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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

Materia (40 page)

–La justicia es la justicia, señora. La maldad y la traición siguen siendo lo que son. Podéis alejaros tanto que las perdáis de vista, pero solo tenéis que acercaros y en cuanto las veáis, veis ya su corrupción con solo advertir su color y forma. Cuando se asesina a un hombre común, significa el fin para él y una catástrofe para su familia; más allá de eso y de nuestro sentimentalismo, afecta solo hasta donde llegue su importancia. Cuando se asesina a un rey y todo el destino de un país se desvía de su rumbo legítimo, es una historia muy distinta. Cómo se reacciona ante ese crimen dice mucho de la valía de todos aquellos que saben del crimen y tienen los medios para castigar a los responsables o, si lo toleran, dar la sensación de que lo autorizan. Esa reacción da una lección a cada súbdito y da forma a una gran parte de la plantilla moral de su vida. Afecta al destino de las naciones, de filosofías enteras, señora, y no se puede desechar como una simple conmoción pasajera en las perreras.

La directora general hizo un ruido seco, alargado, como un suspiro.

–Quizá para los humanos sea diferente, mi querido príncipe –dijo con tono triste–, pero nosotros nos hemos dado cuenta de que un niño sin disciplina termina chocando con la vida con el tiempo y termina aprendiendo la lección de ese modo, aunque de una forma bastante más dura por culpa de la anterior falta de valor e interés de sus padres. El niño que ha recibido un exceso de disciplina vive toda su vida en una jaula hecha a medida, o bien sale de ella con un estallido tan salvaje y disoluto, tan falto de una energía instruida, que hace daño a todo lo que le rodea y siempre a sí mismo. Nosotros preferimos pecar de falta de disciplina, suponemos que siempre es mejor a largo plazo aunque en su momento pueda parecer más duro.

–No hacer nada siempre es más fácil. –Ferbin no intentó contener la amargura de su voz.

–No hacer nada cuando se siente la tentación de hacer algo y se tienen además todos los medios para hacerlo es más difícil. Solo es más fácil cuando sabes que no haces nada para la mejora activa de otros.

Ferbin respiró hondo y exhaló poco a poco. Bajó la cabeza y miró por el círculo transparente del suelo que tenía más cerca. Se veía otro cráter que se deslizaba bajo ellos como un cardenal amarillento, lívido y brillante de vida en la superficie oscura y árida de Sursamen. Iba desapareciendo poco a poco a medida que se desplazaban por encima, dejando solo esa ausencia oscura del rostro sin adornos de Sursamen que se insinuaba bajo ellos.

–Si no queréis ayudarme a hacerle llegar un mensaje a mi hermano para advertirle de que corre un peligro mortal, señora, ¿podéis ayudarme de algún otro modo?

–Sin lugar a dudas. Podemos dirigirlo para vea a ese humano, el ex agente de Circunstancias Especiales y ex perteneciente a la Cultura Xide Hyrlis, y facilitarle un medio de transporte que lo lleve hasta él.

–Entonces es cierto. ¿Xide Hyrlis ya no pertenece a la Cultura?

–Creemos que así es. Con CE a veces no es fácil estar seguro.

–¿Sigue estando en posición de ayudarnos?

–Es posible. No lo sé. Lo único que puedo resolver con alguna certeza es su primer problema, que es encontrarlo. Cosa que sería un problema de otro modo porque los nariscenos lo protegen con gran celo. De hecho ahora trabaja para ellos. Incluso cuando Hyrlis se encontraba aquí, en Sursamen, sus propósitos eran discutibles. Su presencia la requirieron los nariscenos y nunca contó con nuestra aprobación, aunque no llegamos a exigir su partida. Quizá fuera un experimento narisceno, es posible que a petición de los oct para poner a prueba las reglas que se refieren a la transferencia de tecnología a pueblos menos desarrollados. Ese hombre le dio mucho a su pueblo, príncipe, aunque tuvo buen cuidado de hacerlo solo en forma de ideas y consejos, nunca nada material. Su segundo problema será convencer a Hyrlis para que hable con usted, eso debe hacerlo usted solo. Su tercer problema, como es obvio, es hacerse con sus servicios. Me temo que eso es, de nuevo, problema solo suyo.

–Bueno –dijo Ferbin–, la buena fortuna llega en calderilla en estos tiempos, señora. No obstante, espero poder ofrecer gratitud en monedas más grandes. Incluso si eso es lo único que podéis ofrecerme, quedo en deuda con vos. En los últimos días hemos terminado por esperar que cada mano se vuelva contra nosotros, hallar simple indiferencia nos produce una gran alegría. Cualquier ayuda activa, por limitada que sea, nos parece ahora mucho más de lo que merecemos.

–Le deseo lo mejor en su búsqueda, príncipe.

–Gracias.

–Ah, el extremo de una torre abierta, ¿la ve?

Ferbin bajó la cabeza y vio un punto pequeño y negro en la oscura extensión de la superficie. Solo se notaba porque el resto del paisaje era muy oscuro. Si hubiera estado situado cerca de un cráter brillante, el punto oscuro habría sido invisible bajo la estela de luz.

–¿Ese punto oscuro?

–Sí. ¿Ha oído hablar de estas torres? Es el extremo de una torre que lleva hasta el mismísimo núcleo de la máquina, donde reside su dios.

–¿Ah, sí? –Ferbin jamás había oído hablar de cosa semejante. Para empezar, el punto parecía demasiado pequeño. Todo el mundo sabía que las torres se ahusaban pero seguían teniendo kilómetro y medio de anchura cuando llegaban a la superficie. Por otro lado, estaban a bastante altura en la nave espacial de la directora general.

–No abundan mucho –le dijo la morthanveld–. No más de seis torres entre un millón de un mundo concha dado están hechas de este modo.

–Eso no lo sabía –dijo Ferbin. Observó el punto diminuto de oscuridad que se deslizaba bajo ellos.

–Por supuesto que hay mecanismos de defensa en la superficie y hasta el fondo, (ningún trozo raro de rocalla espacial aleatoria o artillería dirigida con malicia llegaría tan abajo, además de que existen varias puertas y sistemas de compuertas al nivel del propio núcleo) pero, en esencia, cuando se queda mirando por ese pozo, está viendo veintiún mil kilómetros de vacío hasta la guarida del mismísimo xinthiano.

–El Dios del Mundo –dijo Ferbin. Aunque nunca había sido especialmente religioso, hasta a él le parecía extraño oír su existencia confirmada por una alienígena perteneciente a los óptimos, aunque utilizara el nombre común y despectivo del dios.

–En fin. Creo que será mejor que regresemos a sus aposentos. Hay una nave que sale dentro de medio día y que les llevará rumbo a Xide Hyrlis. Me ocuparé de sus pasajes.

Ferbin perdió de vista el diminuto punto negro y volvió a mirar a la morthanveld.

–Sois muy amable, señora.

El paisaje desde la nave se ladeó a su alrededor cuando el aparato dio media vuelta y se ladeó en un ángulo bastante pronunciado. Holse cerró los ojos y se tambaleó, y eso que estaba sentado. Junto a Ferbin, la superficie del vino de su copa apenas tembló.

–Su hermana –dijo la directora general mientras Ferbin observaba el mundo entero inclinarse a su alrededor.

–Mi hermana.

–Es Seriy Anaplian.

–Ese parece ser el nombre.

–Ella también pertenece a Circunstancias Especiales, mi querido príncipe.

–Al parecer. ¿Qué importancia tiene eso, señora?

–Son muchos buenos contactos para una sola familia, por no hablar ya de para una sola persona.

–No pienso renunciar ni a una sola parte, si tan buenos son.


Hmm.
Se me ocurre que, por muy lejos que se encuentre, quizá se haya enterado de lo ocurrido con su pdre y de los demás acontecimientos recientes acaecidos en su nivel natal, lo que por supuesto incluye la noticia de su supuesta muerte, príncipe.

–¿Es posible?

–Como le he dicho, las noticias se transmiten por ósmosis. Y en lo que a noticias se refiere, el proceso en la Cultura es de muy baja presión.

–No termino de entenderos, señora.

–Tienden a enterarse de todo.

La nave nariscena
El centésimo idiota
y el centro de tránsito que orbitaba a su alrededor se separaron con tanta suavidad como las manos de unos amantes, pensó Holse. Él observó el proceso en una gran pantalla circular dentro de una de las zonas públicas destinadas a los humanos que tenía el navío. Era la única persona que había allí. Le hubiera gustado mirar desde un ojo de buey de verdad, pero no había ninguno.

Los tubos, caballetes y pasillos estirados se dieron una especie de beso de despedida y se retrajeron como manos dentro de las mangas un día de frío. Después, el centro de tránsito comenzó a encoger y se pudo ver toda la instalación, una forma alargada llena de nudos, y el comienzo de los cables absurdamente largos que unían la superficie de Sursamen.

Ocurrió todo en silencio, si no se contaba el acompañamiento de chirridos que se suponía que era música nariscena.

El criado observó Sursamen, cuyo bulto oscuro crecía en el gran círculo de la pantalla a medida que el centro de tránsito se iba encogiendo a toda prisa hasta convertirse en un punto demasiado pequeño para verlo. Qué inmenso y oscuro era. Estaba todo salpicado y moteado de esos círculos brillantes que eran los cráteres. En el poco más o menos cuarto de globo que Holse podía ver en esos momentos le pareció que había algo así como una veintena de esos entornos, resplandeciendo con todo tipo de colores diferentes según el tipo de atmósfera que contenían. Y qué rápido se encogía todo, se metía en sí, se concentraba como algo que se fuera reduciendo en la cocción.

La nave se alejó todavía más. El centro de tránsito ya había casi desaparecido y podía ver todo Sursamen, cada trocito aparecía en la pantalla, el globo entero rodeado. A Holse le costó creer que el lugar en el que había vivido toda su vida se pudiera apreciar con un solo vistazo. Miró; paseó la vista de un polo a otro y sintió que los ojos solo se movían un milímetro o menos en las cuencas. Seguían alejándose y el ritmo de avance iba aumentando. Ya podía abarcar todo el poderoso Sursamen con una sola mirada estática y al momento se extinguía con un solo parpadeo...

Pensó en su mujer e hijos y se preguntó si los volvería a ver. Era extraño, pero mientras Ferbin y él se encontraban todavía en el Octavo y por tanto expuestos al peligro constante y manifiesto de ser asesinados, o mientras abandonaban su nivel natal y por tanto se podía decir que seguían corriendo un gran riesgo, él tenía la certeza de que volvería a ver a su familia. Pero al encontrarse a salvo de momento (o al menos eso esperaba), en aquella sofisticada nave espacial y al observar cómo se encogía su hogar hasta desaparecer, se encontró con que estaba bastante menos seguro de poder regresar con bien.

Ni siquiera había pedido que les hicieran llegar un mensaje. Si los alienígenas no parecían muy dispuestos a concederle al príncipe su deseo, no cabía duda de que harían caso omiso de la petición de un hombre más humilde. En cualquier caso, quizá debería haber preguntado. Incluso existía la posibilidad de que a su petición sí accediesen solo porque no era más que un criado y por tanto carecía de importancia. La noticia de su supervivencia quizá no importara lo suficiente para afectar a los grandes acontecimientos como sin duda lo haría la noticia de la buena salud de Ferbin. Claro que si su mujer sabía que él seguía vivo y se enteraban las autoridades, sin duda estos lo tratarían como una prueba parcial de que Ferbin seguía seguramente con vida y eso sí se consideraría importante. Querrían saber cómo se había enterado su mujer y quizá a su señora le resultara incómodo. Así que Holse le debía a su mujer no ponerse en contacto con ella. Pues era un alivio.

Hiciera lo que hiciera, seguro que se equivocaba. Si llegaban a regresar, lo mismo le echaban la culpa de aparecer vivo después de que todas las fuentes fiables lo dieran por muerto.

Senble, bendita fuera, era una mujer de un atractivo pasable y buena madre pero jamás había sido la persona más sentimental del mundo, y desde luego no en lo que a su esposo se refería. Holse siempre había tenido la impresión de que era él el que abarrotaba el espacio todavía más cuando se encontraba en el apartamento que tenían en los barracones de los criados de palacio. Solo tenían dos habitaciones, que no era mucho cuando se tenían cuatro chiquillos y él pocas veces encontraba un sitio para sentarse a fumar una pipa o leer un pliego de noticias con tranquilidad. Siempre lo andaban moviendo, sí señor, para poder limpiar o para dejar que los críos se pelearan en paz.

Cuando salía para sentarse en alguna parte a fumar su pipa o leer las noticias sin que nadie lo molestara, por lo general lo recibía a la vuelta una buena riña por haber derrochado los escasos recursos de la familia en la casa de apuestas o en alguna taberna, ya hubiera estado allí en realidad o no. Aunque tenía que admitir que había utilizado esas primeras acusaciones injustas como excusa para disculpar su subsiguiente entrega a tales actividades ilícitas.

¿Lo convertía eso en un mal hombre? A él no se lo parecía. Había mantenido a su familia, le había dado a Senble seis hijos, la había abrazado en sus momentos de llanto y juntos habían llorado a los dos que habían perdido, después había hecho todo lo posible por ayudarla a cuidar de los cuatro que habían sobrevivido. Donde él había crecido, la proporción entre vivos y muertos habría sido a la inversa.

Jamás había pegado a su mujer, lo que lo convertía en una persona inusual entre su círculo de amigos. De hecho, jamás había pegado a ninguna mujer, lo que a su entender lo convertía en un hombre único entre sus iguales. Le decía a la gente que, en lo que a él respectaba, su padre ya había agotado la cuota de palizas a mujeres, sobre todo con la pobre y sufridora madre de Holse. Había deseado la muerte de su pudre cada día de su vida durante muchos años, a la espera de crecer lo suficiente para devolverle los golpes y proteger a su madre, pero al final había sido su madre la que se había ido. De repente, un día, se había caído redonda, muerta, en el campo, durante la cosecha.

Al menos, había pensado Holse en su momento, la buena mujer se había librado de su tormento. Su padre jamás había vuelto a ser el mismo, casi como si la echara de menos, aunque era posible que solo se sintiera en cierta medida responsable. En aquellos días Holse se había sentido casi lo bastante mayor como para enfrentarse a su padre pero la muerte de su madre había reducido tanto a aquel hombre, y tan rápido, que nunca le hizo falta. Se había ido un día de casa y no había vuelto jamás, había dejado a su padre sentado en su fría casita, con los ojos clavados en un fuego moribundo. Había ido a la ciudad y se había convertido en criado de palacio. Alguien de su aldea que había hecho el mismo viaje un año largo después le había dicho que su padre se había colgado justo un mes antes, después de otra mala cosecha. Holse no había sentido ni compasión ni pena al oír la noticia, solo una especie de desdén justificado.

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