Psicoanálisis de los cuentos de hadas (20 page)

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Authors: Bruno Bettelheim

Tags: #Ensayo

Cuando Mudito bajó por la escalera, llegó a otra puerta, que se abrió sola, y entró en una habitación donde estaba sentado un sapo grande y corpulento, rodeado de sapos pequeñitos. El sapo grande le preguntó qué quería; en respuesta, Mudito le pidió el tapiz más hermoso del mundo y ellos se lo entregaron. En otras versiones son otros animales los que dan a Mudito lo que necesita, pero se trata siempre de un animal, lo que indica que lo que permite que Mudito venza es la confianza que deposita en su naturaleza animal, es decir, en las fuerzas más primitivas y simples que se encuentran en nuestro interior. Se considera al sapo como un animal tosco, del que no se pueden esperar productos refinados. Pero su naturaleza, si se usa con buenos fines, resulta ser muy superior a la inteligencia banal de los hermanos que toman el camino más fácil al permanecer en el aspecto superficial de las cosas.

Como suele ocurrir en este tipo de historias, los otros dos hermanos no se diferencian en absoluto, hasta el punto de que nos preguntamos por qué se necesita más de uno si ambos actúan de manera tan parecida. Se podría afirmar que el no estar diferenciados es precisamente algo esencial en el cuento porque simboliza el hecho de que sus personalidades son idénticas. Para que el oyente se dé cuenta de este hecho, se necesita más de un hermano. Éstos actúan únicamente a partir de un yo en inferioridad de condiciones, puesto que está separado de lo que puede proporcionarle fuerzas y riqueza, es decir, del ello. Pero carecen también de super-yo porque no poseen el sentido de lo superior y se quedan satisfechos siguiendo el camino más fácil. La historia nos dice: «Los dos hermanos habían tomado al pequeño por tonto y creían que no podría conseguir nada que valiera la pena. "¿Por qué debemos tomarnos tantas molestias?" se dijeron. Entonces se apoderaron de burdos tapices tejidos por las pastoras y se los llevaron al rey».

Cuando el hermano pequeño volvió con el bellísimo tapiz, el rey se quedó atónito pero afirmó: «Es justo que entregue mi reino a Mudito». Los otros hermanos se opusieron a esta decisión y pidieron una nueva oportunidad. «Esta vez el que quiera ganar deberá traer la sortija más hermosa.» El rey lanzó las plumas una vez más y volaron exactamente en las mismas direcciones que la primera vez. Mudito llegó así hasta los sapos, que le entregaron una maravillosa sortija con la que pudo vencer de nuevo. «Los dos mayores se reían de Mudito porque quería encontrar una sortija de oro, por eso no se molestaron en buscar y acabaron por sacar a su carruaje un aro de hierro que entregaron al rey.»

Los dos hermanos mayores siguieron importunando al rey hasta que éste aceptó proponer una tercera empresa a realizar; esta vez ganará el que llegue con la mujer más hermosa del mundo. Se repitieron las mismas acciones de antes pero, en lo referente a Mudito, se produjo un cambio. Llegó hasta el sapo y le dijo que debía llevar a casa a la mujer más bonita del mundo. Pero, en esta ocasión, el sapo no le entregó, simplemente, lo que necesitaba, como había hecho las otras veces. En cambio, le dio un nabo amarillo y hueco del que tiraban seis ratones. Preocupado, Mudito preguntó: «¿De qué me puede servir esto?», a lo que el sapo respondió: «Sólo tienes que meter a uno de los sapos en el nabo». Así lo hizo y, en aquel mismo momento, el sapo se convirtió en una preciosa muchacha, el nabo en una carroza y los ratones en caballos. Mudito besó a la chica y se marcharon en la carroza al palacio. Tampoco esta vez se preocuparon sus hermanos en buscar y se conformaron con las primeras campesinas que encontraron. Cuando el rey los vio, afirmó: "El reino pertenecerá a mi hijo menor cuando yo muera".»

Los dos hermanos mayores siguieron poniendo objeciones y sugirieron que cada una de las mujeres que habían traído a casa saltara por un gran aro que colgaron en el salón, pues creían que la muchacha de Mudito sería demasiado delicada para conseguirlo. Las dos campesinas eran torpes y se rompieron la crisma, pero la hermosa mujer, que el sapo había entregado a Mudito, saltó sin dificultad a través del aro, pues era ligera como un corzo. Ante esto, cesaron todas las protestas, con lo que Mudito «recibió la corona y gobernó largo tiempo y con gran sabiduría».

El hecho de que los hermanos que permanecen en la superficie de la tierra encuentren únicamente las cosas más toscas, a pesar de su pretendida inteligencia, sugiere las limitaciones que sufre un intelecto que no se base en, y no sea estimulado por, los poderes del inconsciente, tanto el ello como el super-yo.

Ya se ha mencionado anteriormente el posible significado de la gran frecuencia con que aparece el número tres en los cuentos. En esta historia, precisamente, se subraya este hecho con mayor insistencia que en otras. Hay tres plumas, tres hermanos, tres pruebas, aunque con una variante añadida. Ya se ha hablado de lo que puede significar el tapiz. La historia nos cuenta que el que Mudito recibió era «tan hermoso y refinado que nadie de este mundo hubiera podido tejerlo» y «la sortija resplandecía y era tan bella que ningún joyero hubiera podido diseñarla». Así pues, lo que Mudito trae no son objetos corrientes sino verdaderas obras de arte.

Basándonos una vez más en los conceptos psicoanalíticos, podemos afirmar que el inconsciente es la fuente del arte, el manantial del que éste surge; que las ideas del super-yo le dan forma; y que las fuerzas del yo ponen en marcha las ideas del inconsciente y del consciente que participan en la creación de una obra de arte. Así pues, estos objetos significan, de alguna manera, la integración de la personalidad. Por otro lado, la vulgaridad de los que traen los dos hermanos inteligentes da más énfasis, por comparación, a la artesanía de los objetos que Mudito aporta en su esfuerzo por cumplir las tareas encomendadas.

Ni un solo niño que reflexione acerca de esta historia puede dejar de preguntarse por qué los dos hermanos, que después de la primera prueba se dieron cuenta de que no debían despreciar a Mudito, no se esforzaron más la segunda y la tercera vez. No obstante, el niño puede llegar fácilmente a la conclusión de que, aunque éstos eran inteligentes, eran también incapaces de apreciar las cosas buenas de la vida, no podían distinguir entre calidades diferentes. Sus elecciones fueron tan indiferenciadas como ellos mismos. Separados de su inconsciente, eran incapaces de evolucionar y de aprender de la experiencia. Precisamente, el hecho de que, aun siendo inteligentes, no progresaran demuestra que el no profundizar en las cosas nos impide obtener algo valioso.

El sapo entrega a Mudito por dos veces consecutivas lo que necesita. El hecho de descender hasta el inconsciente y de ascender de nuevo con algo fuera de lo común es mucho mejor que permanecer en la superficie, como hicieron los hermanos. Sin embargo, esta tarea tampoco es suficiente, por lo que se requiere más de una prueba. Es necesario familiarizarse con el inconsciente, con los poderes tenebrosos que habitan bajo la superficie, pero, como ya hemos dicho, no basta con eso. Además, se tiene que actuar sobre estas percepciones; tenemos que refinar y sublimar el contenido del inconsciente. Por esta razón, la tercera y última vez es Mudito el que debe escoger entre los sapitos. El nabo se convierte en una carroza y los ratones en caballos entre sus propias manos y, como en otros muchos cuentos, cuando besa —es decir, ama— al sapo, éste se transforma en una muchacha bellísima. Haciendo un último análisis, podríamos decir que es el amor lo que convierte lo feo en bello. Nosotros solos podemos convertir el contenido primario, tosco y ordinario de nuestro inconsciente —nabos, ratones, sapos— en los productos más refinados de nuestra mente.

Finalmente, el cuento sugiere también que la mera repetición de las mismas cosas con ligeras variantes no es suficiente. Por esta razón, después de las tres pruebas similares en que las tres plumas volaban en diferentes direcciones — representando el papel que desempeña el azar en nuestras vidas—, se requiere algo distinto que no se basa en la casualidad. El salto a través del aro depende de la propia habilidad, de lo que uno mismo pueda hacer, cosa muy diferente de lo que uno puede encontrar mediante la búsqueda. Si sólo desarrollamos nuestra personalidad con todas sus posibilidades o sólo conseguimos que el yo disponga de los recursos vitales del inconsciente, no llegaremos a lo que nos proponemos; también hemos de ser capaces de usar nuestras habilidades con destreza, con gracia y con fines determinados. La chica que consigue saltar por el aro no es más que otro aspecto de Mudito, igual que las mujeres torpes y poco ágiles lo son respecto a los otros dos hermanos. Esto viene corroborado por el hecho de que no se habla más de la muchacha. Mudito no se casa con ella o, por lo menos, el cuento no nos lo dice. Las últimas palabras de la historia sirven para contrastar la sabiduría con que Mudito reina respecto a la inteligencia de los hermanos, que se citaba al comenzar el relato. La inteligencia puede ser un don de la naturaleza; es el intelecto independientemente del carácter. En cambio, la sabiduría es la consecuencia de la profundidad interna, de las experiencias significativas que han enriquecido la propia vida: es un reflejo de una personalidad rica y bien integrada.

Un niño da los primeros pasos hacia la consecución de esta personalidad integrada cuando comienza a luchar con los vínculos profundos y ambivalentes que lo unen a sus padres, es decir, con sus conflictos edípicos. También en este caso los cuentos de hadas ayudan a comprender mejor la naturaleza de estos conflictos, dando valor al niño para enfrentarse a las dificultades y fortaleciendo las esperanzas de resolverlas con éxito.

El conflicto edípico y su resolución
El caballero de la brillante armadura y la damisela entristecida

En la angustia del conflicto edípico, un muchacho odia a su padre por interponerse en el camino entre él y su madre, evitando que ésta le dedique toda su atención. El chico quiere que la madre
lo
admire como si fuera el más grande de los héroes, lo que significa que debe eliminar al padre de alguna manera. Sin embargo, esta idea genera ansiedad en el niño, porque ¿qué pasaría con la familia si el padre dejara de protegerlos y cuidarlos? y ¿qué sucedería si su padre descubriera que él había querido eliminarlo? ¿Sería capaz de llevar a cabo una terrible venganza? Podemos decirle a un niño repetidas veces que algún día crecerá, se casará y será como su padre, sin que esto sirva de nada. Una afirmación tan realista no le alivia en absoluto de las pulsiones que el niño siente en su interior. En cambio, el cuento le dice cómo puede vivir con sus conflictos: le sugiere fantasías que él nunca podría inventar por sí solo.

Por ejemplo, el cuento de hadas relata la historia de un chiquillo que, en un principio, pasa inadvertido, se lanza al mundo y acaba por triunfar plenamente en la vida. Los detalles pueden cambiar, pero el argumento básico es siempre el mismo: una persona que no tenía el aspecto de héroe prueba que lo es matando dragones, resolviendo enigmas y viviendo con astucia y bondad hasta que libera a la bella princesa, se casa con ella y vive feliz para siempre.

Ni un solo niño ha dejado de verse alguna vez en este papel estelar. La historia implica que no es el padre el que no permite que el niño disponga por completo de la madre, sino un dragón malvado; y, en realidad, lo que el niño tiene en mente es matar al dragón. Además, el relato hace verosímil el sentimiento del muchacho de que la chica más adorable está cautiva por la acción de un personaje cruel, lo que da a entender que no es la madre la que el niño quiere para él, sino una muchacha maravillosa a la que todavía no ha visto pero a la que, sin duda, encontrará algún día. La historia va más allá de lo que el niño quiere oír y creer: la muchacha maravillosa (es decir, la madre) no está por su propia voluntad con la cruel figura masculina. Por el contrario, si pudiera, le gustaría encontrarse con un héroe joven (como el niño). El que mata al dragón debe ser siempre joven e inocente, como el muchacho. La inocencia del héroe, con la que se identifica el chico, prueba indirectamente la inocencia del niño, de manera que, lejos de sentirse culpable por estas fantasías, el niño puede verse como el héroe noble.

Una característica de tales historias la constituye el hecho de que, una vez muerto el dragón —terminada la hazaña que ha liberado a la bella princesa de su cautiverio— y una vez el héroe se ha reunido con su amada, no se nos dan más detalles sobre su vida posterior, aparte del consabido «vivieron felices para siempre». Si se mencionan sus hijos, se trata, normalmente, de una interpolación posterior, llevada a cabo por alguien que creía que la historia resultaría más entretenida y verosímil si se proporcionaba esta información. Pero el hecho de introducir estos nuevos personajes al final del relato muestra que se sabe muy poco sobre la manera en que un niño imagina una vida feliz. Un muchacho no puede ni quiere pensar en lo que implica, en realidad, ser un marido y un padre. Por ejemplo, esto significaría que debe abandonar a la madre gran parte del día para acudir a su trabajo, mientras que la fantasía edípica es una situación en la que el chico y la madre no se separan ni un instante. Evidentemente, el muchacho no quiere que la madre esté ocupada en las tareas de la casa o en el cuidado de otros niños. Tampoco quiere que el sexo tenga nada que ver con ella, porque este campo está todavía lleno de conflictos para él, en el caso de que sea consciente de lo que significa. Como en la mayoría de los cuentos de hadas, el ideal del niño es que él y su princesa (la madre) puedan satisfacer todas sus necesidades y vivir dedicados para siempre el uno al otro.

Los problemas edípicos de una chica son diferentes de los de un chico y, por ello, los cuentos de hadas que la ayudan a enfrentarse a su situación edípica deben, también, ser de distinta naturaleza. Lo que bloquea su existencia edípica feliz con el padre es una mujer vieja y malintencionada (es decir, la madre). Sin embargo, desde el momento en que la niña desea seguir disfrutando de los cuidados amorosos de la madre, encontramos asimismo un personaje femenino bondadoso en el pasado o en el contexto del cuento, cuya memoria se mantiene intacta aunque haya dejado de ser operativa. Una niña desea verse como una muchacha joven y hermosa —una especie de princesa— que está cautiva por la acción de un personaje femenino egoísta y malvado y que, por ello, no es accesible al amante masculino. El padre real de la princesa cautiva se describe como una persona bondadosa pero incapaz de rescatar a su hija. En «Nabiza» es una promesa lo que se lo impide, mientras en la «Cenicienta» y «Blancanieves» parece incapaz de tomar sus propias decisiones en contra de la todopoderosa madrastra.

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