Psicoanálisis de los cuentos de hadas (19 page)

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Authors: Bruno Bettelheim

Tags: #Ensayo

Las palomas blancas —que en simbolismo religioso representan al Espíritu Santo— inspiran y capacitan al héroe para alcanzar la posición más elevada en la tierra; lo consigue porque ha aprendido a entender a las palomas y a hacer lo que le ordenan.

El héroe ha llegado a la integración plena de la personalidad, al haber aprendido a comprender y a dominar el ello (los perros salvajes), a escuchar al super-yo (los pájaros) sin estar a su merced, y también a prestar atención a la valiosa información que las ranas (el sexo) pueden proporcionarle.

No conozco ningún otro cuento en el que se describa de manera tan concisa el proceso de un adolescente para llegar a su completa autorrealización, en su interior y en el mundo externo. Una vez conseguida esta integración, el héroe es la persona más adecuada para desempeñar el cargo de más elevado rango sobre la tierra.

«Las tres plumas»
El hijo menor en el papel de bobo

El número tres en los cuentos parece referirse a menudo a lo que el psicoanálisis considera como los tres aspectos de la mente: ello, yo y super-yo. Otro cuento de los Hermanos Grimm, «Las tres plumas», puede corroborar esta afirmación.

En este cuento, no es tanto la triple división de la mente humana lo que se simboliza, como la necesidad de familiarizarnos con el inconsciente, para llegar a apreciar sus poderes y a aprovechar sus recursos. Aunque el héroe de «Las tres plumas» se considere, al principio, un ignorante, acaba por vencer a sus rivales porque consigue esta familiarización, mientras ellos confían en su «inteligencia» y permanecen fijados al aspecto más superficial de las cosas, con lo que se puede decir que son ellos los verdaderos tontos. Sus burlas frente al hermano «bobo», que permanece atado a su esencia primaria, y la victoria de éste sobre los demás, nos indica que una conciencia, si está separada de sus orígenes inconscientes, nos lleva por un camino erróneo.

El tema de los hermanos mayores que se burlan del pequeño y lo desprecian ha sido muy frecuente a lo largo de la historia, especialmente en los cuentos que siguen el mismo esquema de la «Cenicienta». Sin embargo, las historias que se centran en un niño tonto, como «Los tres lenguajes» y «Las tres plumas», nos relatan algo diferente. No se mencionan las desdichas del niño «tonto», a quien el resto de la familia tiene en muy poca estima. Se afirma que el hecho de ser considerado ignorante es algo inevitable y que no parece afectarle demasiado. A veces se tiene la impresión de que al «bobo» no le importa su condición de tal, puesto que los demás no esperan nada de él. Las historias de este tipo empiezan a desarrollarse cuando la vida monótona del niño bobo se ve interrumpida por una exigencia; por ejemplo, cuando el conde envía a su hijo para que sea educado. Los innumerables cuentos de hadas en los que el héroe se describe primero como un bobo requieren una explicación más detallada en cuanto a nuestra tendencia a identificarnos con él mucho antes de que se convierta en un ser superior a aquellos que lo desprecian.

Un niño pequeño, por inteligente que sea, se siente tonto e inepto cuando se enfrenta al complejo mundo que lo rodea. Parece que los demás sean más inteligentes y tengan mayores habilidades que él. Por esta razón, al principio de muchos cuentos, los protagonistas desprecian y consideran estúpido al héroe. Esto es lo que el niño siente en cuanto a sí mismo y que proyecta, no tanto hacia el mundo en general, como hacia los padres y hermanos mayores.

Incluso cuando en algunas historias, como «Cenicienta», se dice que el protagonista había sido feliz antes de que la desgracia se cerniera sobre él, nunca se menciona que fuera inteligente. La niña era feliz porque no se esperaba nada de ella y no se le negaba capricho alguno. La inadaptación de un niño le hace sospechar que es tonto aunque no sea culpa suya; por ello, el cuento, que nunca da explicaciones de por qué se considera tonto al niño, es correcto desde el punto de vista psicológico.

En lo que respecta a la conciencia infantil, se puede afirmar que, durante los primeros años, no sucede nada especial, puesto que el niño, en el transcurso de su desarrollo, no recuerda ningún conflicto interno hasta que los padres empiezan a pedirle algo que va en contra de sus deseos. El niño entra en conflicto con el mundo precisamente a causa de estas demandas, y su externalización contribuye al sólido establecimiento, del super-yo y a la concienciación de los conflictos internos. Así pues, estos primeros años se recuerdan como felices y libres de conflictos, pero también como vacíos. En el cuento de hadas, esta situación está representada por el hecho de que no pasa nada en la vida del niño hasta que despierta a los conflictos con sus padres y a los que se producen en su interior. El ser «tonto» sugiere un estado indiferenciado de existencia que precede a las luchas entre el ello, el yo y el super-yo en una personalidad compleja.

Al nivel más simple y directo, los cuentos de hadas en que el héroe es el más joven y el más inepto ofrecen al niño lo que más necesita: consuelo y esperanza en el futuro. Aunque el niño se considere insignificante —opinión que proyecta en las que los demás tienen sobre él— y tema no hacer nunca nada bueno, la historia nos muestra que ha iniciado ya el proceso de concienciación de sus potenciales. En «Los tres lenguajes», tan pronto como el niño aprende el lenguaje de los perros, y más tarde el de los pájaros y el de las ranas, el padre ve en ello una indicación clara de la estupidez del hijo, que, sin embargo, ha dado un paso decisivo hacia una existencia independiente. El final de estos relatos transmite al niño la idea de que, aunque él mismo y los demás lo tengan como inepto, será capaz de superarlo todo.

Este mensaje será más convincente si se cuenta repetidamente una misma historia. Al oír por primera vez un cuento cuyo héroe es «bobo», un niño —que en su fuero interno también se cree tonto— no desea identificarse con él. Sería algo demasiado amenazante y contrario a su amor propio. Sólo cuando el niño se sienta completamente seguro de la superioridad del héroe, después de haber oído la historia varias veces, podrá identificarse con él desde el principio. Y sólo sobre la base de esta identificación podrá el cuento estimular al niño y convencerle de que la mala opinión que tiene de sí mismo es errónea. Antes de producirse esa identificación, la historia no significa nada para el niño como persona. Pero cuando éste llega a identificarse con el héroe tonto y menospreciado del cuento de hadas, que acabará por mostrar su superioridad, empieza ya el proceso de concienciación de sus potenciales.

«El patito feo», cuento de Hans Christian Andersen, es la historia de un ave, a la que primero se desprecia por su torpeza, pero que acaba por demostrar su superioridad frente a todos los que se habían burlado y mofado de ella. El relato contiene también el elemento del héroe en el papel del más pequeño, puesto que los demás patitos habían salido del huevo y se habían lanzado al mundo mucho antes que él. Como ocurre con la mayoría de cuentos de Andersen, se puede decir que este relato es más adecuado para los adultos. Por supuesto también gusta a los niños, pero no es útil para ellos porque conduce su fantasía por un camino equivocado. El muchacho que se siente incomprendido y despreciado desearía ser de una especie diferente, pero sabe perfectamente que no lo es. La oportunidad de tener éxito en la vida
no
es, para, él, crecer y convertirse en un ser de otra especie como el patito que se transforma en un cisne, sino ser capaz de hacer las cosas mejor de lo que los demás esperan, sin dejar de ser de la misma naturaleza que sus padres y hermanos. En los verdaderos cuentos de hadas nos encontramos con que, por muchas transformaciones que sufra el héroe, incluido el ser convertido en un animal o en estatua de piedra, al final termina siendo un ser humano igual al del principio.

El estimular a un niño a creer que es de una especie diferente, por más que le atraiga esta idea, puede hacerle pensar lo contrario de lo que sugiere el cuento: que tiene que hacer algo para llegar a ser superior. En «El patito feo» no se expresa necesidad alguna de alcanzar nada, puesto que los hechos suceden simplemente, tanto si el héroe lleva a cabo una acción como si no, mientras que en el cuento de hadas es el héroe el único que puede producir algún cambio en su vida.

El hecho de que el propio destino es inexorable —visión del mundo un tanto depresiva— queda tan claro en el final feliz de «El patito feo» como en el triste desenlace del cuento de Andersen «La niña de los fósforos», historia que conmueve profundamente pero que apenas sirve para la identificación. Es posible que el niño, con todos sus problemas, se identifique con esta heroína pero, si lo hace, acaba en el peor de los pesimismos. «La niña de los fósforos» es un cuento moralista que habla acerca de la crueldad del mundo y que mueve a la compasión hacia los que son pisoteados. Pero lo que necesita el niño que se siente pisoteado no es compasión por los que están en su misma situación, sino la convicción de que puede escapar a este destino. Cuando el héroe de un cuento de hadas no es un solo niño, sino uno entre varios, y cuando se trata del más inepto y del que más se abusa en un principio (aunque, al final, supere en mucho a los que inicialmente eran superiores), suele ser el que hace el número tres. Esto no representa necesariamente la rivalidad fraterna del niño pequeño, puesto que, para ello, cualquier número serviría; los celos que siente un niño mayor son igualmente graves. Sin embargo, ya que todos los niños, en una ocasión u otra, se ven a sí mismos como seres inferiores dentro de su familia, los cuentos de hadas plasman esta idea al presentar al niño como el más pequeño o el más despreciado por todos o ambas cosas a la vez. Pero, ¿por qué se encarna, tan a menudo, en el tercero?

Para comprender la causa tenemos que tomar antes en consideración otro significado del número tres en los cuentos. Son dos hermanastras las que maltratan a Cenicienta, haciéndole adoptar, no sólo la posición más despreciable, sino también la número tres en la jerarquía; esto ocurre, igualmente, con el héroe de «Las tres plumas» y con cantidad ingente de cuentos en los que el héroe comienza siendo la figura inferior del pilar totémico. Otra característica de estas narraciones es que los otros dos hermanos apenas se diferencian uno de otro, se parecen mucho y actúan de la misma manera.

Tanto en el inconsciente como en el consciente, los números representan personas, situaciones y relaciones familiares. Somos casi totalmente conscientes de que «uno» nos representa a nosotros mismos en relación con el mundo, cosa que prueba lo que se conoce popularmente como «número uno». «Dos» significa un par, una pareja, hablando, por ejemplo, de relaciones amorosas o conyugales. «Dos contra uno» representa ser injustamente superior en una competición. En el inconsciente y en los sueños, «uno» puede significar, o bien uno mismo, como ocurre en nuestra mente consciente, o bien —especialmente en los niños— el progenitor dominante. Para los adultos, «uno» significa también la persona que ejerce un poder sobre nosotros, por ejemplo, un jefe. En la mente infantil, «dos» encarna, normalmente, a los padres y «tres» al niño en relación con ellos, pero no con sus hermanos. Por esta razón, sea cual sea la posición del niño entre los hermanos, el número tres se refiere, siempre, a sí mismo. Cuando en un cuento de hadas un niño es el tercero, el oyente se identifica fácilmente con él porque, dentro de la constelación familiar básica, el niño es el que hace el número tres, independientemente de si es el mayor, el mediano o el pequeño de los hermanos.

La superación del número dos significa, en el inconsciente, hacer las cosas mejor que los padres. Con respecto a ellos, el niño se siente ultrajado, rechazado e insignificante; así pues, para alcanzar la propia identidad es mucho más necesario superar a los padres que a los hermanos. Sin embargo, puesto que es muy difícil que el niño reconozca los enormes deseos que tiene de vencer a los padres, este anhelo está representado en los cuentos de hadas por la superación de los dos hermanos que tanto lo desprecian.

Sólo en comparación con los padres es lógico que el tercero, que representa al niño, sea, al principio, tan torpe y perezoso, un bobo; y sólo en relación con ellos evoluciona después tan favorablemente. El niño puede hacerlo sólo si un adulto le ayuda, le enseña y le estimula; es decir, el niño alcanza, o sobrepasa incluso, el nivel de los padres, mediante la ayuda de un maestro adulto. En «Los tres lenguajes», son los tres maestros de tierras lejanas los que hacen posible esta evolución; en «Las tres plumas» es un viejo sapo, muy parecido a una abuela, el que ayuda al hijo menor.

El cuento «Las tres plumas» comienza así: «Había una vez un rey que tenía tres hijos. Los dos mayores eran muy listos y astutos, mientras que el tercero era tonto y apenas hablaba, por lo que le llamaban el mudito. El rey era ya viejo y estaba enfermo; a menudo pensaba en su fin y no sabía a cuál de sus hijos le dejaría el reino. Llamó a los tres y les dijo: "Id por el mundo, y el que me traiga el tapiz más hermoso será rey después de mi muerte". Luego, para que no discutieran, los llevó delante del palacio, lanzó tres plumas al aire y dijo: "Donde vayan las plumas iréis vosotros". Una pluma voló hacia el oeste, otra hacia el este, y la otra cayó al suelo allí cerca. Un hermano se dirigió hacia la derecha, el otro hacia la izquierda y ambos se burlaron del mudito que tuvo que permanecer allí junto al palacio. Se sentó en el suelo y se quedó muy triste, pero, en esto, vio que al lado de la pluma había una puertecilla, la abrió y encontró una escalera por la que descendió…».

El arrojar una pluma al viento y seguirla después, cuando no se sabe qué dirección tomar, es una vieja costumbre alemana. Otras versiones de esta historia, griegas, eslavas, finlandesas e indias, hablan de tres flechas lanzadas al viento para determinar la dirección que debían seguir los hermanos.
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Actualmente no parece muy lógico que el rey decidiera cuál debía ser su sucesor basándose en el hijo que le trajera el tapiz más hermoso. Lo que sucede es que, en tiempos remotos, «tapiz» era el nombre que se daba a los tejidos más elaborados y los hados tejían la tela que decidía el destino del hombre. Así, en un cierto sentido, el rey dejó que decidieran los hados.

El descenso a las tinieblas de la tierra representa el descenso a los infiernos. Mudito emprendió el viaje hacia el corazón de la tierra, mientras sus dos hermanos vagaban por la superficie. No parece descabellado considerar este cuento como un viaje de Mudito para explorar su mente inconsciente. Encontramos esta posibilidad al principio del cuento, cuando se contrapone la inteligencia de los dos hermanos a la simplicidad y pocas palabras de Mudito. El inconsciente nos habla con imágenes más que con palabras, y es simple comparado con los productos del intelecto. Y —al igual que Mudito— es considerado como el aspecto inferior de nuestra mente cuando lo comparamos con el yo y el super-yo. Sin embargo, cuando se saben aprovechar sus recursos, es la parte de nuestra personalidad que puede darnos más fuerza.

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