El chico que pasa por el período edípico y que se siente amenazado por su padre porque desea sustituirlo en la atención de la madre, asigna al padre el papel del monstruo amenazador. Esto parece demostrar al chico que su padre es un rival verdaderamente peligroso, porque, si no fuera así, ¿por qué sería tan temible esta figura paterna? Puesto que la princesa que desea es la prisionera de un viejo dragón, el muchacho puede llegar a pensar que la fuerza bruta es el único obstáculo que se levanta entre la muchacha (la madre) y el héroe preferido por ella. Por otro lado, en los cuentos que ayudan a la chica que pasa por el período edípico a comprender sus sentimientos y a encontrar una satisfacción sustitutiva, son los celos desmesurados de la madrastra o de la hechicera lo que impide que el amante encuentre a su princesa. Estos celos prueban que la mujer madura sabe que el héroe prefiere amar a la chica joven y permanecer a su lado.
Mientras que el chico del período edípico no quiere que ningún niño interfiera en su relación con la madre, la chica desea darle a su padre el regalo amoroso de ser la madre de sus hijos. Es muy difícil determinar si esta afirmación se trata de la necesidad de competir con la madre en este aspecto o bien de la anticipación de la futura maternidad. Este deseo de dar un hijo al padre no significa mantener relaciones sexuales con él, puesto que la niña, al igual que el niño, no piensa en términos tan concretos. La chica sabe que los niños son los que unen, más estrechamente, la figura masculina a la femenina y, por ello, al tratarse en los cuentos, de manera simbólica, de los deseos, problemas y dificultades de tipo edípico que se le presentan a una chica, es posible que los niños se mencionen ocasionalmente como parte del final feliz.
En la versión de «Nabiza» de los Hermanos Grimm, se nos dice que el príncipe, ciego, tras caminar muchos años, «llegó al desierto en el que Nabiza y los gemelos que había dado a luz vivían en la miseria», aunque el caso es que no se había mencionado ningún niño anteriormente. Al besar al príncipe, dos lágrimas de Nabiza resbalan sobre sus ojos sin vida y le devuelven la vista; entonces «él la llevó a su reino, donde se les recibió con gran alborozo y donde vivieron felices para siempre». Desde el momento en que viven juntos, ya no se habla más de los niños; son únicamente un símbolo del vínculo entre Nabiza y el príncipe durante su separación. Ya que no se habla de boda entre ambos ni se insinúa relación sexual alguna, esta mención de los niños en los cuentos confirma la idea de que se pueden tener sin sexo, sólo como resultado del amor.
En la vida normal de la familia, el padre está muy a menudo fuera de casa, mientras que la madre, después de dar a luz y de criar a su hijo, sigue teniendo a su cargo los cuidados que éste necesita. Como consecuencia, es lógico que un chico imagine que el padre no es lo más importante de su vida. (Aunque una chica, seguramente, no podrá prescindir en su imaginación, con tanta facilidad, de los cuidados de la madre.) Esta es la razón por la que, en los cuentos de hadas, raras veces se sustituye al padre, originalmente «bueno», por el padrastro malvado, mientras que la figura de la madrastra cruel es mucho más frecuente. Un niño no sufre una gran decepción cuando su padre se interpone en su camino o le atormenta con determinadas exigencias por el hecho de que este padre, por tradición, nunca le ha hecho demasiado caso. Por este motivo, cuando el padre bloquea los deseos del chico en el período edípico, éste no lo ve como un personaje malvado ni como una figura disociada en dos, una buena y una mala, cosa que ocurre muy a menudo con la madre. Por el contrario, el chico proyecta sus frustraciones y ansiedades en un gigante, un monstruo o un dragón.
En la fantasía edípica de una chica, la madre se disocia en dos figuras: la madre preedípica, buena y maravillosa, y la madrastra edípica, cruel y malvada. (En los cuentos de hadas, a veces, los chicos tienen, también, madrastras crueles, como en Hansel y Gretel, pero estas historias tratan de problemas distintos a los edípicos.) La madre buena, tal como nos la presenta la fantasía, es incapaz de sentir celos de su hija y de impedir que el príncipe (el padre) y la chica vivan felices. De este modo, la confianza de la muchacha en la bondad de la madre preedípica, y la fidelidad que celosamente le guarda, disminuyen los sentimientos de culpabilidad que experimenta frente a lo que desea que le ocurra a la madre (madrastra) que se interpone en su camino.
Así pues, gracias a los cuentos de hadas, tanto los niños como las niñas que se encuentran en el período edípico pueden conseguir lo mejor de dos mundos distintos: por una parte, disfrutan plenamente de las satisfacciones edípicas en sus fantasías y, por otra, mantienen buenas relaciones con ambos progenitores en la realidad.
En cuanto al chico que está en el período edípico, si la madre lo decepciona, se encuentra con la princesa, la mujer hermosa del futuro que le compensará todos los problemas presentes y con cuya imagen le resultará más fácil soportarlos. Si el padre presta menos atención a su hija de lo que
ella
querría, la chica superará esta adversidad gracias a la llegada del príncipe azul que la preferirá a todas las demás. Puesto que todo esto sucede en el país de nunca jamás, el niño no necesita sentirse culpable por asignar al padre el papel de un dragón o de un gigante malvado, o a la madre el papel de bruja o de madrastra cruel. Una chica puede querer a su padre real porque el resentimiento que experimenta al ver que él sigue prefiriendo a su madre se explica por su inevitable debilidad (como pasa con los padres de los cuentos de hadas), cosa por la que nadie puede culparlo puesto que procede de fuerzas superiores; además, esto no le impedirá su romance con el príncipe. Por otra parte, una muchacha quiere más a su madre porque asigna toda su cólera a la madre rival, que recibe lo que se merece, como la madrastra de Blancanieves, que se ve obligada a calzarse «unos zapatos al rojo vivo y a bailar hasta caer muerta». Y Blancanieves —lo mismo que la muchacha que lee el cuento— no tiene por qué sentirse culpable, puesto que el amor que siente hacia su madre verdadera (anterior a la madrastra) nunca ha dejado de existir. Asimismo un chico quiere a su padre aun después de desatar toda su ira contra él a través de la fantasía de destrucción del dragón o del gigante malvado.
Estas fantasías —que costarían muchos esfuerzos a la mayoría de los niños si tuvieran que inventarlas de manera completa y satisfactoria por sí solos— pueden ayudar muchísimo a la superación de la angustia del período edípico.
El cuento de hadas tiene, además, otras características que pueden ayudar al niño a resolver los conflictos edípicos. Las madres no pueden aceptar los deseos de los hijos de eliminar a papá y casarse con mamá; en cambio, pueden participar encantadas en la fantasía del hijo como vencedor del dragón y poseedor de la bella princesa. De la misma manera, una madre puede estimular las fantasías de su hija en cuanto al príncipe azul que irá a buscarla, ayudándola así a creer en un final feliz a pesar de la desilusión actual. Con ello, lejos de perder a la madre a causa de su relación edípica con el padre, la hija se da cuenta de que la madre, no sólo aprueba sus deseos ocultos, sino que además espera que se cumplan. A través de los cuentos de hadas, el progenitor puede realizar, al lado de su hijo, todo tipo de viajes fantásticos, mientras sigue siendo capaz de cumplir con sus tareas paternas en la realidad.
De este modo, un niño puede sacar el máximo provecho de dos mundos, que es lo que necesita para convertirse en un adulto seguro de sí mismo. En la fantasía, una niña puede vencer a la madre (madrastra), cuyos esfuerzos para impedirle que sea feliz con el príncipe son un puro fracaso; también un niño puede vencer al monstruo y conseguir lo que desea en tierras muy lejanas. Al mismo tiempo, tanto niños como niñas siguen manteniendo en casa al padre real que les protege y a la madre real que les proporciona los cuidados y satisfacciones que necesitan. Puesto que está muy claro que la victoria sobre el dragón y la boda con la princesa liberada, o la huida con el príncipe azul y el castigo de la bruja, suceden en tiempos remotos y países lejanos, el niño normal no confunde nunca estas acciones con la realidad.
Las historias que tratan del conflicto edípico forman parte de un tipo extendido de cuentos de hadas que proyectan los intereses del niño más allá del universo inmediato de la familia. Para dar los primeros pasos hacia la conversión en un individuo maduro, el niño debe empezar a dirigir su mirada hacia un mundo más amplio. Si el niño no recibe el apoyo de sus padres en esta investigación real o imaginaria del mundo externo, corre el riesgo de ver empobrecido el desarrollo de su personalidad.
No es aconsejable darle prisa a un niño para que amplíe sus horizontes o informarle, de forma concreta, de hasta dónde tiene que llegar en sus exploraciones del mundo, o de cómo expresar lo que siente por sus padres. Si un progenitor estimula verbalmente a un niño a que «madure», a que avance psicológica o físicamente, el niño lo interpretará como que «quieren deshacerse de mí». El resultado es completamente contrario a lo que se pretendía, puesto que el niño se siente rechazado y poco importante, y esto va en detrimento del desarrollo de su capacidad para enfrentarse al mundo que se extiende ante él.
La tarea de aprendizaje del niño consiste, precisamente, en tomar decisiones en cuanto a su propio progreso, en el momento oportuno, y en el lugar que él escoja. El cuento de hadas le ayuda en este proceso porque sólo le da indicaciones; nunca sugiere ni exige nada. En el cuento de hadas, todo se expresa de manera implícita y simbólica: cuáles deben ser las tareas de cada edad; cómo se han de tratar los sentimientos ambivalentes hacia los padres; cómo puede dominarse este cúmulo de emociones. También se advierte al niño sobre los obstáculos con los que puede encontrarse y, al mismo tiempo, evitar, prometiéndole siempre un final feliz.
¿Por qué muchos padres de clase media, inteligentes, modernos y preocupados por el buen desarrollo de sus hijos, restan valor a los cuentos de hadas y privan a los niños de lo que estas historias les podrían ofrecer? Incluso nuestros antepasados victorianos, a pesar del énfasis que ponían en la disciplina moral y en una manera recatada de vivir, no sólo permitían sino que estimulaban a sus hijos a que disfrutaran de la fantasía y la excitación de los cuentos de hadas. Resultaría muy sencillo atribuir la prohibición de los cuentos a un racionalismo ignorante y estrecho de miras, pero este no es, evidentemente, el caso que estamos tratando.
Algunas personas propugnan que los cuentos no proporcionan imágenes «reales» de la vida tal como es y que, por lo tanto, son perjudiciales. Pero los que dicen esto no piensan que la «verdad» de la vida de los niños puede ser distinta de la de los adultos. No son conscientes de que los cuentos no intentan describir el mundo externo y la «realidad», ni reconocen que ningún niño normal cree que estos relatos describen el mundo de manera realista.
Algunos padres temen «mentir» a sus hijos cuando les relatan los acontecimientos fantásticos que sacan de los cuentos de hadas. Esta preocupación aumenta cuando el niño pregunta, «¿es verdad?». Muchos cuentos de hadas ofrecen una respuesta incluso antes de que se pueda plantear la cuestión, es decir, al principio de la historia. Por ejemplo, «Alí Baba y los cuarenta ladrones» empieza del modo siguiente: «Antaño, en otros tiempos y confines…». La historia de los Hermanos Grimm «El rey rana, o Enrique el fiel» comienza con estas palabras: «En tiempos remotos, cuando bastaba desear una cosa para que se cumpliera…». Con ello queda suficientemente claro que las historias suceden a un nivel muy diferente de la «realidad» cotidiana. Algunos relatos dan comienzo de una manera más realista: «Érase una vez un hombre y una mujer que durante mucho tiempo habían deseado en vano tener un hijo». Pero el niño que está familiarizado con los cuentos siempre hace que los tiempos lejanos signifiquen lo mismo en su mente que «en el país de la fantasía…». Esto constituye un ejemplo claro de cómo el contar siempre una misma historia y no otras resta el valor que los cuentos de hadas tienen para los niños y provoca problemas que se solucionarían con el conocimiento de un mayor número de relatos.
La «verdad» de los cuentos de hadas es la verdad de nuestra imaginación, no de la causalidad normal. Al preguntarse a sí mismo, «¿es verdad», Tolkien observa que «no debe responderse sin reflexionar mucho sobre el particular» y añade que para el niño es mucho más importante la pregunta, «"¿era malo? ¿era bueno?". Es decir, [el niño] se preocupa mucho más por tener claro cuál es el lado bueno y cuál el lado malo de las cosas».
Antes de que el niño pueda llegar a captar la realidad, es necesario que disponga de un marco de referencia para valorarla. Cuando pregunta si una historia es verdad, quiere saber si esta narración constituye una contribución importante para su comprensión y si tiene algo significativo que decirle con respecto a sus mayores preocupaciones.
Citaré a Tolkien una vez más: «Muy a menudo, lo que los niños quieren decir cuando preguntan: "¿Es verdad?" [es] "me gusta esto, pero ¿podría suceder lo mismo ahora? ¿Estoy a salvo en mi cama?". Y todo lo que quieren oír es una respuesta como ésta: "Actualmente, no existen dragones en Inglaterra"». «Los cuentos de hadas —continúa— no se refieren a la posibilidad de que algo ocurra sino al deseo de que así sea.» Y esto es lo que el niño ve con más claridad» puesto que para él no hay nada más «verdadero» que lo que desea.
Al hablar de su infancia, Tolkien recuerda: «No deseaba en absoluto tener los sueños ni las aventuras de
Alicia
y, cuando me las contaban, simplemente me divertía. Tampoco tenía ningunas ganas de buscar tesoros escondidos o de luchar contra piratas, por lo que
La isla del tesoro
me dejó bastante indiferente. En cambio, el país de Merlín y Arturo resultó más interesante que las dos historias anteriores, y la mejor de todas fue el cuento anónimo "North of Sigurd of the Voelsungs", y el príncipe de los dragones. Estas tierras eran atractivas en grado sumo. Yo nunca había imaginado que el dragón fuera de la misma especie que el caballo. El dragón llevaba grabada la marca registrada
Del país de las hadas
, y procediera de donde procediera, sería siempre de Otro Mundo… Me gustaban los dragones con toda mi alma, aunque, por supuesto, no quería encontrármelos en las cercanías de mi casa poniendo en peligro mi mundo relativamente seguro».
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