Encontramos ya el tema central de los dos hermanos en el cuento más antiguo, hallado en un papiro egipcio del 1250 a.C. Desde hace más de tres mil años ha ido tomando diversas formas. Un estudio ha hablado de 770 versiones diferentes, pero, probablemente, se pueden encontrar todavía más.
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En algunas de ellas se destaca un significado y, en otras, otro distinto. Se puede alcanzar el sentido completo de un cuento de hadas, no sólo narrándolo y oyéndolo muchas veces —de esta manera, un detalle que primero se había pasado por alto adquiere un mayor significado o se ve de manera distinta—, sino también haciendo diversas variaciones sobre el mismo tema central.
En todas las versiones de este cuento, los dos personajes simbolizan aspectos opuestos de nuestra naturaleza, que nos empujan a actuar de maneras contradictorias. En «Los dos hermanitos», se puede escoger entre seguir los impulsos de nuestra naturaleza animal o bien reprimir la manifestación de nuestros deseos físicos en favor de nuestras cualidades humanas. De este modo, los personajes dan forma a un diálogo interno, al que nos entregamos desde el momento en que decidimos qué camino tomar.
Las historias que tienen por tema central a «dos hermanos» añaden una nueva dicotomía a este diálogo interno entre ello, yo y super-yo: la lucha por la independencia y la autoafirmación, y la tendencia opuesta a permanecer sano y salvo en casa, atado a los padres. Desde las primeras versiones, las historias acentúan el hecho de que ambos deseos se encuentran en cada uno de nosotros, y de que no podemos sobrevivir si se nos despoja de uno de ellos: el deseo de seguir ligado al pasado y la imperiosa necesidad de alcanzar un nuevo futuro. A medida que se va desarrollando la historia, se nos dice, muy a menudo, que el separarse por completo del pasado lleva al desastre, pero que el existir únicamente atados a él es algo que impide el desarrollo; uno se siente seguro, pero carece de vida propia. Sólo la integración completa de estas tendencias contrarias permite una existencia plenamente satisfactoria.
Mientras que en la mayoría de los cuentos de hadas cuyo tema central gira alrededor de «dos hermanos», el que se va de casa se mete en problemas y es liberado por el que ha permanecido en el hogar, hay otros, como la versión egipcia más antigua, en que ocurre lo contrario: es el hermano que no se decide a abandonar el calor del hogar el que cae en desgracia. Si no desplegamos las alas y abandonamos el nido, estos relatos parecen advertirnos de que no lo conseguiremos y, entonces, la unión edípica nos destruirá. Esta antigua historia egipcia parece haber surgido al margen del motivo central de la naturaleza destructiva de las uniones edípicas y de la rivalidad fraterna; es decir, de la necesidad de crear una existencia independiente. Un final feliz exige que los hermanos se liberen de los celos edípicos y fraternos, y que se ayuden mutuamente.
En el cuento egipcio, el hermano más joven, soltero, hace caso omiso de las trampas que le tiende su cuñada para seducirlo. Temiendo que la delate, ella lo injuria, diciendo a su marido que fue él quien intentó conquistarla.
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En un ataque de celos, el hermano casado quiere matar al que cree el seductor de su mujer. Finalmente, gracias a la intervención de los dioses, se salva la reputación del hermano menor y se conoce toda la verdad; pero, para entonces, el hermano menor ha escapado ya en busca de su seguridad. La noticia de su muerte llega a oídos de su hermano mayor, que decide salir en su búsqueda y logra resucitarlo.
Este antiguo cuento egipcio gira en torno a una persona que es acusada de lo que el acusador quería: la esposa culpa al hermano, al que ella había pretendido seducir, de haber hecho lo propio con ella. De esta manera, el argumento describe la proyección hacia otra persona de una tendencia inaceptable en uno mismo; esto indica que tales proyecciones son tan antiguas como el ser humano mismo. Puesto que son los dos hermanos quienes cuentan la historia, cabe también la posibilidad de que el hermano menor proyecte sus deseos en su cuñada, acusándola de lo que él deseaba, pero no tuvo valor para hacer.
En este relato, el hermano casado dispone de grandes posesiones en las que vive el otro hermano. La mujer del mayor es, en cierto modo, como la «madre» de las personas más jóvenes de la familia, incluido el hermano menor. Así pues, podemos interpretar la historia, o bien como el personaje de una madre que cede a sus deseos edípicos hacia un hombre que desempeña el papel de hijo, o bien como un hijo que acusa al personaje de la madre de sus propios deseos edípicos hacia ella.
Sea como sea, la historia nos dice claramente que, en beneficio del hijo menor y para protegerse de los problemas edípicos —tanto si son del hijo como de un progenitor—, el joven hace bien al marcharse de casa en este momento de su vida.
En esta narración antigua del tema de los «dos hermanos», el cuento apenas habla de la transformación interna necesaria para llegar a un final feliz, al mencionar el profundo remordimiento del mayor cuando se entera de que su esposa ha acusado injustamente a su hermano, al que él quería destruir. Por esta razón, este relato es, esencialmente, de tipo admonitorio; es decir, nos advierte de que debemos librarnos de nuestros vínculos edípicos y nos enseña que la mejor manera de conseguirlo es mediante el establecimiento de una existencia independiente lejos del hogar paterno. Vemos también que la rivalidad fraterna es un tema básico en esta historia, puesto que el primer impulso del hermano mayor es dar muerte al que cree culpable. La parte más positiva de su naturaleza lucha contra sus impulsos primitivos y consigue vencerlos.
En este tipo de historias —de «dos hermanos»—, se describe a los héroes como personas en lo que podríamos llamar la adolescencia; el período de la vida en que la relativa tranquilidad emocional del niño, en la etapa anterior a la pubertad, es sustituida por la tensión y el caos que comportan los cambios psicológicos del adolescente. Al oír una historia así, el niño comprende (al menos, en su inconsciente) que, aunque lo que se le cuente sean conflictos de la adolescencia, estos problemas son típicos de cualquier situación necesaria para pasar de un estadio de desarrollo al siguiente. Este conflicto es característico del niño en el período edípico, así como del adolescente. Nos encontramos con este problema siempre que debemos decidir el paso de un estado mental y de una personalidad, poco diferenciados, a un estadio superior, lo que requiere la liberación de viejas ataduras antes de formar las nuevas.
En versiones más modernas, como el cuento «Los hermanos» de los Hermanos Grimm, no hay diferencia alguna, en un principio, entre ambos personajes. «Los dos hermanos se internaron en el bosque y, tras una larga conversación, llegaron a un acuerdo. Cuando, por la noche, se sentaron a cenar, le dijeron a su padre adoptivo: "No comeremos nada hasta que cumplas lo que te pedimos".» Su deseo era el siguiente: «Queremos probar fortuna en el mundo, así que déjanos emprender un viaje». El bosque al que acudieron para planear su futuro, lejos del hogar, simboliza el lugar donde se debe afrontar y vencer la oscuridad; donde se resuelven las dudas acerca de lo que uno es; y donde uno empieza a comprender lo que quiere ser.
En la mayoría de las historias en que intervienen dos hermanos, hay uno que, como Simbad el marino, se lanza al mundo y se enfrenta a grandes peligros, mientras el otro, como Simbad el cargador, se limita a permanecer en casa. En muchos cuentos europeos, el hermano que parte hacia lo desconocido se encuentra pronto en un bosque oscuro y frondoso, en el que se siente perdido tras haber abandonado la vida segura del hogar paterno y sin haber construido aún las estructuras internas que se desarrollan únicamente bajo el impacto de experiencias vitales que, en cierto modo, tenemos que dominar por nosotros mismos. Desde tiempos inmemoriales, el bosque casi impenetrable en el que nos perdemos ha simbolizado el mundo tenebroso, oculto y casi impenetrable de nuestro inconsciente. Si hemos perdido el marco de referencia que servía de estructura a nuestra vida anterior y debemos ahora encontrar el camino para volver a ser nosotros mismos, y hemos entrado en este terreno inhóspito con una personalidad aún no totalmente desarrollada, cuando consigamos salir de ahí, lo haremos con una estructura humana muy superior.
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En este bosque de tinieblas, el héroe del cuento se encuentra con la realización de nuestros deseos y ansiedades —la bruja— como en el cuento de los Hermanos Grimm «Los hermanos». ¿A quién no le gustaría poseer el poder de la bruja —o de un hada o un hechicero— y usarlo para satisfacer todos los deseos, para conseguir todo lo que anhela y para castigar a los enemigos? y ¿quién no teme estos poderes si están en manos de otra persona que puede usarlos en su contra? La bruja —más que cualquier otra creación de nuestra imaginación a la que hayamos investido de poderes mágicos, como el hada o el hechicero— es, por sus aspectos opuestos, una reencarnación de la madre buena de la infancia y de la madre mala de las crisis edípicas. Sin embargo, ya no se la ve, de manera realista, como una madre amorosa que todo lo concede y una madrastra despreciable que todo lo exige; sino que se la considera, de modo totalmente irreal, como sobrehumanamente gratificadora o inhumanamente destructiva.
Estos dos aspectos de la bruja están claramente delineados en los cuentos en los que el héroe, perdido en el bosque, se encuentra con una bruja que lo atrae con fuerza y que, al principio, satisface todos sus deseos, mientras dura el vínculo que los une. Representa a la madre de nuestros primeros años, que todo lo da y a la todos tenemos la esperanza de volver a encontrar a lo largo de nuestra vida. De Manera preconsciente o inconsciente, es precisamente esta esperanza de encontrarla en alguna parte lo que nos da fuerza para abandonar el hogar. Así se nos da a entender, como en los cuentos de hadas, que las falsas esperanzas nos embaucan si nos engañamos a nosotros mismos con la idea de que todo lo que buscamos es una existencia independiente.
Después de que la bruja haya satisfecho todos los deseos del héroe que se lanzó al mundo, llega un momento —que suele ser cuando se niega a obedecer sus órdenes— en que aquélla se vuelve contra él y lo convierte en un animal o en una estatua de piedra. Es decir, lo priva de toda cualidad humana. En estos relatos, la bruja semeja la manera en que la madre preedípica se presenta al niño: concediéndoselo todo y satisfaciendo sus deseos mientras el pequeño no insista en hacer las cosas a su manera y permanezca simbólicamente atado a ella. Pero, a medida que el niño comienza a afirmar su personalidad y a actuar según su voluntad, los «noes» aumentan rápidamente. El niño, que ha depositado toda su confianza en esta mujer y ha atado su destino a ella —o, por lo menos, así lo siente—, experimenta ahora un enorme desencanto; lo que le ha dado el pan se ha convertido en piedra, o, como mínimo, así lo ve el niño.
Sean cuales sean los detalles típicos de cada historia, en los cuentos de «dos hermanos» llega un momento en que los dos protagonistas se diferencian uno de otro, de la misma manera que el niño tiene que superar su nivel de indiferenciación. Lo que ocurre luego simboliza tanto el conflicto interno que todos padecemos —representado por las diversas acciones de ambos hermanos— como la necesidad de abandonar una forma de existencia para alcanzar otra superior. A cualquier edad, cuando una persona se enfrenta al problema de separarse de sus padres —cosa que hacemos todos a distintos niveles y en diferentes momentos de nuestras vidas— tiene, por un lado, el deseo de llevar una existencia completa al margen de ellos y de lo que representan en su psique y, por otro, el deseo de permanecer atada al hogar paterno. Esto es mucho más acusado en el período que precede inmediatamente a la entrada en la escuela y en la etapa que le sigue a continuación. El primero separa la infancia de la niñez y la segunda, la niñez de la edad adulta.
El cuento «Los hermanos», de los Hermanos Grimm, da comienzo llamando la atención del oyente sobre la tragedia que puede ocurrir si los dos protagonistas —es decir, los dos aspectos divergentes de nuestra personalidad— no llegan a integrarse. Empieza así: «Érase una vez dos hermanos, uno rico y otro pobre. El rico era orfebre, y su corazón rebosaba maldad; el pobre se las arreglaba haciendo escobas, y era bueno y honrado. Este último tenía dos hijos gemelos que se parecían como dos gotas de agua».
El hermano bueno encuentra un día un pájaro de oro, y sus hijos, al comer el hígado y el corazón del animal, adquieren el poder de encontrar cada mañana un trozo de oro bajo sus almohadas. El hermano malvado, devorado por la envidia, convence al padre de los gemelos de que es cosa del diablo y de que, para salvarse, tiene que separarse de los chicos. Embaucado por su hermano, el padre expulsa a sus hijos, que son hallados por un cazador, que los recoge y los adopta. Al cabo de algunos años, los niños se retiran un día al bosque y deciden que deben lanzarse al mundo. El padre adoptivo está de acuerdo en lo que deben hacer y, cuando parten, les regala un cuchillo, que es el objeto mágico de la historia.
Como se dijo al principio del comentario sobre el tema de los «dos hermanos», un rasgo típico de estos relatos es que algún objeto mágico, que simboliza la identidad de ambos, indica a uno de los dos que el otro está en peligro y debe ser rescatado. Si, como se ha dicho antes, los dos hermanos representan procesos psíquicos internos que deben funcionar al unísono, la desaparición o la destrucción del objeto mágico —o sea, su desintegración— indica que se producirá la desintegración de nuestra personalidad si no trabajan todos sus aspectos en conjunto. En «Los hermanos», el objeto mágico es «un brillante y resplandeciente cuchillo que el padre les regala cuando parten, diciéndoles, "si algún día os separáis, clavad el cuchillo en un árbol situado en la confluencia de los dos caminos que sigáis; si uno vuelve, podrá saber qué le ha sucedido al otro, porque la parte del cuchillo que señala la dirección en que éste ha partido se oxidará si muere; mientras que si vive permanecerá brillante"».
Los gemelos se separan (después de clavar el cuchillo en un árbol) y siguen caminos diferentes. Después de muchas aventuras, una bruja convierte a uno de ellos en una estatua de piedra. El otro pasa por donde está clavado el cuchillo y ve que la parte que señala la dirección en que se fue su hermano se ha oxidado; al darse cuenta de que debe haber muerto, corre a liberarlo y lo consigue. Después de que los hermanos se reúnen de nuevo —lo que es símbolo de una integración completa de las tendencias discordantes que tenemos en nuestro interior—, viven felices para siempre.