Muchos cuentos de hadas hacen hincapié en las grandes hazañas que deben realizar los héroes para encontrarse a sí mismos; en cambio, «La bella durmiente» subraya la también necesaria, prolongada e intensa concentración en sí mismo. En los meses anteriores a la primera menstruación, y a veces algún tiempo después, las chicas dan muestras de cierta pasividad, parecen como dormidas y sumidas en sí mismas. Aunque en los chicos no se presenten señales evidentes que precedan a la llegada de la madurez sexual, muchos de ellos experimentan un período de lasitud y de introversión, durante la pubertad, parecido al de las chicas. Así pues, parece razonable que un cuento de hadas, en el que se inicia un largo período de sopor al comenzar la pubertad, se haya hecho famoso durante tanto tiempo entre chicos y chicas.
En los grandes cambios, como la adolescencia, que experimentamos a lo largo de nuestra vida, necesitamos períodos de calma y de actividad para lograr un desarrollo satisfactorio. Este ensimismamiento, que externamente puede confundirse con la pasividad (es decir, malgastar el tiempo durmiendo), se da cuando, dentro de la persona, se producen procesos internos de tal importancia que no restan energías suficientes para llevar a cabo acciones dirigidas hacia el exterior. Aquellos cuentos de hadas que, como «La bella durmiente», tienen por tema central la pasividad, hacen que el adolescente no se inquiete durante este período de inactividad: se da cuenta de que no permanecerá siempre en un aparente no hacer nada, aunque en ese instante parezca que este período de calma haya de durar más de cien años.
Después de esta inactividad, que se da generalmente al comienzo de la pubertad, los adolescentes se vuelven activos y se recuperan del período de pasividad; tanto en la vida real como en los cuentos de hadas, intentan poner a prueba su masculinidad o feminidad a través de peligrosas aventuras. Así es como el lenguaje simbólico de los cuentos pone de manifiesto que, después de haber recuperado las fuerzas por sí solo, el adolescente debe volver a ser él mismo. En realidad, este desarrollo
está
atestado de peligros: un adolescente debe abandonar la seguridad de su niñez, representada por el hecho de perderse en un frondoso bosque: debe aprender a enfrentarse a sus tendencias violentas y a sus angustias, simbolizadas por los encuentros con animales salvajes y dragones; y debe también conocerse a sí mismo, lo que implica cruzarse con personajes y experiencias extraños. Mediante este proceso el adolescente pierde la inocencia que antes le había caracterizado; se le trataba de «bobo» y era considerado tonto e inferior. Los riesgos que entrañan las intrépidas aventuras son evidentes, como ocurre cuando Jack se encuentra con el ogro. Por su parte, «Blancanieves» y «La bella durmiente» animan al niño para que no tema los peligros de la pasividad. Por muy antiguo que sea el cuento de «La bella durmiente», el mensaje que transmite a los jóvenes de hoy en día es, en muchos aspectos, más importante que el de otros cuentos. Actualmente, gran parte de nuestra juventud —y sus padres— tienen miedo del crecimiento silencioso, cuando nada puede ocurrir, pues creen que tan sólo actuando de forma manifiesta pueden alcanzarse los objetivos propuestos. «La bella durmiente» nos demuestra que un largo período de reposo, de contemplación y de concentración en sí mismo, puede conducir a grandes logros, como sucede con frecuencia.
Recientemente se ha afirmado que, en los cuentos de hadas, la lucha contra la dependencia infantil y el intento de ser uno mismo se describe, a menudo, de modo distinto para los chicos que para las chicas, lo cual no deja de ser consecuencia de los estereotipos sexuales. Sin embargo, los cuentos de hadas no dan imágenes tan unilaterales. Si se dice que una chica se ha vuelto introvertida al intentar ser ella misma, y que un chico se enfrenta al mundo externo de modo agresivo, vemos que ambos
a la vez
simbolizan las dos maneras distintas de conseguir la propia identidad: es decir, aprendiendo a comprender y a dominar tanto el mundo interno como el externo. En este sentido, los héroes masculinos y femeninos son proyecciones, en dos personajes distintos, de dos aspectos (artificialmente) separados de un único proceso que
todo
ser humano debe experimentar en el crecimiento. Mientras que los padres, cuyo pensamiento se basa fundamentalmente en la realidad, no se dan cuenta de ello, los niños saben que, sea cual sea el sexo del héroe, la historia atañe a sus propios problemas. Personajes masculinos y femeninos desempeñan, en los cuentos de hadas, los mismos papeles; en «La bella durmiente» es el príncipe el que contempla a la niña mientras duerme; sin embargo, en «Eros y Psique» y en otros cuentos derivados de él, es Psique la que descubre a Eros cuando éste está dormido y, al igual que el príncipe, se maravilla de la belleza que contemplan sus ojos. Esto no es más que un ejemplo. Puesto que existen miles de cuentos, resulta fácil adivinar que habrá tantas historias en las que el valor y la intrepidez de la mujer ayuden al hombre como relatos en los que suceda lo contrarío. Así es como debe ser, ya que los cuentos de hadas revelan verdades importantes acerca de la vida.
«La bella durmiente» se conoce hoy en día bajo dos versiones distintas: la de Perrault y la de los Hermanos Grimm.
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Antes de explicar la diferencia entre ambas, es mejor examinar brevemente la forma que toma dicha historia en el
Pentamerone
de Basile, cuyo título es «Sol, Luna y Talía».
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En el nacimiento de su hija Talía, un rey reunió a todos los sabios y adivinos del reino para que profetizaran su porvenir. Todos estuvieron de acuerdo en que la niña correría un enorme peligro por culpa de una brizna de lino. Para evitar este desgraciado accidente, el rey ordenó que, a partir de entonces, no entrara en el castillo ni lino ni cáñamo. Pero, un día, cuando Talía era ya una muchacha, vio a una anciana que estaba hilando junto a su ventana. La niña, que no había visto en su vida nada semejante, «se quedó maravillada por el modo en que bailaba el huso». Llena de curiosidad, tomó la rueca en sus manos y comenzó a sacar el hilo. Pero entonces, una diminuta astilla de cáñamo «se le clavó en una uña e inmediatamente cayó muerta al suelo». Después de lo sucedido, el rey sentó a su hija sin vida en una silla de terciopelo, cerró la puerta del palacio y se fue para siempre intentando borrar, así, el recuerdo de su infortunio.
Algún tiempo después, pasó por allí un rey que iba de cacería. Su halcón voló hacia el castillo vacío, penetró por una ventana y no volvió a salir. El rey, persiguiendo al halcón, se acercó y recorrió el palacio desierto. Allí encontró a Talía como sumida en un profundo sopor, sin que nada pudiera despertarla. Su belleza le cautivó hasta el extremo de que no pudo evitar acostarse con ella; tiempo después, se fue y olvidó su aventura. Nueve meses más tarde, Talía, todavía aletargada en su sueño, dio a luz dos niños, que se alimentaron de su pecho. «Un día, cuando uno de los bebés intentaba mamar, al no poder encontrar el pecho, se puso en la boca el dedo en el que Talía se había herido. Chupó con tanta fuerza que extrajo la astilla que estaba clavada en él, y Talía despertó de su profundo sueño.»
Un buen día, el rey volvió a acordarse de su aventura y se encaminó hacia el castillo para ir a ver a Talía. Al encontrar a la muchacha despierta y con los dos niños, se sintió tan feliz que ya no pudo olvidarlos nunca más. Pero su mujer descubrió el secreto y, a escondidas, envió a buscar a los dos niños en nombre del rey. Ordenó que los guisaran y que se los sirvieran a su marido. El cocinero se compadeció y escondió a los niños en su propia casa, preparando, en su lugar, unos cabritillos, que la reina ofreció a su marido. Más tarde mandó a buscar a Talía y planeó arrojarla al fuego, porque ella era la culpable de la infidelidad de su esposo. En el último momento, apareció el rey, quien empujó a su mujer a las llamas, se casó con Talía y se reunió de nuevo con sus dos hijos que, gracias al cocinero, se habían salvado. La historia termina con los siguientes versos:
Dicen que la gente afortunada,
mientras yace en la cama, por la Fortuna es consagrada.
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Perrault, al añadir en su cuento la historia del hada despreciable que pronuncia la maldición o al utilizar este conocido tema, explica por qué la heroína cae en ese profundo sopor, y enriquece considerablemente la historia, ya que en «Sol, Luna y Talía» no se menciona el motivo por el que la muchacha tiene que sufrir semejante destino.
En la historia de Basile, Talía es la hija de un rey que, debido a su amor por ella, no pudo permanecer en el castillo cuando la niña cayó en su letargo. Después de abandonar a Talía, protegida en su trono «bajo un palio bordado», ya no se sabe nada más del padre, ni siquiera cuando se despierta la muchacha, se casa con el rey y vive feliz junto a su marido e hijos. Un rey sustituye al otro en el mismo país, al igual que en la vida de Talía un rey reemplaza a otro; es decir, el padre rey es sustituido por el rey amante. ¿No serán esos dos reyes uno sustituto del otro, en distintos períodos de la vida de la muchacha, desempeñando distintos roles y con diferentes disfraces? Ahora, volvemos a encontrarnos con la «inocencia» de la niña en la fase edípica, que no se siente, en absoluto, responsable de los sentimientos que despierta, o quiere despertar, en su padre.
Perrault, el académico, se aparta aún más de la historia de Basile. Después de todo, era un cortesano que se dedicaba a contar historias a los príncipes, pretendiendo que su hijo las había inventado para agradar a una princesa. Los dos reyes se transforman en un rey y un príncipe; este último, evidentemente, en alguien que todavía no está casado ni tiene hijos. La presencia del rey está separada de la del príncipe por un sueño de cien años, de este modo podemos estar seguros de que ambos no tienen nada que ver el uno con el otro. Resulta harto interesante que Perrault no consiga desembarazarse de las connotaciones edípicas: en su historia, la reina no se siente desesperadamente celosa de la traición de su marido, sino que aparece como la madre edípica que tiene celos de la muchacha que su hijo, el príncipe, ha elegido por esposa, e intenta destruirla. No obstante, mientras que en el cuento de Basile el personaje de la reina es convincente, en el de Perrault, no. La historia de este último consta de dos partes incongruentes: la primera termina cuando el príncipe despierta a Bella Durmiente y se casa con ella; y la segunda, en la que se nos asegura que la madre del Príncipe Encantador es, en realidad, una mujer-ogro devoradora de niños, que desea comerse sus propios nietos.
En la historia de Basile, la reina desea alimentar a su marido cocinando a los hijos de éste, lo que constituye el peor castigo que le puede infligir por haber preferido a Bella Durmiente. Sin embargo, en el cuento de Perrault, es la reina misma quien quiere comérselos. En la versión de Basile la reina está celosa porque el amor y el pensamiento de su esposo están continuamente al lado de Talía y de los niños. Así pues, intenta empujar a Talía a las llamas, ya que el «ardiente» amor del rey por la muchacha provoca el «ardiente» odio que la reina siente por ella.
En el cuento de Perrault no se ofrece explicación alguna del odio devorador que la reina experimenta, pero, al hablar de ella, se la trata de mujer-ogro, «cada vez que veía un niño… tenía que hacer grandes esfuerzos para no abalanzarse sobre él». Por su parte, también el Príncipe Encantador mantiene en secreto, durante dos años, su matrimonio con Bella Durmiente. Y sólo después de la muerte de su padre lleva al castillo a su esposa y a sus dos hijos, llamados Mañana y Día. Cuando el príncipe tiene que partir para ir a la guerra, deja su reino, esposa e hijos al cuidado de su madre, aun sabiendo que ésta es una mujer-ogro. El relato de Perrault termina con el regreso del rey, en el preciso instante en que su madre está a punto de arrojar a Bella Durmiente a un pozo lleno de víboras. La mujer-ogro, al verle, se da cuenta de que sus planes han fracasado, por lo que se precipita al pozo.
Podemos adivinar fácilmente que Perrault no creyó apropiado relatar en la corte francesa una historia en la que un rey viola a una doncella mientras ésta está durmiendo, la deja embarazada y la olvida por completo para volver a recordarla, por casualidad, tiempo después. Pero un príncipe que oculta su matrimonio y paternidad al rey, su propio padre —podemos suponer que por temor a los celos edípicos del rey si el hijo se convierte, a su vez, en padre—, no resulta convincente, porque parece excesivo, incluso en un cuento de hadas, aunar en una misma historia los celos edípicos del padre y de la madre respecto al mismo hijo. Sabiendo que su madre es un ogro, el príncipe no lleva a su mujer ni a su hijo al palacio mientras su padre pueda ejercer una influencia represora, pero sí lo hace después de su muerte, cuando su protección ya no existe. La razón por la que el cuento tomó esta forma no es que Perrault careciera de ingenio, sino que no se tomaba en serio los cuentos de hadas y se interesaba más en el verso agudo y moralista que añadía al final de cada historia.
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Teniendo en cuenta estas dos partes incongruentes de la historia, es comprensible que en la narración oral —y también en la forma impresa— el cuento termine con la feliz unión del príncipe y Bella Durmiente. Esta es la versión que los Hermanos Grimm oyeron y divulgaron, y que, tanto antaño como actualmente, es la más conocida. Sin embargo, se perdió un matiz que estaba presente en Perrault. Desear la muerte de un recién nacido sólo por no haber sido invitado al bautizo, o por haber recibido el regalo de plata menos valioso, es signo de que tratamos con un hada perversa. Así, en Perrault, como en la versión de los Hermanos Grimm, al comienzo de la historia nos encontramos con la(s) madre(s)-[hada(s) madrina(s)] disociada en su aspecto bueno y malo. Para que pueda existir un final feliz, es necesario que el principio del mal sea adecuadamente castigado y eliminado, porque sólo entonces podrá prevalecer el bien y, con él, la felicidad. En la historia de Perrault, al igual que en la de Basile, se destruye la maldad, haciendo, así, justicia, como es característico de los cuentos de hadas. Sin embargo, la versión de los Hermanos Grimm, a la que a continuación nos referiremos, resulta deficiente en este aspecto, pues el hada perversa no recibe castigo alguno.