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Authors: Delphine Bertholon

Tags: #Drama, romántico

Nunca olvides que te quiero (32 page)

Devoro el final del diccionario enciclopédico. Estoy en la página 2209. Cuando lo haya acabado, tal vez me atreva por fin a hacer lo que he decidido hacer.

Mientras tanto, hago chuletas.

Punto final

Aquel 4 de abril, cuando los inspectores vinieron a entregarme en mano la carta de Madison, tuve la impresión de que una patada en el culo me enviaba de regreso al pasado.

Eso, evidentemente, antes de leerla.

Después de un año chutándome antidepresivos, había empleado todos los medios para borrar a Louison y al mismo tiempo a Twist, Twist en todas sus formas: el libro, la historia, la niña. Voy a ahorraros los sórdidos incidentes que animaron mi vida pos Querido Stanislas: quien haya vivido una pena de amor sabe a qué me refiero. Escondí mi depresión a mis padres, no era cuestión de encontrarme encerrado en una habitación acolchada por «conducta suicida latente», pero desde el pasado invierno estoy mejor. Incluso fui capaz de dar el pego en las pasadas Navidades: comí, bebí, bromeé. El curso escolar en Meaux transcurre con normalidad, al menos mejor que el anterior, algo que tampoco es tan difícil.

No quería oír hablar más de amor. Antoine intentaba sacarme de casa y, cuando no podía, me inflaba a películas de acción cargadas de testosterona, una terapia brutal que acabó por dar sus resultados, pues gracias a las copas semanales que me obligaba a que nos tomáramos juntos conseguí recordar a la Pelirroja. El efecto desinhibidor de las cervezas multiplicado por diez con las píldoras milagrosas me llevaba a soltarme y a expresar el incipiente deseo de «reencontrarla». Cuando se enteró de que de nuevo era una chica a la que nunca había dirigido la palabra, me trató de «supererotómano», aunque con cariño, pues en su opinión mi interés por alguien que no fuera Yo misma era el indicio de una curación inminente.

He cenado unas cuantas veces con Ellie desde aquel primer café que tomamos por iniciativa suya.

Con Ellie todo es sencillo. Claro. Fácil.

Me parece guapa, pero no me impresiona.

Yo le parezco guapo: le encantan los jerséis de rayas.

Ante ella no pretendo ser quien no soy, ella no espera que sea otro. Cuando le hablo, me escucha. Cuando la escucho, me interesa. No busco en sus respuestas algo que no está allí, no doy siete vueltas con la lengua en la boca antes de emitir un sonido. Como diría Madison, a eso se le llama UN DIÁLOGO. La conozco desde hace quince días y han sido días límpidos.

Desde el Jardín du Luxemburg hasta aquel 4 de abril pasé tres años oyendo latir un corazón que no era el mío. No imaginaba que Madi pudiera cambiar mi vida hasta tal punto: sin embargo… Desde que abrí su carta, ahora hace un mes, se desencadenó una metamorfosis: potente, rápida e irreversible.

¡Stanislas!

Te parecerá rarísimo tener noticias mías, ya que hace casi cinco años que no nos hemos visto.

Tranquilo, a todo el mundo le parece raro.

Mis padres me han dicho que ahora vives en París. Como sabes, también vive en París mi tío Samuel, de modo que algún día iremos a verle y quizá todos juntos podamos organizar un picnic en los jardines del Palais Royal, que son realmente los más bonitos que conozco del mundo (pero aún no he visto mucho del mundo). En fin, por el momento no me dejan viajar. Tengo constantemente la nariz tapada y según los médicos estoy demasiado «frágil».

Lo que quería contarte es que durante todos estos años he echado mucho de menos los jardines. En casa de Rémy Lunel solo había un patio, aunque él intentara hacerme tragar que era otra cosa para que sonara mejor. Esa era su especialidad: hacerte creer que las cosas eran mejores de lo que parecían por su aspecto, incluso él estaba convencido de ello, seguro. Lo que pasa es que casi siempre las cosas son el cero a la izquierda que parecen, y no confesárselo a uno mismo es faltarse al respeto. No sé si me entiendes, pero pasemos.

No ha sido fácil cada día (a eso se le llama UN EUFEMISMO) y cada día he pensado en ti. En mi familia también, claro, en todos vosotros, en mis amigos, en Larry, en mi abuelo, mucho en mi abuelo, y también en Salomé, aunque no la conociera todavía. Pero a ti te dedicaba un pensamiento especialmente especial. Una vez me dijiste que escribir era salvar la propia vida. En aquellos momentos no lo entendí bien porque era demasiado pequeña. Pero allí, cuando por fin pude poner en palabras lo que sentía, mi existencia se hizo de pronto más soportable; creo que me lancé para seguir tu ejemplo, y tenías razón. En otra época escribía sobre todo poemas, porque era divertido trastear con la forma, era un poco como hacer sombreros, un tipo de ensamblaje. Pero en casa de Rémy Lunel tenía que EXPLICAR. De verdad. Porque las cosas puestas en frases es como si fueran menos graves: si se acuestan sobre papel, las angustias que te roen estilo hámster diabólico se transforman en cosas materiales que cuando uno quiere puede romperlas. En cualquier caso, se hace posible, y estoy segura de que comprendes exactamente de qué te hablo.

No creo en Dios, pero durante estos cinco años he comprendido mejor a los que creen en él, y sobre todo el principio de la confesión. En realidad es un poco como lo del psicólogo… ¿Sabes que voy a uno? Mejor dicho, a una, a la doctora Ramos. Es amable, pero no resulta tan efectiva como mis cuadernos. En fin, dejémoslo aquí. Perdona, voy de digresión en digresión.

Bueno.

Evidentemente, cuando terminó todo, la policía me acribilló a preguntas. Hasta el punto de que, como sabrás si lees los periódicos, ya no queda casi nada (esta historia me provoca un auténtico
maelström
de sentimientos. Sé que parecerá increíble, pero me da mucha rabia lo que pasó…).

Hablé de los cuadernos a los investigadores, porque soy sincera, pero también dije que no los entregaría a nadie más que a ti. Respondieron algo de «pruebas del caso» y se pusieron nerviosos; yo no quise saber nada. ¿Qué me van a contar a mí? Siempre he sido testaruda, ¡pero ahora soy la pesadilla de quienes no soportan a los testarudos! He escondido los cuadernos porque evidentemente imaginaba que todo el mundo me los querría quitar en cuanto se conociera su existencia; pero cuando yo tengo algo en la cabeza no lo tengo en otra parte. Así que tienen que contar con mi consentimiento: solo les mostraré el escondite si tú y yo llegamos a un acuerdo. Empezaron a hablar de pesquisas, pero la doctora Ramos me ayudó explicándoles que por mi «bienestar» y mi «recuperación» no tenían que contrariarme. Llegamos a un compromiso: yo te doy mis cuadernos, tú eres el primero que los lee y luego los entregas a la policía, quien te hará una copia para nuestro GRAN PROYECTO.

Estoy segura de que durante todos estos años te han pasado un montón de cosas, buenas y malas (aunque espero que hayan sido sobre todo buenas). Mi madre me dijo que eres profesor de francés y también que renunciaste a ser escritor. Te lo diré francamente: no puede ser. Porque ese gran proyecto hace demasiado que está en mi cabeza. Si aún estoy viva y más o menos cuerda (es decir, no mucho más zumbada que cuando era pequeña y jugábamos al tenis) es gracias a esto. Gracias a ti. Gracias a la esperanza que he puesto en ti y en nosotros PARA EL DÍA EN QUE YO SALGA. Lo sé perfectamente, tienes casi veintiséis años y yo sigo siendo una cría, de modo que no hablo de sexo (lo preciso, ¿eh?, nunca se sabe, teniendo en cuenta que estás al corriente del lugar que ocupas en mi corazón).

Estoy hablando de un libro. Los libros me han mantenido viva, Stanislas.

Quiero que cojas mis cuadernos, que los leas y que cuentes mi historia (y también la tuya). Porque está claro que cada cual tiene una. Todo el mundo tiene una historia. Los que no tienen historia es que están muertos. El libro será como una prueba de que sigo viva, y además quiero que mi hermana (¡que es una pasada!) sepa dónde estaba yo cuando ella nació. Pero no quiero tener que contárselo yo. No quiero contar nunca nada más. He dicho todo lo que tenía que decir en mis cuadernos y ahora solo quiero… vivir.

Mi madre también tiene una historia. El otro día me confesó que durante todo el tiempo que no estuve allí me escribió cartas. Se lo rogué y por fin me las enseñó, pero no quiso que las leyera, ¡incluso las quería echar al fuego! Se lo rogué de nuevo y vi lo que había ocurrido: no las quemó, simplemente las guardó en algún lugar que aún no he conseguido descubrir (aunque no renuncio a ello). Pero en cuanto recupere el aplomo, seguro que quiere participar en nuestro gran proyecto. Si se lo pides tú, estoy segura de que a ti sí te confiará el cofrecito de madera en el que las ha escondido (incluso a mi padre, ¿te imaginas? De verdad que es de locos pensar que las dos nos escribíamos en secreto… La gente dice que hoy nos parecemos como dos gotas de agua. Es guay esto de la genética).

Sea como sea: cartas en forma de libro, y se convierten en una novela. Por otra parte, los libros puede leerlos todo el mundo.

Si estás de acuerdo, podemos quedar para celebrar el fin de la guerra el 8 de mayo. Y ese día pondré mi vida en tus manos. He escogido un día de fiesta para que no tengas que abandonar a tus alumnos. Además, debes tener tiempo para pensarlo, ¡qué menos!, porque puede que mi petición parezca una chaladura. Yo ahora tengo que acostumbrarme de nuevo a la libertad. Te juro que no es tan fácil. En fin.

Los policías insistieron en que te harían llegar esta carta ellos mismos, como si valiera un millón de dólares y mandarla por correo fuera demasiado peligroso. Me disculpo por adelantado por la molestia, no es muy agradable ver aparecer en casa a la policía y oír hablar de una niña de quien todo el mundo se había olvidado hasta el pasado 29 de marzo.

En fin, espero que TÚ no me hayas olvidado.

Espero tu respuesta (y los policías también, y la doctora Ramos, y mi abogado, y mis padres y mi tía y mi tío Samuel, ¡y creo que el mundo entero!). Supongo que te han avisado: no digas nada a nadie. Los periodistas me acosan como si fuera una estrella de cine, hasta el punto de que papá habla de mudarnos (pero eso ni en sueños).

Te mando, desde lejos y desde el mar, muchos besos.

M.E.

Sí, Madi, a menudo las cosas son el cero a la izquierda que parecen. Mi historia con Louison era el cero a la izquierda que parecía.

Madison aún no tiene dieciséis años pero en pocas palabras me ha aclarado lo que me negaba a comprender: no me respetaba a mí mismo, me había vendido en rebajas en la acera de los espejismos, había malvendido mi vida.

A ella, a Madi, ese hombre le robó cinco años de existencia, pero en su caso no pudo hacer nada. Y durante cinco años luchó por vivir. Estaba encerrada, secuestrada, recluida, de verdad, a la fuerza. ¿Y yo? ¿Qué había hecho yo? Yo me había enclaustrado. La cárcel era yo mismo, una mentira, por debilidad. La pena es egoísta; la complacencia, fácil. En el fondo no hay nada tan cobarde como ser desgraciado. Al leer esta carta he sentido vergüenza. Y esta mañana, al abrir el buzón, he encontrado aquel libro que creía haber perdido:
Twist,
enviado desde Alemania. A Louison le hicieron falta dieciséis meses para cumplir su promesa. Metida entre dos páginas, en un sobre de color malva, la última pieza del puzle: la última puntuación de una catástrofe amorosa:

Querido Stanilas:

La realidad supera la ficción, siempre lo he creído.

Aquí también la historia ocupa los grandes titulares, y creo que ha llegado el momento de que entregue a Madison «Para el profe de tenis que más mola».

Imagino lo que puedes sentir, pues hoy consigo meterme en tu piel. Hace unos meses me enteré de que estaba embarazada. Mellizos, un niño y una niña. Yo, que no quería hijos, ¡a finales de verano tendré dos de golpe! No tenía previsto «engendrar mortales», pero ahora que están aquí, me alegro. Como sabes, tengo cierta capacidad de adaptación… El día D te enviaré fotos. Tenías razón: será bonito fotografiar a los propios hijos. Nada que ver con fotografiar a los de los demás.

La carrera de Hans va bien; yo he empezado a trabajar para unas revistas. En realidad no hablo alemán —¡esa lengua es imposible!—, pero aquí, en Berlín, te las arreglas con el inglés corriente. Mis hijos serán trilingües desde la cuna, ¿te imaginas? No te hablo de ellos para entristecerte —si todavía estás triste por mi culpa—, sino porque el embarazo me cambia. Me porté mal contigo y la cobardía de la que a veces te acusaba era también la mía. Pero no eras aquel a quien yo esperaba, y eso, por desgracia, no puede controlarse. Imagino que tienes la sensación de haber sido utilizado como una especie de pasatiempo; seguro que fue un poco así, debo confesarlo. Pero tú te dejaste. A veces la víctima consiente, y creo que en el fondo siempre supiste lo que había: no estaba enamorada de ti, nunca lo estuve, y tú lo sabías. Te apreciaba, por supuesto; me dabas el reflejo de mí misma (¡Yo misma!), la imagen que necesitaba en aquella época. Pero lo que tú querías, Stanislas, no era tanto a mí como una idea del amor, una idea infernal, novelesca, una especie de cine interior que tú mismo te proyectabas en el fondo de tu cama. Viviste para mí como se vive en los libros, pero no soy una heroína de ficción, Stan, soy simplemente una mujer llena de defectos, narcisista, inmadura y cruel, al menos eso era.

Sé que no hay «reparación» posible, pero espero que, a pesar de todo, nuestra historia te habrá enseñado algo. No pretendo darte lecciones, no debes tomarte así lo que voy a decirte; pero no olvides nunca que una pareja es una asociación de beneficios recíprocos. Una relación en la que se sufre todo el tiempo —y creo que ese era tu caso conmigo— no es digna de ser vivida. Una historia de amor, Stanislas, no es una toma de rehenes. Era consciente del desequilibrio; pero tú y yo… ¡era tan cómodo…! Perfectamente instalada en una confortable butaca ante la chimenea, ¿por qué iba a salir al frío?

Sea como sea, te lo repito: me porté mal. No lo dije entonces porque no tenía idea de que hacía sufrir a la gente. Esa era la verdad entonces: no lo hacía adrede. Pero hoy, Stanislas, te pido perdón.

LOUISON (arrepentida)

Y aquella mañana, frente a mi buzón, lloré por fin. En los brazos de Madison,
Twist
contra mi corazón.

21 de diciembre, 19.12

—¿Rémy…?

—¿Qué?

—¿Qué harías si yo desapareciera?

—¿Cómo, desaparecer?

—No sé… si muriera, por ejemplo.

—No puedes morirte, solo tienes quince años.

—Pero a veces pasa.

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