Aunque muchos niños necesitan alguna vez disociar la imagen de sus padres en el doble sujeto benévolo y amenazador, para sentirse más protegidos con el primero de ellos, la mayoría no puede hacerlo tan inteligente ni conscientemente como la niña del caso anterior. Muchos niños no pueden encontrar su propia solución a la transformación de la madre, que se convierte súbitamente en un «impostor parecido a ella». Los cuentos, que contienen hadas buenas que se aparecen y ayudan al niño a encontrar la felicidad a pesar de este «impostor» o «madrastra», evitan que el niño sea destruido por dicho «impostor». Los cuentos de hadas indican que, escondida en algún lugar, el hada madrina vigila el destino del niño, lista para usar sus poderes cuando se la necesite. El cuento le dice al niño que, «aunque haya brujas, no olvides que también hay hadas buenas, que son mucho más poderosas». Los mismos cuentos aseguran que el gigante feroz puede ser vencido por un hombrecillo inteligente, por alguien que parece tan indefenso como se siente el propio niño. Es bastante probable que lo que dio valor a aquella niña para enfrentarse al Marciano fuera alguna historia acerca de un niño que venció con inteligencia a un espíritu malvado.
El carácter universal de estas fantasías nos viene sugerido por lo que en psicoanálisis se conoce como «la ficción familiar»
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de un chico en la pubertad. Son fantasías o ensoñaciones que los jóvenes normales reconocen, en parte, como tales, pero en las que, sin embargo, también pueden llegar a creer. Se centran en la idea de que sus padres no son sus padres reales, sino que ellos son hijos de algún personaje importante y que, por alguna circunstancia desafortunada, se vieron obligados a vivir con estas personas que
dicen
que son sus padres. Estas ensoñaciones toman varias formas: a menudo es un solo progenitor el que no es auténtico, lo cual va paralelo a una situación que se da frecuentemente en los cuentos, donde uno de los padres es el verdadero y el otro no. Lo que el niño espera es que algún día, por casualidad o por el destino, aparezca el padre real y lo eleve al rango que le corresponde, y que, de este modo, pueda ser feliz para siempre.
Estas fantasías son muy útiles porque permiten al niño sentirse realmente molesto ante el impostor Marciano o ante el «falso progenitor», sin albergar sentimiento alguno de culpabilidad. Tales fantasías suelen aparecer cuando los sentimientos de culpabilidad forman ya parte del conjunto de la personalidad del niño, y cuando el estar molesto con uno de los padres o, aún peor, el despreciarlo, le provocaría unos remordimientos insoportables. Así pues, la típica disociación que los cuentos hacen de la madre en una madre buena (que normalmente ha muerto) y una madrastra perversa es muy útil para el niño. No sólo constituye un medio para preservar una madre interna totalmente buena, cuando la madre real no lo es, sino que también permite la cólera ante la «madrastra perversa», sin poner en peligro la bondad de la madre verdadera, a la que el niño ve como una persona diferente. De este modo, el cuento sugiere la manera en que el niño tiene que manejar los sentimientos contradictorios que, en otras circunstancias, le obsesionarían al nivel en que empieza a ser incapaz de integrar emociones opuestas. La fantasía de la madrastra cruel no sólo conserva intacta a la madre buena, sino que también evita los sentimientos de culpabilidad ante los pensamientos y deseos que el niño tiene frente a ella; una culpabilidad que podría interferir seriamente en la buena relación con la madre.
Mientras que la fantasía de la madrastra cruel conserva, de este modo, la imagen de la madre buena, el cuento también ayuda al niño a que no se sienta destruido al experimentar a su madre como una persona malvada. De la misma manera que el Marciano desaparecía de la fantasía de la niña tan pronto como la madre volvía a ser amable con ella, un espíritu bueno puede contrarrestar, en un momento dado, todo lo que otro malo esté haciendo. En el personaje bienhechor de los cuentos, las buenas cualidades de la madre están tan exageradas como las malas acciones de la bruja. Pero así es como el niño experimenta el mundo: como enteramente feliz o como un infierno absoluto.
Cuando el niño siente la necesidad emocional de hacer esto, no sólo disocia a uno de los padres en dos figuras, sino que también se disocia él mismo en dos personas que, él quiere creerlo así, no tienen nada que ver una con otra. He conocido niños que durante el día conseguían no hacerse pipí encima, pero que mojaban la cama por la noche y, al despertarse, se apartaban con aprensión hacia un lado y decían con convicción «alguien ha mojado mi cama». El pequeño no hace esto, como podrían pensar los padres, para dar las culpas a alguien ajeno a él, porque sabe, de todos modos, que fue él quien ensució la cama. El «alguien» que lo ha hecho es la parte de sí mismo que ahora forma parte, otra vez, de su propia persona; este aspecto de su personalidad se ha convertido, realmente, en algo ajeno a él. El insistir para que el niño reconozca que
fue él
el que mojó la cama es intentar imponer demasiado pronto el concepto de integridad de la personalidad humana, y esta insistencia puede contribuir a retrasar su desarrollo. Para ir adquiriendo un sentimiento seguro de sí mismo, el niño necesita limitarlo, durante un tiempo, a lo que él mismo acepta y desea. Después de haber alcanzado, de esta manera, un yo del que puede sentirse unívocamente orgulloso, el niño es capaz, de modo gradual, de empezar a aceptar la idea de que él también puede contener aspectos de naturaleza dudosa.
Igual que el progenitor del cuento está separado en dos figuras, que representan los sentimientos opuestos de amor y rechazo, el niño externaliza y proyecta en «alguien» todas las cosas malas que le asustan demasiado para reconocer que son parte de sí mismo.
La literatura de los cuentos de hadas no deja de considerar lo que hay de problemático en el ver, a veces, a la madre como una madrastra cruel; a su manera, estas historias advierten de los peligros que comporta el ser arrastrado demasiado lejos y demasiado deprisa por sentimientos de cólera. Un niño se deja dominar con facilidad por el aburrimiento que experimenta con una persona querida para él, o por su impaciencia cuando se le hace esperar; tiende a albergar sentimientos de cólera y a embarcarse en deseos furiosos, sin pensar apenas en las consecuencias que tendrían si se hicieran realidad. Muchos cuentos describen el resultado trágico de tales deseos temerarios, que uno tiene porque anhela algo con exceso o porque no puede esperar a que las cosas se produzcan a su debido tiempo. Ambos estados mentales son típicos del niño. Dos cuentos de los Hermanos Grimm pueden servir de ejemplo.
En «Hans, mi pequeño erizo», un hombre se enfada cuando su gran deseo de tener hijos se ve frustrado por la esterilidad de su mujer. Finalmente, está tan desesperado que exclama: «Quiero un niño, aunque sea un erizo». Este deseo se cumple: su mujer da a luz un niño, cuyo cuerpo es el de un erizo en la parte superior, mientras que en la inferior es un niño normal.
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En «Los siete cuervos», una niña recién nacida trastorna el estado emocional del padre hasta el punto de que dirige su cólera hacia sus hijos mayores. Manda a uno de los siete a buscar agua para bautizar a la niña que acaba de nacer, y los otros seis hermanos se reúnen con él. El padre, furioso por tener que esperar, grita: «Deseo que todos mis hijos se conviertan en cuervos», cosa que ocurre inmediatamente.
Si estos cuentos, en los que los deseos coléricos se transforman en realidad, terminaran en este punto, serían sólo relatos admonitorios, que nos aconsejarían que evitásemos ser arrastrados por nuestras emociones negativas, algo que el niño no puede conseguir. Pero el cuento hace algo más que esperar lo imposible del niño y que causarle ansiedad por tener deseos coléricos que no puede evitar. Mientras que el cuento nos avisa, de un modo realista, de que el ser dominado por la cólera o por la impaciencia nos producirá problemas, nos asegura también que las consecuencias son sólo temporales, y que la buena voluntad o las buenas acciones pueden reparar todo el daño de los malos deseos. Hans el erizo ayuda a un rey, que se ha perdido en el bosque, a volver sano y salvo a casa. El rey promete concederle, como recompensa, a su única hija. A pesar del aspecto de Hans, la princesa cumple la promesa de su padre y se casa con Hans el erizo. Después de la boda, en el lecho nupcial, Hans toma, por fin, su forma humana completa, y hereda el reino.
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En «Los siete cuervos», la niña, que era la causa inocente de que sus hermanos se hubieran convertido en cuervos, viaja al fin del mundo y hace un gran sacrificio para deshacer el hechizo. Todos los cuervos recobran su forma humana y todos vuelven a ser felices.
Estas historias indican que, a pesar de las consecuencias que pueden tener los malos deseos, las cosas se arreglan de nuevo con buena voluntad y con un gran esfuerzo. Hay otros relatos que van mucho más lejos y le dicen al niño que no tenga miedo de sentir tales deseos porque, aunque tengan consecuencias momentáneas, no hay nada que cambie de forma permanente; después de que todos los deseos se cumplan, las cosas siguen exactamente igual que estaban antes. Estas historias existen, por el mundo entero, con múltiples variantes.
En el mundo occidental, «Los tres deseos» es, probablemente, el cuento más conocido sobre este tema. En su forma más sencilla, un extraño o un animal ofrecen algunos deseos, normalmente tres, a un hombre o a una mujer, como recompensa por una buena acción. En «Los tres deseos» se concede esta gracia a un hombre, que no se para a reflexionar sobre el don que ha recibido. Al llegar a casa, su esposa se presenta con la cena de siempre, a base de sopa. «"Sopa otra vez, me gustaría comer pudding para variar", dice él, y el pudding aparece inmediatamente.» Al preguntarle su mujer cómo ha podido suceder una cosa así, él le explica su aventura. Furiosa porque su marido ha malgastado un deseo en una cosa tan poco importante, exclama: «¡Merecerías que te tirara el pudding por la cabeza!», deseo que se cumple rápidamente. «"¡Dos deseos desperdiciados! Ojalá que desapareciera este maldito pudding de una vez", dice el hombre. Y así se perdieron los tres deseos.»
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En conjunto, estos cuentos avisan al niño de las posibles consecuencias desagradables de los deseos impulsivos y, al mismo tiempo, le aseguran que tales deseos tienen resultados poco importantes, particularmente si es sincero en esos deseos y se esfuerza por reparar las malas consecuencias. Quizá sea más importante el hecho de que no puedo recordar ni un solo cuento en el que los deseos coléricos de los niños tengan alguna consecuencia; sólo sucede con los de los adultos. Lo que se puede deducir de ello es que los adultos son responsables de sus actos, de su cólera y de su estupidez, pero los niños, no. Si ellos desean algo en un cuento, siempre serán cosas buenas, y la providencia o un espíritu bueno se encargará de cumplir sus deseos, a menudo incluso más allá de lo que esperaban.
Es como si el cuento, aun admitiendo que encolerizarse es algo muy humano, esperara que sólo los adultos tuvieran suficiente autocontrol para no dejarse vencer, puesto que sus deseos coléricos y extraños se convierten en realidad; pero los cuentos acentúan las maravillosas consecuencias que tienen para un niño los deseos o pensamientos
positivos.
La desesperación no induce al protagonista infantil del cuento a tener deseos vengativos. El niño sólo desea cosas buenas, incluso aunque tenga sus razones para querer que suceda algo malo a los que le acosan. Blancanieves no alberga sentimientos malos contra la reina malvada; y Cenicienta, que tiene una buena causa para querer que sus hermanastras sean castigadas, desea, en cambio, que puedan asistir al gran baile.
Si se le deja solo durante unas horas, un niño puede sentirse tan cruelmente maltratado como si hubiera tenido una vida llena de negaciones y rechazos. Luego, repentinamente, su existencia se convierte en una felicidad completa cuando aparece su madre por la puerta, sonriente y trayéndole un regalo. ¿Hay algo que pueda tener más magia que este hecho? ¿Cómo podría algo tan sencillo cambiar su vida si no hubiera algo de magia?
El niño experimenta transformaciones radicales en la naturaleza de las cosas, en todos sus aspectos, aunque
nosotros
no compartamos estas percepciones. Pero observemos al niño cuando trata con objetos inanimados: algún objeto —un cordón de zapato o un juguete— lo frustra hasta el extremo de hacer que se sienta como un tonto. En un momento, como por arte de magia, el objeto se transforma en algo obediente y cumple las órdenes; de ser el más desgraciado de los seres humanos, se convierte en el más feliz. ¿No prueba esto que hay algo de magia en el objeto? Algunos cuentos de hadas relatan cómo el hecho de encontrar un objeto mágico cambia la vida del héroe; con su ayuda, el tonto se convierte en el más listo de los hermanos que él hubiera querido ser anteriormente. El niño que se siente a sí mismo condenado a ser un patito feo no tiene que desesperar, acabará por ser un hermoso cisne.
Un niño pequeño puede hacer poco por sí solo, y esto es algo decepcionante, hasta el punto de que puede ceder a la desesperación. El cuento de hadas lo evita concediendo la dignidad más extraordinaria al hecho más insignificante, e insinuando que, a partir de él, se pueden extraer las consecuencias más maravillosas. El encontrar una tinaja o una botella (como en la historia de los Hermanos Grimm «El espíritu de la botella»), el proteger a un animal o ser protegido por él («El gato con botas»), el partir un trozo de pan con un forastero («El ganso de oro», otro cuento de los Hermanos Grimm), estos hechos cotidianos dan origen a grandes cosas. Con ello, el cuento anima al niño a que confíe en que sus pequeñas hazañas reales son verdaderamente importantes, aunque en aquel momento le cueste creerlo.
Es necesario fomentar la confianza en estas posibilidades, de manera que el niño pueda aceptar sus desilusiones sin sentirse completamente derrotado; y aún más, se puede llegar a convertir en un desafío el hecho de pensar en una existencia lejos del hogar paterno. El ejemplo de los cuentos de hadas proporciona la seguridad de que el niño recibirá ayuda en los esfuerzos que realiza en el mundo externo, y de que el éxito eventual recompensará sus esfuerzos. Al mismo tiempo, el cuento pone énfasis en que estos hechos ocurrieron érase una vez, en tierras lejanas, y deja claro que ofrece una esperanza, y no unas descripciones realistas de cómo es el mundo aquí y ahora.