Psicoanálisis de los cuentos de hadas (14 page)

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Authors: Bruno Bettelheim

Tags: #Ensayo

El niño comprende, intuitivamente, que aunque estas historias sean
irreales,
no son
falsas
; que aunque lo que estos relatos nos dicen no ocurra en realidad, tiene que pasar como experiencia interna y desarrollo personal; que los cuentos describen de una forma imaginaria y simbólica los pasos esenciales en la evolución hacia una existencia independiente.

Aunque los cuentos de hadas, invariablemente, señalan el camino hacia un futuro mejor, se concentran en el proceso de cambio más que en la descripción de los detalles exactos de la felicidad que se va a ganar. Las historias comienzan, precisamente, en el momento de desarrollo en que se encuentra el niño, y sugieren el camino que debe seguir, poniendo énfasis en el proceso en sí. Los cuentos pueden, incluso, enseñar al niño el camino más espinoso, a través del período edípico.

Poner orden en el caos

Antes y durante el período edípico (aproximadamente de los tres hasta los seis o siete años), la experiencia que el niño tiene del mundo es caótica pero sólo desde el punto de vista del adulto, puesto que caos implica una conciencia de este estado de cosas. Si esta manera «caótica» de experimentar el mundo es la única que se conoce, se acaba por creer que el mundo es así.

En lenguaje bíblico, que expresa los sentimientos y percepciones más profundos del hombre, se dice que en un principio el mundo «no tenía forma alguna». Pero nos habla también de la manera de superar el caos: «Dios separó la luz de las tinieblas». Debido a las luchas del período edípico, el mundo externo adquiere un significado más importante para el niño, que empieza a tener interés por encontrarle un sentido. Ya no está tan convencido de que el modo confuso en que ve el mundo sea el único posible y adecuado. La manera en que un niño puede poner orden en su visión del mundo es separando todas las cosas por parejas de contrarios.

Al final del período edípico y en el postedípico, esta disociación se extiende al niño mismo. Él, como todos nosotros, puede hallarse, en cualquier momento, con una confusión de sentimientos contradictorios. Pero, mientras los adultos han aprendido a integrarlos, el niño se siente abrumado por las ambivalencias que se producen en su interior. Experimenta la doble sensación de amor y odio, y de deseos y temores, como un caos incomprensible. No consigue sentirse, en el mismo momento, bueno y obediente y, también, malo y rebelde, aunque sea así en realidad. Puesto que no puede comprender los estadios intermedios de grado e intensidad, las cosas son o todo o nada. Se es valiente o cobarde; feliz o desgraciado; guapo o feo; habilidoso o torpe; se ama o se odia, pero sin medias tintas.

Así es como el cuento de hadas describe el mundo: os personajes encarnan la maldad más atroz o la bondad menos egoísta. Un animal o sólo devora, o sólo ayuda. Todos los personajes son, esencialmente, de una sola dimensión, lo que permite que el niño comprenda fácilmente sus acciones y reacciones. A través de imágenes sencillas y directas, el cuento de hadas ayuda al niño a seleccionar sus sentimientos complejos y ambivalentes, de manera que cada uno de ellos ocupa el lugar que le corresponde en vez de formar un conjunto incoherente y confuso.

Cuando escucha un cuento, el niño recoge ideas sobre cómo poner orden en el caos de su vida interna. El relato sugiere no sólo el aislamiento y la separación, por parejas de contrarios, de los aspectos dispares y confusos de la experiencia infantil, sino también su proyección en distintos personajes. Incluso Freud llegó a la conclusión de que la mejor manera de contribuir a poner orden en el caos increíble de contradicciones que coexisten en nuestra mente y vida interna, es mediante la creación de símbolos para cada uno de los aspectos aislados de la personalidad. Los denominó ello, yo y super-yo. Si nosotros, como adultos, tenemos que recurrir a estas entidades separadas para ordenar nuestras experiencias internas, es lógico que el niño lo necesite en mayor medida. Actualmente, los adultos usamos términos como ello, yo, super-yo y yo ideal para separar nuestras experiencias internas y captar mejor su contenido. Por desgracia, al hacerlo, hemos perdido algo que es inherente a los cuentos de hadas: la conciencia de que estos símbolos son ficciones, útiles únicamente para ordenar y comprender los procesos mentales.
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Cuando el héroe de un cuento es el niño más pequeño o cuando ya se le llama concretamente «el mudo» o el «tonto o bobo» al principio de la historia, éste es el pago que el cuento tributa al estado originalmente débil del yo que comienza a luchar para enfrentarse al mundo interno de los impulsos y a los difíciles problemas que plantea el mundo externo.

Se describe a menudo al ello, de la misma manera que lo considera el psicoanálisis, como un animal que representa nuestra naturaleza irracional. Los animales de los cuentos de hadas pueden tomar dos formas: o bien ser peligrosos y destructivos, como el lobo de la «Caperucita Roja» o el dragón que devasta un país entero a menos que se le sacrifique cada año una doncella, en el cuento «Los hermanos» de los Hermanos Grimm; o bien ser inteligentes y bondadosos, que guían y rescatan al héroe, como en la misma historia «Los hermanos», en la que un grupo de animales resucitan al héroe que había muerto y le consiguen la justa recompensa de la princesa y su reino. Tanto los animales peligrosos como los buenos representan nuestra naturaleza irracional, nuestros impulsos instintivos. Los peligrosos simbolizan el ello en estado salvaje, con toda su peligrosa energía y no sujeto todavía al control del yo y del super-yo. Los animales bondadosos representan nuestra energía natural —el ello— puesta al servicio, en este caso, de los intereses de la personalidad total. También hay algunos animales, normalmente pájaros blancos, como las palomas, que simbolizan el super-yo.

«La reina de las abejas»
Logro de la integración

Ningún cuento hace justicia a la riqueza de todas las imágenes que da el cuerpo externo a los procesos internos más complejos; sin embargo, una historia breve y muy famosa de los Hermanos Grimm, titulada «La reina de las abejas», puede ilustrar la lucha simbólica de la integración de la personalidad en contra de la desintegración caótica. Una abeja es una imagen particularmente adecuada para los dos aspectos opuestos de nuestra naturaleza, puesto que el niño sabe que puede producir miel y, al mismo tiempo, hacernos mucho daño. Sabe, igualmente, que la abeja trabaja mucho para conseguir sus cualidades positivas, recogiendo el polen con el que producirá, después, la miel. En «La reina de las abejas», los dos hijos mayores de un rey salen en busca de aventuras y llevan una vida tan salvaje y disoluta que nunca más vuelven a casa. Al poco tiempo tienen una existencia completamente dominada por el ello, sin tener en cuenta, en absoluto, las exigencias de la realidad ni las demandas y críticas justificadas del super-yo. El tercer y último hijo, llamado Bobo, parte en su búsqueda y, tras muchos esfuerzos, consigue encontrarlos. Pero sus hermanos se burlan de él porque cree que, aun siendo tonto, puede llevar una vida mejor que ellos, que se consideran mucho más inteligentes. A un nivel superficial, los dos hermanos tienen razón: al irse desarrollando la historia, Bobo se ve incapaz de enfrentarse a la vida, representada por las difíciles tareas que tienen que llevar a cabo los tres, excepto en el hecho de que puede pedir ayuda a sus recursos internos, representados por los animales bondadosos.

En sus viajes a lo largo y ancho del mundo, los tres hermanos se encuentran un día con un hormiguero. Los dos mayores quieren destruirlo, simplemente para disfrutar con el terror de las hormigas. Bobo no lo permite; les dice: «Dejad a los animales en paz. No permitiré que los molestéis». A continuación llegan a un lago, en el que nadan tranquilamente unos patos. Los dos hermanos mayores, sin atender más que a su placer y deseos orales, quieren coger algunos patos y asarlos. Pero Bobo vuelve a evitarlo de nuevo. Así van siguiendo su camino hasta que llegan a una colmena; los dos quieren quemar el árbol en el que está situada para apoderarse de la miel. Bobo interfiere otra vez, insistiendo en que no se debe molestar ni matar a los animales.

Finalmente, los tres hermanos llegan a un castillo en el que todo se ha convertido en piedra o está sumido en un sueño profundo, como si hubiera muerto, con la excepción de un hombrecillo insignificante que les deja entrar y los aloja durante la noche. A la mañana siguiente, el hombrecillo propone tres tareas al hermano mayor, que debe cumplir en el plazo de un día, para conseguir deshacer el hechizo del castillo y de sus habitantes. La primera consiste en reunir mil perlas que están esparcidas y escondidas en la ciénaga del bosque. Previene al hermano de que, si fracasa, se convertirá también en una estatua de piedra. Lo intenta y no lo consigue, como tampoco el segundo de los hermanos.

Cuando le llega el turno a Bobo, se encuentra con que tampoco es capaz de realizar la difícil empresa. Sintiéndose vencido, se sienta y llora desconsoladamente. En aquel momento, las cinco mil hormigas que había salvado vienen en su ayuda y reúnen las perlas para él. La segunda tarea consiste en buscar en un lago la llave del aposento de la hija del rey. En esta ocasión, acuden los patos que Bobo había protegido, se sumergen en el lago y le dan la llave. La última tarea es la de elegir, entre tres princesas dormidas que parecen exactas, a la más joven y encantadora. En este preciso instante, llega la reina de las abejas de la colmena que Bobo había salvado y se posa en los labios de la princesa que Bobo tiene que escoger. Cuando ha cumplido las tres tareas, se rompe el hechizo y el encantamiento toca a su fin. Todos los que estaban dormidos o que se habían convertido en estatuas de piedra —incluidos los dos hermanos de Bobo— vuelven a la vida. Éste se casa con la más joven de las princesas y hereda el reino.

Los dos hermanos, que no respondieron a las exigencias de la integración de la personalidad, fracasaron al intentar cumplir las empresas que la realidad les proponía. Por ser insensibles a todo, excepto a las demandas del ello, se convirtieron en estatuas de piedra. Como en otros muchos cuentos, esto no simboliza la muerte; más bien, una falta de verdadera humanidad, una incapacidad para responder a los más altos valores, de manera que la persona, al estar muerta para todo lo que la vida es, bien podría estar hecha de piedra. Bobo (que representa al yo), a pesar de sus virtudes evidentes, y aunque obedece las órdenes de su super-yo, que le dice que está mal molestar o matar por el simple deseo de hacerlo, no está tampoco a la altura de las exigencias de la realidad (simbolizadas por las tres tareas que debe llevar a cabo), al igual que sus dos hermanos mayores. Sólo el hecho de haber ayudado a la naturaleza animal, considerándola algo importante, y estando de acuerdo con el yo y el super-yo, le da el poder para llegar a una personalidad total. Después de haber alcanzado, de esta manera, una personalidad integrada, podemos realizar lo que parece un milagro.

Lejos de sugerir que subyuguemos la naturaleza animal a nuestro yo o super-yo, el cuento enseña que se tiene que dar lo que corresponde a cada elemento; si Bobo no hubiese obedecido a su bondad interna (léase super-yo) y no hubiera protegido a los animales, estas representaciones del ello nunca hubieran acudido en su ayuda. Los tres animales representan diferentes elementos: las hormigas simbolizan la tierra; los patos, el agua en que nadan; y las abejas, el aire por el que vuelan. Vemos una vez más que sólo mediante la cooperación de los tres elementos, o aspectos, de nuestra naturaleza es posible alcanzar el éxito. Únicamente después de haber llegado a una integración completa, expresada simbólicamente por el éxito en las tres tareas, se convierte el héroe en dueño de su destino, representado en los cuentos de hadas por el hecho de ser rey.

«Los dos hermanitos»
Unificación de nuestra naturaleza dual

En este cuento de los Hermanos Grimm, como en otros muchos cuya característica son las aventuras de dos hermanos, los protagonistas expresan las naturalezas dispares del ello, yo y super-yo; y su principal mensaje es que deben integrarse para conseguir la felicidad humana. Este tipo de cuento representa la necesidad de integrar la personalidad de una manera diferente a la de «La reina de las abejas»; en este caso, las acciones nefastas de un «espíritu malvado» convierten a un hermano en animal, mientras el otro sigue conservando su forma humana. Es difícil concebir una imagen más vívida, sucinta y convincente de nuestras tendencias contradictorias. Incluso los filósofos más antiguos consideraban que el hombre tenía una doble naturaleza, humana y animal.

Durante la mayor parte de nuestra vida, mientras no hayamos conseguido alcanzar o mantener la integración interna, estos dos aspectos de nuestra psique lucharán mutuamente. Cuando somos jóvenes, cualquier cosa que sentimos en un momento dado llena toda nuestra existencia. El niño, cuando se da cuenta de que siente dos cosas al mismo tiempo en relación a algo —por ejemplo, cuando quiere tocarse los genitales, pero quiere obedecer también la orden de su madre que no se lo permite—, experimenta una gran confusión. Para comprender esta dualidad se requiere un reconocimiento de los procesos internos, a lo que contribuyen los cuentos de hadas que ilustran nuestra naturaleza dual.

Tales cuentos dan comienzo con una falta de diferenciación, en principio, entre los dos hermanos: viven juntos y se sienten de manera parecida; es decir, son inseparables. Pero entonces, en un momento dado de su crecimiento, uno de ellos comienza a tener una existencia de animal y el otro no. Al final del relato, el animal recupera su forma humana; los dos se reúnen de nuevo y no se separan nunca más. Esta es la manera simbólica en que los cuentos contribuyen al desarrollo esencial de la personalidad humana: la personalidad infantil está, en un principio, indiferenciada; luego, el ello, yo y super-yo salen de este nivel de indiferenciación y tienen que integrarse en un proceso de maduración, a pesar de las tendencias opuestas.

En el cuento de los Hermanos Grimm «Los dos hermanitos», «el hermano pequeño cogió a su hermanita de la mano y dijo… "Ven, iremos a descubrir el mundo"», para escapar de una casa que se había convertido en un mecanismo represor. «Andaron todo el día por prados, campos y pedregales; y cuando llovía, la pequeña decía: "Mira, el cielo llora como nuestros corazones"».

En este caso, como sucede en muchos otros cuentos de hadas, el ser impulsado a marcharse de casa representa el tener que convertirse en uno mismo. La autorrealización requiere el abandono del universo familiar, experiencia enormemente peligrosa y llena de peligros psicológicos. Este proceso evolutivo es inevitable y el dolor que provoca se simboliza con la desventura de los niños que se ven obligados a abandonar el hogar. Los riesgos psicológicos de este proceso, como en todos los cuentos, están representados por los peligros que el héroe encuentra en sus aventuras. En esta historia, el hermano representa el aspecto arriesgado de una unidad esencialmente inseparable, y la hermana, como símbolo de los cuidados maternos una vez fuera de casa, es la que lleva a la salvación.

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