Psicoanálisis de los cuentos de hadas (24 page)

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Authors: Bruno Bettelheim

Tags: #Ensayo

En muchos cuentos de hadas, el rey concede la mano de su hija al héroe y, o bien comparte el reino con él, o bien lo nombra su sucesor eventual. Esta es, sin duda, una fantasía infantil de satisfacción de los deseos. No obstante, puesto que la historia asegura que esto puede suceder realmente, y ya que en el inconsciente el «rey» representa al propio padre, el cuento promete la recompensa más codiciada —el reino y una vida feliz— para el hijo que encuentra, gracias a sus esfuerzos, la solución adecuada a sus conflictos edípicos: que transfiera el amor que siente por su madre a otra pareja de su misma edad y que reconozca que el padre (lejos de ser un rival temible) es, en realidad, un protector benévolo que acepta el progreso de su hijo hacia la madurez.

El hecho de obtener el reino mediante la unión, por amor y matrimonio, con la pareja más apropiada y deseable —unión que los padres aprueban completamente y que proporciona felicidad a todo el mundo excepto a las personas malvadas— simboliza la solución perfecta de las dificultades de tipo edípico, así como la verdadera independencia y la integración completa de la personalidad. ¿Es, realmente, descabellado hablar de estos logros comparándolos con la conquista de un reino?

Esto nos puede dar también alguna indicación de por qué lo que el héroe obtiene en las historias «realistas» parece tan ordinario y vulgar al compararlo con otro tipo de cuentos. También estas historias ofrecen al niño la seguridad de que va a resolver los problemas importantes que se le presenten en su vida «real», y es así como los adultos definen este tipo de dificultades. Sin embargo, el valor de estos relatos es muy limitado. ¿Qué problemas podrían ser más difíciles de captar y más «reales» para el niño que sus conflictos edípicos, la integración de su personalidad y la llegada a la madurez, incluyendo la madurez sexual? y ¿en qué consiste ésta?, ¿cómo conseguirla? El hablar con todo detalle de esto abrumaría y confundiría al niño, por lo que el cuento de hadas usa símbolos universales que le permiten escoger, seleccionar, rechazar e interpretarlo de manera congruente con su estadio de desarrollo intelectual y psicológico. Cualquiera que sea este estadio de desarrollo, el cuento indica cómo puede superarse y qué problemas se encontrarán en el estadio siguiente del progreso hacia la integración madura.

La comparación de un cuento de hadas con relatos famosos más modernos puede mostrar los defectos relativos de estas historias realistas.

Muchas historias actuales, como
La pequeña locomotora que lo consiguió,
animan al niño a creer que si se esfuerza lo suficiente y no se rinde acabará por tener éxito.
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Una muchacha recuerda la impresión que le causó este relato cuando su madre se lo leyó. Se llegó a convencer de que las actitudes propias influyen realmente en los resultados que uno consigue; de que si intentaba llevar a cabo una tarea con la convicción de que podría realizarla, la concluiría con éxito. Pocos días después, esta niña se encontró con una situación difícil en su clase de primer grado: intentaba construir una casa de papel pegando varias hojas entre sí, pero se desmoronaba constantemente. Se sintió tan frustrada que empezó a dudar seriamente de que la idea de construir aquella casa pudiera realizarse. Pero entonces recordó la historia de
La pequeña locomotora que lo consiguió
; veinte años más tarde evocaba todavía el momento en que empezó a tararear la fórmula mágica «sé que puedo, sé que puedo, sé que puedo…». Continuó trabajando en su casa de papel, pero ésta siguió sin sostenerse. El proyecto acabó sin éxito alguno, pero la niña se quedó convencida de que había fracasado en lo que cualquier otra persona hubiera triunfado, del mismo modo que la Pequeña Locomotora.

Siendo
La pequeña locomotora que lo consiguió
una historia situada en el presente y en la que encontramos máquinas que propulsan trenes, esta muchacha había intentado aplicar su moraleja directamente a la vida cotidiana, sin elaboración fantástica alguna, y había experimentado un fracaso que todavía recordaba veinte años más tarde.

Muy distinto fue el impacto que
Los Robinsones suizos
tuvo en otra niña. La historia cuenta cómo una familia, después de un naufragio, consigue una vida apasionante, idílica, constructiva y agradable, muy distinta de la existencia de esta niña. Su padre tenía que estar casi siempre fuera de casa y su madre era una enferma mental que pasaba largos períodos encerrada en diversos hospitales. Por ello, la niña cambiaba constantemente de hogar: de su casa pasó a vivir con una tía, después con una abuela y, por último, volvió de nuevo a su hogar. Durante estos años, la niña leyó una y otra vez la historia de esta familia feliz que vivía en una isla desierta, lo que impedía que ningún miembro se alejara de los demás. Mucho tiempo después, recordaba todavía la sensación de seguridad que había experimentado cuando, tras olvidar todos sus problemas, había leído esta historia acurrucada entre almohadas. Tan pronto como terminaba la lectura empezaba de nuevo. Las horas felices que pasó con la familia Robinson en este país fantástico evitaron que se sintiera vencida por las dificultades que la realidad le presentaba. Así fue capaz de compensar la cruda realidad mediante gratificaciones imaginarias. Pero, como la historia no era un cuento de hadas, no hacía promesa alguna de que su vida pudiera mejorar algún día, esperanza que hubiera hecho su vida mucho más soportable.

Una estudiante ya graduada recuerda que, cuando era niña, «me gustaban muchísimo los cuentos de hadas, tanto los tradicionales como los de mi propia invención. Pero Nabiza predominaba sobre todos los demás». Cuando esta muchacha era muy pequeña, su madre murió en un accidente de circulación. Su padre, muy abatido por lo sucedido (él conducía el coche), se encerró por completo en sí mismo y confió el cuidado de su hija a una niñera, que se preocupaba muy poco por ella. Cuando la niña tenía siete años, su padre se casó de nuevo y aún ahora recuerda que fue a partir de aquel momento cuando «Nabiza» empezó a ser tan importante en su vida. Su madrastra era, evidentemente, la bruja de la historia y ella era la muchacha cautiva en la torre. Por eso se sentía semejante a Nabiza, ya que «la bruja» la había encerrado «a la fuerza», del mismo modo que su madrastra se había introducido, a la fuerza, en su vida. La chica se sentía prisionera en su nuevo hogar, puesto que la niñera, que se ocupaba muy poco de ella, le daba completa libertad para hacer lo que quisiera. Se sentía una víctima igual a Nabiza, quien en su torre tenía poco control sobre su propia vida. Las trenzas de Nabiza fueron la clave de la historia para ella. La niña quería dejarse crecer el pelo, pero su madrastra se lo cortó, por lo que el pelo largo se convirtió por sí solo en un símbolo de la felicidad y la libertad. Años más tarde, se dio cuenta de que el príncipe que tanto había deseado que acudiera en su ayuda era su propio padre. La historia la convenció de que él llegaría algún día para rescatarla, y esta convicción le permitió sobrevivir. Si la vida le resultaba demasiado difícil, todo lo que tenía que hacer era imaginar que era Nabiza, con sus trenzas, y que venía el príncipe a salvarla y se enamoraba de ella. Así acabó por inventarse un desenlace feliz para «Nabiza»: en el cuento el príncipe se queda ciego durante un tiempo —lo que significaba que su padre había sido cegado por la «bruja» con la que vivía y a la que preferiría antes que a su hija—, pero el pelo, que la madrastra había cortado, creció de nuevo y el príncipe y la muchacha vivieron felices para siempre.

Una comparación de «Nabiza» con
Los Robinsones suizos
nos indica la razón por la que los cuentos de hadas pueden ofrecer más al niño que una simple historia agradable. En
Los Robinsones suizos
no hay ninguna bruja en la que el niño pueda descargar su cólera y a la que pueda achacar la falta de interés del padre.
Los Robinsones suizos
ofrece fantasías de huida y fue una gran ayuda para la niña que leyó la historia una y otra vez para olvidar temporalmente lo desgraciada que era su vida. Pero no le proporcionó esperanza alguna en cuanto a su futuro. «Nabiza», por el contrario, dio la oportunidad a la niña de ver a la bruja como un ser tan perverso que la madrastra «bruja» de su casa, en comparación, no resultaba tan malvada. «Nabiza» prometió también que el rescate de la muchacha estaba en su propio cuerpo, cuando le creciera el pelo, y, lo que es más importante, le aseguró que el «príncipe» sólo se había quedado ciego temporalmente y que recuperaría la vista y la salvaría. Esta fantasía siguió constituyendo una gran ayuda para la chica hasta que se enamoró y se casó, es decir, hasta que ya no le fue de ninguna utilidad.

Se comprende perfectamente por qué, a primera vista, la madrastra, si hubiera sabido el significado que «Nabiza» tenía para su hijastra, hubiera creído que los cuentos son perjudiciales para los niños. Pero lo que no hubiera podido sospechar es que, si su hijastra no hubiera encontrado esa satisfacción fantástica a través de «Nabiza», hubiera intentado destruir el matrimonio de su padre; y, careciendo de la esperanza en el futuro que la historia le había proporcionado, hubiera seguido siempre dando tumbos por la vida.

Muchas veces se ha discutido que, si una historia provoca esperanzas irreales, el niño experimentará necesariamente una gran desilusión y sufrirá por esta causa. No obstante, el hecho de sugerirle al niño esperanzas razonables —es decir, limitadas y provisionales— en lo que el futuro le deparará no constituye paliativo alguno para la tremenda angustia que el niño experimenta respecto a sus aspiraciones y a lo que pueda ocurrirle. Sus temores irreales requieren esperanzas irreales. Al compararlas con los deseos infantiles, las promesas realistas y limitadas se experimentan como una enorme decepción, no como un consuelo. Y este tipo de promesas es todo lo que puede ofrecer una historia que sea relativamente fiel a la realidad.

La extraña promesa del final feliz de los cuentos de hadas llevaría también al desencanto, en la vida real del niño, si formara parte de una historia realista o expresara algo que va a suceder donde habita el niño. Sin embargo, el final feliz del cuento ocurre en el país de las hadas, una tierra que sólo podemos visitar mediante nuestra imaginación.

El cuento de hadas ofrece al niño la certidumbre de que algún día llegará a conquistar un reino. Aunque al niño le cueste imaginárselo y no pueda creerlo, el relato le asegura que fuerzas mágicas acudirán en su ayuda. Esto reaviva una esperanza que, sin esta fantasía, se extinguiría al contacto con la cruda realidad. Como el cuento de hadas promete al niño el tipo de victoria que anhela, es mucho más convincente, desde el punto de vista psicológico, que ninguna otra historia «realista». Y puesto que asegura que el reino será suyo, el niño desea creer también en el resto de la historia: que tiene que abandonar el hogar para encontrar el reino; que no podrá conquistarlo de modo inmediato; deberá correr algunos riesgos y someterse a duras pruebas; no podrá hacerlo todo solo sino que necesitará la ayuda de los demás; y para asegurarse esta colaboración, deberá cumplir antes algunas de las exigencias que le imponen. Precisamente porque la promesa básica coincide con los deseos infantiles de venganza y de una existencia completamente feliz, el cuento de hadas enriquece la fantasía del niño de modo incomparable.

El problema de lo que se considera «buena literatura infantil» es que muchos de estos relatos fijan la imaginación del niño al nivel que ha alcanzado ya por sí solo. Los niños disfrutan con este tipo de historias pero no obtienen de ellas más que un placer momentáneo. No consiguen seguridad ni consuelo alguno respecto a sus problemas más acuciantes; sólo huyen de ellos durante algunos instantes.

Hay historias «realistas», por ejemplo, en las que el niño se venga de uno de sus padres. Cuando el pequeño supera el estadio edípico y ya no depende por completo de ellos, sus deseos de venganza son muy acusados. Todos los niños experimentan este tipo de fantasía en algún período de su vida, pero, en los momentos de mayor lucidez, reconocen que es extremadamente injusta porque sus padres les proporcionan todo lo que necesitan y tienen que trabajar duramente para conseguirlo. Las ideas de venganza originan siempre sentimientos de culpabilidad y angustia acerca de un posible castigo. Un relato que estimule estas fantasías incrementará estos sentimientos y todo lo que el niño podrá hacer es reprimir sus ideas. El resultado de esta represión es, muy a menudo, que unos años después el adolescente lleva a cabo, en la realidad, estos deseos infantiles de venganza.

No hay ninguna necesidad de que el niño reprima estas fantasías; por el contrario, podrá disfrutar incluso con ellas si se le guía para que las dirija hacia un objetivo cercano a sus padres pero distinto a ellos. ¿Qué blanco para estos pensamientos vengativos puede ser más adecuado que la persona que ha usurpado el lugar del progenitor: el padrastro o la madrastra del cuento? Si uno se desahoga experimentando las fantasías de venganza frente a este usurpador malvado, no hay razón alguna para sentirse culpable ni para temer el castigo, porque este personaje obtiene lo que, evidentemente, se merece. Se podría objetar que los deseos de venganza son inmorales y que el niño no debería sentirlos, pero hemos de recordar, entonces, que la idea de que no se deben experimentar ciertas fantasías no contribuye a que no se tengan sino que las relega simplemente al inconsciente, con lo que los estragos que se originan en la vida mental son mucho más graves. Así, el cuento de hadas permite que el niño obtenga lo mejor de dos mundos distintos: puede tener y disfrutar de las fantasías de venganza frente al padrastro o madrastra del cuento, sin sentir culpa ni miedo algunos respecto al progenitor real.

El poema de Milne, en el que James Morrison advierte a su madre de que no vaya sola al otro extremo de la ciudad porque, si lo hace, no podrá encontrar el camino de vuelta y desaparecerá para siempre (lo cual ocurre, ciertamente, en el poema), es una historia muy divertida, pero sólo para los adultos.
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Por el contrario, en cuanto al niño, este relato pone de manifiesto la angustia de abandono. Lo que le parece divertido al adulto es el hecho de que los papeles de protector y protegido se hallen invertidos. Por mucho que el niño desee que esto suceda, no puede evitar la idea de que el resultado será la pérdida permanente del progenitor. Al oír esta poesía, lo que más le gusta al niño es la advertencia de que los padres no deben salir nunca más sin él. Disfruta con ello, pero debe reprimir la angustia enorme y profunda de que va a ser abandonado para siempre, que es lo que el poema sugiere que va a suceder.

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