Ocho casos de Poirot (19 page)

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, #Policiaco

»—¿Tiene ya preparado todo lo que necesitamos, Fitzroy? —pregunté.

»—Sí, lord Alloway —me contestó—. He dejado los papeles encima de la mesa.

»Dicho esto nos dio las buenas noches. Se dispuso a retirarse a su habitación.

»—¡Un momento! —exclamé acercándome a la mesa—. Voy a ver si está todo lo que he pensado.

»E hice un rápido examen de los papeles.

»—¿Ve, Fitzroy? Se ha olvidado de lo más importante. ¡De los planos del submarino!

«—Están encima de todo, lord Alloway.

»—Nada de eso, no están.

»Fitzroy avanzó unos pasos, aturdido. La cosa parecía increíble. Examinamos todos los documentos que había sobre la mesa; buscamos dentro de la caja de caudales; pero al fin tuvimos que convencernos de que los planos habían desaparecido en el corto espacio de tres minutos en que Fitzroy se ausentó de la habitación.

—¿Por qué salió de ella? —interrogó vivamente intrigado Poirot.

—Eso mismo le pregunté yo —exclamó sir Harry.

—Según parece —explicó lady Alloway— le sobresaltó un gemido de mujer que oyó cuando acababa de poner en orden los papeles. Salió corriendo al vestíbulo y encontró allí a la doncella francesa de mistress Conrad. La muchacha estaba pálida y trastornada y dijo que acababa de ver a un fantasma, a una alta figura de blanco que avanzaba sin hacer ruido. Fitzroy se rió de sus temores y le recomendó, en lenguaje más o menos cortés, que no fuera necia. Luego volvió a esta habitación en el momentos mismo en que entrábamos por la terraza.

—Todo está muy claro —dijo Poirot pensativo—. Únicamente cabe preguntar: ¿Ha sido la doncella cómplice del robo? ¿Gimió de acuerdo con su aliado que acechaba en la sombra o aguardaba en el exterior la ocasión de poder llegar hasta aquí? Digo aliado porque supongo que sería un hombre y ¿hombre fue, verdad, no mujer, lo que usted vio?

—No puedo decirlo, monsieur Poirot. Era... una sombra.

Aquí el almirante emitió un resoplido tan significativo que no dejó de llamar nuestra atención.

—Se me figura que el señor tiene algo que decir —manifestó con leve sonrisa Poirot—. ¿Vio usted también a la sombra, sir Harry?

—No, no la vi... ni tampoco Alloway. Supongo que debió ver la rama de un árbol agitada por el viento y luego, cuando descubrimos el robo, dedujo que había visto pasar una sombra por la terraza. Su imaginación le gastó una broma; esto es todo.

—Nadie ha dicho nunca que yo posea imaginación —dijo lord Alloway con ligera sonrisa.

—¡Bah! Todos la tenemos y todos somos capaces de convencernos de que hemos visto más de lo que en realidad vimos. Yo me paso la vida en el mar y tengo experiencia de estas cosas. Miraba, lo mismo que usted, delante de mí y no vi nada en la terraza.

Parecía tan excitado, que Poirot se puso de pie y se acercó vivamente a la puerta de cristales, dispuesto a centrar la cuestión.

—¿Me permiten? —dijo—. Vamos a dejar sentado este punto si nos es posible.

Salió a la terraza y todos le seguimos. Había sacado una lámpara de bolsillo y paseaba la luz por el borde del césped que ornaba la terraza.

—¿Por dónde cruzó la sombra, milord? —preguntó.

—Por delante de la puerta de cristales.

Poirot siguió manejando la luz unos minutos más, yendo y viniendo de aquí para allá hasta que, finalmente, la apagó y enderezó el cuerpo.

—Sir Harry tiene razón, usted se equivoca, milord —dijo tranquilamente—. Ha llovido mucho durante toda la tarde y cualquiera que hubiera hollado el césped hubiera dejado huella. Pero no he visto ninguna pisada, absolutamente ninguna.

Sus ojos fueron del rostro de uno al rostro del otro. Lord Alloway parecía aturdido y poco convencido; el almirante expresó ruidosamente su satisfacción.

—Sabía que no me equivocaba —declaró—. Siempre he tenido buena vista.

Tenía un aspecto tan típico de honrado lobo de mar que sonreí sin querer.

—Bien, esto concentra nuestra atención en los demás habitantes de la casa —dijo Poirot sin alzar la voz—. Volvamos dentro. Veamos, milord: mientras mister Fitzroy hablaba con la doncella en la escalera, ¿pudo alguien aprovechar la ocasión para entrar en el estudio por el vestíbulo?

Lord Alloway meneó la cabeza.

—Es absolutamente imposible. Para hacerlo así hubiera tenido que pasar por delante del secretario.

—¿Está usted seguro de mister Fitzroy?

Lord Alloway se puso encarnado.

—En absoluto, monsieur Poirot. Tengo en él completa confianza. Es imposible que tenga nada que ver con este asunto.

—Todo parece tan imposible —le aseguró con acento seco mi amigo— que lo más probable es que los planos desplegaran unas alas minúsculas y que espontáneamente echasen a volar...

Poirot frunció los labios y sus carrillos asumieron la forma de un cómico querubín.

—En efecto, todo parece imposible —declaró lord Alloway con impaciencia—, pero le ruego, monsieur Poirot, que no sueñe en sospechar de mister Fitzroy. Suponiendo por un momento que hubiera deseado coger esos planos, ¿no le hubiera sido más fácil sacar copia de ellos que tomarse el trabajo de robarlos?

—Su observación es
bien juste, milord
—repuso Poirot con aire de aprobación—, y ya veo que posee una inteligencia metódica y ordenada.
L'Anglaterre
puede sentirse orgullosa de poseerle.

Esta súbita alabanza originó visible embarazo en lord Alloway y Poirot volvió a nuestro asunto.

—Ustedes estuvieron sentados durante toda la noche en...

—¿En el salón? Así es.

—Esa pieza tiene también puerta de cristales que da a la terraza y recuerdo que ha dicho usted que salieron de ella por dicha puerta. ¿Sería posible que alguien les hubiera imitado y que volviera a entrar mientras mister Fitzroy estaba fuera del estudio?

—No, porque en ese caso le hubiéramos visto —repuso el almirante.

—No, si al dirigirse al otro extremo de la terraza volvían la espalda.

—Fitzroy sólo estuvo fuera del estudio unos minutos, o sea lo que nosotros tardamos en llegar al extremo de la terraza y volver.

—No importa... es una posibilidad... la única de que podemos echar mano de momento.

—Pero cuando nosotros salimos del salón no quedó nadie más en él —dijo el almirante.

—Pudo entrar después.

—¿Quiere decir —manifestó lentamente lord Alloway— que cuando Fitzroy oyó gritar a la doncella alguien que estaba escondido en el salón se apresuró a salir tras él y luego entrar por la puerta de cristales y que sólo dejó el salón cuando hubo vuelto al estudio Fitzroy?

—Mente metódica otra vez —dijo Poirot saludando—. Expresa usted lo ocurrido perfectamente.

—¿Quizá fue un criado?

—O un huésped. La que chilló fue la doncella de mistress Conrad. ¿Qué sabe usted de esa señora?

Lord Alloway reflexionó un instante.

—Como ya he dicho, es muy bien vista de la buena sociedad. Da grandes fiestas y reuniones y va a todas partes. Pero en realidad nadie sabe de dónde sale, ni conoce su vida pasada. Es una señora que frecuenta el domicilio de los diplomáticos, así como los círculos del Ministerio de Asuntos Exteriores lo más posible. El Servicio Secreto se pregunta: «¿Por qué?»

—Comprendo —dijo Poirot—. ¿Y la han invitado a pasar con ustedes el fin de semana?

—Sí, al objeto de... ¿cómo diría yo...?, de poder observarla más de cerca.


Parfaitement!
Es posible, no obstante, que se le vuelva la tortilla, como suele decirse.

En el rostro de lord Alloway se pintó la consternación y Poirot continuó:

—Dígame, milord, ¿usted o el almirante han hecho alusión, delante de ella, de lo que pensaban hacer?

—Sí —confesó Alloway—. Sir Harry dijo: «¡Y ahora a trabajar en nuestro submarino!» o algo parecido. Los demás invitados estaban ya en el salón, pero mistress Conrad había vuelto para buscar un libro.

—Comprendo —murmuró Poirot pensativo—. Milord, es muy tarde, pero el caso urge. Me gustaría interrogar cuanto antes a sus huéspedes.

—Nada más fácil. Sin embargo, le recomiendo que no hable sino lo más preciso. Lady Julieta Weardale y el joven Leonardo son de toda confianza, naturalmente, pero aun cuando no sea culpable, mistress Conrad es un factor diferente. Diga que un documento de cierta importancia ha desaparecido sin especificar qué es ni dar explicaciones de las circunstancias en que se verificó su desaparición, ¿entiende?

—Sí. Es precisamente lo que iba a proponer a usted —repuso Poirot con el rostro resplandeciente—. Que monsieur
l'Almiral
me perdone, pero aun la mejor de las esposas...

—No me ofende —dijo sir Harry—. Todas las mujeres hablan de más. ¡Dios las bendiga! Claro que yo desearía que Julieta hablase más y jugase menos al
bridge
, pero ninguna mujer moderna se siente por lo visto dichosa sin bailes ni sin juegos. Voy a ver si levanto de la cama a Julieta y a Leonardo, ¿qué le parece, Alloway?

—Si, gracias. Yo voy a llamar a la doncella francesa. Monsieur Poirot desea verla y ella puede despertar a su señora. Voy a ocuparme de esto. Entretanto, le enviaré a Fitzroy.

* * *

Mister Fitzroy era un joven pálido, usaba lentes y su expresión era glacial. Su declaración fue, palabra por palabra, idéntica a la que nos había hecho lord Alloway.

—¿Cuál es su creencia, mister Fitzroy?

El joven se encogió de hombros.

—Creo que es indudable —dijo— que una persona enterada de lo que sucede en esta casa aguardaba fuera una ocasión favorable. Vio lo que sucedía por la abierta puerta de cristales y entró en el estudio en cuanto salí yo de él. Es una lástima que lord Alloway no echara a correr tras él en cuanto le echó la vista encima.

Poirot no quiso desengañarle. En vez de ello interrogó:

—¿Cree en el cuento de la doncella francesa?

—¡No, monsieur Poirot!

—¿No le parece que pudo creer que veía un fantasma en realidad?

—Eso sí que no lo sé. Se llevó las manos a la cabeza y parecía trastornada.

—¡Ajá! —exclamó Poirot con aire del que acaba de verificar un descubrimiento—. ¿Y es bonita la muchacha?

—La verdad es que no reparé en ello —dijo Fitzroy con acento reprimido.

—¿Vio a su señora?

—Sí, señor, la vi. Estaba arriba, en la galería, y llamó a la doncella: «¡Leonie!» Al verme se retiró.

—¿Sin bajar la escalera? —preguntó Poirot con el ceño fruncido.

—Ya me doy cuenta de lo desagradable que es todo esto para mí... O lo hubiera podido ser si lord Alloway no hubiera visto salir del estudio al ladrón. De todos modos estoy dispuesto a consentir el registro de mi habitación... y de mi persona.

—¿De verdad lo desea?

—Sí, señor, ciertamente.

* * *

Ignoro lo que Poirot iba a contestar, porque en aquel mismo momento reapareció lord Alloway para anunciar que las dos señoras y mister Leonard aguardaban en el salón.

Las mujeres llevaban unos saltos de cama que les sentaban bien. Mistress Conrad era una mujer muy bonita, de unos treinta y cinco años, de cabellos dorados y una leve tendencia al
embonpoint
. Lady Julieta Weardale representaba cuarenta años, era alta y morena, muy delgada, bella todavía con manos y pies exquisitos y un aire inquieto y atormentado. Su hijo era un muchacho algo afeminado, que ofrecía notable contraste con el cordial y varonil autor de sus días.

Poirot dio a los tres la explicación convenida y luego manifestó que sentía el deseo de saber si alguno de ellos había oído o visto algo por la noche, que pudiera sernos de utilidad.

Volviéndose primero a mistress Conrad, le preguntó si sería tan amable como para informarle, con exactitud, de cuáles habían sido sus movimientos.

—¿A ver...? Subí la escalera, llamé a la doncella. Luego, como no comparecía, salí de la habitación, llamándola, y la oí hablar en la escalera. Después que me cepilló el cabello la despedí en un estado particular de nervios y me puse a leer un rato antes de meterme en la cama.

—Y, ¿usted lady Julieta, entonces...?

—Me fui directamente a la cama porque estaba muy fatigada.

—Así, pues, ¿para qué quería un libro, querida? —dijo mistress Conrad con una suave sonrisa.

—¿Un libro? —lady Julieta se ruborizó.

—Sí, recuerde que cuando yo despedí a Leonie usted subía la escalera. Venía, según dijo, del salón adonde había entrado para coger un libro.

—Es verdad. Se me había olvidado.

Lady Julieta inmediatamente unió las manos con visible nerviosismo.

—¿Oyó gritar entonces a la doncella de mistress Conrad, milady?

—No, no la oí... No oí nada —repuso lady Julieta con voz mucho más firme.

—Es curioso, porque en aquel momento debía usted hallarse en el salón.

Poirot se volvió al joven Leonard.

—¿Monsieur?

—Yo subí directamente la escalera y entré en mi habitación, de la que ya no volví a salir.

Poirot se atusó el bigote.

—Bien, ya veo que de aquí no sacaremos nada. Señoras, caballeros, lamento infinitamente haberles sacado de su sueño para tan escaso resultado. Acepten mis excusas, por favor.

Gesticulando y excusándose, les hizo salir de la habitación. Luego se encaró con la doncella francesa, una muchacha viva y de rostro despierto. Alloway y Weardale habían ido a acompañar a las señoras.

—Ahora, mademoiselle, sepamos la verdad —dijo—. No me endose ningún cuento, ¿entendido? ¿Por qué chilló en la escalera?

—Ah, monsieur, porque vi una figura alta... toda vestida de blanco...

Poirot la hizo callar mediante un ademán enérgico.

—Repito que no me cuente un cuento. Voy a adivinar lo ocurrido y usted me dirá si tengo o no razón. Chilló usted porque él la besó. Me refiero a mister Leonard Weardale.


Eh bien, monsieur
, ¿qué es un beso después de todo?

—Una cosa muy natural en estas circunstancias —repuso Poirot con galantería—. Ahora explíqueme usted todo lo ocurrido.

—Pues el señor Weardale llegó por detrás y me asió por la cintura, yo me sobresalté y lancé un grito. No hubiera chillado si no hubiera llegado así, sigiloso como un gato. Entonces salió monsieur
le secretaire
y monsieur Leonard huyó escaleras arriba. Señores, pónganse en mi caso: ¿qué podía hacer yo, sobre todo, tratándose de un
jeune homme comme ça... tellement comme il faut? Ma foi
, inventé una aparición.

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