En «La bella durmiente» se enfatiza, una vez más, este tema, al contar que no sólo la niña, sino el mundo entero —sus padres y todos los habitantes del castillo— vuelve a la vida en el mismo instante. Si no somos sensibles al mundo, éste deja de existir para nosotros. En el momento en que Bella Durmiente cayó en su letargo, el mundo que la rodeaba sucumbió también. Este universo despierta de nuevo cuando un niño hace su aparición en él: sólo así puede continuar existiendo la humanidad.
Este simbolismo se ha ido perdiendo en las versiones posteriores, que terminan con el despertar de Bella Durmiente y de todo su mundo a una nueva vida. Incluso en su actual forma abreviada, en la que Bella Durmiente se despierta gracias al beso del príncipe, el cuento nos hace pensar —aunque no se indique abiertamente, como en las versiones más antiguas— que la muchacha es la encarnación de la feminidad perfecta.
En todos los aspectos, «Cenicienta» es el cuento de hadas más conocido y, probablemente, el preferido de todo el mundo.
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Es un relato muy antiguo, pues cuando se escribió por primera vez en China en el siglo IX d.C., tenía ya una larga historia.
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El diminuto tamaño del pie, que no encontraba rival alguno, como signo de virtud, distinción y belleza, y la zapatilla hecha con algún material precioso, son elementos que apuntan hacia un origen oriental, aunque no necesariamente chino.
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Para el oyente actual, la extrema pequeñez de los pies no provocará las connotaciones de atractivo sexual y de belleza en general, que despertaba en los chinos, quienes acostumbraban a vendar los pies a las mujeres.
Como ya es sabido, «Cenicienta» es un relato sobre las esperanzas y las angustias presentes en la rivalidad fraterna, y sobre el triunfo de la heroína rebajada por las dos hermanastras que abusan de ella. Mucho antes de que Perrault diera a «Cenicienta» la forma bajo la que actualmente se ha hecho famosa, «el tener que vivir entre cenizas» significaba la inferioridad respecto a los propios hermanos, sea cual fuere su sexo. En Alemania, por ejemplo, existían historias en las que un muchacho, que se veía obligado a vivir entre las cenizas, se convertía finalmente en un rey, gozando así del mismo destino que Cenicienta. «Aschenputtel» es el título de la versión de los Hermanos Grimm. Este término designaba originariamente a la fregona, sucia y humilde, que estaba al cuidado de las cenizas del fogón.
En la lengua alemana existen numerosos ejemplos que nos demuestran que el hecho de verse obligado a vivir entre las cenizas, no sólo era símbolo de degradación sino también de rivalidad fraterna; sobre todo, del hermano que consigue superar a los otros que lo han relegado a esa posición despreciable. Martín Lutero en sus
Sermones
cita a Caín como el poderoso malvado, alejado de Dios, mientras que el piadoso Abel se ve forzado a ser el hermano ceniciento (Aschenbrödel), una nulidad a manos de Caín; en uno de sus sermones, Lutero nos recuerda que Esaú fue obligado a ocupar el puesto del hermano ceniciento de Jacob.
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Caín y Abel, y Jacob y Esaú, son ejemplos bíblicos de la destrucción y aniquilación de un hermano a manos de otro.
Los cuentos de hadas sustituyen las relaciones fraternas por las relaciones entre hermanastros, mecanismo que permite explicar y aceptar las rencillas que uno desearía que no existieran entre verdaderos hermanos. Aunque la rivalidad fraterna sea universal y «natural», en el sentido de que es la consecuencia negativa del ser hermano, esta misma relación genera, también, sentimientos igualmente positivos entre los hermanos, como queda perfectamente ilustrado en cuentos del estilo de «Los dos hermanitos».
Ningún otro cuento de hadas expresa tan bien como las historias de la «Cenicienta» las experiencias internas del niño pequeño que sufre la angustia de la rivalidad fraterna, cuando se siente desesperadamente excluido por sus hermanos y hermanas. Cenicienta es menospreciada y degradada por sus hermanastras; su madre (madrastra) la obliga a sacrificar sus propios intereses en beneficio de los de aquéllas; tiene que realizar los trabajos más sucios de la casa y, aunque los lleve a cabo con toda minuciosidad, no recibe gratificación alguna; al contrario, se le exige cada vez más y más. Esta es la descripción exacta de cómo se siente el niño cuando le acosan los efectos de la rivalidad fraterna. Por muy exageradas que puedan parecer las tribulaciones y penalidades de Cenicienta a los ojos de un adulto, éstas corresponderán exactamente a los sentimientos del niño que se halle inmerso en este conflicto: «Ese soy yo; así es como me maltratan, o como les gustaría hacerlo; me consideran insignificante y me desprecian». Hay momentos —a menudo largos períodos de tiempo— en los que el niño, por razones internas, se siente igual que Cenicienta, aun cuando su posición entre los hermanos no parezca dar motivo para ello.
Al plasmar en imágenes fantásticas lo que el niño experimenta en su interior, la historia —como ninguna narración realista es capaz de hacer— consigue una cualidad emocional de «verdad» para el niño. Los episodios de «Cenicienta» le ofrecen imágenes palpitantes que materializan sus abrumadoras y, a menudo, vagas e imprecisas emociones; consecuentemente, estos acontecimientos son más convincentes para el niño que sus experiencias en la vida real.
El término «rivalidad fraterna» hace referencia a una compleja constelación de sentimientos y a sus causas inherentes. Con muy pocas excepciones, las emociones originadas en la persona presa de este conflicto son desproporcionadas si las comparamos con su situación real con sus hermanos y hermanas, considerándola desde un punto de vista objetivo. Mientras que los niños sufren, en ocasiones, los efectos de la rivalidad fraterna, los padres raramente sacrifican a uno de sus hijos en aras de los otros, ni perdonan la persecución con la que éstos atormentan a uno de sus hermanos. Al niño le resulta sumamente difícil pensar en términos objetivos —y le es prácticamente imposible cuando sus emociones están en juego—; sin embargo, en sus momentos más racionales el pequeño «sabe» que, en realidad, no le tratan tan despiadadamente como a Cenicienta. Pero, con todo, el niño se siente, a menudo, maltratado, a pesar de que «reconoce» que no es cierto. Por eso cree en la verdad inherente de «Cenicienta» y en su eventual liberación y victoria final. Del triunfo de la heroína el niño extrae sus exageradas esperanzas respecto al futuro, que vendrá a contrarrestar las penas que experimenta cuando se ve atacado por la rivalidad fraterna.
A pesar de que se le atribuya el nombre de «rivalidad fraterna», este miserable sentimiento hace referencia sólo de modo accidental a los verdaderos hermanos y hermanas de un niño, ya que tiene su origen en los sentimientos del pequeño respecto a sus padres. El que un hermano o una hermana mayor sea más competente provoca, en el niño, un sentimiento de celos que desaparece después de algún tiempo. Pero, el hecho de que otro niño reciba especial atención por parte de los padres, sólo se convierte en un insulto si el pequeño teme sentirse despreciado o rechazado por aquéllos. Debido a esta ansiedad, uno o todos los hermanos de un niño pueden llegar a convertirse en el aguijón que roe sus entrañas. Lo que provoca la rivalidad fraterna es el temor de que, al ser comparado con sus hermanos, el niño no logre ganar el amor y la estima de sus padres. En las historias, este elemento se pone de manifiesto al conceder poca importancia al hecho de que uno de los hermanos sea realmente más inteligente. La historia bíblica de José nos demuestra que la conducta destructiva de sus hermanos está provocada por los celos de éstos ante el afecto que el padre le prodiga. Contrariamente al caso de Cenicienta, el padre de José no contribuye a la degradación de su hijo, sino que lo prefiere a todos los otros. Pero, al igual que Cenicienta, José es rebajado a la condición de esclavo, de la que logra escapar milagrosamente, como aquélla, y termina imponiéndose a sus hermanos
Aunque digamos a un niño que sufre la rivalidad fraterna que cuando sea mayor será igual de capaz que sus hermanos o hermanas, no le liberamos de las penas que siente en el momento actual. Por mucho que lo desee, le resulta muy difícil confiar en nuestras alentadoras palabras. Un niño ve las cosas de modo subjetivo y, al compararse, en estos términos, con sus hermanos, le es imposible pensar que algún día pueda igualarlos. Si pudiera confiar más en sí mismo, no se sentiría tan destruido por sus hermanos ni le importaría demasiado lo que éstos le hicieran, pues esperaría pacientemente que el tiempo invirtiera los papeles. Pero, puesto que el niño, por sí solo, es incapaz de mirar con optimismo hacia un futuro, en que las cosas serán más agradables para él, sólo encontrará alivio a través de fantasías de grandeza —llegar a dominar a los hermanos— que confía que puedan convertirse en realidad si se da alguna maravillosa coincidencia.
Sea cual fuere nuestra posición en el seno de la familia, todos nos hemos sentido acosados, en alguna época de nuestra vida, por la rivalidad fraterna. Incluso el hijo único cree que los demás niños gozan de mayores ventajas, hecho que le hace experimentar intensos celos. Además, puede llegar a sufrir con la idea de que, si tuviera un hermano, éste sería el preferido de sus padres. La «Cenicienta» es un cuento que atrae tanto a los niños como a las niñas, ya que ambos sexos experimentan por igual la rivalidad fraterna y desean, del mismo modo, ser arrancados de su humillante posición para, así, sobrepasar a aquellos que parecen superiores.
Desde un punto de vista superficial, «Cenicienta» es, aparentemente, tan simple como la historia de Caperucita, con la cual comparte una enorme popularidad. «Cenicienta» trata de los sufrimientos que la rivalidad fraterna origina, de la realización de deseos, del triunfo del humilde, del reconocimiento del mérito aun cuando se halle oculto bajo unos harapos, de la virtud recompensada y del castigo del malvado; es, pues, una historia íntegra. Pero, bajo todo ese contenido manifiesto, se esconde un tumulto de complejo y extenso material inconsciente, al que aluden los detalles de la historia para poner en marcha nuestras asociaciones inconscientes. El contraste entre está aparente superficialidad y la complejidad subyacente despierta un mayor interés por el relato y justifica su popularidad, que se mantiene a lo largo de los siglos. Para comprender este significado oculto de la historia, hemos de penetrar más allá de los orígenes evidentes de la rivalidad fraterna, que hasta ahora se ha comentado.
Como ya se ha mencionado anteriormente, si el niño pudiera convencerse de que su posición inferior se debe únicamente a sus capacidades, que se hallan limitadas por la edad, no padecería tan atrozmente los efectos de la rivalidad fraterna, puesto que podría confiar en que el futuro solucionará las cosas. Al pensar que su degradación es algo que merece, siente que su problema es absolutamente irresoluble. La aguda observación de Djuna Barnes sobre los cuentos de hadas —que el niño sabe algo de ellos que no es capaz de expresar (como, por ejemplo, que disfruta con la idea de que Caperucita y el lobo estén juntos en la cama)— podría ampliarse dividiendo las historias en dos grupos: uno en el que el niño reacciona sólo de modo inconsciente a la verdad inherente del relato, sin poder, así, verbalizar sus impresiones; y otro en el que el pequeño capta, a nivel preconsciente o incluso consciente, el «verdadero sentido», y, por lo tanto, puede comentarlo, aunque en realidad no quiere manifestar lo que sabe.
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Algunos aspectos de «Cenicienta» entran dentro de esta última categoría. Muchos niños, al principio de la historia, están convencidos de que Cenicienta merece su destino, puesto que piensan exactamente igual sobre sí mismos; pero no quieren que nadie lo sepa. A pesar de ello, al final del relato, la heroína resulta ser digna de alabanza, ya que el niño espera correr la misma suerte, sin que se tengan en cuenta sus primitivos defectos.
Todo niño, en algún momento de su vida —cosa que ocurre no pocas veces—, cree que, debido a sus secretos y quizá también a sus acciones clandestinas, merece ser degradado, apartado de los otros y relegado a una existencia inferior, rodeado de cenizas y suciedades. Teme que sus angustias se cumplan, olvidando lo satisfactoria que puede ser su situación en la realidad. Odia y teme a todos aquellos que —como sus hermanos— se ven libres de esta maldad; tiene miedo de que ellos o sus padres descubran lo que él es en realidad y le traten como a Cenicienta. El niño espera que los demás —especialmente sus padres— crean en su inocencia, por eso le encanta saber que «todo el mundo» cree en la bondad de Cenicienta. Este es uno de los mayores atractivos de dicho cuento. Puesto que la gente está dispuesta a confiar en la sinceridad de Cenicienta, el niño espera que se acabe, también, por creer en la suya. El relato de «Cenicienta», al alimentar estas esperanzas, se convierte en una historia deliciosa.
Otro elemento que posee gran atractivo para el niño es la perversidad de la madrastra y de las hermanastras. Sean cuales fueren los defectos de un niño, ante sus propios ojos, palidecen y se tornan insignificantes comparados con la falsedad y bajeza de aquéllas. Por otra parte, el comportamiento de las hermanastras para con Cenicienta justifica los sentimientos, por muy bajos que sean, que el niño experimenta hacia sus hermanos: éstos son tan ruines que cualquier cosa que deseemos que les ocurra estará más que justificada. Teniendo en cuenta esa circunstancia, Cenicienta es totalmente inocente. De ese modo, el niño, al oír la historia, comprende que no tiene por qué sentirse culpable a causa de sus malos pensamientos.
A un nivel completamente distinto —los elementos de la realidad coexisten tranquilamente con las exageraciones fantásticas en la mente infantil—, aunque el pequeño sienta que sus padres y hermanos lo tratan pésimamente, y por más que sufra por ello, su situación no es tan grave comparada con el destino de Cenicienta. Al mismo tiempo, la historia le indica lo afortunado que es y cómo podrían empeorar las cosas. (Sin embargo, esta última posibilidad no despierta ansiedad alguna, pues, como en todos los cuentos de hadas, el desenlace feliz se encarga de ello.)
El comportamiento de una niña de cinco años y medio, tal como su padre nos lo refiere, ilustra lo fácil que le resulta a un niño identificarse con la «Cenicienta». Esta niña tenía una hermana menor de la que se sentía intensamente celosa. Le encantaba la historia de «Cenicienta», pues el cuento le ofrecía un material con el que podía descargar sus sentimientos; sin aquellas imágenes le hubiera sido realmente difícil comprender y expresar sus propias emociones. Le gustaba ir siempre muy aseada y lucir bonitos vestidos, pero repentinamente se volvió desaliñada y sucia. Un día, su madre le pidió que fuera a buscar un poco de sal, pero, mientras lo hacía, la niña exclamó: «¿Por qué me tratas como a Cenicienta?».