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Authors: Alicia Giménez Bartlett

Nido vacío (39 page)

En fin, aún no sé por qué me dio por filosofar en aquellos momentos; se supone que una mujer que contrae matrimonio debería pensar sólo en mostrarse contenta y arrobada. Será que el arrobo es un estado que no se ha hecho para mí. Desconozco en puridad en qué consiste, si bien sospecho que todo estriba en poner cara de imbécil y sonreír.

Los regalos de boda que recibimos fueron de lo más variopinto. Los amigos de Marcos, entre ellos muchos arquitectos simpáticos y encantadores, nos trajeron varias lámparas de diseño moderno que debían de valer un riñón. Mi hermana se decantó por vestir nuestra cama como si fuera la del maharajá de Kuala Lumpur y su joven esposa número treinta y siete: sábanas de seda, colchas de satén, un costoso edredón de plumas de ganso para el invierno... Ese hincapié en el tálamo podría haber sido considerado incluso inconveniente en un ambiente más convencional; yo lo aprecié, sin embargo, como un detalle de intimidad.

García Mouriños y Mercedes Enárquez mandaron desde la mejor licorería de Barcelona un par de cajas de champán y veinticuatro copas con bordes de oro. Fermín Garzón y Beatriz nos hicieron llegar un cuadro de la pintora Sabala que representaba a un montón de señoras orondas tocando en una orquesta de jazz, una maravilla. Yolanda y Domínguez se presentaron con un precioso juego de café de Sargadelos, incidiendo en el origen gallego de él. Y Sonia... Sonia nos regaló una pequeña vajilla infantil para cuando tuviéramos nuestro primer bebé. La hubiera estrangulado, naturalmente, pero me limité a sonreír y a darle las gracias, dadas las circunstancias del día.

El comisario Coronas, que nos había regalado una bonita vajilla, tuvo que hablar a los postres. Se había convertido en un orador casi profesional, aunque esta vez no se dejó llevar por los tópicos. Recuerdo perfectamente su intervención. Dijo:

—Nuestra querida Petra Delicado se nos ha casado. Ustedes son testigos, ya lo ven. Aquí está su marido, un hombre valioso a quien debo felicitar. No les voy a negar que al principio me inquieté porque pensé que podría dejarnos; pero cuando me aseguró que continuaría en la policía me serené. Debo de ser masoquista, la verdad, porque no hay mujer en el mundo que me ponga más nervioso: es peleona, protestona, anárquica, cabezota, sarcástica y, en el colmo de las virtudes, y ustedes perdonarán la expresión, tocapelotas. —Los asistentes rompieron a reír—. Sin embargo, todos la apreciamos. Yo diría más: creo que todos estamos un poco enamorados de Petra, y la razón de tal enamoramiento es que ella representa la esencia de lo que es una mujer. Por eso la felicito, de verdad.

El jardín se cubrió de una lluvia de aplausos. Le di dos sonoros besos a mi superior. Entonces Amanda puso música y pidió que los novios abriéramos el baile. Marcos me tomó de la mano y, ante la sorpresa general, me llevó ante Garzón.

—Subinspector, creo que por la amistad que le une a mi mujer este baile tan importante le corresponde. Baile con ella, por favor.

Garzón lo abrazó y yo lo adoré, fue un detalle genial. Mi compañero y yo formamos pareja una vez más, una pareja disforme e imposible, pero sincera y amistosa hasta el final. Bailamos y bailamos encantados. Pensé que ya no discutiríamos más... Hasta que llegara el próximo caso complicado. Entonces sí, entonces todo volvería a ser igual. Nos lanzaríamos pullas envenenadas el uno al otro en la creencia de que lo que no mata une. Y resolveríamos nuestro nuevo caso, seguro que sí.

Vinaroz, agosto de 2006.

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