Psicoanálisis de los cuentos de hadas (18 page)

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Authors: Bruno Bettelheim

Tags: #Ensayo

Al yuxtaponer lo que sucede entre el hermano bueno y el malo y los hijos gemelos del primero, la historia indica que, si los aspectos contradictorios de la personalidad permanecen separados, estamos abocados a la desgracia: incluso el hermano bueno fracasa en la vida. Pierde a sus hijos porque no consigue comprender las tendencias de maldad que hay en nuestra naturaleza — representadas por su hermano— y, por lo tanto, es incapaz de evitar las consecuencias. En cambio, los gemelos, después de vivir separados, acuden en ayuda uno del otro (lo que simboliza una integración interna) y pueden disfrutar, a partir de entonces, de una vida «feliz».
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«Los tres lenguajes»
La búsqueda de la integración

Si queremos comprendernos mejor a nosotros mismos, debemos familiarizarnos con el funcionamiento interno de nuestra mente. Si queremos funcionar bien, tenemos que integrar las tendencias discordantes, inherentes a nuestro ser. Al aislar estas tendencias y proyectarlas en personajes separados, como vemos en «Los dos hermanitos» y «Los hermanos», los cuentos de hadas nos ayudan a vislumbrar y, así, a captar mejor lo que ocurre en nuestro interior.

Los cuentos de hadas nos muestran también la necesidad de esta integración cuando nos presentan a un héroe que se encuentra frente a estas diversas tendencias, cada una en su momento, y las incorpora a su personalidad hasta que forman una unión en su interior; lo cual es necesario para llegar a una independencia y existencia completas. El cuento «Los tres lenguajes», de los Hermanos Grimm, responde a este esquema. La historia del origen de este relato se remonta a tiempos muy antiguos y se han encontrado versiones en muchos países europeos y algunos asiáticos. A pesar de su antigüedad, este relato eterno parece haberse escrito para los conflictos del adolescente actual respecto a sus padres, o respecto a la incapacidad de éstos para comprender los impulsos de sus hijos en este período.

La historia comienza de la siguiente manera: «Érase una vez un conde que vivía en Suiza y que tenía un solo hijo, tonto e incapaz de aprender nada. Por ello, el padre le dijo, "escúchame, hijo mío; yo no puedo enseñarte nada por más que lo intento. Tienes que marcharte de aquí. Te mandaré a un famoso maestro que te dedicará todo su tiempo"»
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El hijo estudió un año con el maestro y, cuando volvió, su padre se enfadó muchísimo al comprobar que tan sólo había aprendido a entender «lo que los perros dicen cuando ladran». Lo mandó un año más a estudiar con otro maestro y, cuando volvió, le dijo al padre que había aprendido únicamente «lo que los pájaros hablan». Furioso porque su hijo había malgastado el tiempo de nuevo, le dijo en tono amenazante, «te mandaré a un tercer maestro, pero, por última vez, si no aprendes nada, dejaré de ser tu padre». Al finalizar el año, la respuesta del hijo a la pregunta de qué había aprendido fue «lo que las ranas croan». Arrastrado por la cólera, el padre expulsó a su hijo y ordenó a sus criados que lo llevaran al bosque y lo mataran. Pero éstos se compadecieron del muchacho y se limitaron a abandonarlo allí.

Muchos cuentos empiezan con el abandono de los hijos, hecho que puede tomar dos formas básicas: niños pequeños que se ven obligados por las circunstancias a marcharse por su propia voluntad («Los dos hermanitos») o que son abandonados en un lugar desde donde son incapaces de encontrar el camino de vuelta («Hansel y Gretel»); y jóvenes, en la adolescencia o en la pubertad, que deben morir a manos de los criados, pero que son perdonados porque se compadecen de ellos y fingen, simplemente, haberlos matado («Los tres lenguajes», «Blancanieves»). En la primera forma, se expresa el miedo del niño al abandono; en la segunda, su angustia por el retorno.

El ser «expulsado» puede experimentarse inconscientemente, o bien como el deseo del hijo de separarse del progenitor, o su convencimiento de que éste quiere deshacerse de él. El hecho de lanzar al niño al mundo, o de abandonarlo en un bosque, simboliza tanto el deseo de los padres de que el hijo se independice como el anhelo — o angustia— de éste por conseguir la independencia.

En estos cuentos, el niño pequeño es simplemente abandonado — como Hansel y Gretel— puesto que la angustia de la etapa anterior a la pubertad es «si no soy un chico bueno y obediente, si hago enfadar a mis padres, no querrán cuidarme más e, incluso, puede que me abandonen». El muchacho que ha llegado a la pubertad, más seguro de poder cuidar de sí mismo, siente menos angustia frente al abandono y se arma del valor necesario para enfrentarse a su padre. En los cuentos en que un criado debe dar muerte a un niño, éste ha amenazado el poder o la dignidad del progenitor, como hace Blancanieves por ser más bella que la reina. En «Los tres lenguajes», el hijo pone en cuestión, de manera muy evidente, la autoridad paterna, al no aprender lo que su padre cree necesario.

El hecho de que no sea el padre el que mata al hijo, sino que le encargue a un criado que lo haga, y el hecho de que éste lo perdone, demuestra que, a este nivel, el conflicto no se produce con los adultos en general, sino sólo con los padres. La amabilidad de los otros adultos llega hasta donde les permite su voluntad de no entrar en contradicción con la autoridad paterna. A otro nivel, esto indica que, a pesar de la angustia que siente el adolescente frente al poder que su padre ejerce sobre su vida, en realidad esta influencia no es tan grande como parece, puesto que el padre, al sentirse injuriado, no expresa su cólera directamente hacia el niño, sino que debe servirse de un intermediario (de un criado, por ejemplo). El hecho de que no se cumpla el plan de los padres muestra la impotencia inherente a la posición del progenitor cuando intenta abusar de su autoridad.

Si muchos de los adolescentes actuales estuviesen familiarizados, desde su infancia, con los cuentos de hadas, se darían (inconscientemente) perfecta cuenta de que su conflicto no se produce con el mundo de los adultos, es decir, con la sociedad, sino, únicamente, con sus padres. Además, cuando el padre se presenta, en algún momento, como amenazador, es siempre el hijo el que vence a largo plazo mientras el padre es derrotado, hecho que muestran claramente todos estos cuentos. El hijo no sólo sobrevive a las acciones de los padres, sino que incluso las supera. Cuando esta convicción está arraigada en el inconsciente, el adolescente puede sentirse seguro, a pesar de las dificultades que sufre a lo largo de su desarrollo, porque está convencido de poder alcanzar la victoria.

Evidentemente, si muchos adultos hubiesen prestado más atención y hubiesen sacado más partido de los mensajes de los cuentos, hubieran reconocido cuán estúpidos son los padres que creen saber lo que sus hijos tienen que estudiar y que se sienten amenazados si no les obedecen. Un rasgo particularmente irónico de «Los tres lenguajes» es que es el padre mismo el que manda al hijo a estudiar y el que escoge a los maestros, para sentirse después injuriado al comprobar lo que éstos le han enseñado. Esto demuestra que el padre actual que manda a su hijo al colegio y luego se enfurece por lo que allí aprende, o por la manera en que lo cambian, no es más que una repetición de lo que sucede a lo largo de nuestra historia.

El hijo desea y teme a la vez que los padres no quieran aceptar su independencia y que tomen represalias contra él. Lo desea porque sería una demostración de que no son capaces de dejarlo marchar, y esto probaría lo importante que es para ellos. Llegar a ser un hombre o una mujer significa, realmente, dejar de ser un niño, cosa que no se le ocurre al muchacho en la etapa anterior a la pubertad, pero que sí percibe el adolescente. Si un niño desea que su padre deje de tener poder sobre él, siente en su inconsciente que lo ha destruido (puesto que quiere arrebatarle los poderes paternos) o que está a punto de hacerlo. Es muy natural que el niño crea, entonces, que el padre quiere vengarse.

En «Los tres lenguajes», el hijo actúa repetidamente en contra de la voluntad de su padre, autoafirmándose, así, al mismo tiempo y superando los poderes paternos mediante sus acciones. Por esta razón teme que su padre lo destruya.

Así es como el héroe de «Los tres lenguajes» se lanza al mundo. Tras mucho caminar, llega a un país que sufre un grave problema, porque los ladridos furiosos de los perros salvajes no dejan descansar a nadie; y, lo que es peor, a ciertas horas tienen que entregarles un hombre para que lo devoren. Puesto que el héroe puede entender su lenguaje, los perros le hablan, le cuentan por qué son tan feroces y le dicen qué tiene que hacer para amansarlos. Después de haber logrado su objetivo, los perros dejan el país en paz y el héroe se queda en aquellas tierras durante algún tiempo.

Pasados unos años, el héroe decide viajar hasta Roma. De camino, las ranas que croan le revelan su futuro y esto le da mucho que pensar. Al llegar a Roma se entera de que el Papa acaba de morir y los cardenales no saben todavía a quién deben elegir como sucesor. Finalmente creen que habrá alguna señal milagrosa que les indicará quién debe ser el nuevo Papa y, en ese preciso instante, dos palomas blancas se posan en los hombros del héroe. Cuando le preguntan si quiere ser Papa, él no está seguro de merecer tal honor, pero las palomas le aconsejan que lo acepte. Así pues, es consagrado, tal como habían profetizado las ranas. Cuando llega el momento de cantar misa y no sabe la letra, las palomas, que están constantemente sobre sus hombros, se la susurran al oído.

Esta es la historia de un adolescente, cuyo padre es incapaz de comprender sus necesidades y al que considera un inepto. El hijo no se desarrolla como el padre cree que debería hacerlo, pero éste sigue insistiendo en que estudie en lugar de permitirle hacer lo que
él
cree que tiene valor real. Para conseguir su completa autorrealización, el muchacho tiene que entrar, primero, en conexión con su ser interno, proceso que ningún padre puede encarrilar aunque se dé cuenta de su importancia; esto es lo que sucede en esta historia.

En este relato, el hijo es un joven que va en busca de su propia identidad. Los tres maestros a los que acude para aprender cosas acerca del mundo y de sí mismo son los aspectos, hasta ahora desconocidos, del mundo y de sí mismo que el muchacho necesita explorar, cosa que no podía hacer mientras seguía atado a su padre.

¿Por qué el héroe aprendió primero a comprender el lenguaje de los perros, luego el de los pájaros y, finalmente, el de las ranas? Nos encontramos, una vez más, frente a la importancia del número tres. Agua, tierra y aire son los tres elementos en que se desarrolla nuestra vida. El hombre es un animal de tierra, así como el perro. Es el animal que el niño ve como más parecido al hombre y que representa, al mismo tiempo, una libertad instintiva —libertad para morder en cualquier momento, para excretar de modo incontrolado y para satisfacer las necesidades sexuales sin límites— y unos valores superiores, como lealtad y amistad. Se puede domesticar a los perros para que repriman su agresividad y se les puede entrenar para que controlen sus excreciones. Por ello parece natural que el aprender el lenguaje de los perros sea lo primero y lo más fácil. Es de suponer que los perros representen el yo del hombre; el aspecto de su personalidad más cercano a la superficie de la mente, puesto que tiene la función de regular la relación del hombre con sus semejantes y con el mundo que lo rodea. Desde la prehistoria, los perros han desempeñado, en cierto modo, este papel, ayudando al hombre a ahuyentar a sus enemigos y enseñándole nuevas maneras de relacionarse con otros animales salvajes.

Los pájaros, que pueden volar muy alto en el cielo, simbolizan una libertad muy distinta, la que posee el alma para elevarse libremente sobre lo que nos ata a nuestra existencia terrenal, que tan bien encarnan los perros y las ranas. Los pájaros representan el super-yo investido de objetivos e ideales muy elevados, de vuelos fantásticos y de perfecciones imaginadas.

Si los pájaros encarnan el super-yo y los perros el yo, las ranas simbolizan la parte más antigua del ser humano, el ello. Nos puede parecer una conexión remota el pensar que las ranas expresan el proceso evolutivo por el que los animales de tierra pasaron, en tiempos remotos, del agua a la tierra firme. Pero, aún hoy, todos nosotros empezamos nuestra vida en un medio acuoso que abandonamos al nacer. Las ranas viven primero en el agua en forma de renacuajo, y cambian cuando pasan a vivir en los dos elementos. Las ranas son una especie anterior en la evolución a los perros y los pájaros, mientras que el ello es la parte de la personalidad anterior al yo y al super-yo.

Así pues, mientras que en un nivel profundo las ranas pueden simbolizar nuestra existencia más temprana, a un nivel más evidente representan nuestra capacidad para pasar de un estado de vida inferior a uno superior. Si quisiéramos fantasear, podríamos decir que el aprender el lenguaje de los perros y de los pájaros es la condición previa para alcanzar la capacidad más importante: la que nos permite pasar de un estado evolutivo existencial a uno superior. Las ranas pueden encarnar ambos estados, el inferior, más primitivo y antiguo, y el desarrollo que va desde los impulsos primitivos que buscan las satisfacciones más elementales hasta un yo maduro, capaz de utilizar los amplios recursos de nuestro planeta para su satisfacción.

Este relato indica también que el esforzarnos, simplemente, en comprender todos los aspectos del mundo y de nuestra existencia en él (tierra, aire, agua) y de nuestra vida interna (ello, yo, super-yo) no nos ayuda demasiado. Sólo sacaremos partido de esta comprensión de manera plenamente significativa si la aplicamos a nuestra relación con el mundo. Conocer el lenguaje de los perros no es suficiente; también debemos ser capaces de averiguar lo que éstos representan. Los perros salvajes, cuyo lenguaje debe aprender el héroe antes que otras cualidades humanas superiores, simbolizan los impulsos violentos, agresivos y destructivos del hombre. Si permanecemos ajenos a estas pulsiones, llegarán a destruirnos, de la misma manera que los perros devoran a los hombres.

Los perros están íntimamente relacionados con la posesión anal, porque, en este cuento, deben cuidar de que nadie robe un inmenso tesoro, cosa que explica su ferocidad. Una vez que ha comprendido y se ha familiarizado con estas violentas pulsiones (lo que está representado por el hecho de haber aprendido el lenguaje de los perros), el héroe puede dominarlas, cosa que le proporciona, de inmediato, resultados satisfactorios: puede apoderarse del tesoro que los perros protegían. Si se ayuda al inconsciente y se le da lo que necesita —el héroe da de comer a los perros—, aquello que se mantenía oculto, lo reprimido, se hace accesible y, de ser destructor, pasa a ser algo beneficioso. El aprender el lenguaje de los pájaros sigue, lógicamente, a continuación de haber aprendido el de los perros. Los pájaros simbolizan las aspiraciones elevadas del super-yo y del yo ideal. Entonces, tras superar la ferocidad del ello y las posesiones de lo anal, y tras establecer el super-yo (al aprender el lenguaje de los pájaros), el héroe está preparado para enfrentarse a los antiguos y primitivos, anfibios. Esto nos da también la idea de que el héroe domina el sexo, lo que en el cuento está representado por el conocimiento del lenguaje de las ranas (el porqué las ranas, los sapos, etc., representan el sexo en los cuentos, se discutirá más adelante al hablar de «El rey rana»). También parece lógico que sean las ranas, que pasan de una forma inferior a una superior en su propia vida, las que le revelan al héroe su evolución hacia una existencia superior, es decir, llegar a Papa.

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