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Authors: Bruno Bettelheim

Tags: #Ensayo

Psicoanálisis de los cuentos de hadas (12 page)

Muy pronto acontecen hechos que muestran que la lógica y las razones normales se detienen, al igual que sucede con nuestros procesos inconscientes, allí donde se dan los acontecimientos más remotos, singulares y alarmantes. El contenido del inconsciente es, a la vez, algo oculto pero familiar, algo oscuro pero atractivo, que origina la angustia más intensa así como la esperanza más desorbitada. No está limitado por un tiempo o un espacio específicos; ni siquiera por una secuencia lógica de hechos, como lo definiría nuestra racionalidad. Sin que nos demos cuenta, el inconsciente nos lleva a los tiempos más lejanos de nuestras vidas. Los lugares más extraños, remotos, distantes, de los que nos habla el cuento, sugieren un viaje hacia el interior de nuestra mente, hacia los reinos de la inconsciencia y del inconsciente.

A partir de un principio normal y corriente, la historia se lanza a acontecimientos fantásticos. Pero, por muy grandes que sean los rodeos, el proceso del relato no se pierde, cosa que sucede fácilmente con un sueño o con la mente confusa del niño. El cuento embarca al pequeño en un viaje hacia un mundo maravilloso, para después, al final, devolverlo a la realidad de la manera más reconfortante. Le enseña lo que el niño necesita saber en su nivel de desarrollo: el permitir que la propia fantasía se apropie de él no es perjudicial, puesto que no se queda encerrado en ella de modo permanente. Cuando la historia termina, el héroe vuelve a la realidad, una realidad feliz pero desprovista de magia.

De la misma manera que nos despertamos de nuestros sueños más dispuestos a emprender las tareas de la realidad, el cuento termina también cuando el héroe vuelve, o es devuelto, al mundo real, más preparado para enfrentarse con la vida. Las recientes investigaciones sobre los sueños han demostrado que una persona a la que no se le permite soñar, aunque pueda dormir, acaba por no poder manejar la realidad; sufre perturbaciones emocionales porque es incapaz de expresar en sueños los problemas inconscientes que la obsesionan.
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Quizás algún día lleguemos a demostrar experimentalmente este mismo hecho con respecto a los cuentos: los niños se sienten todavía mucho peor cuando se les priva de lo que estos relatos pueden ofrecerles porque les ayudan a expresar, a través de la fantasía, sus pulsiones inconscientes.

Si los sueños infantiles fueran tan complejos como los de los adultos normales e inteligentes, cuyo contenido latente está muy elaborado, los niños necesitarían mucho menos de los cuentos. Por otro lado, si los adultos, de niños, no tuvieran esas historias, sus sueños serían menos ricos en contenido y significado y no les servirían para recuperar su capacidad de enfrentarse a la vida.

El niño, mucho más inseguro que el adulto, exige la certeza de que el hecho de necesitar la fantasía y de no poder dejar de sentir ese deseo no es una deficiencia. Cuando un padre cuenta historias a su hijo, le está demostrando que considera que sus experiencias internas, expresadas en los cuentos, son algo que vale la pena, algo legítimo y de alguna manera incluso «real». Esto le da al niño la sensación de que, puesto que el padre ha aceptado sus experiencias internas como algo real e importante, él —en consecuencia— es real e importante. Un niño, en estas circunstancias, se sentirá más tarde como Chesterton, que escribió: «Mi primera y última filosofía, aquella en la que creo a ciegas, fue la que aprendí en el parvulario…, las cosas en que antes creía y en las que más creo ahora son los cuentos de hadas». La filosofía que Chesterton y cualquier niño puede deducir de los cuentos es «que la vida no es sólo un placer sino también una especie de extraño privilegio». Es una idea sobre la vida muy distinta de la que proporcionan las historias «fieles-a-la-realidad», pero mucho más capaz de ayudar al que se encuentra inmerso en las dificultades de la vida.

En el capítulo de la obra
Orthodoxy,
del que he extraído la cita anterior y que se titula «La Ética del País de las Maravillas», Chesterton acentúa la moral inherente a los cuentos de hadas. «Tenemos la lección caballerosa de "Jack, el matador de gigantes", que nos dice que los gigantes tienen que matarse porque son gigantescos. Es una insubordinación activa en contra del orgullo como tal… Tenemos la lección de "Cenicienta" que es la misma del Magnificat —
exaltavit humiles
(exaltó a los humildes). Nos encontramos asimismo la gran lección de "La bella y la bestia" que dice que una cosa ha de amarse
antes
de poder amarla… Estoy interesado por una cierta manera de ver la vida que me proporcionaron los cuentos de hadas.» Cuando Chesterton dice que los cuentos son «cosas completamente razonables», habla de ellos como experiencias, como reflejos de la experiencia interna, no de la realidad; y es así como el niño los entiende.
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A partir de los cinco años, aproximadamente —la edad en que los cuentos adquieren su pleno sentido—, ningún niño normal cree que estas historias sean reales. Una chiquilla disfruta imaginando que es una princesa que vive en un castillo y elabora fantasías de que lo es, pero cuando su madre la llama para ir a comer, sabe que no es una princesa. Y aunque los arbustos de un parque puedan verse, a veces, como un bosque oscuro y frondoso, llenos de secretos ocultos, el niño es consciente de lo que es en realidad, lo mismo que una niña sabe que su muñeca no es un bebé de carne y hueso aunque la llame así y la trate como tal.

Es muy probable que el niño se sienta confundido, en cuanto a lo que es real y a lo que no, frente a los relatos que están más cerca de la realidad, porque empiezan en la sala de estar o en el patio de una casa en lugar de la cabaña de un pobre leñador en un gran bosque; y cuyos personajes son mucho más parecidos a los padres del niño que a unos leñadores muertos de hambre, a reyes o a reinas; pero que mezclan estos elementos realistas con otros fantásticos y de realización de deseos. Estas historias fracasan en su intento de adecuarse a la realidad interna del niño y, por muy fieles que sean a la realidad externa, aumentan la separación entre ambos tipos de experiencia en el niño. También le alejan de sus padres porque llega a sentir que viven en mundos espirituales diferentes del suyo; por muy cerca que vivan en el espacio «real», parecen vivir en continentes diferentes, desde el punto de vista emocional. Se produce una discontinuidad entre generaciones, tan dolorosa para los padres como para el hijo.

Si a un niño no se le cuentan más que historias «fieles-a-la-realidad» (lo que significa que son falsas para una parte importante de su mundo interno), puede llegar a la conclusión de que sus padres no aceptan gran parte de esta realidad interna. Entonces, el niño se aleja de su propia vida interna y se siente vacío. Como consecuencia, es posible que más tarde, cuando sea un adolescente y no sufra el influjo emocional de sus padres, odie el mundo racional y escape hacia un mundo totalmente fantástico, como si quisiera recuperar lo perdido en la infancia. Posteriormente, esto puede implicar una seria ruptura con la realidad, con el consiguiente peligro para el individuo y para la sociedad. O bien, en un caso menos grave, es posible que la persona continúe este encierro del yo interno durante toda su vida y que no se sienta nunca satisfecha en el mundo, porque, al estar alienada respecto a los procesos inconscientes, no puede usarlos para enriquecer su vida real. Entonces, la vida no es ni «un placer» ni «un extraño privilegio». Dada una separación semejante, sea lo que sea lo que ocurra en la realidad, no conseguirá ofrecer una satisfacción apropiada a las necesidades inconscientes. El resultado es que la persona tiene siempre la sensación de que la vida es incompleta.

Un niño será capaz de enfrentarse a la vida de manera adecuada a su edad, siempre que no esté dominado por los procesos mentales internos y que se ocupen de él en todos los aspectos. En una situación así, podrá solucionar cualquier problema que surja. Pero si observamos a los niños mientras juegan, nos daremos cuenta de lo poco que duran estos momentos.

Una vez que las presiones internas dominan al niño —lo que ocurre con frecuencia—, la única manera en que puede esperar vencerlas es externalizándolas. Pero el problema es cómo hacerlo sin que estas externalizaciones lo venzan a él. El expresar las diversas facetas de su experiencia externa es una tarea muy difícil para un niño; y, a menos que se le ayude, es imposible cuando las experiencias externas se mezclan con las internas. El niño todavía no es capaz de ordenar y dar un sentido a sus procesos internos por sí solo. Los cuentos de hadas ofrecen personajes con los que externalizar lo que ocurre en la mente infantil, de una manera que el niño, además, puede controlar. Los cuentos muestran al niño cómo puede expresar sus deseos destructivos a través de un personaje, obtener la satisfacción deseada a través de un segundo, identificarse con un tercero, tener una relación ideal con un cuarto, y así sucesivamente, acomodándose a lo que exijan las necesidades del momento.

El niño podrá empezar a ordenar sus tendencias contradictorias cuando todos sus pensamientos llenos de deseos se expresen a través de un hada buena; sus impulsos destructivos a través de una bruja malvada; sus temores a través de un lobo hambriento; las exigencias de su conciencia a través de un sabio, hallado durante las peripecias del protagonista, y sus celos a través de un animal que arranca los ojos de sus rivales. Cuando este proceso comience, el niño irá superando cada vez más el caos incontrolable en que antes se encontraba sumergido.

Transformaciones
La fantasía de la madrastra perversa

Hay un momento adecuado para ciertas experiencias evolutivas, y la infancia es la época en que se aprende a cubrir el inmenso vacío entre experiencias internas y el mundo real. Los cuentos de hadas pueden parecer absurdos, fantásticos, perjudiciales y totalmente increíbles para el adulto que se vio privado de esta fantasía en su propia infancia, o bien que ha reprimido estos recuerdos. Un adulto que no haya alcanzado una integración satisfactoria de los dos mundos de realidad e imaginación se alejará de estas historias. Pero un adulto que, en su propia vida, es capaz de integrar el orden racional con la falta de lógica de su inconsciente será responsable de la manera en que los cuentos ayudan al niño a conseguir esta integración. Para el niño, y para el adulto que, como Sócrates, sabe que hay un niño en la parte más inteligente de nuestra persona, los cuentos revelan verdades acerca de la humanidad y de uno mismo.

En la «Caperucita Roja», la bondadosa abuela sufre una repentina sustitución a manos del lobo feroz que amenaza con destruir a la niña. Es una transformación totalmente inverosímil si la miramos objetivamente, incluso aterradora; podemos pensar que esta transformación es un susto innecesario, contrario a toda realidad posible. Pero si la observamos de la misma manera que el niño la experimenta, ¿es, acaso, más aterradora que la transformación repentina de su propia abuela bondadosa en una figura amenazadora para su sentido del yo, cuando le humilla por haberse ensuciado los pantalones? Para el niño, la abuela ya no es la misma persona que era un momento antes; se ha convertido en un ogro. ¿Cómo puede una persona, que era tan amable, que traía regalos y que era más comprensiva y tolerante que su propia madre, actuar repentinamente de una manera tan radicalmente distinta?

Incapaz de ver una congruencia entre las diferentes manifestaciones, el niño experimenta, realmente, a la abuela como dos entidades separadas: la que lo quiere y la que lo amenaza. Es, en realidad, la abuela
y
el lobo. Al hacer esta división, por decirlo de alguna manera, el niño consigue preservar la imagen de la abuela buena. Si ésta se convierte en un lobo —cosa que no deja de ser, ciertamente, aterradora—, el niño no necesita comprometer la idea de bondad de la abuela. En cualquier caso, el cuento mismo le dice que el lobo es sólo una manifestación pasajera; la abuela regresará victoriosa.

Del mismo modo, la madre, aunque sea protectora la mayor parte del tiempo, puede también convertirse en la madrastra cruel si es tan mala como para negarle a su hijo algo que éste desee.

Lejos de ser un mecanismo usado sólo en los cuentos, esta disociación de una persona en dos, para conservar una imagen positiva de ella, es una solución que muchos niños aplican a una relación demasiado difícil de manejar o comprender. Con este mecanismo se solucionan inmediatamente todas las contradicciones, como le ocurrió a una estudiante que recuerda todavía un incidente ocurrido cuando aún no había cumplido los cinco años.

Un día, estando en un supermercado, la madre de esta niña se enfadó de pronto con ella, que se sintió completamente destruida por el hecho de que su madre pudiera actuar de aquel modo. De regreso a casa, su madre seguía regañándola y diciéndole que no era buena. La niña llegó a la convicción de que aquella persona tan mala sólo tenía
la apariencia
de su madre y que, aunque pretendiese serlo, en realidad no era más que un Marciano malo, un impostor que se había llevado a su madre y había tomado su aspecto. Desde entonces, la chica imaginó varias veces que este Marciano había tomado el lugar de su madre para torturarla como su madre real nunca hubiera hecho.

Esta fantasía duró un par de años hasta que, al cumplir los siete, la chica tomó el valor suficiente como para tender una trampa al Marciano. Cuando éste había suplantado otra vez a su madre, para seguir con la práctica nefasta de torturarla, la niña le preguntó al Marciano sobre algo que había pasado entre ella y su madre real. Ante su sorpresa, el Marciano lo sabía todo, lo que al principio no hizo más que confirmar su astucia. Pero después de llevar a cabo este experimento dos o tres veces más, la niña empezó a dudar; entonces, le preguntó a su madre sobre cosas que habían sucedido entre ella y el Marciano. Cuando quedó claro que su madre lo sabía todo, la fantasía del Marciano terminó.

Durante el período en que la seguridad de la niña había exigido que su madre fuese siempre buena, que nunca se enfadara ni la rechazara, la chica manejó la realidad de manera que le proporcionara lo que ella necesitaba. Cuando creció y fue adquiriendo una mayor seguridad, la cólera y las severas críticas de la madre ya no le parecieron tan destructoras. Desde el momento en que su propia integración se hizo más firme, la niña pudo deshacerse de la fantasía del Marciano, que le había garantizado una seguridad, y rehizo la doble imagen de la madre en una sola, al comprobar la realidad de su fantasía.

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