Psicoanálisis de los cuentos de hadas (36 page)

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Authors: Bruno Bettelheim

Tags: #Ensayo

Esto es lo que encontramos en todos los cuentos de hadas. El mensaje que
estas
historias nos transmiten es que, aunque los conflictos y dificultades de tipo edípico parezcan irresolubles, si se lucha con vehemencia contra estas complicaciones familiares emocionales, se puede llegar a una vida mucho mejor que la que tienen los que nunca experimentaron esos problemas. Todo lo que se expresa en el mito es una dificultad insuperable y la derrota consiguiente; en el cuento de hadas se da el mismo peligro, pero se supera con éxito. La recompensa del héroe al final del cuento no es la muerte ni la destrucción, sino la integración superior, simbolizada por la victoria sobre el rival o el enemigo y por la felicidad alcanzada en el desenlace. Para llegar a este final satisfactorio, el héroe debe pasar por las experiencias necesarias para su evolución, que corren paralelas a las del niño que avanza hacia su madurez. Esto estimula al niño para que no renuncie a sus esfuerzos ante las dificultades que encuentra en su lucha por convertirse en él mismo.

«Blancanieves»

«Blancanieves» es uno de los cuentos de hadas más conocidos. Durante siglos se ha ido relatando de diversas maneras en todas las lenguas y países europeos y, de allí, se fue extendiendo a los demás continentes. Por lo general, el título de la historia es simplemente el nombre de «Blancanieves», aunque existen numerosas variantes.
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Hoy en día, este cuento se conoce comúnmente bajo el título de «Blancanieves y los siete enanitos», modificación que, desgraciadamente, hace hincapié en los enanitos, quienes, habiendo fracasado en el proceso de desarrollo hacia una condición humana más madura, permanecen fijados en un nivel preedípico (los enanitos no tienen padres, ni tampoco se casan ni tienen hijos) y no son más que una excusa para poner de relieve las importantes evoluciones que se dan en la persona de Blancanieves.

Algunas versiones de «Blancanieves» empiezan de este modo: «Un conde y una condesa pasaron por delante de tres montículos cubiertos de nieve, que hicieron exclamar al conde: "Desearía tener una niña tan blanca como esta nieve". Al poco rato, llegaron a un lugar donde había tres pozos llenos de sangre roja, entonces el conde exclamó de nuevo: "Querría tener una niña con las mejillas tan rojas como esta sangre". Finalmente, tres cuervos negros pasaron volando sobre sus cabezas, y, en aquel instante, volvió a desear "una niña con el cabello tan negro como estos cuervos". Al reemprender la marcha, se encontraron con una niña tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre y con los cabellos tan negros como un cuervo: era Blancanieves. El conde la hizo subir inmediatamente a la carroza y le tomó cariño, cosa que no gustó en absoluto a la condesa, de modo que se puso a pensar en la manera de deshacerse de ella. Al fin, tiró uno de sus guantes y ordenó a Blancanieves que fuera a buscarlo; cuando ésta hubo descendido del carruaje, el cochero arrancó a toda velocidad».

Otra versión paralela a esta última difiere en el detalle de que la pareja atraviesa un bosque y Blancanieves tiene que recoger un ramo de rosas silvestres. En aquel preciso momento, la reina ordena al cochero que reanude la marcha, abandonando así a Blancanieves.
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En todas estas versiones de la historia, el conde y la condesa o el rey y la reina no son más que padres hábilmente disfrazados; y la niña, tan admirada por la figura paterna y hallada por casualidad, es una hija sustituta. Los deseos edípicos entre una niña y su padre, y los celos que éstos provocan en la madre, que llega incluso a desear la desaparición de su hija, quedan mucho más patentes en esta que en otras versiones más conocidas. En la actualidad, la forma más comúnmente aceptada del cuento de «Blancanieves» relega los conflictos edípicos a la imaginación en lugar de hacerlos surgir en nuestra mente consciente.
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Tanto si se exponen abiertamente como si se dan a entender mediante alusiones, los problemas edípicos y el modo de resolverlos de cada individuo son básicos para el subsiguiente desarrollo de la personalidad y relaciones humanas. Los cuentos de hadas, al camuflar los conflictos edípicos o al insinuarlos sutilmente, nos permiten sacar nuestras propias conclusiones en el momento propicio para alcanzar una mayor comprensión de estos problemas. Los cuentos de hadas nos enseñan de manera indirecta. En las versiones mencionadas, Blancanieves no es la niña del conde y de la condesa, amada y deseada profundamente por aquél y víctima de los celos de aquélla. En la historia más conocida de Blancanieves, el personaje femenino que siente celos no es la madre, sino la madrastra, y no se menciona en absoluto a la persona por cuyo amor ambas son rivales. De este modo, los problemas edípicos —origen de la trama de dicha historia— quedan limitados al poder de nuestra imaginación.

Psicológicamente hablando, si bien los padres crean al niño, es la llegada de éste lo que hace que aquellas dos personas se conviertan en padres. Visto de este modo, es el niño el que provoca los problemas paternos, creando, al mismo tiempo, su propio conflicto. Los cuentos de hadas suelen empezar en el momento en que la vida del niño se encuentra, en cierto modo, en una situación problemática. En «Hansel y Gretel» la presencia de los niños es causa de penurias para los padres y, por esta misma razón, la vida de los niños se torna problemática. Sin embargo, en la historia de «Blancanieves» lo que crea la situación conflictiva no es un problema externo, como la pobreza, sino las relaciones entre la muchacha y sus padres.

En el instante preciso en que la posición del niño dentro de la familia se hace problemática, para él o para sus padres, comienza su proceso de lucha para escapar a esa existencia triangular. Con ella, entra en la búsqueda, desesperadamente solitaria, de sí mismo, y lleva a cabo una lucha en la que los demás sirven, sobre todo, para facilitar o impedir dicho proceso. En algunos cuentos de hadas, el héroe tiene que indagar, viajar y sobrellevar, durante años, una existencia solitaria, antes de estar preparado para encontrar, rescatar y unirse a una persona, cuya relación dará un significado permanente a la vida de ambas. En «Blancanieves», los años que la muchacha pasa junto a los enanitos representan su período de crecimiento.

Pocos cuentos de hadas ayudan al lector a distinguir entre las principales fases del desarrollo infantil tan netamente como lo hace la historia de «Blancanieves». Apenas se mencionan los primeros años, preedípicos y totalmente dependientes, como en la mayoría de los cuentos. La historia trata, esencialmente, de los conflictos edípicos entre madre e hija, de la niñez, y, por último, de la adolescencia, haciendo hincapié en lo que constituye una infancia satisfactoria, y en lo que se necesita para evolucionar a partir de la misma.

La historia de los Hermanos Grimm «Blancanieves» comienza del siguiente modo: «Había una vez, en pleno invierno, cuando los copos de nieve caían sin cesar del cielo, una reina que estaba sentada junto a un ventanal cuyo marco era de ébano negro. Mientras cosía, miraba la nieve a través de la ventana, pero, de pronto, se pinchó un dedo y tres gotas de sangre cayeron sobre la nieve. Aquel color rojo era tan bonito sobre la nieve blanca, que la reina pensó para sí: "Me gustaría tener una niña tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre y con el cabello tan negro como la madera de esta ventana". Poco tiempo después, tuvo una niña blanca como la nieve, roja como la sangre y con el pelo negro como el ébano; y por esta razón la llamó Blancanieves. Al poco tiempo de nacer la niña, la reina murió y, al cabo de un año, el rey volvió a casarse…».

La historia comienza cuando la madre de Blancanieves se pincha un dedo y tres gotas de sangre resbalan sobre la nieve. Aquí se indican ya los problemas que plantea la historia: la inocencia sexual y la pureza contrastan con el deseo sexual, simbolizado por la sangre roja. Los cuentos de hadas preparan al niño para que acepte un hecho todavía más traumático: la hemorragia sexual como en la menstruación o, más tarde, en la relación sexual cuando se rompe el himen. Al oír las primeras frases de «Blancanieves», el pequeño descubre que el hecho de sangrar —tres gotas de sangre (tres porque es el número que, en el inconsciente, está más íntimamente relacionado con el sexo)— es una condición previa para la fecundación, pues precede necesariamente al nacimiento de un niño. En este caso, la hemorragia (sexual) está ligada a un suceso «feliz»; sin otras explicaciones más detalladas, el pequeño aprende que ningún niño —ni tan sólo él— puede venir al mundo sin que se dé antes esta hemorragia.

Aunque el cuento nos diga que la madre de Blancanieves murió a causa del nacimiento de ésta, vemos que durante los primeros años no le ocurre nada a la niña, a pesar de que su madre es sustituida por una madrastra. Esta última se convierte en una «típica» madrastra de cuento de hadas
después
de que Blancanieves alcanza la edad de siete años y empieza a hacerse mayor. Entonces, la madrastra empieza a sentirse amenazada por la muchacha y se vuelve celosa. El narcisismo de la madrastra está representado por el espejo mágico y su continua búsqueda de seguridad respecto a su belleza, mucho antes de que la hermosura de Blancanieves eclipse la suya.

La reina, al consultar en todo momento al espejo sobre sus cualidades —es decir, sobre su belleza—, repite el antiguo mito de Narciso, que se enamoró de sí mismo, hasta el extremo de quedar totalmente absorbido por su propio amor. Es la imagen del progenitor narcisista que se siente amenazado por el crecimiento de su hijo, pues esto significa que él está envejeciendo. Mientras el niño es totalmente dependiente, permanece como si fuera
parte
de su progenitor; no hiere el narcisismo paterno. Pero cuando el pequeño empieza a crecer y alcanza la independencia, esta figura paterna narcisista lo experimenta como una amenaza, al igual que ocurre con la reina en la historia de «Blancanieves».

El narcisismo es parte importante del carácter del niño. El pequeño debe aprender gradualmente a superar esta peligrosa forma de sentirse implicado en todas las cosas. La historia de Blancanieves nos previene de las fatales consecuencias que puede acarrear el narcisismo, tanto para el padre como para el hijo. El narcisismo de Blancanieves llega casi a destruirla cuando cede por dos veces consecutivas a las trampas que la reina disfrazada le tiende para hacerla parecer todavía más hermosa; mientras que la reina acaba por ser destruida por su propio narcisismo.

Durante el tiempo que permaneció en el hogar paterno no sabemos lo que hizo Blancanieves, desconocemos por completo su vida antes de ser expulsada. No se menciona en absoluto la relación con su padre, aunque parece lógico suponer que lo que enfrenta a la madre (madrastra) con la hija es la rivalidad respecto a aquél.

El cuento de hadas no percibe el mundo, ni lo que en él suceda, de modo objetivo, sino desde el punto de vista del héroe, que es, siempre, una persona en pleno desarrollo. El niño, al identificarse con Blancanieves, ve todas las cosas a través de sus ojos y no a través de los de la reina. Para la niña pequeña, el amor por su padre es lo más natural del mundo, al igual que el cariño de éste por su hija. No puede imaginar que esto suponga un problema, a menos que no la quiera por encima de todas las cosas. Aunque la niña desee que su padre sienta más cariño por ella que por su madre, no puede aceptar que esto sea causa de celos por parte de aquélla. Sin embargo, a un nivel preconsciente, la niña sabe perfectamente lo celosa que se siente de las atenciones que sus padres se prodigan, cuando cree que todas estas atenciones deberían ir dirigidas a ella. Para el pequeño resulta demasiado amenazador imaginar que el amor de uno de sus progenitores puede originar los celos del otro, pues lo que realmente desea es ser amado por ambos, hecho harto sabido, pero que cuando se discute la situación edípica se suele olvidar, debido a la naturaleza del problema. Cuando estos celos —como en el caso de la reina de «Blancanieves»— no pueden ser disimulados, debemos buscar alguna otra razón para explicarlos; en esta historia se adscriben a la belleza de la niña.

Normalmente, las relaciones entre los padres no están amenazadas por el cariño que cada uno de ellos siente por su hijo. Y, a menos que dichas relaciones conyugales sean nefastas, o que su progenitor sea muy narcisista, los celos de un niño, favorecidos por uno de los padres, estarán mitigados y controlados por el otro.

No obstante, para el niño las cosas son muy distintas. En primer lugar, si las relaciones que mantienen sus padres son satisfactorias, no podrá encontrar alivio a sus penas. En segundo, todos los niños sienten celos, si no de sus padres, de los privilegios de que éstos gozan en tanto que adultos. Si los cariñosos y tiernos cuidados de un progenitor del mismo sexo no son lo suficientemente fuertes como para crear vínculos cada vez más positivos e importantes en el niño, celoso por naturaleza mientras atraviesa la fase edípica —con lo que se ayudaría a iniciar el proceso de identificación, luchando contra esos celos—, dichos celos pueden llegar a dominar la vida emocional del niño. Si Blancanieves fuera una criatura real, no podría evitar el sentirse profundamente celosa de su madre y de todos los privilegios y facultades que posee, pues una madre (madrastra) narcisista no es un personaje apropiado para relacionarse e identificarse con él.

Si un niño no puede permitirse el experimentar celos de un progenitor (cosa que amenaza su seguridad), proyecta sus propios sentimientos en este mismo progenitor. Entonces, la idea de «estoy celoso de todos los privilegios y prerrogativas de mi madre» se convierte en el sueño dorado de «mi madre siente celos de mí». El sentimiento de inferioridad se transforma, por reacción defensiva, en un sentimiento de superioridad.

El adolescente, o el niño de la etapa de la prepubertad, se dice a sí mismo: «Yo no compito con mis padres porque soy mucho mejor que ellos, son más bien ellos quienes rivalizan conmigo». Pero, desgraciadamente, también existen padres que se empeñan en demostrar a sus hijos adolescentes que ellos son superiores en todo; en cierto modo es verdad, pero deberían guardar silencio al respecto para no entorpecer el proceso de adquisición de seguridad de sus hijos. Y todavía peor, hay padres que sostienen que, en cualquier aspecto, son tan brillantes como lo pueda ser su hijo adolescente: el padre que intenta conservar, por todos los medios, la fuerza juvenil y la potencia sexual de su hijo; o la madre que quiere parecer tan joven y atractiva como su hija, vistiéndose y comportándose como ella. La historia de los cuentos como «Blancanieves» nos muestra que este es un fenómeno que ya se daba antiguamente. Pero la competencia entre un progenitor y su hijo hace que la vida de ambos sea insoportable. Bajo tales circunstancias, el niño desea liberarse y deshacerse de un padre que le fuerza, constantemente, a competir o a resignarse. No obstante, el ansia por perder de vista a uno de los padres provoca un intenso sentimiento de culpabilidad, aunque esté justificado si se observa la situación desde un punto de vista objetivo. Así pues, invirtiendo los términos y proyectando este mismo deseo en el progenitor, se logra eliminar el sentimiento de culpabilidad. Por esta razón, en los cuentos de hadas aparecen padres que intentan deshacerse de sus hijos, como ocurre en «Blancanieves».

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