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Authors: George Gissing

Tags: #Drama

Mujeres sin pareja (24 page)

»Tiene que ser algo nuevo, algo totalmente desligado del reproche a nuestra feminidad. Me da igual si terminamos excluyendo a los hombres. ¡No me importan los resultados siempre que las mujeres salgan fortalecidas, seguras y noblemente independientes! El mundo tiene que ocuparse de sus asuntos. Lo más probable es que vivamos una revolución social mucho mayor de lo que parece posible. Dejemos que llegue y ayudemos a que llegue. Cuando pienso en la despreciable desdicha de todas esas mujeres esclavizadas por la costumbre, por su debilidad, por sus deseos, me echaría a gritar: ¡Dejad que el mundo se hunda antes de que las cosas sigan así!

Durante unos instantes le falló la voz. Tenía los ojos llenos de lágrimas. La mayoría de las chicas asistentes a la conferencia comprendía lo que encendía su pasión. Intercambiaron miradas graves.

—El sujeto que nos injuria hará lo que pueda en la vida. Sufre las consecuencias de la estupidez de los hombres a lo largo de los siglos. No podemos hacer nada por él. Está muy lejos de nuestro deseo perjudicar a nadie, pero nosotras mismas estamos escapando de unas condiciones de vida intolerables. Estamos educándonos. Tiene que nacer una nueva clase de mujer, una mujer activa en cualquier ámbito de la vida: una nueva trabajadora en el mundo y una nueva ama de casa. Podemos conservar muchas virtudes del viejo ideal pero tenemos que añadir a ellas aquellas que han sido consideradas apropiadas sólo para los hombres. Que una mujer sea dulce, pero que sea fuerte a la vez; que sea de corazón puro, pero no en menor medida sabia e instruida. Puesto que debemos ser un ejemplo para aquellas de nuestro sexo que todavía no han despertado, tenemos que encabezar una lucha activa; tenemos que ser invasoras. No sé ni me importa la igualdad entre hombres y mujeres. No somos iguales en altura, en peso, en musculatura y, por lo que sé, puede que tengamos una mente menos poderosa. Pero eso no tiene nada que ver. Nos basta con saber que han mermado nuestro crecimiento natural. La gran masa de las mujeres ha estado siempre compuesta por criaturas mezquinas y su mezquindad ha sido una maldición para los hombres. Por tanto, si preferís entenderlo así, estamos trabajando tanto en beneficio de los hombres como de nosotras. Dejemos que la responsabilidad por los disturbios recaiga en aquellos que han hecho que despreciemos quiénes éramos. ¡A cualquier precio, y digo a cualquier precio, nos liberaremos de la herencia de la debilidad y de la miseria!

El público tardó en dispersarse más de lo habitual. Cuando todas se hubieron ido, la señorita Barfoot aguzó el oído, intentando adivinar si se oían pasos en la habitación contigua. Como no detectó ningún ruido, fue a ver si Rhoda todavía seguía allí.

Sí. Rhoda estaba sentada, pensativa. Alzó la vista, sonrió y se adelantó unos cuantos pasos.

—Ha sido excelente.

—Pensé que te gustaría.

La señorita Barfoot se acercó aún más a Rhoda y añadió:

—Iba dirigido a ti. Tenía la impresión de que habías olvidado lo que pensaba sobre estos temas.

—Tengo muy mal genio —replicó Rhoda—. La obstinación es uno de mis defectos.

—Lo es.

Sus miradas se encontraron.

—Creo —continuó Rhoda— que debería pedirte perdón. Tuviera o no razón me comporté de manera improcedente.

—Sí, eso pienso yo.

Rhoda sonrió, agachando la cabeza ante el reproche.

—Y terminemos con esto —añadió la señorita Barfoot—. Démonos un beso y seamos amigas.

CAPÍTULO XIV
UNA DECLARACIÓN DE INTENCIONES

Rhoda no hizo acto de presencia durante la siguiente visita de Barfoot. Éste pasó un rato sentado con su prima, charlando tranquilamente, sin hacer la menor referencia a la señorita Nunn. Por fin, temiendo no verla, preguntó por su estado de salud. La señorita Nunn se encontraba perfectamente, respondió la anfitriona, sonriente.

—¿No está en casa esta noche?

—Creo que está ocupada estudiando.

Sin duda, las diferencias entre esas dos mujeres habían tenido un final feliz, como Barfoot ya había previsto. Consideró que era mejor no mencionar su encuentro con Rhoda en los jardines.

—El asunto con el que vi relacionado tu nombre la semana pasada fue muy desagradable —dijo de repente.

—Me hizo sentir muy desgraciada. Estuve enferma uno o dos días.

—¿Por eso no pudiste recibirme?

—Sí.

—Pero en la nota que me enviaste no hablabas de las circunstancias.

La señorita Barfoot guardó silencio. Frunció levemente el ceño y se quedó mirando el fuego frente al que estaban sentados, puesto que el tiempo se había vuelto muy frío.

—Sin duda —continuó Everard, mirándola— evitaste mencionarlo por delicadeza… por delicadeza hacia mí, quiero decir.

—¿Es necesario que hablemos de eso?

—Aunque sea sólo un momento. Estos días estás muy amable conmigo, aunque supongo que la opinión que te merezco sigue siendo la misma que hace unos años, ¿no es así?

—¿A qué vienen esas preguntas?

—Tengo mis razones. ¿No puedes tener por mí cierto respeto?

—Si he de serte sincera, Everard, no sé nada de ti. No tengo el menor deseo de revivir recuerdos desagradables y creo muy posible que merezcas ser respetado.

—Me alegra oír eso. Ahora contéstame a otra pregunta. ¿Qué le has contado de mí a la señorita Nunn?

—¿De verdad te importa?

—Sí, mucho. ¿Le has contado algún escándalo sobre mí?

—Sí.

Everard la miró sorprendido.

—Le hablé a la señorita Nunn de ti —continuó— antes de que vinieras. Francamente, te utilicé como ejemplo de los males que aborrezco.

—Eres una mujer valiente y sincera, prima Mary —dijo Everard, con una risilla—. ¿No podrías haber encontrado algún otro ejemplo?

No hubo respuesta.

—Entonces —siguió— la señorita Nunn me considera un bribón sin remedio.

—Nunca le conté la historia. Simplemente le hice saber en rasgos generales por qué estoy tan descontenta contigo, nada más.

—Bueno, algo es algo. Me alegro de que no quisieras divertirla con ese pequeño fragmento de ficción tan poco edificante.

—¿De ficción?

—Sí, ficción —dijo Everard sin rodeos—. No pienso entrar en detalles. Es algo que pertenece al pasado y en aquel momento yo elegí mi camino. De todas formas quiero que sepas que se desvirtuó tremendamente mi comportamiento. Al usarme como ejemplo de un tipo de moral elegiste la opción equivocada. No te diré más. Si puedes creerme, hazlo. Si no puedes, borra el asunto de tu cabeza.

Siguió un silencio que se prolongó durante unos instantes. Luego, totalmente calmada, la señorita Barfoot cambió de tema. Everard hizo lo propio. No se quedó mucho más tiempo y al despedirse le pidió a su prima que saludara de su parte a la señorita Nunn.

Volvió a encontrar a su prima sola una semana más tarde. Eso le convenció de que la señorita Nunn le estaba evitando. Se había despedido de él en los jardines de forma bastante brusca y al parecer la había ofendido más de lo que había creído en un principio. Con la señorita Nunn era muy difícil estar seguro de algo. Si otra mujer hubiera actuado así habría pensado que se estaba portando como una coqueta. Aunque quizá Rhoda fuera incapaz de algo así. Quizá se tomaba tan en serio que la menor sospecha de burla en sus palabras había originado en ella un profundo resentimiento. O quizá se sintiera un poco avergonzada de volver a verle después de haber confesado su desacuerdo con la señorita Barfoot; después de habérsele pasado el enfado (porque sin duda eso era) se había dado cuenta de lo vergonzoso que resultaba su comportamiento. Mientras hablaba con Mary, Everard barajaba todas esas posibilidades, aunque no tanto como para mencionar el nombre de la señorita Nunn.

Pasaron unos diez días y se presentó en casa de su prima a la hora que establecen las buenas costumbres para un día como el sábado: las cinco de la tarde. Una de las razones de que se presentara a esa hora fue la esperanza de encontrar a otras visitas, puesto que sentía curiosidad por ver qué clase de gente visitaba la casa. Y su deseo se vio satisfecho. Al entrar en el salón, al que fue conducido directamente por una sirvienta, como indican las normas, encontró no sólo a su prima y a la amiga de ésta, sino a dos señoras que le eran desconocidas. Con una simple mirada pudo apreciar que las dos eran jóvenes y hermosas, y que una de ellas era exactamente su tipo de mujer: de cabello oscuro, pálida y de ojos brillantes.

La señorita Barfoot le recibió como lo habría hecho cualquier anfitriona. Volvía a ser una mujer alegre, y en seguida le había presentado a la señora con la que había estado hablando: la morena, la señora Widdowson. Rhoda Nunn, sentada aparte con la otra mujer, le tendió la mano, pero al instante volvió a su conversación.

Pronto se encontró charlando con la señora Widdowson con el encanto y la gracia que le caracterizaban, mientras la señorita Barfoot participaba con alguna palabra de vez en cuando. Se dio cuenta de que no hacía mucho que estaba casada, algo que delataban su agradable timidez y la recatada mirada de sus ojos brillantes. Vestía con mucho gusto y parecía consciente de ello.

—Anoche fuimos al Savoy a ver la nueva ópera —le dijo a la señorita Barfoot, con una sonrisa en la que se dibujaba el recuerdo de aquel buen momento.

—¿Ah sí? La señorita Nunn y yo también fuimos.

Everard se quedó mirando a su prima con socarrona incredulidad.

—¿De verdad? —exclamó—. ¿Fuisteis al Savoy?

—¿Y por qué no? ¿Por qué no podemos la señorita Nunn y yo ir al teatro?

—Pregúntaselo a la señora Widdowson. También ella parece atónita.

—Sí, desde luego que sí, señorita Barfoot —exclamó la más joven de las tres mujeres con una risilla alegre—. Lo he pensado dos veces antes de mencionar un espectáculo tan frívolo.

Bajando la voz, y sonriendo en dirección a Rhoda, la señorita Barfoot replicó:

—A veces tengo que hacer alguna concesión con la señorita Nunn. Sería cruel de mi parte no permitirle nunca ningún entretenimiento.

Las dos que estaban más alejadas seguían concentradas en su conversación, con expresión grave. Al cabo de unos minutos se levantaron y la invitada se acercó a la señorita Barfoot para despedirse. En ese momento Everard cruzó la estancia y se dirigió hacia donde estaba la señorita Nunn.

—¿Hay algo realmente bueno en la nueva ópera de Gilbert y Sullivan? —preguntó.

—Muchas cosas. ¿Todavía no la ha visto?

—Me temo que no.

—Vaya esta noche, si puede encontrar entrada. ¿Qué parte del teatro prefiere?

Posó la mirada en ella, pero no detectó ninguna ironía.

—Soy un hombre pobre. Tengo que conformarme con las localidades baratas. ¿Cuáles prefiere, las óperas del Savoy o las variedades del Gaiety?

Después de unas cuantas preguntas y respuestas de este tenor, entre la elaborada banalidad y la frivolidad forzada, y estudiando la expresión de su compañera, Everard rompió a reír.

—Ya lo ve —dijo—, hemos estado hablando como se espera en una reunión de las cinco de la tarde. Ha sido idéntico al diálogo que oí ayer en otro salón. Así es un día y otro, año tras año, durante toda la vida.

—¿Tiene usted amistades entre esa gente?

—Tengo amigos de todas clases. —Y añadió
sotto voce
—: Espero poder incluirla también a usted entre ellos, señorita Nunn.

Pero ella pareció no prestarle atención. Estaba mirando a Monica y a la señorita Barfoot, que se acababan de levantar de sus asientos. Se acercaron y a continuación Barfoot se encontró a solas con el conocido par de mujeres.

—¿Otra taza de té, Everard? —preguntó su prima.

—Gracias. ¿Quién era esa joven que no me has presentado?

—La señorita Haven, una de nuestras alumnas.

—¿Quiere acaso ponerse a trabajar?

—Acaba de conseguir un puesto en el departamento editorial de una publicación semanal.

—¿En serio? Por lo poco que he podido escuchar habría pensado que era una chica cultivada.

—Y lo es —replicó la señorita Barfoot—. ¿Cuál es el problema?

—¿Por qué no intenta aspirar a una posición mejor?

La señorita Barfoot y Rhoda intercambiaron una sonrisa.

—Porque es lo mejor para ella. Espera poder fundar un periódico propio en el futuro, y lo único que quiere ahora es aprender todos los detalles del oficio. Oh, todavía eres demasiado convencional, Everard. Todavía piensas que debería emplearse en algo gracioso y delicado, algo femenino.

—No, no. Si me parece bien. Tiene mi más absoluta aprobación. Y cuando la señorita Haven funde su periódico la señorita Nunn escribirá en él.

—Eso espero —asintió su prima.

—Hacéis que me sienta como si estuviera en contacto con el gran movimiento de nuestro tiempo. Es maravilloso conoceros. Pero decidme, ¿hay alguna forma en que pueda seros de ayuda?

Mary se echó a reír.

—Me temo que ninguna.

—Bueno, «Sólo ayudan quienes saben quedarse quietos y esperar»
[8]

Si Everard hubiera podido habría visitado la casa de Queen's Road a diario. Como no podía ser, pasaba mucho tiempo en otras compañías, sin leer demasiado ni dedicar sus horas de soledad a otros menesteres. Gracias a uno o dos conocidos que tenía en Londres, gente de posición y dinero, no le costó ampliar su círculo social. Si hubiera estado interesado en el matrimonio habría podido, a pesar de su pobreza, pasar a formar parte de cierta familia adinerada cuyas dos hijas, dos jóvenes poco agraciadas pero muy instruidas, estaban esperando a algún hombre inteligente que las apreciara. Desgraciadamente, ese tipo de hombre era no sólo muy raro de encontrar en la sociedad sino que además perdía toda su inteligencia en cuanto se veía en la obligación de escoger esposa. Barfoot, que tenía por principio considerar todas las posibilidades, se preguntó si sería conveniente intentar un acercamiento a alguna de las dos jóvenes, las señoritas Brissenden. Necesitaba mayores ingresos. Deseaba viajar con mayor comodidad que durante su última ausencia. Agnes Brissenden le sorprendió por su calma y sensatez; parecía el tipo de chica que, lejos de casarse con cualquiera, se casa con el hombre que puede convertirse en el compañero ideal, y a buen seguro entendía el matrimonio como una amistad permanente, una relación que no debe sufrir la amenaza de las locuras femeninas. No era bella, pero su inteligencia estaba por encima de la media y, sin duda, muy por encima de la de su hermana.

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