En los cuentos de hadas, los procesos internos se externalizan y se hacen comprensibles al ser representados por los personajes de una historia y sus hazañas. Esta es la razón por la que en la medicina tradicional hindú se ofrecía un cuento, que diera forma a un determinado problema, a la persona psíquicamente desorientada, para que ésta meditara sobre él. Se esperaba así que, con la contemplación de la historia, la persona trastornada llegara a vislumbrar tanto la naturaleza del conflicto que vivía y por el que estaba sufriendo, como la sensibilidad de su resolución. A partir de lo que un determinado cuento implicaba en cuanto a la desesperación, a las esperanzas y a los métodos que el hombre utiliza para vencer sus tribulaciones, el paciente podía descubrir, no sólo un camino para salir de su angustia, sino también el camino para encontrarse a sí mismo, como el héroe de la historia.
Pero la mayor importancia de los cuentos de hadas para el individuo en crecimiento reside en algo muy distinto que en enseñar el modo correcto de comportarse en este mundo, puesto que esta sabiduría la proporcionan la religión, los mitos y las fábulas. Los cuentos de hadas no pretenden describir el mundo tal como es, ni tampoco aconsejar lo que uno debería hacer. Si así fuera, el paciente hindú se vería forzado a seguir un modelo de conducta impuesto, lo que no es sólo una mala terapia, sino lo contrario a la terapia. El cuento es terapéutico porque el paciente encuentra sus
propias
soluciones mediante la contemplación de lo que la historia parece aludir sobre él mismo y sobre sus conflictos internos, en aquel momento de su vida. Normalmente el contenido de la historia elegida no tiene nada que ver con la vida externa del paciente, pero sí con sus problemas internos, que parecen incomprensibles y, por lo tanto, insolubles. El cuento no se refiere de modo plausible al mundo externo, aunque empiece de manera realista e invente personajes cotidianos. La naturaleza irreal de estas historias (a la que ponen objeciones los que tienden exageradamente al racionalismo) es un mecanismo importante, ya que pone de manifiesto que el cuento de hadas no está interesado en una información útil acerca del mundo externo, sino en los procesos internos que tienen lugar en el individuo.
En la mayoría de culturas no hay una división clara que separe el mito del cuento popular o de hadas; estos elementos juntos forman la literatura de las sociedades preliterarias. Las lenguas nórdicas tienen una sola palabra para ambos:
saga.
El alemán ha conservado la palabra
Sage
para designar a los mitos, mientras que a las historias de hadas se las denomina
Märchen.
Es una lástima que tanto en inglés como en castellano el nombre que se da a estas historias, ponga énfasis en el papel que desempeñan las hadas, puesto que en muchas de aquéllas las hadas ni tan sólo aparecen. Los mitos y los cuentos de hadas alcanzan del mismo modo su forma definitiva en el momento en que se ponen por escrito y dejan de estar sujetos a continuos cambios. Antes de pasar al lenguaje escrito, estas historias se condensaron o fueron ampliamente elaboradas al ser contadas; una y otra vez, a lo largo de los siglos; algunas de ellas se fundieron con otras. Todas fueron modificadas según lo que el narrador pensaba que era de mayor interés para los oyentes, según sus inquietudes del momento o según los problemas concretos de su época.
Algunas historias populares y de hadas surgieron a partir de los mitos, mientras que otras fueron incorporadas a ellos. Ambas formas personificaban la experiencia acumulada por una sociedad, tal como los hombres deseaban recordar la sabiduría pasada y transmitirla a futuras generaciones. Estos cuentos proporcionan conocimientos profundos que han sostenido a la humanidad a través de las interminables vicisitudes de su existencia, una herencia que no se ha revelado a los niños de ninguna otra manera, sino de un modo simple, directo y accesible.
Los mitos y los cuentos de hadas tienen muchas cosas en común. Pero en los mitos, mucho más que en los cuentos, el héroe cultural se presenta al oyente como una figura que éste debería emular en su propia vida.
Un mito, como un cuento de hadas, puede expresar, de forma simbólica, un conflicto interno y sugerir cómo podría resolverse; pero este no es, necesariamente, el interés central del mito. El mito presenta su tema de forma majestuosa; lleva consigo una fuerza espiritual; y lo divino está presente y se experimenta en forma de héroes sobrehumanos que realizan constantes demandas a los simples mortales. Muchos de nosotros, los mortales, por más que nos esforcemos en ser como estos héroes, permaneceremos siempre inferiores a ellos.
Los protagonistas y los acontecimientos de los cuentos de hadas también personifican e ilustran conflictos internos, pero sugieren siempre, sutilmente, cómo pueden resolverse dichos conflictos, y cuáles podrían ser los siguientes pasos en el desarrollo hacia un nivel humano superior. El cuento de hadas se presenta de un modo simple y sencillo; no se le exige nada al que lo escucha. Esto impide que incluso el niño más pequeño se sienta impulsado a actuar de una determinada manera; la historia nunca hará que el niño se sienta inferior. Lejos de exigir nada, el cuento de hadas proporciona seguridad, da esperanzas respeto al futuro y mantiene la promesa de un final feliz. Por esta razón, Lewis Carroll lo llamó un «regalo de amor», término difícilmente aplicable a un mito.
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Evidentemente, no todas las historias incluidas en una colección titulada «Cuentos de hadas» contienen estos criterios. Muchas de esas historias son meras distracciones, cuentos con moralejas o fábulas. Si se trata de fábulas, éstas relatan mediante palabras, actos o sucesos —fabulosos, si bien pueden acontecer— lo que uno debería hacer. Las fábulas exigen y amenazan —son moralistas— o simplemente entretienen. Para decidir si una historia es un cuento de hadas o algo completamente distinto, uno debería preguntarse si el nombre de regalo de amor para el niño resulta adecuado a ella. Este no parece un mal sistema para llegar a una clasificación.
Para comprender cómo ve un niño los cuentos de hadas, examinemos, por ejemplo, algunas historias en las que un niño engaña a un gigante que le asusta o que incluso amenaza su vida. La reacción espontánea de un niño de cinco años ilustra la afirmación de que los niños comprenden intuitivamente lo que estos «gigantes» representan.
Alentada por la discusión sobre la importancia que tienen los cuentos de hadas para los niños, una madre pudo vencer sus dudas sobre si contar, o no, a su hijo estas historias «sangrientas y amenazantes». A través de conversaciones con el pequeño, se dio cuenta en seguida de que éste tenía fantasías sobre devorar a la gente o sobre la gente siendo devorada. Así pues, le contó el cuento de «Jack, el matador de gigantes»
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La reacción del niño al terminar la historia fue: «No existen cosas así como los gigantes, ¿verdad?». Antes de que la madre pudiera dar a su hijo la respuesta tranquilizadora que tenía en la punta de la lengua —y que, por otra parte, hubiera destruido el valor que para el niño tenía aquella historia— el pequeño continuó: «Pero existen estas cosas que se llaman adultos, y que son como gigantes». A la edad madura de cinco años comprendió el mensaje alentador de la historia: si bien los adultos pueden percibirse como gigantes amenazadores, un niño pequeño puede aprovecharse de ellos con astucia.
Esta observación revela el origen de la aversión de los adultos a contar cuentos de hadas: no nos sentimos a gusto con la idea de que a veces parezcamos gigantes amenazadores a los ojos de nuestros hijos. Por otra parte, tampoco queremos aceptar que piensen que resulta muy fácil engañarnos, o hacernos hacer el ridículo, y tampoco nos gusta que se sientan complacidos ante esta idea. Pero tanto si les contamos cuentos como si no, les
parecemos,
—como nos muestra el ejemplo de este niño— gigantes egoístas que deseamos conservar para nosotros mismos todas las cosas maravillosas que nos proporcionan poder. Los cuentos de hadas mantienen en los niños la esperanza de que algún día podrán aprovecharse del gigante, es decir, podrán crecer hasta convertirse en gigantes y alcanzar los mismos poderes. Esta es «la gran esperanza que nos hace hombres».
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Si nosotros, padres, contamos estos cuentos a nuestros hijos, les proporcionaremos un importante factor: la seguridad de que aceptamos su juego de pensar que pueden llegar a aprovecharse de estos gigantes. En este caso, es muy distinto que el niño lea la historia a que se la cuenten, pues al leerla solo, el niño puede pensar que únicamente un extraño —la persona que escribió el cuento o que preparó el libro— aprueba el hecho de engañar y derribar a un gigante. Sin embargo, si los padres le
cuentan
la historia, el niño puede estar seguro de que aprueban su fantástica venganza a la amenaza que comporta el dominio del adulto.
Uno de los cuentos de
Las mil y una noches
, «El pescador y el genio», nos da una versión casi completa del tema del cuento de hadas que presenta a un gigante en conflicto con una persona normal y corriente.
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Este tema es, de alguna manera, común a todas las culturas, ya que, en todas partes, los niños temen y se rebelan por el poder que sobre ellos ostentan los adultos. (En Occidente, este tema se conoce mejor bajo la forma del cuento de los Hermanos Grimm, «El espíritu de la botella».) Los niños saben que, al no cumplir lo que los adultos les mandan, sólo hay una manera de ponerse a salvo de su ira: el engaño.
«El pescador y el genio» relata cómo un pobre pescador lanza la red al mar cuatro veces. Primero coge un asno muerto, la segunda vez un jarro lleno de arena y lodo. Al tercer intento consigue todavía menos que en los anteriores: cascos y vidrios rotos. A la cuarta vez, el pescador saca una tinaja de cobre. Al abrirla, brota una enorme nube que se materializa en un gigantesco genio que amenaza con matarle, a pesar de las súplicas del pescador. Éste se salva gracias a sus engaños: burla al genio dudando, en voz alta, de que aquel enorme ser pudiera estar dentro de aquella diminuta vasija; de este modo, le obliga a que vuelva a meterse en la tinaja para demostrar que era cierto. Entonces el pescador tapa y precinta rápidamente la tinaja y la arroja de nuevo al mar.
Este mismo tema puede aparecer en otras culturas bajo una versión en la que el malvado personaje se materializa en un gigantesco y feroz animal que amenaza con devorar al héroe, que, a no ser por su astucia, no tiene medios para enfrentarse a su adversario. Entonces, el héroe medita en voz alta, diciendo que para un espíritu tan poderoso debe ser muy sencillo convertirse en una enorme criatura, pero que, seguramente, le resultaría imposible transformarse en un animal pequeño, como un pájaro o un ratón. Este llamamiento a la vanidad del espíritu dicta su propia sentencia. Para demostrar que no hay nada imposible para él, el malvado espíritu se convierte en un minúsculo animal, al que el héroe puede derrotar fácilmente.
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La historia de «El pescador y el genio» es más rica en mensajes ocultos que otras versiones de este mismo tema, pues contiene detalles importantes que no siempre se encuentran en las demás versiones. Un aspecto es el relato de cómo el genio llegó a ser tan despiadado como para querer matar a la persona que lo liberara; otro, es el de que tres tentativas fracasadas se recompensan al final, en el cuarto intento.
De acuerdo con la moral de los adultos, cuanto más dura un cautiverio, más agradecido debe estar el prisionero a su liberador. Pero no es este el modo en que el genio lo describe: hallándose confinado en su botella durante los primeros cien años, «me dije a mí mismo, "haré rico para toda la vida a quienquiera que me rescate". Pero, transcurrió el siglo entero, y como nadie vino a liberarme, entré en el segundo centenar diciendo, "revelaré todos los tesoros ocultos de la tierra a quienquiera que me rescate". Pero nadie me puso en libertad, y así transcurrieron cuatrocientos años. Entonces me dije, "colmaré tres deseos a quienquiera que me rescate". Sin embargo, nadie me liberó. Me enfurecí, y con una rabia inmensa decidí, "de ahora en adelante, mataré a quienquiera que me rescate…"».
Esto es exactamente lo que siente el niño que ha sido «abandonado». Primero piensa en lo feliz que será cuando vuelva su madre; o cuando se le ha mandado a su habitación, imagina lo contento que estará cuando se le permita salir, y cómo recompensará a la madre. Pero a medida que va pasando el tiempo, se enoja cada vez más y llega a fantasear la terrible venganza que caerá sobre aquellos que lo han recluido. El hecho de que, en realidad, pueda sentirse muy feliz cuando se le perdona, no cambia, en absoluto, que sus sentimientos pasaran de recompensar a castigar a aquellos que le causaron daño. Así pues, el modo en que se desarrollan los pensamientos del genio proporciona a la historia una verdad psicológica para el niño.
Un ejemplo de esta progresión de sentimientos nos lo da un niño de tres años, cuyos padres estuvieron ausentes durante varias semanas. El niño hablaba completamente bien antes de que sus padres se fueran, y continuó haciéndolo con la mujer que cuidaba de él y con otras personas. Pero al regreso de sus padres, no quiso pronunciar una sola palabra, ni a ellos ni a ninguna otra persona durante dos semanas.
Por lo que le había dicho a su cuidadora, estaba muy claro que, durante los primeros días de ausencia de sus padres, había estado esperando su retorno con gran expectación. Sin embargo, a últimos de la primera semana empezó a contar lo enfadado que estaba de que lo hubieran dejado y cómo se las haría pagar a su vuelta. Una semana más tarde, se negó incluso a hablar de sus padres y se ponía sumamente furioso contra cualquier persona que los mencionara. Cuando por fin llegaron su padre y su madre, se apartó de ellos silenciosamente. A pesar de todos los esfuerzos por llegar a él, el chico se mantenía impasible en su rechazo. Fueron necesarias varias semanas de paciente comprensión por parte de los padres para que el niño pudiera volver a ser su antiguo yo. Es evidente que, a medida que transcurría el tiempo, el enfado del niño iba en aumento, y se hizo tan violento y abrumador, que el pequeño llegó a temer que si se dejaba ir destruiría a sus padres o que éstos, en represalia, lo destruirían a él. El negarse a hablar era su defensa: su manera de protegerse, tanto a sí como a sus padres, contra las consecuencias del terrible enojo.