Psicoanálisis de los cuentos de hadas (38 page)

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Authors: Bruno Bettelheim

Tags: #Ensayo

No obstante, estas connotaciones no son válidas para el niño actual. En él, los enanitos evocan otras asociaciones inconscientes. No hay enanitas, mientras que las hadas son siempre figuras femeninas, siendo los magos su contrapartida masculina; sin embargo, existen tanto hechiceros como hechiceras o brujas. Así pues, los enanos son, eminentemente, personajes masculinos que no han logrado completar su desarrollo. Estos «hombrecillos» con sus cuerpos abortados y su trabajo en las minas —penetran hábilmente en oscuros agujeros— poseen connotaciones fálicas. Evidentemente, no se trata de hombres en el sentido sexual, ya que su forma de vida y sus intereses por los bienes materiales, excluyendo el amor, sugieren una existencia preedípica.
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A simple vista puede parecer extraño que la etapa anterior a la pubertad, período en el que toda actividad sexual está latente, esté encarnada por una figura que simboliza una existencia fálica. Sin embargo, los enanitos están libres de conflictos internos y no tienen deseo alguno de ir más allá de su existencia fálica, en busca de relaciones íntimas. Se sienten satisfechos con la rutina de sus actividades; su vida es un ciclo interminable e inmutable de trabajo en el seno de la tierra, al igual que los planetas giran constantemente en el cielo siguiendo, siempre, su curso invariable. Lo que hace que su existencia sea paralela a la del niño en la etapa anterior a la pubertad es esta falta de cambio o de deseo de hacerlo. Por esta misma razón, los enanitos no pueden comprender ni justificar las pulsiones internas que hacen que Blancanieves no sea capaz de resistir a las tentaciones de la reina. Son, pues, los conflictos los que nos hacen sentir insatisfechos con nuestro sistema de vida actual y nos inducen a buscar otras soluciones; si nos viéramos libres de problemas, no correríamos los riesgos que comporta el paso hacia un tipo de vida distinto y, como es de esperar, superior.

El período preadolescente y apacible que Blancanieves vive junto a los enanitos, antes de que la malvada reina vuelva a importunarla, le da la energía suficiente para poder alcanzar la adolescencia. De este modo, entra, de nuevo, en una etapa llena de inquietudes; pero ya no como una niña que tiene que soportar pasivamente los daños que su madre le inflige, sino como una persona que tiene que participar y ser responsable de lo que le sucede.

Las relaciones entre Blancanieves y la reina simbolizan los graves problemas que pueden darse entre una madre y una hija. Pero, al mismo tiempo, son también proyecciones, en dos personajes distintos, de las tendencias incompatibles en una misma persona. A menudo, estas contradicciones internas se originan en las relaciones del niño con sus padres. Así, el hecho de que los cuentos de hadas proyecten un aspecto de un conflicto interno en una figura paterna representa, también, una verdad histórica: es precisamente de ahí de donde procede. Esto lo vemos claramente por lo que le sucede a Blancanieves cuando su tranquila y sosegada vida junto a los enanitos queda interrumpida.

Casi destruida por su temprano conflicto puberal y por la rivalidad con su madrastra, Blancanieves intenta retroceder al período de latencia, libre de problemas, en el que el sexo permanece aletargado y, en consecuencia, se pueden evitar los desequilibrios de la adolescencia. Pero ni el tiempo ni el desarrollo humano permanecen estáticos; por lo tanto, el volver a la etapa de latencia para escapar de los problemas de la adolescencia no resulta satisfactorio. Cuando Blancanieves se convierte en una adolescente, comienza a experimentar los deseos sexuales que, durante el período de latencia, permanecían dormidos y aletargados. En este preciso momento, la madrastra, que representa los elementos conscientemente negados en el conflicto interno de Blancanieves, reaparece en escena y perturba la paz interior de la muchacha. La facilidad con que Blancanieves se deja tentar por la madrastra, haciendo caso omiso de las advertencias de los enanitos, nos muestra lo próximas que están las tentaciones de ésta a los deseos internos de Blancanieves. El consejo de los enanitos de no abrir la puerta —es decir, de no dejar penetrar a nadie en el ser interno de Blancanieves— no sirve de nada. (Para los enanitos resulta muy fácil predicar contra los peligros de la adolescencia, ya que, al permanecer fijados en el estadio fálico de desarrollo, no están sujetos a ellos.) Los altibajos por los que pasan los conflictos de la adolescencia están simbolizados por las dos veces consecutivas en que Blancanieves es tentada, puesta en peligro y salvada al volver a su anterior existencia latente. La tercera experiencia en la que Blancanieves se deja seducir, pone fin a sus esfuerzos por volver a la inmadurez, puesto que se ve enfrentada a las dificultades de la adolescencia.

Aunque no se mencione el tiempo que Blancanieves permaneció con los enanitos antes de que la madrastra reapareciera en su vida, sabemos que lo que induce a Blancanieves a abrir la puerta y permitir que la reina entre en la casa, disfrazada de vendedora ambulante, es su atracción por las cintas de corsé. Esto pone de manifiesto que Blancanieves es ya una adolescente perfectamente desarrollada y, siguiendo la moda de aquella época, necesita y desea tener cintas de corsé. La madrastra le ata la cinta con tal fuerza que Blancanieves cae al suelo, quedando como muerta.
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Ahora bien, si la reina tenía intención de matar a Blancanieves, podía haberlo hecho en aquel momento con toda tranquilidad. Pero si su objetivo era tan sólo el de impedir que su hija la superara, bastaba con dejarla inmóvil durante algún tiempo. En esta ocasión, la reina representa al progenitor que, temporalmente, logra mantener su dominio bloqueando el desarrollo de su hijo. A otro nivel, el significado de este episodio es el de insinuar los conflictos de Blancanieves en cuanto a su deseo adolescente de ir bien ceñida, porque así resulta sexualmente más atractiva. El hecho de desmayarse y quedar inconsciente indica que se vio abrumada por la lucha entre sus deseos sexuales y su angustia respecto a los mismos. Blancanieves tiene mucho en común con la madrastra presuntuosa, puesto que es su propia vanidad lo que la lleva a dejarse abrochar la cinta por esta última. Parece que son los conflictos y deseos adolescentes de Blancanieves los que la arrastran a la perdición. Sin embargo, el cuento no termina aquí, sino que enseña al niño una lección mucho más significativa: sin haber experimentado y dominado todos aquellos peligros que comporta el crecimiento, Blancanieves nunca hubiera podido unirse a su príncipe.

A su regreso del trabajo, los bondadosos enanitos encuentran a Blancanieves inconsciente en el suelo y le desatan la cinta. La muchacha vuelve a la vida y se refugia, temporalmente, en el período de latencia. Los enanitos vuelven a advertirla, esta vez con más severidad, contra los trucos de la malvada reina, es decir, contra las tentaciones ocultas del sexo. Pero los anhelos de Blancanieves son demasiado fuertes, y cuando la reina, disfrazada de anciana, se brinda a arreglarle el pelo —«acércate que te peinaré»—, la niña se deja engañar de nuevo. Las intenciones conscientes de Blancanieves se ven superadas por su deseo de lucir un hermoso peinado y por su anhelo inconsciente de ser sexualmente atractiva. Una vez más, este deseo resulta ser «venenoso» para Blancanieves en su temprana e inmadura etapa adolescente; por ello, vuelve a perder el conocimiento, siendo de nuevo rescatada por los enanitos. La tercera vez, Blancanieves cede nuevamente a la tentación y muerde la funesta manzana que la reina, disfrazada de campesina, le ofrece. Sin embargo, ahora los enanitos ya no pueden ayudarla, porque la regresión de la adolescencia a la etapa de latencia ha dejado de ser una solución válida para Blancanieves.

En numerosos mitos, así como en los cuentos de hadas, la manzana simboliza el amor y el sexo, tanto en su aspecto positivo como peligroso. La manzana que se ofreció a Afrodita, diosa del amor, dando a entender que era la preferida de entre las diosas, provocó la guerra de Troya. Por otra parte, la manzana bíblica fue el instrumento que tentó al hombre a renunciar a la inocencia a cambio de conocimiento y sexo. Aunque Eva fuera seducida por la masculinidad del macho, representada por la serpiente, esta última no podía hacerlo todo por sí sola: necesitaba la manzana, que en la iconografía religiosa simboliza, también, el pecho materno. En el pecho de nuestra madre todos nos sentimos impulsados a formar una relación y a encontrar satisfacción en ella. En la historia de «Blancanieves», madre e hija comparten la manzana. En este relato, lo que dicha fruta simboliza es algo que la madre y la hija tienen en común y que yace a nivel incluso más profundo que los celos que sienten la una de la otra: sus maduros deseos sexuales.

Para vencer el recelo de Blancanieves, la reina corta la manzana por la mitad y se come la parte blanca, ofreciendo a la muchacha la parte roja, es decir, la mitad «envenenada». Ya se nos ha hablado repetidamente de la doble naturaleza de Blancanieves: era blanca como la nieve y roja como la sangre; su ser consta de dos aspectos, el asexual y el erótico. El hecho de comer la parte roja (erótica) de la manzana significa el fin de la «inocencia» de Blancanieves. Los enanitos, compañeros de su período latente, ya no pueden devolverle la vida; Blancanieves ha llevado a cabo su elección, tan necesaria como fatal. El color rojo de la manzana provoca asociaciones sexuales, lo mismo que las tres gotas de sangre que precedieron al nacimiento de Blancanieves; también recuerda la menstruación, hecho que marca el inicio de la madurez sexual.

Al comer la parte colorada de la manzana, la niña que hay dentro de Blancanieves muere y es enterrada en un ataúd de cristal transparente. Allí permanece durante largo tiempo; tres aves van siempre a visitarla, además de los enanitos; primero una lechuza, luego un cuervo y por último una paloma. La lechuza simboliza la sabiduría; el cuervo —como el cuervo del dios teutónico Woden— representa, probablemente, la conciencia madura; y la paloma encarna, tradicionalmente, el amor. Estas aves indican que el sueño letárgico de Blancanieves en el ataúd no es más que un período de gestación, el período final que prepara para la madurez.
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La historia de Blancanieves muestra que el hecho de haber alcanzado la madurez física no significa, de ningún modo, que uno esté intelectual y emocionalmente preparado para la edad adulta, representada por el matrimonio. Es necesario que se produzca un considerable desarrollo y que transcurra un cierto tiempo antes de que pueda formarse la nueva y madura personalidad y de que se integren los viejos conflictos. Sólo entonces está uno preparado para recibir un compañero de otro sexo y establecer una relación íntima con él, necesaria para alcanzar la madurez adulta. La pareja de Blancanieves es el príncipe, que «se la lleva» en su ataúd; el movimiento la hace toser y escupir la manzana envenenada volviendo así a la vida, lista ya para el matrimonio. Su tragedia comenzó con los deseos orales: el ansia de la reina por comer los órganos internos de Blancanieves. Ésta, al escupir la manzana que la asfixiaba —el objeto nocivo que había incorporado—, alcanza la libertad final, abandonando la primitiva oralidad, que simboliza todas sus fijaciones inmaduras.

Al igual que Blancanieves, cada niño debe repetir, en su desarrollo, la historia de la humanidad, real o imaginada. En un determinado momento, nos vemos todos arrojados del paraíso original de la infancia, donde todos nuestros deseos parecían realizarse sin ningún esfuerzo por nuestra parte. El ir aprendiendo y diferenciando el bien del mal —adquiriendo sabiduría— parece disociar nuestra personalidad en dos elementos: el rojo caos de emociones desenfrenadas, el ello; y la blanca pureza de nuestra conciencia, el super-yo. A medida que vamos creciendo, oscilamos entre ser vencidos por la confusión del primero o por la rigidez del segundo (el ser asfixiado y la inmovilidad exigida por el ataúd). Sólo se podrá llegar a la edad adulta cuando todas estas contradicciones internas queden resueltas y se logre un nuevo despertar de un yo maduro, en el que rojo y blanco puedan coexistir armónicamente.

Pero, antes de que pueda empezar una vida «feliz», los aspectos perversos y destructivos de nuestra personalidad deben estar bajo control. En «Hansel y Gretel» la bruja es castigada por sus deseos devoradores, siendo arrojada a las llamas del horno. También en «Blancanieves» la vanidosa, celosa y destructora reina es castigada, obligándosele a calzar unos zapatos de hierro calentados al rojo vivo, con los que tiene que bailar incesantemente hasta morir. Los celos sexuales sin trabas, que intentan arruinar a los demás, terminan por destruirse a sí mismos; como le sucede a la reina, simbolizado por las ardientes zapatillas y la muerte que acarrea el bailar llevándolas puestas. Simbólicamente, la historia nos dice que hay que reprimir las pasiones incontroladas o éstas se convertirán en la propia perdición. Sólo la muerte de la celosa reina (la eliminación de los conflictos internos y externos) posibilita la existencia de un mundo feliz.

Muchos héroes de los cuentos de hadas, en un determinado momento de su vida, caen en un profundo sopor, o son resucitados. Todo despertar o renacer simboliza la consecución de un estadio superior de madurez y comprensión. Es el modo característico en que los cuentos de hadas estimulan el deseo de encontrar un mayor sentido a la vida: una conciencia más profunda, un mayor conocimiento de sí mismo y un grado de madurez más elevado. Este largo período de inactividad antes de volver a despertar hace que nos demos cuenta —sin verbalizarlo a nivel consciente— de que este renacimiento requiere un tiempo de concentración y sosiego en ambos sexos.

El cambio comporta la necesidad de abandonar algo que hasta este momento ha sido satisfactorio, como nos muestra la existencia de Blancanieves antes de que la reina se volviera celosa, o su vida tranquila al lado de los enanitos: experiencias difíciles y penosas que el crecimiento lleva consigo, y que no pueden evitarse. Estas historias aseguran al oyente que no tiene por qué temer el abandonar su posición infantil de dependencia de los demás, ya que, después de las numerosas penalidades del período de transición, se elevará a un plano superior y más satisfactorio para emprender una existencia más rica y feliz. Aquellos que son reacios a experimentar tal transformación, como los dos hermanos mayores de «Las tres plumas», nunca conquistarán el reino. Aquellos que permanecen fijados en el estadio de desarrollo preedípico, como los enanitos, no conocerán nunca la dicha del amor y del matrimonio. Y, por último, aquellos padres que, como la reina, pongan de manifiesto celos edípicos, llegarán casi a destruir a sus hijos y, sin duda alguna, se destruirán a sí mismos.

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