó al despertar era que había sido el tipo de sueño que ella siempre había asociado con «el hogar». Durante los primeros años tras su llegada a la Cultura había tenido sueños parecidos sobre el palacio real de Pourl y la finca de Moiliou, sobre el Octavo en general e incluso (si se contaban los sueños sobre Hyeng-zhar) sobre Sursamen en general, y siempre se había despertado con una punzada de añoranza, a veces entre lágrimas.

Esos sueños habían ido desapareciendo poco a poco para quedar sustituidos por sueños de otros lugares en los que había vivido, como la ciudad de Klusse, en el orbital Gadampth, donde había comenzado su larga introducción, iniciación y aceptación de la Cultura. Eran, a veces, sueños profundos y conmovedores a su manera, pero jamás estaban imbuidos de esa sensación de pérdida y anhelo que indicaban que el lugar con el que soñaba era su casa.

Despertó y parpadeó en la oscuridad grisácea de su último camarote (un trozo perfectamente estándar de espacio en una clase Océano perfectamente estándar) y se dio cuenta con una diminuta sensación de horror, cierto humor lúgubre y un tanto de ironía de que justo cuando empezaba a creer que quizá era feliz al fin lejos y libre de Sursamen y todo lo que había significado para ella, resultaba que tenía que volver.

Estuvo a punto do coger la pelota. No la cogió, y esta la golpeó en plena sien derecha con la fuerza suficiente como para provocarle una punzada de dolor. Estaba segura de que habría derribado a cualquier humano básico. Si hubiera tenido todavía conectados todos sus artilugios de CE la habría esquivado o la habría cogido con una sola mano sin ningún problema. De hecho, con sus alteraciones de CE todavía en su sitio podría haber saltado y haberla cogido con los dientes. Y en lugar de eso,
¡zaca!

Había oído llegar la pelota, la había vislumbrado por un instante dibujando un arco hacia ella, pero Anaplian no había sido lo bastante rápida. La pelota le había rebotado en la cabeza. Sacudió la cabeza una vez, separó bien los pies y flexionó las rodillas para tener más estabilidad en caso de que estuviera a punto de caer, pero no. El dolor se apagó, anulado. Se frotó la cabeza y se agachó para coger la dura pelotita (una pelota de crackbol, así que, básicamente, era un trozo sólido de madera) y buscó a quien la había tirado. Un tío salió sin esfuerzo de entre el grupo de gente que había cerca del pequeño bar junto al que Anaplian había pasado en una de las cubiertas exteriores.

–¿Estás bien? –le preguntó.

Anaplian le tiró la pelota con una trayectoria alta y lenta.

–Sí.

Era un hombre pequeño y redondo, casi como una pelota él también, muy moreno y con un peinado extravagante. El hombre cogió la pelota y se quedó allí, sopesándola con la mano. Sonrió.

–Alguien dijo que eras de CE, eso es todo. Y pensé, bueno, pues vamos a verlo y te tiré esto. Pensé que la cogerías, o te agacharías o algo.

–Quizá una simple pregunta habría sido más efectiva –sugirió Djan Seriy. Algunas de las personas del bar los estaban mirando.

–Perdona –dijo el hombre mientras señalaba la sien de Djan con la cabeza.

–Disculpas aceptadas. Que tengas un buen día. –Anaplian se dispuso a continuar.

–¿Me permites que te prepare una copa?

–No será necesario. Gracias de todos modos.

–En serio. Así me sentiría mejor.

–Ya. No, gracias.

–Hago una gran venganza de za. Soy una especie de experto.

–No me digas. ¿Qué es una venganza de za?

–Es un cóctel. Quédate, por favor. Tómate uno con nosotros.

–Está bien.

Se tomó una venganza de za. Tenía mucho alcohol y dejó que se le subiera a la cabeza. El hombre redondo y sus amigos pertenecían a la Facción de Paz, de la parte de la Cultura que se había separado al comienzo de la guerra idirana, cientos de años antes, cuando habían renunciado por completo al conflicto.

Anaplian se había quedado para tomar más venganzas de za. Al final el hombre admitió que, aunque Anaplian le caía bien y le parecía muy atractiva, no le gustaba Circunstancias Especiales, al que se refería llamándolo (con lo que a Anaplian le pareció bastante desdén) «la buena de la nave
Sabemos lo que te conviene».

–Sigue siendo violencia –le dijo a Anaplian–. Y deberíamos seguir estando por encima de eso.

–Puede ser violento –admitió Anaplian asintiendo poco a poco. La mayor parte de los amigos del hombre se habían quedado dormidos. Alrededor de la cubierta abierta, en el aire libre que rodeaba el casco del VGS, se estaba celebrando una regata de naves impulsadas por humanos. Era todo muy alegre y chillón y parecía implicar un montón de fuegos artificiales.

–Deberíamos estar por encima de eso. ¿Entiendes?

–Entiendo.

–Ya somos bastante fuertes tal y como están las cosas. Demasiado fuertes. Podemos defendernos, ser un ejemplo. No hace falta ir interfiriendo por ahí.

–Expones las razones morales de una forma de lo más convincente –le dijo Anaplian al hombre con tono solemne.

–Ahora te estás quedando conmigo.

–No, si estoy de acuerdo.

–Pero estás en CE. Interfieres, haces todos esos trucos sucios. ¿A que sí?

–Los hacemos, los hago.

–Pues entonces no me vengas diciendo que son unas razones morales muy convincentes, joder, no me insultes. –El tipo de la Facción de Paz se estaba poniendo bastante agresivo. A la agente le hizo gracia.

–No era esa mi intención –le dijo Anaplian–. Te estaba diciendo... perdona. –Anaplian tomó otro sorbo de su copa–. Te estaba diciendo que estoy de acuerdo con lo que dices pero no hasta el punto de actuar de forma diferente. Una de las primeras cosas que te enseñan en CE, o... –Eructó con delicadeza–. Perdón. O que te hacen aprender sola, es a no estar demasiado segura, a estar siempre preparada para admitir que hay un argumento a favor de no hacer las cosas que hacemos.

–Pero seguís haciéndolas.

–Pero seguimos haciéndolas.

–Nos avergüenza a todos.

–Tienes derecho a pensar como quieras.

–Y tú también, pero tus acciones me contaminan a mí de un modo que las mías no te contaminan a ti.

–Tienes razón, claro que tú perteneces a la Facción de Paz y por tanto, en realidad no es lo mismo.

–Todos seguimos siendo de la Cultura. Nosotros somos la verdadera Cultura y vosotros la prole cancerígena que ha crecido más que el huésped y se ha hecho más peligrosa que cuando nos separamos, pero os parecéis lo suficiente a nosotros como para que a ojos de los demás todos seamos iguales. Solo ven una entidad, no facciones diferentes. Nos dais mala imagen.

–Comprendo lo que quieres decir. Os culpabilizamos. Te pido perdón.

–¿Nos «culpabilizáis»? ¿Qué es eso, una nueva forma de hablar de CE?

–No, una vieja forma de hablar de los sarlos. Mi pueblo a veces usa los palabras de extraño formas. Las palabras de forma extraña. –Anaplian se llevó la mano a la boca y lanzó una risita.

–Debería daros vergüenza –dijo el hombre con tristeza–. La verdad es que no somos mejores, no sois mejores, que los salvajes, que también encuentran siempre excusas para justificar sus crímenes. De lo que se trata es de no cometerlos ya en primer lugar.

–De veras que entiendo lo que quieres decir. En serio.

–Entonces avergüénzate. Dime que te avergüenzas.

–Nos avergonzamos –le aseguró Anaplian–. De forma constante. Con todo, podemos demostrar que funciona. Las interferencias y los trucos sucios funcionan. La salvación está en las estadísticas.

–Me preguntaba cuándo llegaríamos a eso –dijo el hombre con una sonrisa amarga y un asentimiento–. El catecismo incuestionable de Contacto, de CE. Todas esas viejas tonterías, es irrelevante.

–No son tonterías. Ni... Es la verdad.

El hombre se bajó del taburete del bar. Sacudía la cabeza, lo que provocaba que su cabello de color pardo claro volara en todas direcciones como un loco, como si flotara. Muy molesto.

–No hay nada que podamos hacer –dijo con tristeza, o quizá estaba enfadado–, ¿verdad? Nada que os haga cambiar. Vais a seguir haciendo toda esa mierda hasta que se derrumbe a vuestro alrededor, a nuestro alrededor, o hasta que haya suficientes personas que vean la verdad, la auténtica, no las putas estadísticas. Hasta entonces, no hay nada que podamos hacer.

–No podéis luchar contra nosotros –dijo Anaplian, y se echó a reír.

–Muy graciosa.

–Perdona. Ha sido un golpe bajo. Me disculpo. Me deshago en disculpas.

El hombre volvió a sacudir la cabeza.

–Por mucho que te disculpes –dijo–, nunca será suficiente. Que tengas un buen día. –Y se fue.

Anaplian lo vio irse.

Quería decirle que no pasaba nada, que en realidad no había nada de lo que preocuparse, que el universo era un lugar terrible al que no le importaba nada en absoluto y luego llegaba la gente y añadía encima más sufrimiento e injusticias a la mezcla, y todo era muchísimo peor de lo que él se imaginaba, y que ella lo sabía porque lo había estudiado y vivido, aunque solo fuera un poco. Se podía mejorar un poco pero era un proceso sucio y complicado y luego tenías que intentar (estabas obligado, era tu deber intentar) asegurarte de que hacías lo que tenías que hacer. Y a veces eso significaba utilizar a CE y, bueno, en eso estaban. Se rascó la cabeza.

Además, por supuesto que les preocupaba estar haciendo lo que no debían. Todos los que había conocido en CE le daban vueltas a lo mismo. Y por supuesto que se convencían de que estaban haciendo lo que debían. Era obvio que no les quedaba otro remedio o no estarían en CE haciendo lo que estaban haciendo, ¿verdad?

Quizá aquel hombre ya lo sabía. Parte de ella sospechaba que el tío también era un agente de CE o algo parecido; parte de Contacto, quizá, o alguien enviado por la nave o por una de las mentes que supervisaban la situación en Morthanveld, solo por si acaso. Estar a punto de romperle el cráneo con una sólida pelota de madera no era más que una forma bastante tosca de comprobar que la habían desarmado como era debido.

Dejó la última venganza de za en la barra, sin tocar.

–Todos somos de la puta Facción de Paz, gilipollas –murmuró mientras se iba tambaleándose.

Antes de dejar la
Sembradora
indagó lo que se sabía de los últimos acontecimientos en el Octavo de Sursamen. Parte de la investigación la hizo ella misma y también envió agentes (toscos constructos temporales de su personalidad) al dataverso para indagar más.

Estaba buscando alguna noticia detallada pero también algún indicio de que se estuviera observando a los sarlos más de cerca. Había demasiadas civilizaciones sofisticadas que parecían creer que esa misma cualidad primitiva de las culturas menos desarrolladas (y los altos niveles de violencia que por lo general se asociaban con esas sociedades) por alguna razón les daba de forma automática el derecho de espiarlos. Incluso para sociedades situadas un poco más abajo en el orden tecnológico de las sociedades, la producción en serie de máquinas para hacer máquinas que hacían otras máquinas significaba que, en realidad, era una decisión sin costes materiales. La nube resultante de mecanismos, cada uno de los cuales podía ser tan pequeño como un grano de polvo, podía, sin embargo y con el respaldo de unas cuantas unidades más grandes ubicadas en el espacio, poner bajo un manto de vigilancia un planeta entero y transmitir hasta el menor de todos los detalles de casi cualquier cosa de lo que estaba pasando prácticamente en cualquier parte.

Había tratados y acuerdos para limitar esa clase de comportamiento, pero por lo general solo cubrían a las sociedades más asentadas y maduras de la galaxia, así como a las que estaban bajo su control directo o sometidas a ellas. La tecnología pertinente era como un juguete nuevo para los que acababan de llegar a la gran mesa de los involucrados de la metacivilización galáctica, y tenían tendencia a utilizarla con entusiasmo durante un tiempo.

Las sociedades que solo en los últimos tiempos habían renunciado al uso crónico de la fuerza y a recurrir a la guerra (con frecuencia de mala gana) eran por lo general los más aficionados a vigilar a aquellos para los que ese tipo de comportamiento seguía siendo rutinario. Uno de los métodos desesperados para ocuparse de los que hacían alarde de semejante voyerismo era volver sus propios mecanismos contra ellos, se recogían los mecanismos de vigilancia de donde quiera que estuvieran repartidos, se manipulaban los programas y después se infestaban con ellos los mundos de sus creadores. Se concentraban sobre todo en los hogares y las instalaciones recreativas favoritas de los poderosos. Con eso, por lo general, bastaba.

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