Psicoanálisis de los cuentos de hadas (40 page)

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Authors: Bruno Bettelheim

Tags: #Ensayo

Esta búsqueda de identidad se manifiesta claramente en «Ricitos de Oro» mediante los tres platos, las tres sillas y las tres camas. La imagen más directa de la necesidad de búsqueda es que hay que encontrar algo que se ha perdido. Si lo que andamos buscando es a nosotros mismos, el símbolo más convincente será el hecho de que nos hayamos perdido. En los cuentos de hadas, el perderse en un bosque significa, no la necesidad de ser encontrado, sino, más bien, la urgencia de encontrarse a sí mismo.

El viaje que Ricitos de Oro emprende para conocerse a sí misma comienza con el intento de fisgonear la casa de los ositos. Esto provoca asociaciones en el deseo infantil de descubrir los secretos sexuales de los adultos en general, y de los padres en especial. Muy a menudo, esta curiosidad se debe más a la necesidad que tiene el niño de conocer su propia sexualidad, que al deseo de saber exactamente lo que hacen sus padres en la cama.

Una vez dentro de la casa, Ricitos de Oro examina tres conjuntos de objetos —platos de sopa, sillas y camas— para averiguar cuál de ellos es el más apropiado para ella. Los prueba siguiendo siempre el mismo orden: primero el del padre, luego el de la madre y, por último, el del bebé. Este comportamiento de Ricitos de Oro nos indica que la niña está investigando cuál es el rol sexual más adecuado para ella y qué lugar le corresponde dentro de la familia: el del padre, el de la madre o el del hijo. La búsqueda de sí misma y de su rol en la familia empieza con la comida, puesto que el ser alimentada constituye la primera experiencia consciente de toda persona. También este momento representa la primera relación con otra persona: la madre. Pero Ricitos de Oro elige el plato de Papá Oso, hecho que nos hace pensar que la pequeña quiere ser como él (varón) o, mejor, que desea relacionarse con él. Esta misma conducta la observamos cuando elige, también en primer lugar, su silla y su cama, a pesar de que su anterior experiencia con la sopa y la silla debieran haberle hecho comprender que lo que pertenece al padre no es adecuado para ella. Resulta muy difícil acercarnos a los deseos edípicos de la niña si no es sugiriendo que Ricitos de Oro intenta compartir la cama y la comida con una figura paterna.

Pero tal como la historia nos indica, tanto el deseo de ser varón como de dormir en la cama del padre, no resulta satisfactorio. La justificación se basa en que la sopa del padre está «demasiado caliente» y su silla es «demasiado dura». Así, decepcionada al comprobar que la identidad masculina, o la intimidad con el padre no son idóneas para ella, son demasiado amenazantes —podría quemarse con la sopa— o demasiado difíciles de manejar, Ricitos de Oro, como cualquier otra niña que experimenta una profunda desilusión edípica con el padre, regresa a la relación original con la madre. Pero esta alternativa tampoco es válida. Lo que había sido una relación cálida, ahora es demasiado fría como para proporcionar bienestar (la sopa está demasiado fría). Y aunque la silla de la madre no sea dura, resulta ser demasiado blanda; quizás envuelve a la niña igual que una madre, y Ricitos de Oro no desea volver a este estadio.

En cuanto a las camas, Ricitos de Oro encuentra que la cama de Papá Oso tiene la cabecera demasiado alta, y la de Mamá Osa tiene la parte de los pies demasiado alta; esto muestra que tanto sus roles como la intimidad con ellos están fuera del alcance de Ricitos de Oro. Tan sólo las cosas de Bebé Osito le van «a la medida». Así pues, nada parece apropiado para ella sino el rol de niño. Pero aun así, este papel no se adapta del todo a ella: cuando Ricitos de Oro se sienta en la sillita de Bebé Osito, que «no era ni demasiado dura ni demasiado blanda, sino que le iba justo a la medida, se rompe bajo el peso de la niña, que cae al suelo». Vemos, pues, que la pequeña ya es demasiado mayor para sentarse en la sillita de un niño. Además, su vida queda sin base alguna, ya que no obtuvo éxito al intentar, primero, ser o relacionarse con el padre, ni después, con la madre; y sólo obtuvo resultado cuando, tras estos intentos fracasados, Ricitos de Oro regresa, aunque de mala gana, a una existencia infantil. Para la niña de este cuento no hay final feliz; después de su fracaso en la búsqueda de lo que más se adapta a sus posibilidades, despierta como de una pesadilla y huye a todo correr.

La historia de Ricitos de Oro nos ilustra el significado de la difícil elección que el niño debe realizar: ¿Ha de ser como el padre, como la madre o como un niño? El hecho de decidir lo que uno quiere ser respecto a esas posiciones humanas fundamentales comporta una tremenda lucha psicológica, una penosa experiencia por la que todo ser humano tiene que pasar. Pero si el niño todavía no está preparado para ocupar el puesto del padre o de la madre, la solución no está en aceptar sin más el puesto del niño; por este motivo, no son suficientes las tres pruebas. Para avanzar en el crecimiento, el darse cuenta de que uno es todavía un niño debe ir acompañado de otra condición: que hay que llegar a ser uno mismo, distinto de los padres y distinto, también, del ser simplemente su hijo.

En los cuentos de hadas populares, tan diferentes de las historias inventadas como «Ricitos de Oro», las cosas no terminan nunca después de haber realizado tres esfuerzos. Al final del cuento, no encontramos resolución alguna del problema de la búsqueda de identidad; la niña no se encuentra a sí misma ni se convierte en una persona independiente. Lo único que Ricitos de Oro puede extraer de su experiencia en casa de los ositos es que la regresión a la etapa infantil no soluciona en absoluto las dificultades del crecimiento. La historia nos muestra que el proceso para llegar a ser uno mismo da comienzo con el reajuste de lo que comporta la relación con los padres.

En «Ricitos de Oro», los osos no proporcionan ninguna ayuda, sino todo lo contrario, les asusta y les molesta que una niña pequeña intente dormir en la cama de papá, usurpando el lugar de mamá. Sin embargo, en «Blancanieves» se da el caso opuesto: los enanitos, en vez de culpar a Blancanieves por haber utilizado sus platos, vasos y camas, quedan prendados de la pequeña heroína. En tanto que los osos, con sus gritos de sorpresa, despiertan a Ricitos de Oro, los enanitos se las arreglan para no interrumpir el sueño de Blancanieves, aun a costa de su propia incomodidad. Pero, por mucho que los enanitos se sientan atraídos por la belleza de Blancanieves, ya desde el primer momento le imponen condiciones si quiere permanecer con ellos: si desea llegar a ser una persona, debe actuar con madurez. Le advierten de los peligros que encierra el proceso de crecimiento, e incluso cuando la pequeña actúa en contra de sus consejos, la liberan, repetidamente, de sus dificultades.

Ricitos de Oro no recibe ayuda alguna de los osos en sus problemas de crecimiento; por lo tanto, lo único que puede hacer es huir, asustada de su propio atrevimiento, y derrotada en sus esfuerzos por encontrarse a sí misma. La huida ante las dificultades del desarrollo apenas estimula al niño a proseguir con su ardua tarea de ir resolviendo, uno a uno, los problemas que su crecimiento le plantea. Por otra parte, la historia de Ricitos de Oro no ofrece, al final, ninguna promesa de felicidad futura para aquellos que hayan logrado dominar, de niños, su situación edípica, y que, de adolescentes, sean capaces de resolver de modo maduro esos viejos conflictos. Desgraciadamente, «Ricitos de Oro» carece de estos elementos, pues sólo las grandes esperanzas respecto al futuro pueden proporcionar al niño el estímulo para seguir luchando hasta alcanzar la propia identidad.

A pesar de los numerosos defectos que encontramos en «Ricitos de Oro», al compararlo con otros cuentos de hadas populares, hemos de reconocer que este relato posee un considerable valor, de otro modo no hubiera alcanzado la gran popularidad de que goza. La historia trata de las dificultades que implica el logro de la identidad, y de los problemas que se derivan de los deseos edípicos, y de los esfuerzos por obtener el amor exclusivo de uno y otro progenitor.

Al ser esta una historia ambigua, su valor depende, en gran manera, del modo en que se relate. El padre que, por razones personales, se sienta encantado ante la idea de que hay que asustar a los niños para que no curioseen en los secretos de los adultos contará la historia con un énfasis muy distinto del de un padre que se identifique empáticamente con este deseo infantil. Una persona experimentará simpatía por las dificultades de Ricitos de Oro si éstas la hacen sentirse niña, como la protagonista del cuento; en otros casos, la reacción será distinta. Mucha gente sentirá profundamente la misma frustración que Ricitos de Oro cuando ésta debe aceptar el hecho de que todavía es una niña que tiene que superar la infancia, aunque no desee hacerlo.

La ambigüedad de la historia nos permite, también, contarla poniendo énfasis en la rivalidad fraterna, otro importante tema. En este caso, depende mucho de cómo se cuente, por ejemplo, el incidente de la silla rota. Se puede relatar haciendo hincapié en la desazón de Ricitos de Oro, cuando la silla, que parecía ajustarse tan bien a sus necesidades, se viene abajo repentinamente; o bien recalcando, con júbilo, la caída de la niña o el hecho de que rompiera la sillita de Bebé Osito.

Si la historia se narra desde el punto de vista de Bebé Osito, Ricitos de Oro aparece como una intrusa que viene de no se sabe dónde, como ocurre con el hermanito recién llegado, y usurpa —o intenta usurpar— un puesto en la familia que, para Bebé Osito, estaba ya completa sin ella. Ese odioso intruso roba su comida, le rompe la sillita e incluso intenta echarlo de su cama; y, por extensión, trata de ocupar su lugar en el corazón de sus padres. Por este motivo, es comprensible que la voz de Bebé Osito, y no la de los padres, fuera «tan estridente y chillona que despertó en seguida a Ricitos de Oro. Se levantó de un salto… y corrió hacia la ventana». Es Bebé Osito —el niño— el que quiere deshacerse del recién llegado, quiere que la niña regrese por donde ha venido y no volver a saber «nada más de ella». De esta manera, la historia encarna, de modo fantástico, los temores y deseos que un niño experimenta respecto a la llegada, real o imaginaria, de un nuevo miembro de la familia.

Si consideramos el cuento desde el punto de vista de Ricitos de Oro, entonces Bebé Osito representará el hermano, y podremos empatizar con el deseo de la niña por destruir su juguete (la sillita) y ocupar su cama, a fin de que el pequeño no disponga ya de ningún lugar en la familia. Interpretándola así, la historia se convierte en un relato admonitorio, advirtiendo de las consecuencias que puede tener el ceder a la rivalidad fraterna hasta el extremo de actuar destructivamente contra los objetos del hermano. Pues si uno se comporta de este modo, puede encontrarse abandonado a la intemperie, sin tener a dónde ir.

La gran popularidad de «Ricitos de Oro» tanto entre los niños como entre los adultos se deriva, en parte, de sus múltiples significados a tan distintos niveles. El niño pequeño reaccionará principalmente al tema de la rivalidad fraterna, y se sentirá encantado de ver que Ricitos de Oro tiene que regresar al lugar de donde procede, cosa que muchos niños desearían para su hermanito pequeño. Un muchacho algo mayor se sentirá cautivado por el hecho de que Ricitos de Oro intenta apropiarse de los roles adultos. Algunos niños disfrutarán imaginando a la pequeña mientras espía y entra en la casa; a numerosos adultos les gustará recordar que Ricitos de Oro es expulsada por ellos.

Esta historia es especialmente adecuada porque describe al intruso, Ricitos de Oro, bajo un aspecto sumamente agradable. Esto hace que el cuento sea tan atractivo para unos como para otros, porque al final vencen los osos. Así, tanto si uno se identifica con el extraño o con un miembro de la familia, la historia puede resultar igualmente satisfactoria. Los cambios que ha sufrido el título a lo largo del tiempo muestran cómo una historia que protegía la propiedad privada y los derechos psicológicos de los miembros de una familia —los osos— se ha convertido en otra que concentra todo su interés en el usurpador. Este relato que antes se llamaba «Los tres ositos» se ha hecho popular bajo el nombre de «Ricitos de Oro». Además, la ambigüedad de dicha historia, que va de acuerdo con el sentir de los tiempos, contribuye también a su popularidad, aunque las soluciones evidentes que ofrece el cuento de hadas tradicional parezcan apuntar hacia una etapa más feliz, en la que se podían hallar soluciones definitivas.

A este respecto, todavía es más importante el gran atractivo de la historia, que, al mismo tiempo, es su mayor defecto. No sólo actualmente, sino también en otras épocas, el huir de un problema, que en términos del inconsciente significa negarlo o reprimirlo, parece ser el camino más fácil si lo comparamos con la dificultad que entraña la resolución del mismo. La huida es la solución que nos plantea el relato de «Ricitos de Oro». Los osos permanecen impertérritos ante la aparición y repentina desaparición de la muchacha en sus vidas. Actúan como si nada hubiera ocurrido, tan sólo un interludio sin más consecuencias; todo se resuelve cuando la niña escapa saltando por la ventana. En lo que a Ricitos de Oro se refiere, la huida indica que no es necesaria ninguna solución a los conflictos edípicos ni a la rivalidad fraterna. Contrariamente a lo que suele ocurrir en los cuentos de hadas tradicionales, en esta historia tenemos la impresión de que la experiencia que Ricitos de Oro obtiene en casa de los ositos no produce cambio alguno en su vida ni en la de aquéllos; no se menciona nada al respecto. Aunque la niña busque desesperadamente el lugar más apropiado para ella —es decir, quién es en realidad—, no se nos dice que Ricitos de Oro llegue a alcanzar un nivel superior de identidad.

A los padres les gustaría que sus hijas fueran eternamente niñas, al igual que al pequeño le encantaría creer que puede evitar la lucha que el crecimiento lleva consigo. Por este motivo, la reacción más espontánea ante ese cuento es: «Qué historia más bonita». Y precisamente por esto, el relato no ayuda al niño a alcanzar una madurez emocional.

«La bella durmiente»

La adolescencia es un período de grandes y rápidas transformaciones, en el que se alternan etapas de total pasividad y letargo con épocas de enorme actividad, e incluso de comportamiento arriesgado «para probarse a sí mismo» o descargar la tensión interna. Esta conducta que avanza y retrocede constantemente encuentra expresión en algunos cuentos en los que el héroe se enzarza en fantásticas aventuras y es convertido en estatua de piedra por algún hechicero. Muy a menudo, hecho más correcto desde el punto de vista psicológico, se invierte la secuencia: Mudito, en «Las tres plumas», no hace nada hasta haber alcanzado plenamente la adolescencia; y el héroe de «Los tres lenguajes», obligado por su padre a salir de casa para recibir una educación mejor, pasa tres años estudiando pasivamente antes de que comiencen sus aventuras.

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