Dados los peligros que implica la regresión a la oralidad, este es otro de los mensajes incluidos en la historia de Jack: no fue ninguna desgracia que Leche Blanca dejara de dar leche. Si esto no hubiera sucedido, Jack no habría obtenido las semillas que dieron lugar a las enormes habichuelas. Así pues, la oralidad no sólo sirve para alimentar; si uno se aferra a ella más de lo necesario, el desarrollo posterior se ve afectado e incluso puede llevar a la destrucción, como le ocurre al ogro, fijado en la oralidad. Se puede abandonar este período al llegar a la virilidad si la madre continúa ofreciendo su ayuda y protección. La mujer del ogro esconde a Jack en un lugar seguro, de la misma manera que el útero de la madre proporcionaba seguridad frente a cualquier peligro. Esta leve regresión a un estadio anterior del desarrollo brinda la tranquilidad y la fuerza necesarias para dar un nuevo paso hacia la independencia y la auto-afirmación. Esto permite que el muchacho disfrute plenamente de las ventajas del desarrollo fálico en el que está entrando. Y puesto que la bolsa de oro y, aún más, la gallina de los huevos de oro representan las ideas anales de posesión, la historia asegura que el niño no se va a quedar fijado en el estadio anal: pronto se dará cuenta de que debe sublimar dichos puntos de vista primitivos y no sentirse satisfecho con ellos. A partir de entonces, no buscará más que el arpa de oro y lo que ésta simboliza.
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Al referirse los cuentos de hadas, mediante la imaginación, a los momentos más importantes del desarrollo de nuestras vidas, no sorprende que muchos de ellos se centren, de alguna manera, en las dificultades del período edípico. Sin embargo, todos los cuentos que se han comentado hasta ahora tienen como tema central los problemas de los hijos y no los de los padres. En realidad, puesto que tanto la relación del hijo con el padre como de éste con el hijo están llenas de dificultades, muchos cuentos de hadas se refieren también a los problemas edípicos de los padres. Mientras se estimula al niño a creer que puede salir con éxito de la situación edípica, se avisa a los padres de las desastrosas consecuencias que puede tener para ellos el hecho de quedarse atrapados en las dificultades de este período.
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En «Jack y las habichuelas mágicas», se insinuaba la falta de preparación de una madre para permitir que su hijo llegara a ser independiente. «Blancanieves» nos muestra cómo un progenitor —la reina— se muere de celos porque su hija, al ir creciendo, es cada vez más superior a ella. En la tragedia griega de Edipo, que está, por supuesto, abrumado por las dificultades edípicas, no sólo se destruye a la madre, Yocasta, sino también, y en primer lugar, al padre, Layo, cuyo temor a que su hijo lo sustituya algún día da lugar a la tragedia que constituye el fin para todos. El miedo de la reina a que Blancanieves la supere es el tema central del cuento de hadas, que lleva, erróneamente, el nombre de la niña, al igual que el mito de Edipo. Por lo tanto, puede ser útil considerar brevemente este famoso mito que, a través de los estudios psicoanalíticos, se ha convertido en la metáfora con la que nos referimos a una relación emocional concreta dentro de la familia, que puede dar lugar a grandes obstáculos en el camino hacia la madurez y la plena integración de una persona, mientras es, por otra parte, el origen potencial del desarrollo más completo de la personalidad.
En general, cuanto menos capaz es una persona de resolver, de modo constructivo, sus sentimientos edípicos, mayor es el peligro de que estos sentimientos vuelvan a abrumarlo cuando tenga hijos. El padre que no haya conseguido integrar, en el proceso de maduración, su deseo infantil de poseer a su madre y el temor irracional a su padre, es muy probable que se sienta angustiado por la rivalidad de su propio hijo, y que actúe destructivamente, como le ocurrió al rey Layo. Tampoco el inconsciente de un niño dejará de reaccionar a los sentimientos del progenitor, si forman parte de la relación de éste con su hijo, El cuento de hadas permite que el niño comprenda que él no es el único que está celoso de su padre, puesto que éste puede tener sentimientos semejantes. Esta percepción puede ayudar a acortar las distancias entre padre e hijo y, además, a solucionar algunas dificultades que, de otro modo, serían irresolubles. Otra característica importante es que el cuento de hadas le asegura al niño que no necesita tener miedo de los posibles celos del progenitor, puesto que los superará con éxito por muchas complicaciones que se originen debido a estos sentimientos.
Los cuentos de hadas no dicen
por qué
un progenitor es incapaz de disfrutar del proceso de maduración de su hijo ni por qué, en cambio, siente celos cuando ve que éste le supera. No sabemos por qué la reina de «Blancanieves» no puede envejecer y sentirse, al mismo tiempo, satisfecha del proceso de su hija al convertirse en una muchacha encantadora. Algo debe haber sucedido en el pasado para hacerla vulnerable hasta el punto de odiar a la hija que debería querer. Toda una serie de mitos, cuya parte central es el de Edipo, sirve de ejemplo a cómo la secuencia de las generaciones puede explicar el temor que un progenitor tiene a su hijo.
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Esta serie de mitos, que termina con
Los siete contra Tebas,
empieza con Tántalo que, como amigo de los dioses, intenta comprobar si es verdad que éstos lo saben todo, haciendo matar a su hijo Pélope y sirviéndolo en una cena para los dioses. (La reina de «Blancanieves» ordena que maten a su hija y se come lo que cree que es parte de su cuerpo.) El mito nos dice que la mala acción de Tántalo fue provocada por su vanidad, la misma causa que impulsa a la reina a cometer su villanía. Ésta, que quería ser siempre la más bella, es castigada a bailar con unos zapatos al rojo vivo hasta morir. Tántalo, que intentaba engañar a los dioses dándoles el cuerpo de su hijo para comer, es castigado a sufrir eternamente en el reino de Hades, donde se ve tentado a satisfacer su constante sed y hambre con agua y frutos que parecen estar a su alcance pero que se apartan tan pronto como intenta cogerlos. Así pues, el castigo es adecuado al crimen cometido, tanto en el mito como en el cuento de hadas.
En ninguna de las dos historias significa la muerte el final de la vida, puesto que los dioses resucitan a Pélope y Blancanieves recupera el conocimiento. La muerte es más bien un símbolo de que se desea que una persona desaparezca, lo mismo que un niño en el período edípico no quiere que su progenitor muera de verdad, sino sólo que desaparezca del camino que le lleva a conseguir la atención del otro progenitor. Lo que el niño espera es que, aunque en un momento determinado haya deseado esta desaparición, su progenitor esté vivo y a su disposición cuando lo necesite. Por esta razón, en los cuentos de hadas, una persona muere o se convierte en estatua de piedra para, a continuación, volver a la vida.
Tántalo era un padre dispuesto a sacrificar el bienestar de su hijo para alimentar su vanidad y esto le llevó a su propia destrucción y a la de su hijo. Pélope, tras ser utilizado de este modo por su padre, no dudó después en matar a un progenitor para alcanzar sus objetivos. El rey Enómao de Elis deseaba conservar, de manera egoísta, a su bella hija Hipodamia, y trazó un plan con el que disfrazar su deseo, asegurándose, al mismo tiempo, de que la muchacha no lo abandonaría. Todo pretendiente de Hipodamia debía competir con el rey Enómao en una carrera de cuadrigas; si ganaba el pretendiente, podía casarse con Hipodamia; si perdía, el rey tenía derecho a matarlo, cosa que siempre llevaba a cabo. Pélope cambió los tornillos de cobre de la cuadriga del rey por piezas de cera, y de esta manera consiguió ganar la carrera, en la que el rey se mató.
El mito indica que las consecuencias son igualmente trágicas tanto si un padre se sirve de su hijo en su propio beneficio, como si, al tener una relación edípica con su hija, intenta privarla de una vida propia y mata a sus pretendientes. Además, el mito nos habla también de los resultados dramáticos de la rivalidad fraterna «edípica». Pélope tuvo dos hijos legítimos, Atreo y Tiestes. Muerto de celos, Tiestes, el menor de los dos, robó a Atreo una oveja que daba lana de oro. Como represalia, Atreo mató a los dos hijos de Tiestes y se los sirvió en un gran banquete.
Este no es el único ejemplo de rivalidad fraterna en la familia de Pélope. Había también un hijo ilegítimo, Crisipo. Layo, el padre de Edipo, encontró, de joven, protección y un hogar en la corte de Pélope. A pesar de la amabilidad que éste le demostró, Layo injurió a Pélope raptando —o hechizando— a Crisipo. Se supone que Layo llevó a cabo esta acción por los celos que sentía respecto a Crisipo, que era el preferido de Pélope. Como castigo por esta rivalidad, el oráculo de Delfos le dijo a Layo que sería asesinado por su propio hijo. De la misma manera que Tántalo había destruido, o intentado destruir, a su hijo Pélope y éste se las había arreglado para que muriera su suegro Enómao, asimismo Edipo tenía que matar a su padre, Layo. Es ley de vida que un hijo sustituya al padre, por lo que podemos leer estas historias como relatos del deseo de un hijo por hacerlo y de los esfuerzos del padre por evitarlo. No obstante, este mito nos dice que las acciones edípicas de los padres preceden a las de los hijos.
Para evitar que su hijo lo matara, Layo hizo perforar los tobillos de Edipo cuando éste nació, y le encadenó los pies. Layo ordenó que un pastor se llevara a su hijo y lo abandonara en el bosque. Pero el pastor —como el cazador de «Blancanieves»— se compadeció del niño y fingió haber abandonado a Edipo; pero lo dejó al cuidado de otro pastor. Éste llevó a Edipo hasta su rey, quien lo educó como si fuera su propio hijo.
De joven, Edipo consultó el oráculo de Delfos, que pronosticó que mataría a su padre y se casaría con su madre. Al creer que la pareja real que lo había educado eran sus padres, Edipo no volvió a casa para evitar la tragedia. En una encrucijada, se encontró con Layo, al que mató sin saber que era su padre y más tarde llegó a Tebas, resolvió el enigma de la Esfinge y liberó a la ciudad. Como recompensa, Edipo se casó con la reina viuda, su madre, Yocasta. Así, el hijo sustituyó a su padre como rey y esposo; el hijo se enamoró de su madre y ésta tuvo relaciones sexuales con él. Cuando se descubrió finalmente la verdad, Yocasta se suicidó y Edipo se sacó los ojos como castigo por no haber sabido ver lo que estaba haciendo.
Pero la tragedia no termina aquí. Los hijos gemelos de Edipo, Eteocles y Polínices, no se ocuparon de él en su desgracia; sólo su hija Antígona permaneció a su lado. El tiempo pasó, y en la guerra contra Tebas, Eteocles y Polínices se mataron uno a otro en una batalla. Antígona enterró a Polínices en contra de las órdenes del rey Creón, lo que causó su muerte. Es decir, que no sólo la intensa rivalidad fraterna lleva a la destrucción, como vemos por el destino de los dos hermanos, sino que un excesivo vínculo fraterno es igualmente perjudicial, como nos indica el destino de Antígona.
La variedad de relaciones que conducen a la muerte en estos mitos se puede resumir de la manera siguiente: en lugar de aceptar con cariño a su hijo, Tántalo lo sacrifica para conseguir sus propósitos, y lo mismo hace Layo con Edipo, por lo que ambos padres terminan por destruirse. Enómao muere porque intenta conservar a su hija para él solo, al igual que Yocasta, que se relaciona demasiado íntimamente con Edipo: el amor sexual hacia el hijo del sexo opuesto es tan destructivo como el temor de que el hijo del mismo sexo sustituya y supere al progenitor. El error de Edipo consiste en eliminar al padre del mismo sexo, y el de sus hijos en abandonarlo en su desgracia. La rivalidad fraterna castiga a los hijos de Edipo. Antígona, que no abandona a su padre, muere por la gran devoción que siente por su hermano.
Pero tampoco en este punto concluye la historia. Creón, quien, como rey, condena a muerte a Antígona, no atiende a las súplicas de su hijo, Hemón, enamorado de Antígona. Al destruirla, Creón aniquila también a su propio hijo, con lo que nos encontramos, una vez más, ante un padre que no puede dejar de encauzar la vida de su hijo. Hemón, desesperado por la muerte de su amada, intenta matar a su padre y, al fracasar en su intento, se quita la vida; también su madre, la esposa de Creón, acaba por suicidarse ante la pérdida del hijo. La única que sobrevive en la familia de Edipo es Ismene, hermana de Antígona, que no se ha relacionado demasiado estrechamente ni con sus padres ni con sus hermanos, y con la que ningún miembro de la familia se encontraba demasiado unido. Según el mito, no parece haber solución alguna: aquel que por azar o por sus propios deseos, mantenga una relación «edípica» demasiado profunda acabará por ser destruido.
En esta serie de mitos se pueden encontrar prácticamente todos los tipos de relaciones incestuosas que se insinúan asimismo en los cuentos de hadas. Pero en estos relatos, la historia del héroe muestra cómo las relaciones infantiles, potencialmente destructivas, pueden estar, y de hecho están, integradas en los procesos del desarrollo. En el mito se expresan las dificultades edípicas y, en consecuencia, el desenlace es una destrucción total, tanto si las relaciones son positivas como negativas. El mensaje está muy claro: cuando un progenitor no puede aceptar a su hijo como tal y no es capaz de sentirse satisfecho porque algún día será su sucesor, el resultado es una tragedia enorme. Únicamente una aceptación del hijo como tal —no como rival ni como objeto sexual—, permite que las relaciones entre hermanos y entre padres e hijos sean satisfactorias.
La manera en que el cuento de hadas y el mito clásico presentan las relaciones edípicas y sus consecuencias es completamente distinta. A pesar de los celos de su madrastra, Blancanieves no sólo sobrevive, sino que además alcanza una felicidad completa. Y lo mismo sucede con Nabiza, a la que sus padres habían abandonado porque la satisfacción de sus propios deseos había sido más urgente que conservar a su hija, y cuya madre adoptiva había deseado tenerla a su lado durante demasiado tiempo. El padre de Bella en «La bella y la bestia» la ama intensamente, y ella hace lo propio con él, pero ninguno de ellos recibe castigo alguno por sus relaciones mutuas: por el contrario, Bella salva a su padre y a la Bestia, desplazando su vínculo amoroso del padre al amante. Cenicienta, lejos de ser destruida por los celos de sus hermanastras, lo mismo que los hijos de Edipo, acaba por vencer todas las dificultades.