Monstruos invisibles (17 page)

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Authors: Chuck Palahniuk

Tags: #Humor, Intriga

Y Ellis estaba en lo cierto cuando decía que solo le preguntas a la gente cómo está para poder contar cómo estás tú.

—El cultivo que me hicieron para ver lo que tenía en la garganta dio positivo en gonorrea. Ya sabes, como la tercera de las hermanas Rhea. Gono Rhea. Ese gonococo minúsculo. Yo tenía dieciséis años y tenía gonorrea. Mis padres no se lo tomaron bien.

No, no se lo tomaron nada bien.

—Se quedaron flipados —dice Brandy.

Y lo echaron de casa.

—Empezaron a gritar y a decir que estaba enfermo —dice Brandy.

Y luego lo echaron de casa.

—Cuando decían «enfermo», creo que querían decir «maricón» —dice.

Luego lo echaron de casa.

—Señorita Scotia —dice—. Enchúfame.

Y la enchufo.

—Y luego me echaron de la puta casa.

Pasemos al señor Parker en la puerta del cuarto de baño, diciendo:

—¿Señorita Alexander? Soy yo, señorita Alexander. ¿Señorita Scotia? ¿Están ahí?

Brandy empieza a incorporarse y se apoya en un codo.

—Es Ellis —dice el señor Parker a través de la puerta—. Creo que debería usted bajar, señorita Scotia. A su hermano le está dando un ataque.

Hay fármacos y cosméticos desperdigados por todas las superficies de la gruta submarina, y Brandy está tumbada en el suelo, medio desnuda, bajo una ducha de píldoras, cápsulas y comprimidos.

—Es su hermanastro —corrige Brandy.

El pomo de la puerta se mueve.

—¡Tienen que ayudarme! —dice Parker.

—¡No se mueva, señor Parker! —grita Brandy, y el pomo de la puerta deja de girar—. ¡Tranquilícese! No entre aquí. Lo que tiene que hacer —explica Brandy, mirándome mientras habla—, lo que tiene que hacer es inmovilizar a Ellis en el suelo, para que no se haga daño. Enseguida bajo.

Brandy me mira y sonríe formando un enorme arco con los labios Plumbago.

—¿Parker? ¿Me ha oído?

—Dese prisa, por favor —se oye decir a través de la puerta.

—Cuando lo haya inmovilizado en el suelo, manténgale la boca abierta con algo. ¿Tiene usted una billetera?

Hay una pausa.

—Es de piel de anguila, señorita Alexander.

—Debe de estar usted muy orgulloso de ella —dice Brandy—. Tendrá que metérsela entre los dientes para mantenerle la boca abierta. Siéntese encima de él si es necesario —dice Brandy, que en ese momento es el mal personificado, sonriendo a mis pies.

A través de la puerta se oye un ruido de cristales rotos en el piso de abajo.

—¡Rápido! —grita Parker—. ¡Lo está rompiendo todo!

Brandy se chupa el labio.

—Cuando haya conseguido abrirle la boca, Parker, métale la mano y sujétele la lengua. Si no lo hace, se ahogará, y se encontrará usted sentado encima de un cadáver.

Silencio.

—¿Me ha oído?

—¿Que le agarre la lengua?

Algo más, auténtico y caro, se rompe a lo lejos.

—Señor Parker, querido, espero que esté usted preparado —dice la princesa Alexander, con la cara congestionada de aguantarse la risa—. Sí, agárrele la lengua a Ellis. Inmovilícelo en el suelo, manténgale la boca abierta y tírele de la lengua todo lo que pueda, hasta que yo baje a ayudarlo.

El pomo gira.

Todos los velos están encima del tocador, lejos de mi alcance.

La puerta se abre lo suficiente para chocar contra el zapato de tacón de Brandy, que está tirada en el suelo, muerta de risa y casi llena de Valium, medido desnuda y drogada. Estoy demasiado lejos para ver la cara de Parker con su única ceja, y demasiado lejos para que esa cara me vea sentada encima del váter.

Brandy grita:

—Estoy ayudando a la señorita Arden Scotia.

Ante la alternativa de sujetarle la lengua a un extraño y ver a un monstruo salir de una concha de caracol gigante, la cara retrocede y cierra la puerta de un portazo.

Por el pasillo resuenan las pisadas de un universitario con una beca de fútbol.

Luego retumban escaleras abajo.

Ese gran diente que es Parker cruza el vestíbulo en dirección a la sala de estar.

El grito de Ellis, real, inesperado y lejano, llega a través del suelo desde el piso de abajo. Y cesa de pronto.

—Bueno —dice Brandy—, ¿dónde estábamos?

Vuelve a tumbarse, con la cabeza entre mis pies.

—¿Has vuelto a pensar en la cirugía plástica? —pregunta Brandy. Y luego dice—: Enchúfame.

19

Cuando sales con un borracho, te fijas en cómo te llena la copa para que él pueda vaciar la suya. Mientras bebes, beber está bien. Dos son compañía. Beber es divertido. Si hay una botella, aunque no tengas la copa vacía, el borracho siempre te pone un poquito en el vaso antes de rellenar el suyo.

Esto parece generosidad.

Esa Brandy Alexander está todo el día a vueltas con el tema de la cirugía plástica. Por qué no me parezco a lo que tengo delante. Con los pechos de silicona, las caderas liposuccionadas, sus medidas de reloj de arena Katty Kathy 11640-66, el hada madrina,
my fair lady
, Pigmalión, mi hermano resucitado de entre los muertos, Brandy Alexander está muy puesta en cuestiones de cirugía plástica.

Conversación de cuarto de baño.

Brandy sigue tumbada en el frío suelo de baldosas, en la cima de la colina del Capitolio, en Seattle. El señor Parker ha venido y se ha marchado. Brandy y yo hemos pasado la tarde solas. Sigo sentada en el borde de una enorme concha de caracol de cerámica adosada a la pared. Intentando matarla a mi estúpida manera. La melena caoba de Brandy está entre mis pies. Pintalabios y Dolantina, colorete y Oxycontin 5, Sueños Berenjena y pentotal yacen desperdigados por todas las superficies aguamarina del tocador.

He pasado tanto tiempo con un puñado de Valium en la mano que la palma se me ha puesto azul Tiffany’s. Brandy y yo solas, toda la tarde, con el sol cada vez más bajo entrando por los ojos de buey.

—Mi cintura —dice Brandy. La boca Plumbago resulta demasiado azul, azul Tiffany’s claro, para ser más exactos. Sobredosis de azul bebé—. Sofonda decía que mi cintura tenía que medir cuarenta centímetros. Y yo le decía: «Señorita Sofonda, tengo los huesos grandes. Mido un metro ochenta. Para mí es imposible tener una cintura de cuarenta centímetros».

Sentada en la concha de caracol, solo escucho a medias.

—Sofonda dice que es posible, pero que tengo que confiar en ella. Que cuando me despierte en el hospital, tendré una cintura de cuarenta centímetros.

Ya he oído la misma historia en otros doce cuartos de baño. Otro frasco en la repisa; es Bilax. Lo busco en el vademécum.

Bilax. Un laxante.

A lo mejor debería meter unas cuantas pastillas en esa boca que no para de hablar entre mis pies.

Pasemos a Manus en el rodaje de aquel anuncio. Éramos guapísimos. Yo tenía cara. Él no estaba atiborrado de estrógenos.

Creo que nuestra relación era de amor verdadero. Al menos en mi caso. Yo estaba completamente instalada en el amor, aunque en realidad todo era sexo y podía terminar en cualquier momento, pues en el sexo de lo que se trata es de llegar. Manus cerraba sus intensos ojos azules, movía la cabeza a uno y otro lado, y tragaba saliva.

Y yo le decía a Manus que sí, que había llegado justo al mismo tiempo que él.

Conversación de almohada.

Casi siempre te dices que quieres a alguien cuando en realidad lo estás utilizando.

Y eso parece amor.

Pasemos a Brandy en el suelo del cuarto de baño, diciendo:

—Sofonda, Vivienne y Kitty estuvieron conmigo en el hospital. —Sus manos se levantan un poco de las baldosas y se mueven arriba y abajo por los costados de su blusa—. Las tres llevaban esos trajes sueltos de color verde maleza, y redecillas sobre las pelucas, con broches estilo duquesa de Windsor en las solapas de los trajes —dice Brandy—. Revoloteaban detrás del cirujano y de las luces, y Sofonda me decía que contase hacia atrás desde cien. Ya sabes: noventa y nueve. . . noventa y ocho. . . noventa y siete. . .

Los ojos de color Sueños Berenjena se cierran. Brandy, respirando hondo y de manera regular, dice:

—Estuve dos meses sin poder sentarme en la cama, pero tenía una cintura de cuarenta centímetros. Y sigo teniendo una cintura de cuarenta centímetros.

Una de las manos de Brandy se abre como una flor y se desliza sobre la tierra plana donde su blusa se hunde bajo la cinturilla de la falda.

—Me quitaron dos costillas, y nunca más volví a verlas. En la Biblia dicen algo de quitarse las costillas.

La creación de Eva.

—No sé por qué les dejé que me hicieran eso —dice Brandy.

Y se queda dormida.

Volvamos a la noche en que Brandy y yo emprendimos este viaje, a la noche en que salimos del hotel Congress y Brandy conducía como solo se puede conducir a las dos y media de la mañana en un descapotable, con una escopeta cargada y un rehén drogado. Brandy oculta los ojos detrás de unas RayBan, para tener un poco de intimidad. Con un glamour de otro planeta en la década de 1950, Brandy se cubre el pelo con un pañuelo de Hermès, que se ata debajo de la barbilla.

Solo veo mi cara reflejada en las Ray-Ban de Brandy, diminuta y horrible. Todavía estirada y azotada por el aire frío de la noche que se cuela alrededor del parabrisas. La bata pillada con la puerta del coche. Si tocaras mi cara destrozada por un disparo y cubierta de cicatrices, jurarías que estabas tocando trozos de cáscara de naranja y cuero.

Mientras conducimos hacia el este, no estoy segura de saber de qué estamos huyendo. Si de Evie o de la policía o del señor Baxter o de las hermanas Rhea. O de nadie. O del futuro. O del destino. Creciendo, envejeciendo. Recogiendo los pedazos. Como si por el hecho de huir no tuviésemos que seguir adelante con nuestras vidas. Y ahora mismo estoy con Brandy porque no soy capaz de huir de esto sin ayuda de Brandy. Porque en este momento la necesito.

No es que la quiera. A él. A Shane.

La palabra «querer» me suena cada vez más hueca.

Con el pañuelo de Hermès en la cabeza, con las gafas puestas, con la cara maquillada, miro a la reina suprema entre el flash-flash y flash-flash y flash-flash de los faros de los coches con los que nos cruzamos. Y lo que veo al mirar a Brandy es lo que vio Manus cuando me llevó a navegar.

En este momento, captando destellos de Brandy a mi lado, en el coche de Manus, sé qué es lo que amaba en ella. Me amaba a mí misma. Brandy Alexander es exactamente igual a como era yo antes del accidente. ¿Por qué no? Es mi hermano. Shane. Shane y yo teníamos casi la misma estatura, nos llevábamos solo un año. Teníamos la misma piel. Los mismos rasgos. El mismo pelo, solo que el pelo de Brandy está en mejor estado.

Sumémosle a eso su liposucción, su silicona, su nuez limada, sus cejas limadas, su cuero cabelludo recolocado, su frente remodelada, su rinoplastia y su maxilocirugía para contornear la barbilla. Sumémosle a todo eso los años de electrólisis y un puñado de hormonas y antiandrógenos diarios, y no es de extrañar que no la reconociese.

Además de que creía que mi hermano llevaba varios años muerto. Nadie espera encontrarse con los muertos.

Lo que amo es a mí misma. Era preciosa.

Mi cargamento de amor, Manusencerradoenelmaletero, Manusquehaintentadomatarme. . . ¿cómo puedo seguir pensando que quiero a Manus? Manus fue el último hombre que pensó que yo era hermosa. Que me besó en los labios. Que me tocó. Manus es el último hombre que me dijo que me amaba.

Si repasas los hechos, resulta de lo más deprimente.

Solo puedo comer alimentos infantiles.

Mi mejor amiga se follaba a mi prometido.

Mi prometido casi me mata a puñaladas.

Le he prendido fuego a una casa y me he pasado la noche apuntando con una escopeta a personas inocentes.

Mi hermano, al que odio, ha regresado de entre los muertos para eclipsarme.

Soy un monstruo invisible, y soy incapaz de amar a nadie. No se sabe lo que es peor.

Pasemos a mí humedeciendo una toalla en el lavabo. En la gruta submarina, hasta las toallas y los trapos son de color aguamarina, con una cenefa de conchas en el borde. Pongo la toalla fría y húmeda en la frente de Brandy y la despierto, para que pueda seguir tomando pastillas. Para que muera en el coche en lugar de en ese cuarto de baño.

La ayudo a ponerse en pie y vuelvo a enfundarla en su chaqueta.

Tenemos que sacarla de allí antes de que alguien la vea en ese estado.

Vuelvo a ponerle los zapatos de tacón. Brandy se apoya en mí. Se apoya en la repisa. Coge un puñado de Bilax y lo mira bizqueando.

—La espalda me está matando —dice—. ¿Por qué consentiría que me pusieran estas tetas enormes?

La reina suprema parece dispuesta a tragarse un montón de pastillas de lo que sea.

Sacudo la cabeza. No.

Brandy me mira bizqueando.

—Las necesito.

Le muestro en el vademécum que el Bilax es un laxante.

—Ah. —Brandy vuelve la mano para meterse el Bilax en el bolso, y unas pastillas caen pero otras se le quedan pegadas a la palma de la mano sudorosa—. Cuando te ponen las tetas, los pezones se quedan torcidos y demasiado altos; entonces te los cortan con un bisturí y te los recolocan.

Eso dice.

Recolocar.

El Programa de Recolocación de Pezones de Brandy Alexander.

Mi hermano muerto, el difunto Shane, sacude la mano húmeda para desprenderse de los últimos laxantes. Y dice:

—No tengo sensibilidad en los pezones.

Cojo los velos de la repisa y me cubro la cabeza con ellos.

«Gracias por no compartir. »

Paseamos un rato por los pasillos del segundo piso, hasta que Brandy anuncia que está lista para bajar las escaleras. Paso a paso, despacio, bajamos al vestíbulo. Mientras cruzamos el vestíbulo, a través de la puerta corredera del salón, cerrada, se oye la voz profunda del señor Parker, repitiendo suavemente lo mismo una y otra vez.

Brandy se apoya en mí y emprendemos de puntillas una lenta carrera a tres piernas por el vestíbulo, desde las escaleras hasta la puerta del salón. Abrimos la puerta unos centímetros y asomamos la cabeza.

Ellis está tumbado en la alfombra.

El señor Parker está sentado en el pecho de Ellis, con las manos enormes plantadas a los lados de la cabeza de Ellis.

Las manos de Ellis azotan el gran trasero de Parker, se clavan en la espalda de la chaqueta cruzada. La abertura de la chaqueta de Parker está rasgada por la costura desde el centro de la espalda hasta el cuello.

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