Psicoanálisis de los cuentos de hadas (10 page)

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Authors: Bruno Bettelheim

Tags: #Ensayo

Traducido a términos de conducta humana, cuanto más segura se siente una persona en el mundo, tanto menos necesitará apoyarse en proyecciones «infantiles» — explicaciones míticas o soluciones de cuentos de hadas para los eternos problemas vitales— y más podrá buscar explicaciones racionales. Cuanto más seguro de sí mismo se siente un hombre, tanto menos le cuesta aceptar una explicación que afirme que su mundo tiene muy poca importancia en el cosmos. No obstante, una vez se siente realmente importante en su entorno humano, poco le preocupa ya el papel que su planeta puede desempeñar dentro del universo. Por otra parte, cuanto más inseguro se siente uno de sí mismo y de su lugar en el mundo inmediato, tanto más se retrae, a causa del temor, o se dirige hacia el exterior para conquistar el espacio. Es exactamente lo contrario de explorar sin una seguridad que libere nuestra curiosidad.

Por estas mismas razones, un niño, mientras no esté seguro de si su entorno humanó lo protegerá, necesita creer que existen fuerzas superiores que velan por él, como el ángel de la guarda, y que, además, el mundo y su propio lugar en él son de vital importancia. Aquí vemos una cierta conexión entre la capacidad de la familia para proporcionar una seguridad básica y la facilidad del niño para comprometerse en investigaciones racionales al ir haciéndose mayor.

Antes, cuando los padres creían ciegamente que las historias bíblicas resolvían el enigma y objetivo de nuestra existencia, resultaba mucho más sencillo el procurar que el niño se sintiera seguro. Se suponía que la Biblia contenía la respuesta a las cuestiones más acuciantes: en ella el hombre aprendía todo lo que necesitaba para comprender el mundo, la creación y, sobre todo, cómo comportarse en él. En el mundo occidental, la Biblia proporcionó también arquetipos para la imaginación del hombre. Pero por muy rica que fuera la Biblia en historias, éstas no eran, incluso durante las épocas más religiosas, lo suficientemente adecuadas como para colmar todas las necesidades psíquicas del hombre.

Ello se debe a que tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento y las historias de los santos brindan respuestas a cuestiones sobre cómo llevar una vida virtuosa, pero sin ofrecer, en ningún momento, soluciones a los problemas planteados por la parte más enigmática de nuestra personalidad. Las historias bíblicas sugieren una única solución a estos aspectos asociales del inconsciente: la represión de estos (inaceptables) impulsos. Los niños, al no tener las presiones del ello bajo el control consciente, necesitan historias que les permitan, como mínimo, satisfacer estas tendencias «perversas» en su fantasía, e imaginar modelos específicos para sublimarlas.

Explícita e implícitamente, la Biblia nos habla de las exigencias de Dios para con los hombres. Aun cuando se nos diga que causa mayor regocijo la conversión de un pecador que la virtud de un hombre que nunca erró, el mensaje es que debemos llevar una vida recta, sin tomar cruel venganza en aquellos a quienes odiamos. Tal como se nos muestra en la historia de Caín y Abel, en la Biblia no se profesa simpatía alguna por las angustias de la rivalidad fraterna; solamente hallamos el aviso de que, si influimos en ella, las consecuencias pueden ser devastadoras.

Sin embargo, lo que más necesita el niño, cuando se encuentra acosado por los celos de su hermano, es el permiso para poder sentir que lo que él experimenta está plenamente justificado por la situación en la que se halla. Para soportar los remordimientos de la envidia, el niño ha de ser animado a inventar fantasías en las que, algún día, llegará a superar su conflicto; entonces podrá ya dominar la situación, puesto que está convencido de que el futuro arreglará las cosas de modo justo. Ante todo, el niño precisa del crecimiento, del duro trabajo y de la madurez para mantener la frágil creencia de que, así, llegará algún día a alcanzar la victoria definitiva. Si sabe que sus actuales sufrimientos serán recompensados en el futuro, no tiene por qué actuar impulsado por los celos que siente en este momento, como hizo Caín.

Los cuentos de hadas, como las historias bíblicas y los mitos, componen la literatura que ha educado a todo el mundo —tanto niños como, adultos— durante casi toda la existencia humana. Muchas de las historias contenidas en la Biblia son comparables a los cuentos de hadas, si exceptuamos el hecho de que Dios es el tema central. En el relato de Jonás y la ballena, por ejemplo, Jonás intenta huir de las demandas de su super-yo (de su conciencia) para que luche contra la inmoralidad de las gentes de Nínive. Las vicisitudes por las que pasa su personalidad son, como en la mayoría de los cuentos de hadas, un arriesgado viaje en el que él mismo debe ponerse a prueba.

Este viaje de Jonás a través del mar lo conduce al vientre de un enorme pez. Allí, ante aquel inmenso peligro, Jonás descubre una moral más elevada, un yo superior, y, renaciendo así prodigiosamente, vuelve dispuesto ya a enfrentarse a las rigurosas exigencias de su super-yo. No obstante, este renacimiento solo no completa su verdadera existencia humana: el no ser esclavo del ello ni del principio del placer (eludiendo arduas tareas al intentar escapar de su influencia) ni del super-yo (deseando la destrucción de la ciudad inmoral) significa haber alcanzado la verdadera libertad, una identidad superior. Jonás sólo consigue su completa calidad humana después de liberarse de las instancias de su mente. Al abandonar la ciega obediencia al ello y al super-yo, logra reconocer la sabiduría de Dios juzgando al pueblo de Nínive, no según las estructuras rígidas del super-yo de Jonás, sino de acuerdo con las debilidades humanas.

Satisfacción sustitutiva frente a reconocimiento consciente

Como todas las grandes artes, los cuentos de hadas deleitan e instruyen al mismo tiempo; su don especial es que lo hacen en términos que afectan directamente a los niños. En el momento en que estas historias tienen un mayor significado para el niño, el problema más importante que éste tiene es poner orden en el caos interno de su mente, de manera que pueda entenderse mejor a sí mismo; lo que debe preceder necesariamente a todo intento de congruencia entre lo que percibe y el mundo externo.

Las historias «verdaderas» acerca del mundo «real» pueden proporcionar, a menudo, una útil e interesante información. No obstante, la manera en que se desarrollan estas historias es tan ajena al modo en que funciona la mente del niño antes de llegar a la pubertad, como lo son, a su vez, los acontecimientos sobrenaturales del cuento de hadas respecto al modo en que la mente madura concibe el mundo.

Las historias estrictamente realistas van contra las experiencias internas del niño; él les prestará atención y quizá pueda obtener algo de ellas, pero nunca extraerá ningún significado personal que trascienda su contenido evidente. Dichas historias informan sin enriquecer, cosa que, por desgracia, vale también para gran parte de lo que se aprende en la escuela. El conocimiento real de los hechos sólo beneficia a la personalidad total cuando se convierte en «conocimiento personal».
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El negar las historias realistas a los niños sería tan estúpido como prohibir los cuentos de hadas; hay un lugar importante para cada uno de ellos en la vida del niño. Las historias realistas resultan, por sí solas, algo completamente inútil. Sin embargo, cuando se combinan con una orientación amplia y psicológicamente correcta referida a los cuentos, el niño recibe una información que se dirige a las dos partes de su personalidad en desarrollo: la racional y la emocional.

Los cuentos de hadas tienen algunos rasgos parecidos a los de los sueños, pero no a los sueños de los niños, sino a los de los adolescentes o adultos. Por muy sobrecogedores e incomprensibles que sean los sueños de un adulto, todos sus detalles tienen sentido cuando se analizan, y permiten que el que sueña comprenda lo que atormenta a su inconsciente. Al examinar los propios sueños, una persona puede llegar a comprenderse mucho mejor a sí misma, a través de la captación de aspectos de su vida mental a los que no había prestado atención o que habían sido distorsionados, negados o ignorados anteriormente. Al tener en cuenta el importante papel que estos deseos, necesidades, pulsiones y ansiedades inconscientes juegan en la conducta, la nueva percepción de sí misma que una persona consigue a partir de sus sueños le permite obtener unos resultados mucho más valiosos.

Los sueños de los niños son muy sencillos: satisfacen sus deseos y dan forma tangible a sus ansiedades. Por ejemplo, un niño sueña que un animal devora a una persona o que lo golpea brutalmente. Los sueños de un niño tienen un contenido inconsciente apenas alterado por su yo; las funciones mentales superiores casi no intervienen en la elaboración del sueño. Por esta razón, los niños no pueden ni deben analizar sus sueños. El yo de un niño todavía es débil y está en proceso de formación. Particularmente antes de la edad escolar, el niño tiene que luchar continuamente para evitar que las presiones de sus deseos se impongan sobre su personalidad total; debe librar una batalla en contra de los poderes del inconsciente, de la que, a menudo, sale derrotado.

Esta lucha, que nunca está ausente por completo de nuestras vidas, sigue siendo, en la adolescencia, una batalla sin resolver, a pesar de que, con el paso del tiempo, tenemos que luchar también contra las tendencias irracionales del super-yo. A medida que vamos creciendo, las tres instancias de la mente —ello, yo y super-yo— se articulan y se separan una de otra cada vez con mayor claridad, pudiendo cada una de ellas interrelacionarse con las otras dos, sin que el inconsciente se imponga al consciente. Las acciones del yo para controlar al ello y al super-yo son cada vez más variadas, y los esfuerzos que los individuos mentalmente sanos llevan a cabo, en el curso normal de las cosas, ejercen un control efectivo sobre su interacción.

Sin embargo, cuando el inconsciente de un niño pasa a primer plano, domina inmediatamente a la personalidad total. Lejos de fortalecerse al reconocer el contenido caótico del inconsciente, el yo del niño se debilita con este contacto directo, puesto que se ve totalmente dominado. Por esta razón debe el niño externalizar sus procesos internos si quiere captarlos, por no decir controlarlos. Tiene que distanciarse, de alguna manera, del contenido de su inconsciente, viéndolo así como algo externo, para conseguir algún dominio sobre él.

En el juego normal, se usan objetos, como muñecas y animales de trapo, para encarnar diversos aspectos de la personalidad del niño que son demasiado complejos, inaceptables y contradictorios para poder manejarlos. Esto hace posible que el yo del niño domine de algún modo estos elementos, cosa que no puede hacer cuando las circunstancias le exigen o le obligan a reconocerlos como proyecciones de sus propios procesos internos.

Algunas pulsiones inconscientes de los niños pueden expresarse mediante el juego. Algunas, sin embargo, no lo permiten porque son demasiado complejas y contradictorias, o demasiado peligrosas y no aceptadas socialmente. Por ejemplo, los sentimientos del Genio cuando se le encierra en la tinaja, como hemos visto antes, son tan ambivalentes, violentos y potencialmente destructivos, que un niño no podría comprenderlos hasta el punto de externalizarlos mediante los mismos, y porque las consecuencias serían, quizá, demasiado peligrosas. En este caso, el conocimiento de los cuentos de hadas es una gran ayuda para el niño, puesto que representa muchas de estas historias en sus juegos. No obstante, sólo podrá hacerlo después de haberse familiarizado con ellas, ya que él mismo no hubiera podido inventarlas.

Por ejemplo, a la mayoría de los niños les encanta representar la «Cenicienta», aunque sólo después de que el cuento ha pasado ya a formar parte de su mundo imaginario, incluyendo, especialmente, el final feliz que soluciona la enorme rivalidad fraterna. Es imposible que un niño pueda imaginar que será rescatado o que aquellos que él está convencido que le desprecian y que tienen un poder sobre él llegarán a reconocer su superioridad. No es probable que una chica, que en un momento determinado está convencida de que su madre (madrastra) perversa es la causa de todos sus males, pueda imaginar, por sí sola, que todo va a cambiar súbitamente. Pero cuando se le sugiere la idea a través de «Cenicienta», puede llegar a creer que en cualquier momento una (hada) madrina bondadosa vendrá a salvarla, puesto que el cuento le dice, de manera convincente, que así será.

Un niño puede dar forma a sus deseos profundos, de manera indirecta, prodigando cuidados a un juguete o a un animal real como si fuera un niño, en el caso del deseo edípico de tener un hijo con la madre o el padre. Al hacer esto, el niño satisface, a través de la externalización del deseo, una necesidad experimentada intensamente. El hecho de ayudar al niño a ser consciente de lo que la muñeca o el animal representan para él, y de lo que está expresando en su juego —como ocurre con la interpretación psicoanalítica del material del sueño de un adulto—, produce en el niño una confusión que no puede resolver a su edad. La razón es que el pequeño no posee todavía un sentido de identidad lo suficientemente estable. Antes de que se afirme una identidad masculina o femenina, el reconocimiento de deseos complicados, destructivos o edípicos, contrarios a una identidad sólida, pueden debilitarla o incluso destruirla.

A través del juego con una muñeca o con un animal, un niño puede satisfacer, de manera sustitutiva, el deseo de dar a luz o de cuidar un bebé; y esto puede hacerlo tanto un niño como una niña. No obstante, contrariamente a lo que ocurre con las niñas, un niño sólo podrá obtener una gratificación psicológica jugando a muñecas en tanto no se le hagan reconocer los deseos inconscientes que satisface con ello.

Se puede aducir que sería positivo que los niños reconocieran conscientemente este deseo de dar a luz. Opino que el hecho de que un niño sea capaz de influir sobre su deseo inconsciente, jugando a muñecas, es bueno para él y debería aceptarse como algo positivo. Esta externalización de pulsiones inconscientes puede ser muy valiosa, pero se convierte en algo peligroso si el reconocimiento del significado inconsciente de la conducta llega a la conciencia antes de haberse alcanzado una madurez suficiente como para sublimar los deseos que no se pueden satisfacer en la realidad.

Algunas muchachas se sienten ligadas a los caballos; juegan con caballos de juguete y elaboran complicadas fantasías acerca de los mismos. Cuando crecen, y tienen ocasión de hacerlo, sus vidas parecen girar alrededor de caballos reales, a los que cuidan con mucho cariño y de los que parecen inseparables. La investigación psicoanalítica ha puesto en evidencia que esta compleja relación con los caballos puede expresar diversas necesidades emocionales que la chica intenta satisfacer. Por ejemplo, al dominar a este poderoso animal, puede llegar a sentir que controla al macho, a la sexualidad animal que está dentro de ella. Imaginemos qué sucedería con el placer que una chica siente al montar (teniendo en cuenta el respeto que siente por sí misma), si llegara a ser consciente del deseo que expresa con su acción. Se destruiría, se la habría despojado de una sublimación inofensiva y placentera, y quedaría reducida, a sus propios ojos, a una persona despreciable. Al mismo tiempo, sentiría una intensa presión para intentar encontrar una salida adecuada a tales pulsiones internas y, por lo tanto, es posible que no consiguiera dominarlas.

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