—Le ocurre algo. Debe de ser el amor, claro está. Y le está dando fuerte. Tiene casi todos los síntomas; está nerviosa y malhumorada, no come, le cuesta dormir y anda con cara mustia. La pillé cantando una canción de amor y una vez dijo John, como haces tú, y se puso roja como un tomate. ¿Qué podemos hacer? —preguntó Jo, dispuesta a tomar cartas en el asunto.
—Nada, salvo esperar. Déjala sola y trátala con dulzura y paciencia. Cuando papá vuelva, todo se arreglará —contestó la madre.
—Meg, hay una carta para ti, está sellada. ¡Qué raro! Teddy nunca sella las mías —comentó Jo al día siguiente, mientras repartía el contenido de su pequeña oficina de correos privada.
La señora March y Jo estaban concentradas en sus labores cuando Meg lanzó una exclamación que les hizo levantar la cabeza. Vieron que miraba fijamente la carta con expresión de espanto.
—Hija, ¿qué ocurre? —preguntó la madre, que fue rápidamente hacia ella, mientras Jo intentaba hacerse con la nota que la había sumido en aquel estado.
—Es un error. No la ha mandado él, ¡Oh, Jo! ¿Cómo has podido? —Meg se tapó el rostro con las manos y se echó a llorar como si le hubiesen partido el corazón.
—¿Yo? ¡No he hecho nada! ¿De qué estás hablando? —exclamó Jo, desconcertada.
En los dulces ojos de Meg destelló la ira mientras sacaba una carta del bolsillo y se la lanzaba a Jo diciendo en tono de reproche:
—Tú la has escrito y ese muchacho malo te ha ayudado. ¿Cómo has podido ser tan maleducada, tan malintencionada y tan cruel con ambos?
Jo apenas la escuchaba porque, al igual que su madre, trataba de leer la nota, escrita a mano y con una letra muy rara.
Mi querida Margaret:
No puedo seguir negando mi pasión y necesito conocer mi suerte antes de volver. Todavía no me he atrevido a decir nada a tus padres, pero creo que cuando sepan que nos queremos nos darán su consentimiento. El señor Laurence me ayudará a conseguir un buen puesto y, entonces, mi dulce amada, podremos ser felices. Te imploro que no le digas nada a tu familia aún y que me mandes unas palabras de esperanza a través de Laurie.
Tuyo afectuosísimo,
J
OHN
—¡Oh, qué malvado! Así es como me paga por cumplir la promesa que le hice a mamá. Iré a darle un buen escarmiento y le traeré para que implore perdón —exclamó Jo, dispuesta a tomarse la justicia por su mano de inmediato.
Pero su madre la retuvo, diciendo, con un semblante que pocas veces le habían visto:
—Jo, detente, antes debes dar alguna explicación. Has cometido tantas travesuras que temo que tengas algo que ver en esto.
—¡Mamá, te doy mi palabra de que no es así! No había visto esta carta antes y no sé nada al respecto; es la verdad —afirmó Jo, con tal vehemencia que la creyeron—. Sí hubiese participado en esto, lo habría hecho mejor y habría escrito una nota más creíble. Me habría dado cuenta de que el señor Brooke nunca enviaría una nota semejante —añadió tirando la carta al suelo muy enfadada.
—La letra se parece a la suya —balbuceó Meg tras comparar la letra con la de la carta que tenía en la mano.
—Oh, Meg, no habrás contestado, ¿verdad? —se apresuró a decir la señora March.
—¡Sí, lo he hecho! —exclamó Meg, y volvió a taparse el rostro con las manos, avergonzada.
—¡Menudo lío! Dejad que vaya a buscar a ese loco y le traiga aquí para que nos dé una explicación y reciba su merecido. No descansaré hasta que le encuentre —dijo Jo dirigiéndose nuevamente hacia la puerta.
—¡Quieta! Yo me ocuparé de este asunto, porque es más grave de lo que pensaba. Margaret, cuéntamelo todo desde el principio —ordenó la señora March, que se sentó junto a Meg, sin soltar a Jo para impedir que se escapara.
—Recibí la primera carta por medio de Laurie, que no parecía estar al corriente de nada —comenzó Meg, sin alzar la mirada—. Al principio, me preocupé y pensaba comentártelo, pero luego recordé que apreciabas al señor Brooke y me dije que no te importaría que mantuviese el asunto en secreto unos cuantos días, Soy tan tonta que supuse que nadie sospechaba nada y, mientras pensaba en una respuesta, me sentí como las muchachas de las novelas que se enfrentan a cosas así. Perdóname, madre. He pagado cara mi estupidez, ya no podré volver a mirarle a la cara nunca más.
—¿Qué le contestaste? —preguntó la señora March.
—Solo le dije que era demasiado joven para decidir nada al respecto, que no quería tener secretos con vosotros y que él debía hablar con papá. Que le agradecía su amabilidad y que, por una larga temporada, solo podía ofrecerle mi amistad.
La señora March sonrió aliviada y Jo aplaudió y exclamó entre risas:
—¡Eres un modelo de prudencia! Sigue, Meg, ¿qué pasó después?
—Me contestó en un tono muy distinto; decía que no me había mandado ninguna carta de amor y que sentía mucho que mi traviesa hermana Jo se tomara tales libertades con nuestros nombres. Fue muy amable y considerado, pero ¡imaginad lo terrible que resultó para mí!
Meg se apoyó en su madre con aire desesperado, mientras Jo caminaba de arriba abajo por la sala insultando a Laurie. De pronto, se detuvo, cogió las dos cartas y, después de estudiarlas con detenimiento, dijo, tajante:
—No creo que Brooke haya visto o escrito ninguna de estas cartas. Ambas son obra de Teddy y habrá guardado la tuya para fastidiarme porque no quise compartir con él mi secreto.
—Jo, no guardes secretos, Cuéntaselo todo a mamá como yo debía haber hecho y te evitarás problemas —advirtió Meg.
—¡Por Dios! ¡Pero si fue mamá la que me dijo el secreto!
—Basta ya, Jo. Yo consolaré a Meg mientras tú vas a buscar a Laurie. Quiero llegar al fondo de este asunto y poner freno a tanta tontería de una vez por todas.
Jo salió disparada y la señora March explicó con suma dulzura a Meg los auténticos sentimientos del señor Brooke.
—Ahora, querida, dime, ¿qué sientes tú? ¿Le quieres lo suficiente para esperar a que consiga un hogar para vosotros o prefieres seguir sin compromiso por ahora?
—He estado tan asustada y preocupada en estos días que no deseo pensar en noviazgos por una larga temporada, o tal vez nunca —contestó Meg malhumorada—. Si John no está al corriente de todo este disparate, no le digas nada y procura quejo y Laurie vigilen sus palabras. No quiero que se rían de mí ni me hagan pasar malos ratos. ¡Es una vergüenza!
Al ver que Meg, por lo general amable y tranquila, había perdido los nervios con aquella broma de mal gusto y se sentía herida en su orgullo, la señora March la apaciguó prometiéndole que, en adelante, guardarían silencio absoluto y llevarían el asunto con la máxima discreción. Meg se retiró en cuanto oyó a Laurie en el vestíbulo y la señora March recibió al acusado. Jo no había informado al joven del motivo por el que se le requería, por miedo a que se negase a ir, pero él intuyó de inmediato lo que ocurría cuando vio el semblante severo de la señora March y comenzó a hacer girar su sombrero con aire culpable, lo que terminó de confirmar las sospechas que pesaban sobre él. La señora March rogó a Jo que los dejase a solas. La muchacha se quedó en el vestíbulo, caminando de arriba abajo, como un centinela que temiese ver escapar al prisionero. Durante la siguiente media hora, se oyeron voces que subían y bajaban de tono, pero las muchachas no supieron nunca lo que se dijo en aquella entrevista.
Cuando acudieron a la sala en respuesta a la llamada de su madre, vieron a Laurie de pie, junto a la señora March, con un aire tan compungido que se ganó el perdón de Jo de inmediato, aunque esta no consideró oportuno mostrarse benevolente en público. Meg recibió las sinceras disculpas del muchacho y sintió un gran alivio cuando él le confirmó que el señor Brooke no estaba al corriente de la broma.
—Guardaré el secreto con mi vida, no me arrancarían una palabra ni torturándome. Meg, por favor, perdóname. Haré lo que sea para demostrar mi arrepentimiento —añadió, dando muestras de sentirse verdaderamente avergonzado.
—Lo intentaré, pero tu comportamiento ha sido impropio de un caballero. No imaginaba que pudieses ser tan mezquino y malintencionado, Laurie —repuso Meg, que se esforzaba por ocultar su turbación original con un aire serio y reprobador.
—Fue una idea abominable y merezco que no me dirijas la palabra en un mes, pero no lo harás, ¿verdad? —dijo Laurie juntando las manos en actitud de súplica, bajando la mirada con aire de arrepentimiento y usando un tono tan irresistiblemente persuasivo que era imposible seguir enfadada con él, a pesar de lo escandaloso de su comportamiento. Meg le perdonó y la señora March relajó la dura expresión de su rostro, pese a sus esfuerzos por mantenerse seria, cuando le oyó declarar que expiaría sus culpas por medio de toda suerte de penitencias y se arrastraría como un gusano ante la doncella ofendida.
Entretanto Jo se mantenía a una prudente distancia, intentando en vano endurecer su corazón y logrando apenas una expresión de absoluta desaprobación. Laurie la miró en un par de ocasiones pero, como la muchacha no daba muestras de comprensión, se sintió muy molesto y le dio la espalda. Cuando terminó de escuchar a todas, hizo una larga reverencia y se fue sin decirle nacía.
Tan pronto como se hubo marchado, Jo se arrepintió de no haberse mostrado más indulgente y, cuando Meg y su madre subieron por las escaleras, se sintió sola y deseó estar con Teddy. Resistió la tentación durante un tiempo pero al final, siguiendo su impulso, se dirigió a la casa grande, con la excusa de ir a devolver un libro.
—¿Está el señor Laurence en casa? —preguntó a la sirvienta, que bajaba por las escaleras.
—Sí, señorita, pero no creo que pueda recibirla en estos momentos.
—¿Por qué? ¿Está enfermo?
—¡Por Dios! No, señorita, pero ha estado discutiendo con el señor Laurie, que tiene una de esas rabietas por culpa de no sé qué que tanto molestan al anciano señor, y no me atrevo a decirle nacía.
—¿Dónde está Laurie?
—Se ha encerrado en su habitación y no responde por mucho que llamen a la puerta. No sé qué va a pasar con la cena, porque ya está lista y parece que nadie quiere comer.
—Iré a ver qué pasa. No me da miedo ninguno de ellos.
Jo subió por las escaleras y dio varios golpes rápidos en la puerta del pequeño estudio de Laurie.
—¡Deja de llamar o abriré y te obligaré a parar! —gritó el muchacho en tono amenazador.
Jo volvió a llamar y, cuando Laurie abrió, entró a toda prisa, antes de que él se repusiera de la sorpresa. Era evidente que su amigo estaba de mal humor, pero Jo sabía cómo lidiar con él. Se arrodilló con mucha gracia, con una expresión de arrepentimiento, y dijo humildemente:
—Por favor, perdóname por haberme enfadado tanto. He venido a hacer las paces y no me iré hasta que lo haya logrado.
—Está bien, levántate. Deja de hacer el ganso, Jo —repuso el caballero.
—Gracias. Así lo haré. ¿Puedo saber qué ha ocurrido? No pareces muy calmado que digamos.
—Me han zarandeado y ¡no lo consiento! —gruñó Laurie indignado.
—¿Quién ha sido? —inquirió Jo.
—Mi abuelo. De haber sido otra persona, le habría… —En lugar de terminar la frase, el ofendido joven hizo un enérgico gesto con el brazo derecho.
—Eso no es nada. Yo te zarandeo constantemente y no te enfadas —dijo Jo para apaciguarle.
—¡Bah! Tú eres una chica y lo haces de broma, pero no consentiré que ningún hombre me zarandee.
—Si te alteras tanto como ahora, dudo que ninguno se atreva. ¿Por qué te ha zarandeado tu abuelo?
—Se enfadó porque no quise decirle para qué me había mandado llamar tu madre. He prometido no decir nada y no pienso faltar a mi palabra.
—¿Y no podías haber dicho algo para tranquilizarle?
—No, él solo quiere oír la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. De haber podido contarle algo sin involucrar a Meg lo habría hecho pero, como no se me ocurrió nada, me mordí la lengua y aguanté la reprimenda hasta que el viejo me cogió por el cuello. Eso me sacó de mis casillas y preferí salir de allí antes de perder el control.
—No estuvo bien, pero seguro que se arrepiente. Baja y haz las paces con él. Te ayudaré.
—¡Que me cuelguen si lo hago! No pienso aguantar sermones y palizas de todo el mundo por haber hecho una tontería. Lamento haber herido a Meg y le he pedido perdón como un hombre, pero no pediré disculpas cuando no soy culpable de nada.